76.- EL RECURSO DEFINITIVO26 min read

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Las prisiones han quedado considerablemente vacías.

El pueblo está harto de sangre y empieza a manifestar cansancio y una alarma creciente, por los sucesos extraordinarios que envuelven la muerte de los condenados.

También temen a la venganza del Dios de los cristianos y al tifus que de las prisiones se ha extendido por la ciudad, pues cada día perecen más personas y todos están inquietos.

Y se preguntan si será necesario hacer sacrificios expiatorios para apaciguar al Dios Desconocido…

Porque si la ciudad fue incendiada por orden del César, a los cristianos se les ha estado castigando injustamente.

Pero por esa misma razón, el César y sus secuaces deciden ser más implacables en la Persecución y para calmar a la gente, ordenan nuevas distribuciones de trigo, aceitunas y vino.

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El emperador en persona, asiste a las sesiones del Senado, para promover el bienestar del pueblo y de la ciudad.

Pero hacia los cristianos NO HAY ni siquiera una sombra de clemencia.

El Amo del Mundo se ha propuesto fortalecer la convicción de que tan implacables castigos sólo pueden haberse aplicado, a los verdaderos culpables del incendio; porque tienen una religión criminal.

En el Senado NO se escucha ninguna voz en favor de los cristianos, porque comprenden que es inútil y nadie quiere ofender al César.

Los muertos son entregados a los parientes, pues las leyes romanas no incluyen en su venganza a los cadáveres.

Marco Aurelio siente un triste consuelo al pensar en que si Alexandra muere, él podrá sepultarla en la tumba de su familia y descansará a su lado.

Lo único que desea es encontrar los medios que le permitan verla, pues ya no abriga la menor esperanza de salvarla.

Entonces recuerda que David entraba y salía de la cárcel Mamertina como fosor. Y decidió hace lo mismo que él.

El encargado de las fosas pútridas fue sobornado y le admitió entre los esclavos a quienes mandaba a buscar cadáveres.

Es poco probable que le reconozcan, pues lo protegen las sombras de la noche, su vestimenta de esclavo y hay poca luz dentro de la prisión

¿Quién se imaginaría que un patricio, nieto de un senador e hijo de un cónsul, pueda andar revuelto entre los esclavos, conduciendo cadáveres y expuesto a los miasmas de los calabozos y las fosas pútridas?

Y empezó para el tribuno una faena a la cual solo se ven obligados algunos hombres… ya sea por su esclavitud o por su pobreza extrema.

Por la noche se vistió con alegría su traje de sepulturero. Se cubrió la cabeza con un paño empapado en trementina.

Y con el corazón palpitante de ansiedad de dirigió junto con los demás, al Esquilino.

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La guardia pretoriana revisó sus pases a la luz de la linterna.

Y los dejaron pasar.

Después de atravesar las enormes puertas de hierro…

Marco Aurelio se encontró en un amplio sótano abovedado, al cual siguen muchos más…

Unos cirios que dan muy poca luz, alumbran el interior de cada uno.

Algunos presos duermen pegados junto a las murallas.

Otros están sentados en el suelo, con los codos apoyados sobre las rodillas, orando o meditando.

Algunas madres acunan a sus hijos dormidos, otros beben agua de pequeñas ánforas.

En los ángulos, hay enfermos que son atendidos por los más sanos.

El pensar que Alexandra está en medio de tanta miseria y sufrimiento, le oprimió el corazón…

Y aumenta su deseo de encontrarla pronto.

En ese momento oye al encargado de las fosas pútridas…

Que dice:

–          ¿Cuántos cadáveres tenéis hoy?

El encargado de la prisión contestó:

–           Como una docena. Pero habrá más antes del amanecer, pues algunos están agonizando junto a las murallas.

Se escuchan entonces las voces de dos carceleros:

–           Estoy harto de custodiar a estos perros.

–           Mi trabajo no es mejor que el tuyo.

