159.- UNA FE ABSOLUTA10 min read

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Antes de que el crepúsculo del ocaso, ilumine con sus luces maravillosas…  En el jardín de la casa de Lázaro; cuando el médico griego se ha ido…

Martha dice:

–                       ¿Qué hacemos María?

Magdalena responde:

–                       Obedezcamos al Maestro. Él nos dijo que lo mandásemos llamar después de la muerte y así lo haremos…

–                       Pero una vez que haya muerto, ¿De qué sirve tener aquí al  Maestro? Para nuestro corazón será un consuelo, ¡Pero para Lázaro!… Voy a enviar a un siervo a decirle que venga.

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María replica decidida:

–                       ¡No!…  Echarías a perder el milagro…  Él ordenó que supiésemos esperar y creer contra todo lo imposible. Y si lo hacemos así, veremos el milagro. Estoy segura…  Si no lo hacemos, Dios nos dejará con nuestra presunción, porque queremos hacer las cosas mejor que Él y no nos concederá nada.

Martha llora desesperada:

–                       ¿Pero no estás viendo cuanto sufre Lázaro? ¡No tienes corazón!…

–                       ¡Cállate!  -María la sujeta con fuerza y la sacude-  Lo amo y sé dominarme mejor que tú.  Mi corazón se despedaza, pero obedece…

–                       Nuestra madre antes de morir, me hizo prometerle que yo sería para Lázaro, una madre. Si ella estuviese aquí…

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–                       Obedecería al Maestro, porque fue una mujer buena.  Es inútil que trates de conmoverme. Dime claramente si quieres que fui yo quien mató a mi madre, por las aflicciones que le causé. Y te responderé: ‘Tienes razón’ Pero si quieres que te diga que está bien, que mandes llamar al Maestro, te respondo: ¡No! Y siempre te diré: ‘No’ Tú escuchas al maestro y pareces muy atenta mientras habla. Y luego te olvidas de lo que dijo…

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¿No ha afirmado siempre que amar y obedecer, nos hace hijos de Dios y herederos de su Reino? ¡Oh! En realidad es necesario ser absolutos como lo fui yo también en el mal, para poder saber y querer ser absolutos en el bien; en la obediencia, en la esperanza, en la Fe, en el amor…

–                       Pero permites que los judíos se burlen y hagan insinuaciones sobre el Maestro. El otro día los oíste…

–                       ¡Oh! ¿Todavía estás acordándote del revoloteo de esos buitres? Déjalos que escupan lo que traen dentro. ¡Qué te importa el Mundo!…  ¿Qué es este mundo en comparación a Dios?

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–                       Por lo menos hagámoslo saber al Maestro. Mandémosle decir que está agonizando sin agregar más…

–                       Como si Él tuviese necesidad de que se lo digamos. Él dijo: ‘Cuando haya muerto, hacédmelo saber’ ¡Y así lo haremos! No antes.

Martha llora desconsolada:

–                       Nadie se compadece de mi dolor. Y tú menos que nadie…

María grita:

–                       ¡Martha, no me chantajees!…  Deja de lagrimear así. No lo puedo soportar.

En su angustia se muerde los labios-  ¡Vamos a la casa!

En eso llegan los criados. Lázaro ha tenido otra crisis. Y corren hacia dentro…

Martha se retrasa y ordena a un criado:

–                       Ven conmigo.

El siervo la sigue al emparrado de los jazmines. Ella le habla segura y le da instrucciones precisas.

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Finaliza diciendo:

–                       Trata de hablar con Él. Solo con Él. Dile que tus patronas te mandan a decirle que Lázaro está muy enfermo. Que está por morir y que no resistimos más. Que venga inmediatamente por piedad,  ¿Has entendido bien?

–                       Sí, patrona.

–                       Después regresa pronto para que nadie note tu ausencia. Lleva una lámpara contigo para la oscuridad. Ve, corre, galopa, mata el caballo, pero regresa pronto con la respuesta del Maestro.

–                       Así lo haré, patrona.

El siervo se va y Martha entra en la habitación de Lázaro. Éste está en coma y próximo a la muerte. El agonizante tiene reflejos sin coordinación, independientes de la voluntad y la inteligencia que provienen del sufrimiento del cuerpo, del que mana sudor y temblores que sacuden los miembros esqueléticos y hacen que se contraiga. Y así llega la noche…

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Martha tiene las manos sobre el pecho. Levanta sus ojos con un gesto mudo, llenos de súplica y de confianza. Una sonrisa ilumina su cara. Los demás la miran sorprendidos…

María le dice:

–                       No veo porqué ahora que ya casi anocheció, debas estar contenta…

Y la mira detenidamente, con sospecha…

Martha no responde y sigue con la misma actitud.

