Entre los jóvenes que iniciaron el espectáculo principal, que iban desnudos en las carretas y coronados con flores, están los cuarenta y cinco mártires del frustrado banquete del Palacio de Tiberio.
El césar ordenó que fuesen atados a los postes pequeños en el círculo que rodeaba el escenario. La mitad pereció con las fieras. Doce hombres y doce mujeres, fueron tomados en el primer martirio.
Los otros regresaron junto con otros supervivientes, poco heridos y algunos, prácticamente ilesos. Todos fueron incluidos para el espectáculo nocturno.
Nerón estuvo pendiente de ellos y se dio cuenta de que a Joshua las fieras ni siquiera se le acercaron. Es más, parecían huir de él. Como si una invisible presencia, las espantase…
A lo largo del camino del Circo al Palacio de Tiberio. En las vías principales y en todos los jardines imperiales y públicos, han sido colocados postes, como de cinco metros de altura y que ya están listos para ser utilizados.
El sol desciende hacia su ocaso y parece disolverse en los rojizos fulgores de la tarde. El espectáculo ha terminado.
La multitud sale del anfiteatro y se encaminan hacia los jardines. Solamente los augustanos se quedan en el Pódium, esperando a que el César regrese, después de haber cantado su Troyada.
Aun cuando los espectadores no le escatimaron los aplausos, Nerón no está satisfecho, ya que él esperaba un mayor entusiasmo, casi rayano en el frenesí.
Tigelino le hace notar que ya empezó a anochecer y que apenas hay tiempo para iniciar los Juegos Nocturnos.
El César hace un gesto de fastidio, pero luego asiente y les dice a todos:
– Tienes razón. ¡Vámonos!
Y salen hacia los jardines imperiales. Por las calles, puentes, plazas, por todas partes se oyen los gritos:
– ¡Semaxii! ¡Sarmentitii!
En Roma ya se ha presenciado antes el espectáculo de hombres quemados en postes, pero jamás se había contado para tal suplicio con tan enorme cantidad de víctimas.
El César y Tigelino, en su obsesión con exterminar a los cristianos, han decidido usarlos como antorchas para iluminar la noche. Pretextando que es preciso acabar con el contagio que diezma las prisiones y que desde allí se puede propagar por toda la ciudad.
Por eso ha dado la orden de vaciar todos los sótanos, dejando en ellos tan solo un centenar de personas destinadas al espectáculo final.
Por este motivo, por toda la ciudad se ven postes y agujeros alternados. Porque Nerón ha ordenado que por exceso de prisioneros, unos sean antorchas y otros serán crucificados.
Así que al salir a la calle se ven los postes revestidos de una capa de pez. Decorados con flores, mirtos y hiedras, parecen mástiles de buques o astas de banderas plantados en la tierra, junto a los agujeros donde estarán las cruces de los crucificados.
Conforme la noche avanza y empiezan a brillar las estrellas en el firmamento, los condenados son atados a los postes y cerca de cada uno de ellos, se para un esclavo antorcha en mano.
Y cuando se deja oír el toque de las trompetas que anuncia el inicio del espectáculo, se hace un silencio expectante. Luego, se oye el agudo sonido del cuerno y los esclavos prenden los postes.
La paja oculta bajo las flores arde al instante, soltando una llamarada, la cual empieza a ascender y con sus crepitantes lenguas, encienden las ‘Túnicas dolorosas’.
Y en ese momento los cristianos se convierten en teas vivas que se consumen con el fuego y son las antorchas que iluminan toda la ciudad de Roma.
Y sin embargo NO se escucha un solo lamento. NI un solo quejido.
De aquellas gargantas se eleva un canto y una plegaria:
“PATER NOSTER…”
Desde que sonaron las trompetas, también hace su presentación el César, dirigiendo una espléndida cuadriga, tirada por cuatro soberbios corceles blancos.
Viste de auriga, con el color de los rojos, que son sus favoritos. Le siguen otros carros, con todos sus cortesanos y sus músicos disfrazados de faunos y sátiros, tocando sus instrumentos musicales.
Hombres y mujeres ataviados lujosamente y muy alegres.
Alrededor de la cuadriga del emperador, corren hombres que blanden tirsos adornados con cintas. Y otros, tocando tamboriles o esparciendo flores a su paso.