Y se queja de que algunas mujeres no se quieren separar de sus hijos muertos y han  tratado de ocultarlos.

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Este diálogo le recordó a Marco Aurelio la urgencia de encontrar a Alexandra.

Los sótanos están comunicados por pasadizos hechos recientemente…

Y los fosores solo pueden pasar cuando hay muertos que transportar.

Al tribuno se le encoge el corazón al pensar que puede perder el privilegio tan penosamente alcanzado…

Pero felizmente su jefe vino en su auxilio:

–           La infección se propaga más por medio de los cadáveres.

Es necesario sacar los muertos inmediatamente si no queréis morir junto con los presos.

El Decurión responde:

–           Somos solo diez guardias para todos los sótanos y es necesario que durmamos.

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–           Dejaré aquí cinco de mis hombres, quienes recorrerán los sótanos durante la noche, para que recojan a todos los que vayan muriendo.

–           Si haces eso, beberemos juntos mañana.

Sólo que es necesario someter todo cadáver a la prueba:

Hemos recibido la orden de atravesarles el cuello, antes de mandarlos a las fosas pútridas. El centurión encargado, supervisa.

–           Muy bien. Entonces mañana beberemos juntos.

Y enseguida escoge cinco hombres, Marco Aurelio entre ellos.

Y les dice:

–           Ya oyeron. Antes de sacar el cadáver, le avisan al centurión de los pretorianos.

Y se lleva a los demás, para que saquen los cadáveres que ya están listos para ser retirados.

Marco Aurelio respira aliviado.

Ahora por lo menos está seguro de que podrá encontrarla.

Examinó cuidadosamente el primer sótano.

Vio a los que junto a las paredes duermen envueltos en sus mantos.

Y algunos enfermos graves que son velados con mucho amor…

Pero Alexandra no está aquí. Ni en el segundo. Ni en el tercero…

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Los guardianes instalados en los corredores también duermen.

El único sonido que se escucha es el murmullo de los que están despiertos y hablan en voz baja.

Marco Aurelio llega al cuarto sótano que parece ser el más pequeño y levantando la linterna, se estremece de alegría.

Porque cerca de una abertura enrejada que hay en la muralla, le pareció ver la gigantesca silueta de Bernabé…

Se acerca con cuidado y le dice:

–           La paz sea contigo. ¿Eres tú, Bernabé?

El gigante se sorprende…

Volviendo la cabeza, pregunta:

–           Y también contigo. ¿Quién eres?

Marco Aurelio a su vez, cuestiona:

–           ¿No me conoces, hermano mío?

–           ¿Cómo quieres que lo haga, si apenas te veo?

Pero Marco Aurelio ve a Alexandra recostada cerca de la pared y envuelta en un manto.

Y sin decir nada más, se arrodilla junto a ella.

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Entonces Bernabé lo reconoció…

–          ¡Alabado sea Jesucristo! Eres tú…

Marco Aurelio contesta con voz trémula:

– Eternamente lo sea…

Marco Aurelio la contempla por un laguísimo momento…

Y las lágrimas se deslizan por sus pálidas mejillas.

A pesar de la oscuridad distingue su rostro, iluminado por la luz de la luna que se filtra a través de la pequeña abertura.

La ve tan pálida, que parece de alabastro.

Su amor se desborda, pero no se atreve a tocarla.

Siente tanta piedad, respeto, adoración…

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Que sin poder contenerse, inclina su cara hasta el suelo…

Y luego acerca sus labios a  la cabeza de la que para él, es lo más amado en el mundo.

Bernabé contempla largo tiempo al tribuno en silencio…

Y finalmente tirando de su túnica.

Le preguntó:

–           ¿Vienes a salvarla?

El joven militar se levanta.

Y controlando sus emociones dijo al fin:

–           Indícame los medios.

–           Creí que tú los habías encontrado. Solamente uno me ha venido a la cabeza.