Nicomedes entra a examinar al enfermo…

Cuando termina de hacerlo, dictamina:

–                       No puede negarse que no haya recobrado vigor. Está mejor que la última vez que lo vi. Pero no os hagáis ilusiones. No es más que la mejoría ficticia de la muerte. Estoy seguro de ello, como lo estaba antes. He regresado para hacérsela menos penosa. Y para ver el milagro… ¿Habéis hecho lo que os dije?

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Martha dice apresurada:

–                       Sí. Sí, Nicomedes.

Entonces Lázaro habla con voz imperiosa:

–                       ¡Martha! ¡María! ¿Dónde estáis?  Quiero levantarme. Vestirme. Decir al Maestro que estoy curado. ¡Debo ir a donde está el Maestro, a decirle que estoy curado! Un carro… ¡Pronto! Denme un caballo veloz…

Lázaro está sentado en el lecho, encendido de fiebre y trata de bajarse de la cama…

Maximino grita:

–                       ¡Está delirando!…

Lázaro continúa:

–                       “Vuestro perdón hará más que todo.” Él me lo prometió: ‘Ella será tu alegría’ y aquel día en que yo estaba enojado porque trajo hasta aquí su desfachatez, ¡Cerca del Santo!… ¡Qué palabras dijo para invitarla! La sabiduría y la caridad se unieron para mover su corazón… Además él vio que me ofrecía por ella, para su redención. ¡Quiero vivir para gozar junto con ella de su arrepentimiento! ¡Quiero con ella alabar al Señor!

Ríos de lágrimas, afrentas, amarguras. ¡Todo entró en Mí y me arrancó la vida por su causa!… ¡He ahí el fuego! Regresa con el recuerdo…  María de Teófilo y de Euqueria, mi hermana: la prostituta.

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Podía ser reina y se convirtió en fango que aún el cerdo pisotea. ¡Y mi madre que muere! Ya no poder ir más entre la gente sin tener que soportar sus burlas, ¡Por causa suya! ¿Dónde estás perversa? ¿Acaso te faltaba el pan, para venderte como lo hiciste? ¿Qué leche bebiste de la nodriza? ¿Lujuria?…  ¿Qué te enseñó la madre? ¿El pecado?…  ¡Largo! ¡Largo! ¡Deshonra de nuestra casa!…

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Lázaro parece un demente. Su voz es como un aullido desgarrador…

María, echada cual harapo en la tierra, llora ante la inexorable acusación del agonizante…

Que continúa implacable:

–                       Uno, dos, diez amantes. El oprobio de Israel pasaba de unos brazos a otros.  Su madre moría y ella se revolcaba gozosa en sus sucios amores. ¡Como una bestia!…

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¡Como un vampiro acabaste con la vida de tu madre! ¡Destruiste nuestra alegría! ¡Martha se ha sacrificado por ti! La hermana de una daifa no se casa. Yo… ¡Ah, yo! Lázaro, caballero hijo de Teófilo… ¡Los pilluelos de Ofel, me arrojaban sus salivazos!

“¡He ahí al cómplice de una adúltera y de una inmunda!” Me acusaban escribas y fariseos, sacudiéndose sus vestidos, para dar a entender que apartaban de sí el pecado, con el que yo estaba manchado a su contacto.

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“¡He ahí al pecador! ¡El que no castiga al culpable, se hace reo de su pecado!”  Me gritaban los rabinos cuando yo subía al Templo y sudaba bajo el fuego de las miradas de los sacerdotes… ¡El Fuego!

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 ¡Tú! Tú arrojabas el fuego que te consumía por dentro. ¡Porque eres un demonio, María! Porque eres una sucia. Eres anatema. Tu fuego prendía en todos porque era de muchos. Y había para los lujuriosos que parecían pescados atrapados en la red, cuando pasabas… ¿Por qué no te maté? En la Gehena arderé por haber dejado que destruyeses tantas familias y dieses tantos escándalos….