Toda aquella colorida multitud avanza a los gritos de: ¡Evóe!
Y aquello fue un delirante desfile entre las hileras humeantes, de los cuerpos de los cristianos que iluminan la sanguinaria y despiadada fiesta de crueldad…
En el carro de Petronio, van Marco Aurelio y Séneca, inmediatamente después de la cuadriga de Nerón…
El César va acompañado de Tigelino y de Haloto, en cuya compañía se complace grandemente.
Y guiando los caballos avanza a trote lento, mirando los cuerpos que arden y oyendo los gritos de la multitud.
De pie sobre el espléndido carro dorado, escuchando los vítores y aclamaciones de la gente, iluminado por las antorchas humanas que arden sin lamentarse, llevando en la cabeza, la corona de laurel.
Con sus brazos desnudos asidos a las riendas, con una sonrisa sarcástica y sus salientes ojos azules entrecerrados.
Nerón, sostenido por su egolatría, se conduce como una deidad terrible, dominante y poderosa.
A veces se detiene cuando se encuentra con una víctima que por una oscura razón llama su atención, lo observa…
Asoma una maligna sonrisa de satisfacción en su rostro que se contrae con un gesto de placer indescriptible y diabólico.
Luego prosigue su marcha, seguido por su séquito excitado y turbulento.
De vez en cuando saluda al pueblo y recibe los homenajes a su divinidad y a su auto declarado e innegable talento, como el mejor histrión de su época.
Y también el mejor cantante y compositor que las musas hayan inspirado.
Y cuando más saborea su victoria…
Se topa cara a cara con Joshua, que lo mira sonriente desde su patíbulo flameante…
El joven parece el pistilo de un tulipán color naranja y dorado, por las llamas que lo rodean.
Y le dice con voz sonora y triunfante:
– ¡Te dije que el fuego purifica! ¡Gracias! ¡Porque tú eres el instrumento que me lleva a la verdadera Vida! ¡Emperador, abre los ojos y contempla la verdadera gloria!…
El mártir muestra su júbilo en un rostro resplandeciente.
¡Lo más sorprendente es que su magnífico cuerpo luce intacto!
Es una enorme antorcha fulgurante y asombrosa.
Las llamas hacen un marco glorioso a su imponente prestancia varonil…
Nerón se repone pronto del impacto y espolea sus caballos…
Sólo para encontrarse más adelante, con la majestuosa hermosura de Margarita.
También su cuerpo escultural, es lamido por las rojas lenguas de fuego.
Pero la blancura luminosa y alabastrina, se ha vuelto casi transparente y parece fundirse con el fuego que la cubre con un vestido resplandeciente…
Parece un sol refulgente y llameante.
La virgen lo ve desde su flamígero patíbulo.
El fuego parece como si la respetase.
Su negra cabellera ondea con el viento y sus ojos azules lo miran con severidad…
Mientras su voz resuena majestuosa:
– ¡Oh, César! Te lo dije y te lo repito. Satanás es un amo cruel y despiadado. ¡Anda! Sube tú a mi patíbulo, a ver si él te defiende, como mi Señor lo hace conmigo.
¡No eres más que un pobre hombre y tu poder no es más que polvo! Pronto iré al encuentro con mi Señor Jesucristo y mi muerte es gloriosa…
¿Y la tuya? ¿Cómo será la tuya emperador?…
Reflexiona… Cuándo tiemblas a cada paso que das y deben probar tus alimentos, porque ni siquiera puedes comer tranquilo.
¡Oh, César que confías en tu poder tan engañoso! ¡Y sólo eres la marioneta y el esclavo del Homicida por excelencia!…
Margarita lo mira con infinita piedad.
Nerón se queda petrificado y luego espolea con furia sus caballos, como si desease huir…
Da vuelta en una calle que también está llena de postes llameantes.
Y en el colmo de los colmos…
Esa noche, se topa con Oliver, que también es una antorcha viviente.
Como si una fuerza irresistible lo obligase detiene su carro y le es imposible apartar la mirada…
Que se cruza con la del valiente joven que le dice con firmeza:
– El poder siempre tiene un límite dado por Dios. Y esto es para recordarnos que solo somos hombres y necesitamos de Él.