Y al decir esto mira el enrejado que hay en la muralla, en la abertura por la cual le vio Marco Aurelio.

Y agregó:

–           Por allí. Pero habrá soldados afuera…

–           Un centenar de pretorianos.

–           ¿Entonces no podríamos pasar?

–           ¡NO!

El Parto se llevó la mano a la frente con desaliento…

Y preguntó:

–           ¿Cómo llegaste hasta aquí?

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–           Tengo un pase de entrada como fosor de las fosas pútridas…

Se para en seco.

Una idea como un relámpago ilumina su semblante…

Y dice con precipitación:

–           ¡Ya sé!… Me quedo en su lugar. Que ella tome mi pase. Puedo darle mi traje.

Entre los esclavos hay muchachos jóvenes. Los pretorianos no se fijarían en el cambio.

Y una vez que ella se encuentre en la casa de Petronio, ella estará a salvo.

Pero Bernabé NO comparte su entusiasmo…

Deja caer la cabeza sobre el pecho.

Y dice con consternación:

–           Ella no consentirá, porque te ama. Y además está enferma e imposibilitada para levantarse.

Si ni tú, ni el noble Petronio habéis podido sacarla de la prisión. ¿Quién podría?

–           Solamente Dios.

–           Cristo hubiera podido salvar a todos los cristianos.

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Y el parto con sencillez, agregó:

–            Pero si NO lo ha hecho y seguimos aquí… Es porque ha llegado la hora del Martirio y de la Muerte.

Marco Aurelio se arrodilla nuevamente junto a su joven esposa.

Alexandra abre los ojos y pone su mano ardiente por la fiebre, en el brazo de él.

Mientras le dice con infinita ternura:

–           Te veo, Marco Aurelio. Sabía que vendrías.

El tomó su mano y llevándola a los labios, murmuró:

–           He venido… ¡Alexandra adorada! –y no dijo más porque siente su corazón acongojado…

Y NO quiere aumentarle sus penas.

–           Marco, estoy enferma y voy a morir. En la cárcel o en la arena…  ¡He orado tanto al Señor, pidiéndole que me dejara verte por última vez!…

¡Y has venido, amor mío!… Jesús escuchó mi plegaria.

Marco Aurelio fue incapaz de contestarle y solo estrechó a la joven contra su corazón…

Ella continuó:

–           Yo te vi a través de la ventana del Tullianum. ¡Y supe que sentías lo mismo que yo!

Porque estamos unidos en el mismo anhelo.

¡Bendito sea Dios que nos ha permitido despedirnos!…

Me voy con Él, al Cielo Marco. Pero te amo y te amaré eternamente.

El tribuno consiguió dominarse.

Ahogó heroicamente su inmenso dolor y lo entregó a Jesús.

Inmediatamente sintió la Paz que le ayudó a hablar con serenidad…

Y firmeza:

–           ¡No, Alexandra mía! ¡Tú no morirás!

Jesús me preguntó que si confiaba en Él… Y yo confío en Él. Yo tengo Fe y le estoy pidiendo a Dios un milagro.

Ya agoté todos los recursos humanos. Y es Nerón el que te mantiene aquí.

Pero yo creo que nuestro Dios es Todopoderoso y el poder del emperador, es polvo junto a Él.

¡Si tú supieras las cosas que hemos visto últimamente!…

Alexandra lo interrumpió:

–          ¡Oh, Marco! El mismo Cristo le dijo al Padre:Aparta de mis labios este amarguísimo cáliz, pero NO se haga mi voluntad, sino la tuya…’

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Y lo apuró. Cristo murió en la Cruz y millares de confesores están muriendo ahora por Él

¿Por qué tendría que exceptuarme a mí? ¿Quién soy yo, Marco?

Al propio Pedro le he oído decir que él también morirá martirizado…

Y cuando pedimos el Bautismo, sabemos que estamos pidiendo el Martirio.