¿Quién fue el que enseñó?: “Ay de aquel por quien viene el escándalo” ¿Quién fue? ¡Ah!… ¡El Maestro! Quiero al maestro para que me perdone. Quiero decirle que no podía matarla porque la amaba… María era el sol de nuestro hogar. ¡No quiero vivir! Sino que me perdone, por dejar que viviera la escandalosa. Estoy ya en las llamas…

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¡Es el fuego de María! Me quema. En todos prendía… A unos para encender en ellos la lujuria. En otros el odio contra nuestra casa. Y en mí… ¡En mí para que mi cuerpo arda!… ¡Oh!

El Maestro no viene. Mi casa es un estercolero. Soy el más befado de todos. ¿Dónde está ella? ¡Ah! ¡Ahí está! La mujer de Israel. La hija de una santa, parece una hetaira pagana.

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Semidesnuda, ebria, necia… y a su alrededor… sobre el cuerpo desnudo de mi hermana, las miradas de sus amantes que sobre él se clavan… y ella ríe satisfecha al saberse admirada y deseada de tal forma.

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¡Oh! ¿Tienes el valor de presentarte ante mí, que muero deshonrado porque me has destruido? ¿Ante mí, que he ofrecido mi vida, como rescate de tu alma? Morir, sufrir no es nada. Con tal de que se salve, quiero morir diez, cien veces… ¡Oh, Altísimo Señor! ¡Morir todas las veces que quieras! ¡Soportar todos los dolores pero que se salve María!… Alegrarme con ella por una hora, ¡Pero que vuelva a ser pura!

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¡Limpia como era en su niñez! Gloriarme de ella, la flor de oro de mi casa. La airosa gacela de ojos suaves, el ruiseñor del anochecer, la amorosa paloma… ¡Quiero al Maestro para decirle que amo a María! ¡Ven María! ¡Tu hermano sufre mucho por ti! ¡Si te redimes, mi dolor se suaviza! ¡Oh! ¡Buscad a María! ¡Me muero! ¡Aire!… ¡Alumbrad!… ¡Me sofoco!…

El médico hace un gesto y dice:

–                       Es el fin. Después del delirio viene el sopor y luego la muerte.

María llorosa ha repetido varias veces:

–                       ¡Haced que se calle!…

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El agonizante sufre muchísimo. Tiene los ojos cerrados. Se contrae. Respira penosamente.

El tiempo pasa…

De repente Lázaro se contorsiona, se dobla, se suelta. Lanza el último respiro… Las hermanas gritan…

El médico dice:

–                       Ha muerto. Cuanto antes preparad el entierro, porque ya está descompuesto.

Cierra los párpados del difunto…

Maximino pregunta:

–                       Habrá que enterrarlo mañana antes del atardecer, porque sigue el sábado. ¿Dijisteis que el Maestro dijo que le tributasen los máximos honores?…

Martha responde:

–                       Así es. Encárgate de todo. Yo ya no puedo más.

Pasan las horas y el cadáver es preparado.

Cuando Martha lo ve, grita con un tono de reproche:

–                       ¿Por qué lo han cubierto así?

Maximino contesta con un tono de disculpa:

–                       Patrona… era un hedor horrible… Y al moverlo le salió sangre podrida por la nariz…

Las hermanas llorando, lo velan hasta el amanecer.

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Entonces llega el criado que Martha envió con Jesús.

Martha pregunta:

–                       ¿Dijo que vendría?

El siervo contesta:

–                       No patrona. Dijo: “Diles que estén tranquilas. No es una enfermedad mortal. Sino que es para la Gloria de Dios. Para que se manifieste su poder y sea glorificado en su Hijo. Diles que iré y que tengan Fe”

María pregunta:

–                       ¿Así dijo? ¿De veras? ¿Estás seguro?

–                       Patrona, yo me vine repitiendo estas palabras por todo el camino. Yo le dije: ‘Maestro, está muy grave. La gangrena le está haciendo caer la carne a pedazos y ya no come.’

Y Él me contestó: “No importa. Las cosas son como digo”

‘Pero, ¿Vas a ir?’

“Iré. Diles que iré y que tengan Fe. Una fe completa, ¿Entendiste? Te repito: una Fe absoluta. Vete. La paz sea contigo y con quién te envió.”

Y eso es todo, patrona.

María dice:

–                       Está bien. Estás cansado y ya es tarde… Cómo puedes ver, ya no hay nada que hacer.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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