Mira a tus dioses, emperador, ¿Te consuelan? ¿Te perdonan? ¿Te aman?…
Porque Jesús hace todo esto y mucho más…
Y una voz en el poste de enfrente, completa con majestad:
– Los tormentos que se sufren con amor y por amor a Dios nos glorifican.
Recuérdalo César y contempla con detenimiento a los que has querido destruir…
Nerón voltea y reconoce a Iván.
Pero antes de que pueda replicar nada…
Otra voz en el poste de al lado, lo remata:
– Reconoce, ¡Oh, emperador! Que tus dioses NO son dioses.
Eres un hombre aterrado aunque estés lleno de poder y de riqueza.
Nuestro Dios: Jesucristo. Es el Único Dios Verdadero. ¿Qué es tu fuego?…
¡¡¡Míranos!!! Nosotros vamos a la Vida y tú vas hacia el Infierno, donde te espera Satanás y la Muerte Eterna…
Daniel, el joven que tan gravemente hiriera la noche anterior, ha hablado fuerte y sonoro.
Luego eleva su hermosa voz, en un canto al que se unen los demás ajusticiados:
¡ALELUYA!
Los Cielos cantan las Obras del Señor
Y proclama el firmamento
Las Obras de sus Manos
¡Qué bueno es cantar a Dios!
¡Qué agradable y delicioso el alabarle!
Reconstruye el Señor Jerusalén
Reúne a los desterrados de su Pueblo
Sana los corazones destrozados
Y venda sus heridas.
Él cuenta las estrellas una a una
Y llama a cada una por su nombre
Grande es nuestro Dios, todo lo puede
Nadie puede medir su Inteligencia.
Tiende el Señor su Mano a los humildes
Pero humilla hasta el polvo a los impíos
Entonen a Jesús la acción de gracias
En honor a nuestro Dios toquen el arpa.
Porque Él viste los Cielos con sus nubes
Y prepara las lluvias de la Tierra
Hace brotar el pasto de los cerros
Y las plantas que al hombre dan sustento.
¡Glorifica al Señor Jerusalén y a
Jesús ríndele honores, Pueblo amado!
Los reyes de la Tierra y todas las naciones
Príncipes y gobernantes de la Tierra
Jóvenes y doncellas,
Los ancianos junto con los niños
Alaben el Santísimo Nombre de Jesús.
Solo su nombre es sublime
Su Majestad se eleva
Sobre la Tierra y el Cielo
Y ÉL ha dado a su Pueblo Gloria.
Esta es la alabanza de su Pueblo
De los hijos de Dios
Que el Padre ha elegido
¡Amén! ¡Aleluya!
Canten al Señor un canto nuevo
Alábenlo en la Asamblea de sus santos
Alégrese su Pueblo en su Creador
Que los hijos de Dios se alegren en su Rey
Porque Jesús ama a su Pueblo
Y viste de gloria a los humildes.
Alégrense los salvados en su gloria
Y griten de gozo en sus tronos…
¡Aleluya! ¡Grande es nuestro Dios!
¡Grande para siempre, mi Señor Jesús!
El canto resuena triunfal.
Nerón espolea sus caballos y sale disparado, dejando atrás a su séquito, tan estupefacto, como la multitud que lo rodea.
Petronio, los contempla asombrado… Pero hay en su mirada algo diferente…
Luego todos continúan la marcha, tratando de alcanzar a su emperador.
Y lo que había sido montado como un entretenimiento y diversión, para el pueblo romano y su César, se convirtió en un acontecimiento que va pasando de boca en boca…
Con un murmullo de admiración que hizo que muchos se detuvieran ante los postes donde flamean las teas humanas…
Y se preguntasen llenos de sorpresa:
– ¿Cómo es posible que fueran tantos los criminales?
– Y ¿Cómo entre ellos han sido ajusticiados, tiernos niños apenas capaces de caminar?
– ¿Y otros que ni siquiera han salido de la infancia estén en el suplicio, como incendiarios de Roma?
Y de la curiosidad pasan al asombro.
Y gradualmente se llenan de temor.
Miran a los mártires y no comprenden su forma de enfrentar tanto los tormentos, como la muerte misma.