Cuando los pretorianos nos arrestaron, tuve miedo a la tortura y a la muerte. Pero ya NO les temo. Mira qué terrible prisión es ésta. También es dulce sufrir por Jesús.

El Dolor es temporal, pero yo voy al Cielo. Piensa que aunque el César reina aquí y es malo y cruel con nosotros; allá Reina el Redentor Bueno y Misericordioso. Allá NO hay sufrimiento, ni tortura, ni muerte.

Tú me amas como yo te amo. Piensa cuán feliz voy a ser, ¡Oh, mi adorado Marco!

En la Casa de nuestro Padre, en donde yo te estaré esperando. Piensa que allá estaremos juntos y felices por toda la Eternidad.

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Se detiene para tomar aliento y tomando en sus manos el rostro de él, le besa dulcemente en los labios.

Y en aquellas manos varoniles tan fuertes…

Y ¡Tan amadas!…

Suspira profundamente y dice:

–           ¿Marco Aurelio?

–           Dime, amor mío…

–           No llores por mí. Ten esto presente: esto NO se acaba aquí. Es muy poco el tiempo que hemos vivido y NI siquiera hemos podido hacerlo juntos. Pero Dios nos unió.

Aunque NO hemos consumado nuestro matrimonio, somos una sola alma. Y le diré a Jesús que aún cuando mi muerte te causó mucho dolor, tú NO blasfemaste contra Él, NI te alejaste de Él.

Veré con alegría que tú acataste su Voluntad y seguiste amándolo cada día más. Porque nos uniremos con Él en la eternidad… y Él me dejará venir por ti… Porque le amarás ¿No es así?

Y sufrirás con paciencia mi ausencia. ¡Te amo tanto y  deseo estar contigo en el Cielo! –le faltó de nuevo el aliento y luego dijo en voz baja- ¡Prométeme esto, Marco!

Marco Aurelio la abrazó temblando…

Y llorando silenciosamente.

Luego dijo con voz clara y firme:

–           ¡Claro que te lo prometo, amor mío!

El rostro de Alexandra se volvió radiante…

Y murmuró con deleite, en su voz vibrante de felicidad:

–           ¡Soy tu esposa!

Y los dos al mismo tiempo, empezaron a orar el ‘Pater Noster’…

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Por espacio de tres noches, nada turbó la paz de los amantes esposos.

Cuando terminaba la faena diaria de la cárcel, la cual consistía en separar a los enfermos graves…

Marco aurelio oraba por ellos y los confortaba.

Y una vez que los guardias se iban a dormir en los corredores, el joven tribuno entraba en el sótano de Alexandra y  permanecía con ella hasta rayar el alba.

Ella apoyaba su cabeza en el pecho de Marco Aurelio y ambos hablaban en voz baja: del amor y de la muerte.

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Él le contó los prodigios que hizo el Señor en las mazmorras de Calígula, la noche del banquete truncado.

La valentía de Margarita y su martirio…

También lo sucedido con Prócoro en los jardines imperiales: su acusación al César y su martirio.

En pensamientos y palabras. En deseos y esperanzas…

Sin darse cuenta ellos mismos, se fueron desprendiendo más y más de la Existencia.

Y parecían dos navegantes que partían en un viaje hacia el infinito, pues sus almas gemelas se unieron en tal forma tan íntima y espiritualmente, por aquel amor recíproco que se tenían a través de Dios…

Hasta que ese amor humano divinizado, maduró y se convirtió e un amor perfecto.

Tan fuerte y tan grande, que los llena de plenitud y de una dicha incomparable.

Y los dejó listos para emprender el vuelo hacia lo eterno…

Solo por momentos hay en el corazón de Marco Aurelio oleadas de Dolor que lo sumergen como torbellinos…

Pero ora y los entrega a Jesús.

Y enseguida vuelve aquella Paz inalterable…

También hay relámpagos de esperanza que le hacen vislumbrar aquel milagro tan anhelado…

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Llamaradas de confianza nacidas de su amor y de su Fe en el Dios Crucificado.

Sus almas se han desprendido de las vanidades del mundo y de todo lo terrenal…

Y aceptan apaciblemente la Voluntad de Dios, en todo lo que el destino les tenga reservado.

En la mañana, cuando sale de la prisión y regresa a la casa de Petronio, le parece estar soñando…

Todo se ha vuelto tan extraño y distante, que es como si él mismo ya no perteneciese a este Mundo.

La tortura ha dejado de ser terrible…

Su espíritu se ha fortalecido. Y ahora comprende por qué los mártires soportan todo con ese heroísmo extraordinario.

Él mismo siente esa fortaleza y la alegría de tener a Dios consigo…

Pablo les envía la Eucaristía.

¡Cómo anhelan los cristianos esa Sagrada Comunión!

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En ella está el secreto de su heroísmo…

Y en Marco Aurelio le ayuda a llevar su martirio moral y espiritual, con más entereza cada día.

Todas las prioridades de su vida han cambiado.

A los dos amantes esposos, les parece que la eternidad ha comenzado a recibirlos.

Bajo el imperio del terror y de la muerte. En medio de la amargura y del sufrimiento.

En el fondo de aquel sombrío calabozo, se ha abierto el Cielo para ambos; pues ella ha tomado a su esposo de la mano y le ha llevado como un ángel salvador, hacia la Fuente de la Vida.

Aprendió, con la sabiduría y los dones del Espíritu Santo, a conocer y a amar a Dios como jamás lo creyó posible.

Y su Fe y su amor crecieron en una forma impresionante.

Al ser sostenidos solamente POR EL PODER DE DIOS.

Y ambos dicen con Adoración: «HÁGASE TU VOLUNTAD» con un ímpetu nacido desde lo más profundo de su corazón…
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En el crisol de esta prueba tan dolorosísima, ahora ambos anhelan ardientemente el Cielo.

Por su parte, Petronio ha observado que su sobrino pasa las noches fuera de casa.

Y pensó que tal vez ha ideado un nuevo plan para liberar a Alexandra, de la cárcel del Esquilino.

Pero se abstiene de preguntarle por temor de arruinarle sus proyectos.

Aunque no logra adivinar como podría ser esto posible.

Porque este escéptico de tan exquisito buen gusto, con los últimos acontecimientos ya no sabe qué pensar…

Su fracaso en el intento de liberar a la joven de la prisión Mamertina, le quitó seguridad en sí mismo y en su buena estrella.

Duda mucho de que tengan éxito las nuevas tentativas de Marco Aurelio.

La prisión del Esquilino no es tan terrible como el viejo Tullianum, cercano al capitolio.

Pero está cien veces mejor custodiada.

Petronio comprende que Alexandra ha sido conducida allí, sólo para que no muera y escape del Anfiteatro.

Petronio piensa con una gran preocupación:

–           Es evidente que tanto el César como Tigelino, la han reservado para un espectáculo especial, más horrendo que los anteriores.

Y Marco Aurelio tiene ahora más probabilidades de perderse a él mismo en su nuevo proyecto, que de salvar a Alexandra.

Y al mismo tiempo, este gran augustano está estupefacto, porque nota ahora en el semblante de su sobrino, una Paz y una Alegría que NO había tenido nunca.

Piensa que tal vez verdaderamente el tribuno ha encontrado el medio para rescatar a su esposa.

Y se siente mortificado de que el joven no le haya confiado nada.

Al cuarto día, incapaz de contenerse por más tiempo,

le dijo:

–           Ahora tienes otro aspecto. No trates de ocultarme tus secretos pues bien sabes que tengo voluntad y medios para apoyarte. ¿Has dispuesto algo?

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Marco lo mira con una expresión indefinible..

Y luego declara:

–           Sí. Pero tú no puedes ayudarme. Después de que ella muera, confesaré públicamente que soy cristiano y me reuniré con ella.

–           ¿Entonces ya no abrigas ninguna esperanza?

–           Por el contrario. Las abrigo todas. Cristo nos unirá eternamente y ya no volveremos a separarnos jamás.

Petronio empezó a pasearse por el atrium.

Y en su semblante se reflejan la desilusión y la impaciencia…

Finalmente dijo:

–           Tu Cristo no hace falta para eso. El Thanatos (La muerte) nuestro, te puede prestar el mismo servicio.

Marco Aurelio sonrió con cierta tristeza…

Y con resignada fortaleza, dijo:

–           No querido mío. Tú no puedes comprender… Si alguna vez te decidieras a ser cristiano, entonces tal vez…

Pero ahora…  Ni puedo explicártelo, ni tú podrías entenderlo. Perdóname, necesito ir a ver a Alexandra.

Y salió.

Dejando a Petronio más confundido que nunca.

Se dirigió apresuradamente a recoger su pase.

Pero lo esperaba una contrariedad.

El encargado se lo negó, diciendo:

–           Lo siento. He hecho por ti cuanto me ha sido posible, pero ya no puedo seguir arriesgando mi vida.

Han reforzado la guardia con oficiales. Los calabozos están llenos de soldados. Si llegan a reconocerte, mis hijos y yo estamos perdidos.

Marco Aurelio comprende que es inútil insistir.

No obstante abriga la esperanza de que los soldados que antes le han visto entrar, le admitan sin presentar el pase. Llegada la noche se disfrazó como de costumbre y fue a la prisión.

Pero aquel día los pases fueron examinados con mayor cuidado.

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Y lo peor…

Julio Vindex, soldado muy estricto y que pertenecía a la guardia personal del César, lo reconoció…

Pero se movió a compasión por el infortunio del augustano.

Y en lugar de golpear con su lanza el escudo, para dar la alarma.

Condujo aparte al tribuno y le dijo:

–           Señor, regresa a tu casa. Sé quién eres y no quiero tu ruina, por eso guardaré silencio.

No puedo dejarte pasar. Regresa por donde has venido y quieran los dioses suavizar tu dolor.

Y Marco Aurelio emprendió el regreso con un nuevo dolor en el corazón…

Al día siguiente el cónsul Lucio Calpurnio Víndex, junto con el senador Flavio Escevino, visitaron a Petronio.

El cónsul estuvo conversando con él, acerca de los aciagos tiempos que están viviendo y del César.

Vindex se expresó con tan abierta franqueza, que Petronio se mostró cauteloso y prudente, aún cuando lo considera un buen amigo.

Éste se quejó de estar llevando una existencia llena de locura e injusticia.

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Teme que todo aquello termine en una tragedia peor que el Incendio de Roma, ya que los mismos augustanos están descontentos y asustados con todo lo que ha sucedido, con el asunto de los cristianos.

Que Vinicio, el Segundo Prefecto de los Pretorianos, no está de acuerdo con las infames órdenes de Tigelino.

Y que todos los parientes de Séneca están muy consternados por la conducta del César con su antiguo maestro, así como con el mismo Lucano.

Finalmente aludió al descontento que hay entre el pueblo y aún entre los mismos pretorianos, cuya lealtad en su mayoría, se está ganando el mismo Vinicio.

Petronio le preguntó:

–           ¿Por qué me estás diciendo todo esto?

Calpurnio contestó:

–           En interés del César. Tengo un sobrino entre los pretorianos que también se llama como yo y por él, sé lo que pasa en el campamento.

El disgusto aumenta también allí. Calígula enloqueció y tú sabes lo que le pasó con Casio Queroneo. Él fue el que liberó al mundo de un monstruo.

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–           ¿Lo que estás tratando de decirme es que aunque  no apruebas a Casio Queroneo, necesitamos más hombres como él?

En lugar de contestar, Calpurnio cambió el tema y empezó a elogiar a Pisón.

Exaltando su familia, su nobleza de espíritu, todas las cualidades de su carácter, su intelecto, su ecuanimidad y su simpatía.

Y agregó:

–           El César no tiene descendencia y todos creen que Pisón será su sucesor y además, le miran con agrado. Fenio Rufo, le ama. Hay muchos que le son adictos y morirían por él. Puedo proporcionarte todos los nombres.

–           No es conveniente que lo hagas.

–           Muchos simpatizan con los cristianos y están en contra de la Persecución que se les hace a esos infortunados.

Esto debiera ser para ti una cualidad que te predispusiera en su favor, pues a ti también te importa que se acabe esta locura.

–           No a mí, sino a Marco Aurelio.

Por consideración a él, quisiera yo salvar a cierta doncella.

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Pero no puedo, pues ya he perdido el favor de Enobarbo.

Calpurnio se extrañó:

–           ¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no has notado que el César te busca nuevamente y empieza a conversar contigo otra vez?

Petronio respondió:

–            Te diré por qué. Se está preparando para la expedición a Acaya, donde piensa cantar en griego sus himnos.

El senador:

–           Arde en deseos de emprender el viaje, pero en realidad les teme a los griegos.

Calpurnio:

–           Piensa que allá le espera el más grande triunfo o el peor de los fracasos.

El senador Escevino exclamó:

–        ¡Por supuesto! Necesita un buen consejo y él sabe que nadie puede dárselo mejor que tú.

–        Eres su director artístico. Esa es la razón por la que estás empezando a recuperar su favor.

Petronio replicó sereno:

–           Lucano podría ocupar mi lugar.

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Los dos opinaron:

–           Barba de Bronce aborrece a Lucano. Está lleno de envidia hacia él.

–           En lo íntimo de su ser ya tiene decretada su sentencia de muerte.

Y Calpurnio agregó:

–           El poeta ya está condenado, solo está buscando el pretexto.

Petronio se defendió:

–           ¡Por Zeus! Es muy posible que yo pudiera tener otro medio para recuperar pronto su favor.

–           ¿Cuál?

–           Repitiendo a Barba de Bronce todo cuanto acabas de decirme.

Calpurnio palideció y exclamó alarmado:

–           ¡Yo no he dicho nada!

Petronio puso una mano en el hombro del cónsul,

Y dijo:

–           Tú has llamado loco al César. Has previsto la sucesión de Pisón y has dicho: ‘Lucano comprende la necesidad de apresurar las cosas’ ¿Qué cosas quieres tú apresurar, caro amigo?

Calpurnio se puso todavía más pálido…

Y por un instante los dos se miraron a los ojos.

Luego exclamó:

–           ¡Tú no lo repetirás!

–           ¡Por Zeus! No lo repetiré, es verdad. ¡Qué bien me conoces!

No puedo repetir lo que no he oído y por otra parte ¡Tampoco quiero oír! ¿Me entiendes?

La vida es demasiado corta para que en ella encuentre tiempo, para iniciar empresa alguna que valga la pena.

Lo único que te pido es que saliendo de aquí visites a Tigelino y converses con él un tiempo igual al que has utilizado para hablar conmigo, acerca del tema que mejor  te plazca.

–           ¿Por qué?

–           Si alguna vez Tigelino me llega a decir: ‘Calpurnio estuvo contigo’

Yo quiero poder contestarle, ‘También estuvo contigo ese mismo día.’

Calpurnio al escuchar estas palabras, rompió su bastón de marfil que traía en la mano.

Comprendió la sabiduría y la astucia que encerraban…

Y dijo:

–           ¡Reniego de ese bastón! Iré a ver a Tigelino hoy mismo y después iré a la fiesta del César. Supongo que también irás tú…

Petronio lo miró sin contestar.

Y el otro se despidió:

–            En todo caso, adiós.

Escevino se despidió diciendo:

–         Volveremos a vernos hasta que nos encontremos en el Anfiteatro.

Y Calpurnio:

–          En donde se presentarán pasado mañana, los últimos cristianos. ¡Hasta entonces!

Los dos distinguidos visitantes se fueron muy apresurados.

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Cuando Petronio se quedó solo…

Se repitió en voz alta:

–           ¡Pasado mañana!… ¡No hay tiempo que perder!

Y decidió intentar el último recurso…

En el Banquete, el César habló con Petronio de Acaya y de las ciudades que visitarán en su gira artística.

Los que le preocupan más son los atenienses…

Y Petronio se dio cuenta de que les teme.

Nerón tiene un verdadero pánico escénico y dijo:

–           Creo que no he vivido hasta ahora y me imagino que voy a nacer solamente en Grecia.

Petronio le contestó:

–           Allá vas a nacer a una nueva gloria y a la inmortalidad.

–           Confío en que esto sea cierto y que Apolo no se muestre envidioso. Si de allí regreso triunfante, le he de ofrecer una hecatombe, como antes no la haya tenido ningún otro Dios.

El barco ya está listo en Nápoles. Quisiera partir mañana mismo, si fuera posible.

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Al oír esto, Petronio se levantó. Y mirando fijamente a Nerón,

Dijo:

–           ¡Oh, divinidad! Permíteme celebrar entonces una fiesta nupcial, a la que te he de invitar a ti, antes que a todos los demás.

–           ¿Una fiesta nupcial? ¿Qué fiesta nupcial?

–           La de mi sobrino Marco Aurelio con aquel rehén tuyo: la hija del rey Artabán. Ella está actualmente en una prisión pero por su calidad de rehén, no puede estar sujeta a encarcelamiento.

Además, tú mismo dispusiste que Marco Aurelio se uniese a ella en matrimonio y siendo tus sentencias inmutables como las de Zeus, tú has de ordenar que salga de la prisión y yo la entregaré a tu elegido.

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La sangre fría y la tranquila seguridad en sí mismo, con que Petronio habló, dejó perplejo a Nerón.

Y bajando los ojos dijo:

–           Ya sé. He pensado en ella y en aquel gigante que mató a Atlante.

Petronio contestó con firme tranquilidad:

–           En ese caso ambos están salvados.

Pero Tigelino intervino rápidamente en ayuda del César diciendo:

–           Ella está en prisión por voluntad del César. Y tú mismo has dicho ¡Oh, Petronio! Que sus sentencias son inmutables.

Todos los presentes conocen la historia de Marco Aurelio y de Alexandra. Y saben exactamente de qué se trata.

Así pues, se hizo un profundo silencio, esperando el resultado final de esta conversación.

Petronio replicó enfático:

–           Ella está en una prisión contra la voluntad del César y a causa de un error tuyo, nacido de tu ignorancia de la Ley de las Naciones.

Tú eres un necio, Tigelino. Pero aún así, no serás tan tonto como para afirmar que ella incendió a Roma. Esa acusación nadie te la aceptará.

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Pero Nerón ya se recuperó de la sorpresa.

Y entrecerrando sus ojos miopes con una cruel malicia, dijo:

–           Petronio tiene razón.

Tigelino lo miró sorprendido…

–           Petronio tiene razón. – repitió.

Y agregó sentenciando:

–          Mañana serán abiertas para esa joven, las puertas de la prisión.

Y en cuanto a la fiesta nupcial, hablaremos de ella al día siguiente de nuestra fiesta en el Anfiteatro.

Petronio suspiró…

Y pensó:

–           He perdido nuevamente.

Y al llegar a su casa se sintió tan deprimido y tan seguro de que ya llegó el fin para Alexandra…

Que mandó al Anfiteatro a uno de sus libertos, para negociar con el jefe del spolarium, la entrega del cadáver de la joven.

Para poder después entregárselo a Marco Aurelio…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONÓCELA

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