¡Jamás habían presenciado algo semejante!…
Nerón regresó a su palacio y se refugió en sus habitaciones. Se cambió de ropa. Nunca se ponía las mismas vestiduras dos veces. También cambió su collar de rubíes por otro casi igual.
Se siente muy fastidiado…
Después de un rato, oyó llegar a su comitiva y se reunió con ellos, en el banquete de esa noche y que había tenido un preámbulo tan inesperado como desagradable.
El encuentro con los cristianos lo puso de mal humor.
Pero lo disimuló con rapidez y se puso a presidir los festejos que habían sido organizados, para cerrar los Juegos de ese día.
La música, las flores, las viandas, el vino, los perfumes, las danzas… Nada logra distraerlo.
Volvió a cantar su Troyada y a pesar de los atronadores aplausos y las aclamaciones, su ánimo no mejoró.
En vano resuenan ahora en sus oídos, verdaderos himnos de alabanzas.
En vano las vestales le besan su divina mano…
Y Rubria reclinándose en su pecho, le manifiesta una delirante admiración, mientras le contempla con embeleso.
Pitágoras y Esporo, no se cansan de alabarle su ‘genio’ de compositor.
Pero Nerón no está satisfecho y no disimula su fastidio.
Además, le sorprende perturbándole al mismo tiempo, el silencio obstinado que guarda Petronio.
Cualquier frase ingeniosa y lisonjera de sus labios, hubiera sido para él un gran consuelo.
Finalmente, incapaz de contenerse por más tiempo, el César lo llamó y lo invitó a que se sentara junto a él.
Luego, cuando Petronio tomó la copa que el emperador le alargó…
Le ordenó:
– ¡Habla!
El augustano contestó fríamente:
– Guardo silencio, porque no encuentro palabras. Te has excedido a ti mismo.
Nerón replicó impaciente:
– Así me pareció a mí también. Sin embargo esa gente…
– ¿Acaso esperas que esos ineptos sean capaces de comprender la poesía?
– Es que tampoco han sabido apreciar justamente mis méritos.
– Porque has elegido un mal momento…
– ¿Cómo?
– Cuando la ola de sangre obnubila el cerebro de los hombres, es imposible que no distraiga su atención.
Nerón apretó los puños y exclamó:
– ¡Ah! ¡Esos cristianos!… Incendiaron Roma y ahora me injurian en mi arte…
¿Qué nuevos castigos deberé inventar para ellos?
Petronio vio que sus palabras fueron contraproducentes al efecto que él pretendía. Así que para desviar la atención del César, se inclinó hacia él,
Y le dijo al oído:
– Tu canción es maravillosa, pero tengo que hacerte una observación: en el tercer verso de la cuarta estrofa, el metro deja algo que desear…
Nerón se ruborizó intensamente, como si lo hubieran sorprendido en un acto vergonzoso.
Se dibujó una expresión de temor en su mirada…
Y contestó en voz muy baja también:
– Tú lo ves todo. Ya lo sé. Voy a rehacer ese verso. Pero creo que nadie más lo notó. Y tú no lo digas a nadie, si en algo estimas la vida.
Petronio contestó con fingida indignación:
– Condéname a la pena capital. ! Oh, divinidad! Yo no te engaño y no le temo a la muerte.
– No te enfades. Bien sabes que te amo.
– Mala señal. –pensó Petronio.
– Mañana después de la fiesta, voy a encerrarme a pulir ese maldito verso. Porque tal vez aparte de ti; lo pudo haber notado Séneca, Paris o Lucano. Pero pienso librarme pronto de ellos.
Entonces mandó llamar a Séneca y declaró que lo mandaba con Cluvio Rufio y Atico Vestinio a recorrer Italia y las demás provincias, en busca de dinero para terminar la reconstrucción de la ciudad.
¡Y debía tomarlo de donde fuera y como fuese necesario!
Pero Séneca comprendió que el encargo de Nerón era solo una obra de rapiña, pillaje y sacrilegio.
Y se negó rotundamente a participar:
– Es necesario que me retire al campo, señor. A esperar allí la muerte, porque estoy viejo y mis nervios están muy enfermos.
Los nervios iberos de Séneca están más sanos y fuertes que los griegos de Prócoro.
Su salud en general, está un poco quebrantada y ya es solo una sombra, del hombre que un día fuera. Sus cabellos han encanecido por completo.
El mismo Nerón al mirarlo, reconoce que no tendría que esperar mucho tiempo la muerte de aquel hombre.
Y contestó:
– No quiero exponerte a las fatigas de un viaje tan extenso, pero el afecto que siento por ti, me hace retenerte a mi lado.
Así que en vez de ir al campo, te quedarás en tu casa y descansarás allí. Ya pensaré, a ver a quién mando.
Todos están encantados al ver que el César ha recuperado su buen humor y empieza a bromear como siempre.
Y mirando a su alrededor, se queda viendo a Prócoro Quironio…
Y éste se acercó diciendo:
– Aquí estoy. ¡Oh, radiante hijo de Apolo! Me sentía mal, pero tú canto me ha restablecido.
– Te voy a mandar a la Acaya. Tú sabrás hasta el último sestercio, cuanto hay en cada templo.
– ¡Mándame, divinidad! ¡Y los dioses te pagarán un tributo superior a cuanto hayas tenido hasta ahora!
– Bien quisiera. Pero no quisiera privarte de presenciar los próximos Juegos.
– ¡Oh!…-suspiró Prócoro
Los augustanos rieron y exclamaron:
– No señor.
– No prives a este valiente griego de admirar los juegos.
El griego suplicó:
– ¡Oh, hijo de Apolo! Estoy escribiendo un himno en tu honor y desearía pasar unos días en el Templo de las Musas, para implorarles su inspiración.
Nerón exclamó muy divertido:
– ¡Oh, no! Lo que quieres es escapar de los Juegos y no lo conseguirás.
– ¡Te juro, señor, que estoy escribiendo un himno! –dijo Prócoro angustiado.
– Entonces lo escribirás cuando puedas. Pide inspiración a Diana, después de todo, es hermana de Apolo.
Prócoro bajó la cabeza y miró con aire rencoroso a los presentes, que volvieron a reírse.
El César comentó:
– ¿Sabéis que de los cristianos destinados para el día de hoy, apenas se dispuso de la mitad?
Haloto, gran conocedor de todo lo referente al Anfiteatro, meditó un momento y dijo:
– Los espectáculos que se presentan sin armas y sin arte, duran más y son menos entretenidos.
– Ordenaré entonces que les den armas. –contestó Nerón.
Tigelino dijo:
– Eso podría provocar disturbios y al reprimirlos, te acusarán de que eres muy cruel.
– Los actos de un hombre pueden ser crueles, a pesar de que él mismo no sea cruel.
Haloto interviene rápido:
– ¡Oh, divinidad! Si esto va a prolongarse y para evitar disturbios, sería conveniente llevar a los cristianos a los tribunales.
Con el edicto que has decretado, por el hecho de confesarse cristianos, de negarse a sacrificar los dioses o a tu altar divino César, podrán ser sentenciados sumariamente.
Si se retractan de su Dios y su religión y aceptan sacrificar a nuestros dioses, otórgales tu perdón.
Y así ya nadie podrá acusarte de crueldad o de que no eres generoso.
Nerón se queda pensativo unos momentos…
Y luego, con su rostro iluminado con una gran sonrisa, dice:
– ¡Estupenda idea! Encárgate de trasmitirla al senado. Te firmaré el ordenamiento de esa nueva ley.
Tigelino muestra en su rostro una sonrisa de triunfo y mira a Petronio con maligna crueldad…
Antes de clavar la puntilla contra su enemigo mortal, en esta noche gloriosa…
Y dice al emperador:
– De esta manera, los nuevos cristianos que sean arrestados, aunque sean de familias patricias, podrán ser condenados por crimen de lesa majestad.
Nerón no puede ocultar su felicidad al declarar:
– Y todos los cristianos serán exterminados junto con su perniciosa religión, que está llena de criminales. –al ver su plan completamente redondeado con una nueva forma de lavarse las manos y poder desentenderse de tan enojoso asunto.
Sabedor del carácter cruel y sanguinario de Haloto, agregó:
– A partir de hoy, tú te encargarás del exterminio de los cristianos y de la aplicación de las leyes contra ellos.
Petronio y Marco Aurelio se miran fugazmente.
HERMANO EN CRISTO JESUS: