Archivos del mes: 9 noviembre 2012

113.- UNA ALIANZA PROTECTORA

Las primeras vanguardias del ejército miedoso, sacan precavidos las cabezas por portón. Y al ver que no hay nadie, sienten el valor de salir y de llamar a los demás.

Magdalena con Juana, Anastásica y Elisa; van en la primera fila con Jesús y va guiando por calles secundarias a sus huéspedes. Avanzan seguidos por todas las mujeres. Detrás de ellas, los menos valerosos… Luego las romanas; que decididas a no separarse tan pronto de Jesús; por órdenes de Magdalena, van detrás con Sara y Marcela; para que su presencia pase lo más desapercibida posible.

Jonathás va caminando junto a ellas, a quienes habla casi como si fueran criadas de las discípulas más ricas.

Claudia se aprovecha para decirle:

–                       Oye, te voy a pedir un favor. Ve a llamar al discípulo que trajo la noticia. Dile que venga y dile que lo haga de modo que no llame la atención. ¡Ve!

Las vestiduras no son gran cosa. Pero su modo de hablar es imperioso.

Jonathás abre tamaños ojos.

Se acerca más para ver la cara de quién le ha hablado. Pero lo único que ve es el fulgor de unos ojos muy imperiosos. Intuye que no se trata de una criada. Se inclina y obedece.

Alcanza a Judas de Keriot, que va hablando animadamente con Esteban  y con Timoneo… Y le jala del vestido.

Judas dice:

–                       ¿Qué quieres?

Jonathás dice:

–                       Quiero decirte una cosa.

–                       Dila.

–                       No puedo. Ven conmigo. Te necesitan, por lo que parece para una limosna.

La excusa es buena.

Judas deja a sus compañeros y alegre se va con Jonathás.

Está ya en la última fila y éste dice a Claudia:

–                       Oye. He aquí al hombre que deseabas.

–                       Muchas gracias por tu servicio. –Le dice sin levantarse el velo. Y dirigiéndose a Judas-  Haz el favor de escucharme por un momento.

Judas, que oye una voz fina y delicada. Que ve dos ojos brillantes bajo el sutil velo; se imagina que se trata de alguna aventura y sin pestañear, acepta al punto.

El grupo de las romanas se divide. Con Claudia se quedan Plautina y Valeria. Los demás siguen su camino.

Claudia mira a su alrededor y al no ver a nadie, se hace a un lado el velo…

Judas la reconoce y después de un instante de admiración, se inclina y saluda a la romana:

–                       ¡Domina!

Claudia dice:

–                       Así es. Enderézate y escucha. Tú quieres al Nazareno. Te preocupas por su bien. Te felicito. Es un hombre virtuoso, pero sin defensa. Nosotras lo veneramos como a un hombre Grande y Justo. Y algo más Los judíos no lo veneran. Lo odian. Lo sé. Escucha bien lo que te voy a decir, para que te comportes de este modo.

Quiero protegerlo. No como la lujuriosa de hace unos momentos; sino honesta y virtuosamente. Cuando comprendas que hay algún peligro para Él; ven a verme o mándame algún recado. Claudia puede todo sobre Poncio. Alcanzará la protección a favor de ese Justo, ¿Comprendiste?

Judas está boquiabierto, ni en sus más locos sueños hubiera imaginado la escena que está viviendo… ¡Y nada menos que con la esposa del Procónsul!

Judas pregunta admirado:

–                       SÍ, Domina. Que nuestro Dios te proteja. Tan pronto como pueda, vendré personalmente… ¿Pero cómo haré?…

–                       Pregunta siempre por Álbula Domitila. Es una amiga íntima mía. Y nadie se extrañará de que hable con judíos. Pues es la que tiene a cargo mis liberalidades. Pensarán que eres un cliente. ¿Acaso te humilla esto?

–                       No, Domina. Servir al Maestro… Y alcanzar tu protección es una honra.

–                       Os protegeré. Soy mujer, pero soy de los Claudios. Puedo más que todos los grandes de Israel. Porque detrás de mí, está Roma.

La nieta de Augusto le da a Judas unas grandes y pesadas bolsas repletas de monedas de oro y agrega:

–                       Mientras tanto, ten para los pobres del Mesías. Es nuestro óbolo. Quisiera estar esta noche con los discípulos. Consígueme esta honra y yo te protegeré…

En un tipo como Iscariote, las palabras de la patricia hacen un efecto prodigioso. ¡Se eleva hasta el Séptimo Cielo!…

Y asombrado pregunta:

–                       ¿De veras lo ayudarás?

–                       Sí. Merece que su Reino se funde; porque es un Reino de virtud. Bienvenido en contra de las sucias olas que cubren los reinos de hoy en día. Y que me provocan náuseas…  Roma es grande; pero el Rabí es mucho mayor.

Tenemos las águilas como insignias en nuestras banderas y la orgullosa sigla… Pero sobre ellas se posarán los genios y su santo Nombre. Roma será grande sin duda; lo mismo que la tierra cuando pondrán ese Nombre en sus insignias y su Señal. Tanto sobre sus lábaros, sus templos; como sobre sus arcos y sus columnas…

Judas no sabe qué responder. Sueña extático…  Acaricia las pesadas bolsas que le han dado. Lo hace maquinalmente. Con la cabeza dice que sí. Que sí…

Claudia dice:

–                       Bueno. Vamos a alcanzarlos. Somos aliados, ¿No es verdad? Aliados en proteger a tu Maestro, al Rey de los corazones honrados.

Rápida se baja el velo. Y esbelta, casi corriendo alcanza a sus compañeros.

La siguen las demás y Judas que jadea no tanto por la carrera; sino por lo que oyó. Llegan al palacio de Lázaro, cuando los últimos están entrando en él. Entran también ellos y cierran el portón.

Magdalena y Martha guían a los huéspedes a un amplio salón y ordena a los siervos que preparen todo para la cena, con los alimentos que trajeron los criados de Juana.

Judas llama a pedro aparte y le dice algo al oído.

Pedro abre tamaños ojos y se sacude la mano, como si se quemara…

Totalmente pasmado exclama:

–                       ¡Rayos y ciclones; pero qué estás diciendo!

–                       ¡Mira y piensa! ¡No tengas miedo! ¡Ya no estés preocupado!

–                       ¡Demasiado grande! ¡Demasiado! ¿Cómo dijo? ¿Qué nos protege?… ¡Qué Dios la bendiga! Pero, ¿Quién es?…

–                       Aquella. La vestida de color de tórtola del campo. La alta y delgada. Ahora nos está mirando.

Pedro mira a la mujer alta, de cara regular y seria. De ojos dulces pero imperiosos:

–                       ¿Y cómo hiciste para hablar con ella? No tuviste…

–                       ¡Nada!

–                       ¡Y sin embargo no te gustaba acercarte a ellos! Como a mí tampoco. Como a todos…

–                       Es verdad. Pero lo he superado por amor al Maestro. Como también he superado las ganas de romper con los del Templo. ¡Y todo por el Maestro!

Todos vosotros, incluso mi madre pensáis, que soy un doble. No hace mucho; tú mismo me echaste en cara ciertas amistades mías. Pero si no las mantuviese y con gran dolor en el alma, no estaría al tanto de lo que pasa.

No está bien ponerse vendas en los ojos y cera en las orejas, por temor de que el mundo entre en nosotros por ellos. Cuando se tiene algo grande como lo que tenemos nosotros, hay que vigilar con ojos y orejas del todo limpios. Velar por Él, por su bien. Por su Misión… ¡Porque funde este bendito Reino!…

Muchos de los apóstoles y algunos de los discípulos se han acercado y escuchan aprobando con la cabeza. Porque no se puede decir que Judas esté equivocado…

Pedro, que es un hombre humilde, lo reconoce y dice;

–                       ¡Tienes razón! ¡Perdona mis reproches! Vales más que yo. Sabes hacer bien las cosas. ¡Oh! ¡Ve pronto a decirlo al Maestro! A su madre, a la tuya. ¡Estaba tan angustiada!…

Judas dice.

–                       Porque malas lenguas, algo le han dicho… Por ahora no digas nada. Después. Más tarde… ¿Ves? Se sientan a la mesa y el Maestro hace señal de que nos acerquemos…

La cena es ligera. Las mujeres comen en silencio.

Juana y Magdalena están entre las romanas y se pasan palabras secretas, envueltas en una sonrisa. Parecen niñas, jugando en las vacaciones…

Después de la cena, Jesús ordena que pongan las sillas en forma de cuadrado y que se sienten porque quiere hablarles. Se pone en el centro y comienza a hablar…

–                       … Por esto procurad amar en realidad al Dios Verdadero; llevando una vida que se haga digna de que la consigáis, en la futura. ¡Oh! ¡Vosotros que amáis las grandezas! ¿Qué grandeza mayor que la de llegar a ser hijos de Dios? ¡Y por lo tanto ser dioses! Sed santos. ¿Queréis fundar un Reino, también en la Tierra?

Si os comportáis como santos, lo lograréis. Porque la misma autoridad que nos domina, no lo podrá impedir. Pese a sus legiones, porque los persuadiréis como Yo, a que sigan la Doctrina Santa, sin usar la violencia. He persuadido a las mujeres romanas, de que aquí existe la Verdad…

Las romanas al verse descubiertas, exclaman:

–                       ¡Señor!…

–                       Así es. Escuchad y no lo olvidéis. Os digo a todos las leyes de mi Reino….

Jamás os he dicho que sea cosa fácil el ser míos. El pertenecerme quiere decir vivir en la Luz  en la Verdad.Pero también comer el pan de la lucha y de las persecuciones. Ahora seréis más fuertes en el amor y más decididos en la lucha y en las persecuciones.

Tened confianza en Mí. Creed en Mí por lo que soy: Jesús el Salvador…  Ya es de noche. Mañana es la Parasceve. Podéis iros. Purificaos. Meditad. Celebrad una santa Pascua….

¡Mujeres de raza diversa pero de corazón recto, podéis iros! En nombre de los pobres con los que me identifico; os bendigo por el óbolo generoso y os bendigo por vuestra buena voluntad y vuestras buenas intenciones para conmigo, que vine a traer el amor y la paz a la tierra. ¡Podéis iros! Juana y cuantos no tenéis miedo, ¡Podéis iros!

Un ruido de admiración atraviesa la reunión.

Entretanto las romanas, puestas en la bolsa las tablillas enceradas que Flavia escribía; mientras Jesús hablaba. Salen a excepción de Egla; que se queda con Magdalena. Todas a un mismo tiempo se despiden.

Tanta es la sorpresa, que casi todos se quedan como paralizados.

Cuando se oye el ruido del portón que se cierra, sobreviene un rumor:

–                       ¿Quiénes son?

–                       ¿Cómo es posible que estuvieran entre nosotros?

–                       ¿Qué hicieron?

Judas grita:

–                       ¿Cómo sabes Señor, que nos dieron una buena limosna?

Jesús aplaca la confusión con un ademán y responde:

–                       Son Claudia y sus damas. Mientras que las otras mujeres de Israel; temerosas de que sus maridos se enojaran o porque como ellos; no se atreven a seguirme.

Las despreciadas romanas con santas mañas, procuran venir para aprender la Doctrina que si por ahora aceptan desde un punto de vista humano, es algo que las eleva…

Esta jovencita, esclava de raza judía, es la flor que Claudia ofrece a mis ejércitos al devolverla a la libertad y al entregarla a la Fe en Mí… En cuanto a que sepa lo de la limosna… ¡Oh, Judas! Tú menos que nadie debería de preguntar eso. Sabes bien que veo en los corazones.

 

–                       ¿Entonces habrás visto que he dicho la verdad de que había asechanzas y de que las descubrí, al hacer hablar?… ¡A ciertos tipos culpables!

–                       Es así como tú dices.

–                       Dilo más fuerte para que mi madre lo oiga… ¡Madre! Soy un muchacho, ¡Pero no estúpido!… Madre, hagamos las paces… Comprendámonos. Amémonos. Unidos en el servicio a nuestro Jesús.

Judas, humilde y cariñoso; va a abrazar a su madre que dice:

–                       ¡Sí, hijito!… ¡Sí!… ¡Por ti! Por el Señor. Por tu pobre mamacita.

Entretanto la sala se llena de comentarios y muchos concluyen que fue una cosa imprudente haber aceptado a las romanas. Y reprochan la conducta de Jesús.

Judas oye. Deja a su madre y corre en defensa de su Maestro.  Repite la conversación que tuvo con Claudia y termina diciendo:

–                       No es una ayuda despreciable. Aún sin haberla tenido antes, nos hemos visto perseguidos. Dejémosla que haga como quiera. Pero tened presente que es mejor que nadie lo sepa. Pensad que si es peligroso para el Maestro; no menos lo es para nosotros; que seamos amigos de paganos.

El Sanedrín, que en el fondo teme a Jesús por un temor supersticioso, de no levantar la mano contra el ungido de Dios; no tendrá ningún escrúpulo de matarnos como a perros, a nosotros que valemos un comino.

En vez de poner esas caras de escándalo; recordad que hace poco no erais más una parvada de palomas espantadas. Y bendecid al Señor que nos ayuda con medios imprevistos… Ilegales si queréis; pero buenos para fundar el Reino del Mesías.

¡Podremos todo si Roma nos defiende!  ¡Oh! ¡No tengo temor alguno! ¡Hoy ha sido un gran día! Más que por otra cosa, por ésta… ¡Ah! ¡Cuando seas el Jefe! ¡Qué autoridad tan dulce, tan fuerte, tan bendita! ¡Qué paz habrá! ¡Qué Justicia! ¡El Reino Fuerte y Benigno del Mesías! ¡El Mundo que se acerca, poco a poco!…

¡Las Profecías que se cumplen! Multitudes, naciones… ¡El Mundo a tus pies! ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío! Tú Rey, ¡Nosotros tus ministros!… ¡En la tierra Paz! ¡En el Cielo, Gloria!… ¡Jesús de Nazareth! Rey de la estirpe de David. Mesías Salvador. ¡Yo te saludo y te adoro!…

Judas está extasiado… se postra.

Y continúa:

¡En la Tierra! ¡En el Cielo y hasta en los Infiernos, tu Nombre es conocido! Infinito es tu Poder. ¿Qué fuerza puede oponérsete? ¡Oh, Cordero! ¡Oh, León! Sacerdote y Rey Santo, Santo, Santo…

Y se queda inclinado hasta la Tierra, en una sala muda de estupor…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

 

 

112.- BANQUETE DE AMOR

Pedro pregunta:

–                       ¿Vamos a ir todos?

Jesús contesta:

–                       Todos y todas. Este año la Pascua nos une como nunca había sido posible. Hagamos juntos lo que el día de mañana será una obligación de hombres y mujeres, que trabajarán en mi Nombre. Ved que ahí viene Judas de Simón. Me da gusto porque quiero que también venga con nosotros.

De hecho, Judas viene jadeando.

Cuando llega explica:

–                       ¿Me he tardado, Maestro? La culpa es de mi madre. Vino contrariamente a lo acostumbrado y a lo que le había dicho. La encontré ayer en casa de un amigo nuestro. Esta mañana me entretuvo con su charla… Quería venir conmigo. Pero me opuse.

–                       ¿Por qué? ¿Acaso María de Simón, no merece estar dónde estás? Antes bien, es más digna de ello. Vete corriendo a traerla y alcánzanos en la Puerta Dorada.

Judas se va sin replicar.

Entran al Templo. Pedro hace la oferta al Gazofilacio por todos. Y luego se ponen a orar.  Mucha gente señala al Maestro.

Hay un breve altercado entre un grupo de fariseos:

–                       ¡Oh, qué horror!

–                       ¡Anatema!

–                       ¡Impuro!

–                       ¡Sacrílego!

–                       ¡Arrojémoslo de aquí!

–                       Digámoslo a los príncipes de los sacerdotes.

–                       No. Interroguémosle.

–                       No podemos acusar sin estar ciertos.

Sadoc el escriba dice:

–                       Cállate Eleazar. No te ensucies con una defensa estúpida. –Y manda llamar a Jesús.

Cuando Jesús está frente a ellos…

Elquías dice:

–                       ¡No perdamos el tiempo con palabras! Arrojémoslo y llevemos la nueva acusación al Sanedrín. ¡Otra más! ¡Hay un montón de acusaciones!

Jesús pregunta:

–                       ¿Qué otra?

Sadoc interpela:

–                       ¿Cómo qué otra? ¡El haber tocado a una leprosa sin haberte purificado! ¿Puedes negarlo?

Elquías dice con burla:

–                       ¡El haber blasfemado tanto en Cafarnaúm, que los más justos te han abandonado! ¿Puedes negarlo?

Jesús contesta:

–                       No niego nada. Pero no tengo ningún pecado… Porque tú Sadoc que me acusas, sabes por el marido de Anastática que no estaba leprosa.  Lo sabes bien tú, cómplice del adulterio de Samuel. Tú, mentiroso ante el mundo para favorecer la sensualidad de un torpe, llamando lepra a lo que no lo es y condenando a una mujer de Israel a la tortura de ser llamada ‘leprosa’ sólo porque eres encubridor del marido culpable.

El escriba Sadoc, al sentirse descubierto, se escurre sin hablar más y la gente le chifla.

Jesús dice:

–                       ¡Silencio! ¡Es un lugar sagrado! –se vuelve a los que lo acompañan- Vámonos. Venid conmigo a donde me esperan.

Y Jesús camina majestuoso con los apóstoles, los discípulos y las discípulas. Se encuentra con María de Simón y un ancianito.

Jesús la saluda:

–            ¡Oh, María de Simón! ¿Cuándo llegaste?

Ella contesta:

–            Acabo de llegar con Ananías mi pariente. También yo te andaba buscando…

–            Lo sé. Mandé a Judas que te avisara que vinieras. ¿No fue?

La madre de Judas baja la cabeza y trata de ocultar su llanto.

Jesús la llama:

–                       Ven conmigo madre. Hablaremos en casa de Juana. Aquí no hay lugar.

Se dirigen hacia la salida.

Cerca de la Puerta Dorada está Marcos de Yosía el discípulo infiel, que está hablando animadamente con Judas de Keriot. Éste ve venir al Maestro y se lo dice.

Marcos se voltea justo cuando tiene ya a su espalda a Jesús.

Las miradas se cruzan. ¡Qué mirada la de Jesús!

Pero marcos está sordo a cualquier llamado. Para huir lo más pronto posible, casi empuja a Jesús contra una columna.

Por toda reacción, Jesús dice:

–                       ¡Marcos detente! ¡Por compasión a tu alma y a tu madre!

Marcos le grita al comenzar a correr:

–                       ¡Satanás!

Los discípulos gritan:

–                       ¡Horror!

Judas de Keriot:

–                       ¡Maldícelo, Señor!

Jesús responde:

–                       No. No sería más Jesús… Vámonos.

Isaac pregunta:

–                       ¿Pero cómo es posible que se haya hecho así? ¡Tan bueno que era! –y siente como si una flecha lo hubiera traspasado al ver el cambio de Marcos.

Varios dicen:

–                       Es un misterio.

–                       Algo inexplicable.

Judas de Keriot:

–                       Lo estaba haciendo hablar. Es un hereje, ¡Pero qué bien habla! ¡Casi te persuade!…  ¡Cuando era un hombre recto, no era un hombre tan sabio!

Santiago de Zebedeo le replica:

–                       Dirás mejor que no era tan necio… Cuando vivía como endemoniado en Gamala.

Y Juan pregunta:

–                       ¿Por qué Señor, cuando estaba endemoniado, no te hacía daño como ahora? ¿No podrías curarlo para que ya no te lo haga?

Jesús contesta:

–                        No. Porque ahora vive en él un demonio inteligente…  Antes era como una fonda en la que había una legión de demonios. Le faltaba el consentimiento. Ahora su inteligencia quiere a Satanás y éste ha metido en él una fuerza demoníaca inteligente. Contra esta segunda posesión no puedo nada. Tendría que hacer violencia a la voluntad libre del hombre…  

María de Simón dice:

–                       ¡Sufres, Maestro!

–                       Sí. Son mis aflicciones… mis derrotas. Y me entristezco porque son almas que se pierden. Sólo por esto. No por el mal que me hicieren.

La madre de Judas mira tan fijamente a su hijo, que éste le pregunta:

–                       ¿Qué te pasa? ¿Es la primera vez que miras mi cara?…  De veras que estás tan enferma, que voy a hacerte curar.

María de Simón replica:

–                       ¡No estoy enferma hijo! ¡Y no es la primera vez que te veo!

–                       ¿Y entonces?

–                       Entonces…nada. Quisiera que no fueras a hacerte digno de esas palabras del Maestro.

–                       Yo no lo abandono y no lo acuso. Soy su apóstol.

María de Simón ya no dice nada.

Y todos siguen caminando y conversando…

En el palacio de Cusa el mayordomo de Herodes; todo está preparado para una gran fiesta… Al entrar en el enorme vestíbulo muy engalanado e iluminado, pese a que es de día.

Jesús saluda:

–                     La paz sea en esta casa y con quienes están en ella.

Bendice a los criados inclinados profundamente.

A los huéspedes que se sienten sorprendidos de encontrarse con el Rabí en un palacio…

¡Los huéspedes!…

Al punto resplandece el Rostro de Jesús.

El banquete de amor ha invitado a la casa de la buena discípula Juana de Cusa, a los pobres. Es una página del Evangelio puesta en la realidad. Hay mendigos, lisiados, ciegos, viejos, jóvenes, viudas con sus pequeños.

Juana les ha cambiado los harapos, por vestidos nuevos y sencillos.

Jesús pasa bendiciendo.

Cada uno de sus huéspedes recibe una bendición y una caricia. Los que acaban de llegar son llevados por los criados a que se laven y se cambien de vestidos.

Jesús, sonriendo dice:

–                       La paz sea contigo, Juana. Me has obedecido perfectamente.

Juana responde:

–                       Hacerlo es mi gozo. Me ayudó Cusa en todo lo que pudo. Lo mismo que Martha, María, Elisa y los suyos. Pero… Quisiera decirte algo… Tal vez cometí un error. Quiero decírtelo en secreto.

–                       Vamos pues.

Van a una habitación donde no hay nadie. Por los juguetes se comprende que es donde juegan los niños.

Jesús pregunta:

–                       ¿Qué es Juana?

–                       ¡Señor mío! ¡No habrá duda de que fui una imprudente! Pero fue algo espontáneo… A Cusa no le gustó… Bueno… Fue al Templo un esclavo de Plautina con una tablilla.

Tanto ella como sus amigas me preguntaron que si era posible verte. Y las invité a venir. Y vendrán…

¿Hice mal?… Si me equivoqué, trataré de que no vengan… Pero, ¡Es que deseo tanto, tanto que el Mundo te ame! Que… que no pensé más que en esto… Tú eres Perfección y muy pocos tratarán de asemejarse a Ti.

–                       Hiciste bien. Hoy predicaré con las obras. La presencia de los gentiles entre los que creen en Mí, será una de las cosas que se realizarán en los días venideros. ¿Dónde están los niños?

–                       Por todas partes. –Juana sonríe ya tranquila- La fiesta les mete más fuerza y corren contentos por todos lados.

Jesús la deja y regresa al vestíbulo. Hace una señal a los que estaban con Él y se dirige al jardín, para subir a la terraza.

Dondequiera se nota una gran actividad. Algunos vienen con alimentos y utensilios. Otros con sillas, vestidos, acompañan a los huéspedes; contestan preguntas y todos los atienden alegres y cariñosos.

Jonathás como buen mayordomo, dirige, vigila y aconseja.

La anciana Esther está feliz de ver a Juana tan contenta. Ríe en medio de un grupo de niños pobres a los que da pastelillos y les cuenta parábolas de ángeles.

Jesús dice a la nodriza de Juana:

–                       ¡Dios te bendiga, Esther!   Hasta me sentí tentado de oír tus parábolas. ¿Lo quieres?  -pregunta Jesús sonriendo.

–                       ¡Oh, Señor mío! Soy yo quien debo escucharte. Tratándose de niños me basto yo.

–                       Tu buen corazón puede ayudar aún a los adultos. Sigue… sigue, Esther. –Y le envía una sonrisa al irse.

En el vastísimo jardín están esparcidos los huéspedes, que comen sus bocadillos y se miran contentos y admirados de su inesperada suerte.

Cuando pasa Jesús, se levantan los que pueden y se inclinan los demás.

Jesús les dice:

–                       Comed. Comed. Hacedlo y bendecid al Señor.

Y se dirige hacia una rampa que lleva hacia una amplia terraza.

Magdalena lo ve y grita:

–            ¡Oh, Rabonní!

Sale corriendo de una habitación con fajas y camisetas para los pequeños de brazos. Su voz melodiosa resuena por todas partes.

Jesús le pregunta:

–                       Dios esté contigo. ¿A dónde vas con tanta prisa?

–                       Tengo que vestir a diez pequeñuelos. Los bañé y ahora voy a vestirlos. Luego te los traeré cual frescas flores. Perdona, maestro. ¿Los oyes? Parecen corderillos… -y corre sonriente.

Dejando traslucir al mismo tiempo que su bondad es más importante que la elegancia de su vestido sobre el que trae una faja de fina plata. Tiene la cabellera anudada en su nuca, sostenida por una cinta blanca que le rodea la frente.

Simón Zelote exclama:

–                       ¡Qué diferente es de la que estuvo en el monte de las Bienaventuranzas!

Los apóstoles y los discípulos han bajado con los criados, para ayudarlos a llevar a los lisiados, a los ciegos, a los tullidos y a los viejos, a través de la larga rampa.

Jesús mira a la Virgen que está inclinada junto a la madre de Judas y va a donde están ellas. Pone su mano sobre la cabeza de María de Simón y pregunta:

–                       ¿Por qué lloras?

–                       ¡Señor!… ¡Señor, he dado a luz a un demonio! ¡Ninguna mujer en Israel conoce un dolor semejante al mío!

–                       María. Otra madre me dijo las mismas palabras. ¡Pobres madres!

–                       Señor, ¿Hay alguien que sea como mi Judas de perverso, de pérfido? ¿No lo hay, verdad?…  Él, que te tiene; se ha entregado a prácticas diabólicas. Él, que respira tu aire, es un sensual y un ladrón.

Solo le falta convertirse en homicida. ¡Él!… ¡Él no piensa más que en mentiras! Su vida no es más que fiebre. ¡Permite que se muera, te lo pido! ¡Haz que se muera!

–                       María, tu corazón te lo presenta peor de lo que es. El miedo te enloquece. ¡Cálmate! ¡Piensa! ¿Qué pruebas tienes de su conducta?

–                       Contra Ti, ninguna. Pero es una avalancha que baja. Lo sorprendí y no pudo ocultar las pruebas que… Mira… Me vigila… Sospecha…  Es mi aflicción. ¡Ninguna madre en Israel es más infeliz que yo!

La Virgen en voz baja dice:

–                       Yo… Porque a mi dolor uno el de todas las madres infelices. Porque mi dolor me lo causa no el odio de uno; sino el de todo un mundo.

Jesús a quién llama Juana, se va.

Y judas se acerca a su madre y la apostrofa:

–                       ¿Ya desembuchaste tus delirios? ¡Acabas de calumniarme!…  ¿Estás contenta?

La Virgen le pregunta muy severa:

–                       Judas, ¿Hablas así a tu madre?

–                       ¡Sí! ¡Porque estoy cansado de sus persecuciones!

–                       Hijo mío, no lo son. Es amor. Dices que estoy enferma, ¡Pero no es cierto! Tú eres el que lo estás. Dices que te calumnio y que doy oído a tus enemigos. Pero tú mismo te haces mal. Sigues y tienes amistad con hombres nefastos, que te arrastran al mal.

Porque eres débil, hijo mío. Y ellos lo saben muy bien… Escucha a tu madre. Escucha a Ananías que es viejo y prudente. ¡Judas! ¡Judas! ¡Ten piedad de ti! ¡Ten piedad de mí!… ¡Judas! ¿A dónde vas?…

Judas atraviesa rápidamente la terraza.

Se vuelve y grita:

–                       ¡A donde soy útil y donde me respetan!

Baja a toda prisa, mientras que su infeliz madre asomándose sobre la valla, le grita:

–                       ¡No vayas! ¡No vayas! ¡No quieren más que tu ruina! ¡Oh, hijo mío!…

Judas está ya abajo.

Los árboles lo esconden a los ojos de su madre. Por un momento se le ve, antes de que entre en el vestíbulo.

María de Simón dice llorando:

–                       ¡Ya se fue! ¡La soberbia  lo devora!…

La Virgen acaricia su mano y dice:

–                       Roguemos por él. Roguemos las dos juntas…

Entretanto empiezan a subir los invitados y Jesús sigue hablando con Juana.

Sonriendo da su aprobación:

–                       Está bien. Que vengan también. Mucho mejor si se han vestido como hebreas, para no llamar la atención. Las espero aquí. Ve a llamarlas.

Y apoyándose en el dintel, se queda mirando con amor a los invitados que están siendo atendidos cariñosamente por todos los que lo aman.

Magdalena llega con todos sus pequeñuelos, en cunas adornadas y dice:

–                       ¡Señor! ¡Han llegado las flores! ¡Bendícelas!

Simultáneamente, Juana sale de la escalera interior, diciendo:

–                       Maestro, aquí tienes a las discípulas paganas.

Son siete mujeres vestidas de oscuro y con velos semejantes a los de las hebreas. El manto les llega hasta los pies. Dos son altas y majestuosas. Las otras, de mediana estatura. Cuando después de haber presentado sus respetos al Maestro y se levantan el velo son: Plautina, Lidia, Valeria, la liberta Flavio y otras tres, entre las cuales destaca la que en sus ojos destella el saber mandar.

Ésta última dice a Jesús:

–                       Y conmigo se postra Roma a tus pies.

Uniendo la acción a la palabra, hacen lo mismo una matrona cincuentona y una jovencita delgada y bella como una flor del campo.

Magdalena reconoce a las romanas a pesar de sus vestidos hebreos y murmura asombrada: “¡Claudia!” Se queda con los ojos muy abiertos, al oír la voz de la esposa del Procónsul.

Claudia declara:

–                       ¡Por mi parte estoy cansada de oír de labios de otros tus Palabras! ¡A la Verdad y a la Sabiduría, hay que escucharlas en su propia fuente!

Valeria pregunta a Magdalena:

–                       ¿Crees que nos reconocerán?

Magdalena responde:

–                       Si no decís vuestros nombres, no lo creo. Por otra parte os pondré en lugar seguro.

Jesús objeta:

–                       ¡No María! Han venido a servir las mesas de los mendigos. Nadie podrá sospechar que las patricias sean las criadas de los pobres. De los mínimos del mundo hebreo.

Claudia confirma:

–                       ¡Has dicho bien, Maestro! Porque la soberbia es algo innato en nosotros.

Jesús declara:

–                       Y la humildad es la señal más clara de mi Doctrina. Quien quiera seguirme debe amar la verdad, la pureza, la humildad. Tener caridad con todos y heroísmo para desafiar ‘el qué dirán’ y el parecer de los hombres. Además de las presiones de los tiranos. Vamos.

Claudia dice:

–                       Un momento, Rabí. Esta joven es una esclava, hija de esclavos. La rescaté porque es hija de israelitas y Plautina la tiene. Te la ofrezco pensando que hago bien. Se llama Egla. Es tuya.

Jesús sonríe y dice:

–                       Magdalena, tómala. Luego pensaremos… ¡Gracias!

Jesús sube a la terraza a bendecir a los niños, seguido por las nuevas discípulas.

Las mujeres despiertan mucha curiosidad, pero vestidas y peinadas a la hebrea, con vestidos sencillos, nadie sospecha.

Jesús está en el centro de la terraza, junto a la mesa de los pequeños y ora. Ofreciendo por todos al Señor los alimentos, bendice y ordena que se empiece a comer. Todos empiezan a servir a los pobres. Y

Jesús da el ejemplo, remangándose las largas mangas de su vestido y sirviendo a los niños. Aunque todos comen con apetito, no separan los ojos de Jesús, que camina entre las mesas. No deja a nadie sin prodigarle una caricia y un consuelo.

Varias veces roza a Claudia y a Plautina que humildemente parten el pan o traen vino a los ciegos, paralíticos y mancos. Envía su sonrisa a las jóvenes vírgenes que tienen a su cuidado a las mujeres. A las discípulas madres que muestran su compasión, para con los infelices.

A Magdalena, que atiende la mesa de los ancianos; la más difícil por las toses, los temblores, el masticar sin dientes, por bocas que destilan baba.

Ayuda a Mateo que pega en la espalda a un niño que parece sofocarse.

Agradece a Cusa que habiendo llegado al principio de la comida, divide la carne y sirve como si siempre hubiese sido un criado.

La comida termina.

Las caras, los ojos, dicen que están contentos los estómagos. Jesús se inclina sobre un anciano tembloroso y le pregunta:

–                       ¿En qué piensas padre? ¿A qué sonríes?

El anciano contesta emocionado:

–                       ¡Pienso que en verdad esto no es un sueño! Hasta hace poco pensaba que estaba durmiendo. Pero ahora sí me convenzo de que es realidad. ¿Quién es el que te hace tan Bueno y también a tus discípulos? ¡Viva Jesús!

Y todos los comensales gritan:

–                       ¡Viva Jesús! ¡Viva Jesús!

Jesús se dirige al centro. Abre sus brazos. Hace señal de que guarden silencio y empieza a hablar, sentándose y teniendo sobre sus rodillas a un pequeñín.

–                       ¡Viva, sí! ¡Viva Jesús! No porque lo soy; sino porque mi Nombre significa el Amor de Dios hecho Carne. Que descendió entre los hombres para que lo conozcan y para dar a conocer el amor, que será el distintivo de la nueva Era. Viva Jesús, porque quiere decir Salvador. Y en realidad os salvo a todos. Ricos, pobres, niños y ancianos; israelitas y paganos. A todos.

Con la condición de que queráis ser salvados. Jesús es para todos los hombres. ¿Qué cosa es necesaria para ser de Jesús? ¿Para conseguir la Salvación? Pocas cosas, pero grandes. Grandes porque exigen al hombre que se renueve para hacerlas.

Para llegar a ser de Jesús. Por esto se exige el Amor. La Fe, la Humildad, la resignación, la compasión. Ved vosotros que sois discípulos, ¿Qué habéis hecho hoy de grande?

Responderéis: ‘Nada. Solo servimos la comida.’

¡No! Habéis servido Amor. Habéis sido humildes. Habéis tratado como hermanos a desconocidos de diversas razas, sin preguntar quiénes eran: sanos o buenos. Lo habéis hecho en Nombre del Salvador. Tal vez esperabais que os dijera grandes cosas. ¡No!…  He hecho que realizarais grandes cosas.Empezamos el día con la Oración. Socorrimos a los leprosos y mendigos. Adoramos al Altísimo, en su Casa. Dimos principio al Ágape fraterno y cuidamos de los peregrinos y de los pobres.

Hemos servido. Porque servir por amor es asemejarse a Mí, que soy el Siervo de los siervos de Dios. Siervo hasta el aniquilamiento que muere por salvar…

Fuertes pisadas interrumpen a Jesús.

Un grupo descontento de israelitas, suben corriendo por las escaleras.

Las romanas que pudieran ser reconocidas como Claudia, Plautina, Valeria y Lidia, se retiran a un lugar oscuro, bajándose el velo.

Los perturbadores irrumpen en la terraza y parece como si buscaran a alguien. Son comandados por soldados herodianos.

Cusa, ofendido; les sale al paso y les pregunta:

–                       ¿Qué queréis?

–                       Nada que te importe. Buscamos a Jesús de Nazareth, no a ti.

Jesús contesta:

–                       Aquí estoy. ¿No me estáis viendo?  -les pregunta, poniendo en tierra al pequeñín y poniéndose de pie con Majestad.

–                       ¿Qué estás haciendo aquí?

–                       Lo estáis viendo. Hago lo que enseño y enseño lo que he hecho: Amar a los más pobres. ¿Qué os dijeron?

–                       Se oyeron gritos de sediciosos. Y cómo donde estás se fomenta la sedición venimos a ver.

–                       Donde estoy hay paz. El grito fue de ‘¡Viva Jesús!’

–                       Exactamente. Tanto en el Templo como en el palacio de Herodes, se pensó que se fraguaba una conspiración contra…

–                       ¿Quién la fraguaba? ¿Contra quién? ¿Quién es rey en Israel? Ni en el Templo; ni Herodes. Roma domina. Y sería necio el que tratara de ser rey, donde domina.

–                       ¡Tú andas diciendo que eres Rey!

–                       Lo soy. Pero no de este mundo, que no vale nada para Mí. Es cosa sin valor, aún el Imperio. Soy Rey del Reino santo de los Cielos. Del reino del Amor y del Espíritu. Idos en paz.

O quedaos si queréis aprender cómo se acerca a mi Reino. He ahí a mis súbditos: los pobres, los infelices, los oprimidos y luego los buenos, los humildes, los caritativos. Quedaos y uníos a ellos.

–                       Tú siempre andas en banquetes de casas ricas. Entre mujeres hermosas y…

Cusa grita:

–                       ¡Basta! ¡En mi casa no se insinúa ninguna ofensa contra el Rabí! ¡Largaos de aquí!

Pero por la escalera interna que da a la terraza; la figura delgada de una joven, sube. Cual mariposa corre hacia Jesús. Arroja el velo y el manto y le cae a los pies, tratando de besárselos.

Cusa y otros, gritan:

–                       ¡Salomé!

Jesús se ha hecho a un lado tan violentamente para evitar el contacto, que se cae la silla y aprovecha para ponerla entre Él y Salomé.

Sus ojos brillan. Son fosforescentes. Terribles. Infunden miedo.

Salomé; ligera y desvergonzada. Toda melindres; responde:

–                       Sí. Soy yo. Los gritos llegaron hasta el palacio. Herodes manda una embajada  a decirte que quiere verte. Yo me le adelanté. Ven conmigo, Señor. Te amo mucho, ¡Y te deseo tanto!… También yo soy israelita.

Jesús responde cortante:

–                       Vete a tu casa.

Salomé dice seductora:

–                       La corte te espera para tributarte honores.

–                       Mi corte es ésta. No conozco otra. Ni otros honores. –Y con su mano señala a los pobres que están sentados en las mesas.

–                       Te doy regalos para ellos. Aquí tienes mis collares y mis joyas.

–                       No los quiero.

–                       ¿Por qué los rehúsas?

–                       Porque son inmundos. Y los das por un motivo igual. ¡Lárgate!…

Salomé, un poco turbada se levanta. Mira de reojo a Jesús, que con el brazo extendido le señala la salida. Furtivamente mira a todos…

Y ve en las caras la burla y el asco.

Los fariseos están petrificados. Son testigos de la escena.

Las romanas se atreven a salir un poco para ver mejor.

Salomé prueba una vez más:

–                       Te acercas aún a los leprosos… -dice sumisa y suplicante.

Jesús exclama:

–                       Son enfermos. ¡Tú eres una impúdica! ¡Lárgate!…

El último ¡Lárgate! Es tan terrible que Salomé recoge su velo y su manto. Se inclina y se arrastra hasta la escalera…

Cusa susurra en voz baja:

–                       ¡Ten cuidado, Señor!… ¡Es poderosa!… ¡Podría causarte mucho daño!…

Pero Jesús con una voz más fuerte, para que todos lo oigan, sobretodo Salomé; contesta:

–                       ¡No importa!  Prefiero que me maten antes que hacer alianza con el Vicio. Sudor de mujer lasciva y oro de prostitutas, son el veneno del Infierno.

Hacer alianza cobarde con los poderosos es Pecado. Yo soy Verdad, Pureza y Redención. Ve a acompañarla…

–                       Castigaré a los criados que la dejaron pasar.

–                       No castigarás a nadie. Ella sola lo sea. Y lo ha sido. Que sepa y también vosotros tenedlo en cuenta, que sé lo que piensa y me da asco. Regresa la sierpe a su cubil. El Ángel a sus jardines.

Se sienta. Está sudoroso. Después de algunos instantes dice:

–                       Juana; da a cada uno limosna, para que tenga por algunos días… ¿Qué otra cosa puedo hacer, hijos del dolor?  ¿Qué queréis que os dé?…  ¡Leo vuestros corazones!… ¡A los enfermos que saben creer: la paz y la salud!

Unos momentos de espera y luego un grito…

Muchos se levantan curados.

Los judíos que habían venido con malas intenciones, se van atolondrados. En medio del entusiasmo general de aclamaciones por el milagro y pureza de Jesús.

Él, sonriente besa a los niños.

Luego despide a los pobres. Pero dice a las viudas que esperen y da instrucciones a Juana. Ésta toma nota y las invita a que vengan el día siguiente. Luego, también ellas se van. Los últimos son los ancianos…

Se quedan los apóstoles y los discípulos de ambos sexos y las romanas.

Jesús dice:

–                       Así es. Y así serán las futuras reuniones. No hay necesidad de palabras. Que los hechos hablen a los corazones y a las inteligencias, con su claridad. La paz sea con todos vosotros.

Al principio de la escalera se encuentra con Judas:

–                       Maestro. No vayas a Getsemaní. Te andan buscando allá tus enemigos. Madre, ¿Qué dices ahora? ¡Tú que me acusas! Si no hubiera ido; no hubiera sabido de las asechanzas que ponen al Maestro. ¡Vamos a otra casa!…

Magdalena propone:

–                       A la nuestra. En casa de Lázaro no entra quién no sea amigo de Dios.

Jesús contesta:

–                       Sí. Los que estuvieron ayer en Getsemaní; vengan con las hermanas al Palacio de Lázaro. Mañana tomaremos providencias.

Los seguidores de Jesús no son unos dechados de valor. La noticia que trajo Judas se parece al gavilán que revolotea sobre una parvada de pollitos o al lobo que mete su nariz en un redil.

El miedo está impreso en todas las caras. Sobre todo en las de los varones que ya sienten el chasquido de los azotes y el filo de la espada. Y la amenaza de la prisión…

Las mujeres conservan una calma mayor.

Magdalena reacciona contra este temor exagerado:

–                       ¡Oh, cuántos cervatillos hay en Israel! ¡No os da vergüenza que tembléis así! Os he dicho ya,  que en mi palacio estaréis más seguros, que en una fortaleza. Venid si queréis y bajo mi palabra, os aseguro que no os pasará nada, de lo que es Nada.

Si además de los que señaló Jesús, alguien más quiere venir, es bien recibido. Hay camas para más de cien. ¡Vamos! ¡Decidíos en vez de temblar de miedo! Sólo ruego a Juana que nos envíe alimentos porque allá no tenemos suficientes y ya es tarde. Una buena comida es la mejor medicina para robustecer a los cobardes.

Su voz es imponente y el tinte de ironía, al ver a la grey temerosa que se amontona en el vestíbulo de Juana, hace que se robustezcan los corazones.

Juana dice:

–                       Lo haré al punto. Idos. Jonathás os seguirá con los criados y yo iré con él; porque me siento feliz de seguir al Maestro. Iré sin temor alguno y para demostrároslo, llevo conmigo a los niños.

Y se retira para dar las órdenes pertinentes.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

111.- EL OPROBIO JUNTO A LA PERFECCIÓN

En medio de un terrible temporal, Jesús y el grupo apostólico regresan a Bethania.  Avanzan por un camino lleno de lodo que hace su caminata dura y pesada.

Los discípulos van muy fastidiados.

Jesús hace como si no oyera.

Bartolomé dice:

–                       ¡Oh, pobre de mí! Con esta humedad que se me seca en la espalda, me siento mal. Ya estoy viejo. No tengo treinta años.

Mateo refunfuña:

–                       ¿Y entonces yo? Estaba acostumbrado… Cuando llovía en Cafarnaúm, tú lo sabes, Pedro, no salía de casa. Mandaba a algunos de mis criados a cobrar los impuestos y me traían a los que tenían que pagar. Había organizado un buen servicio para tales casos. ¡Bueno!… ¡Quién iba a andar fuera con mal tiempo! ¡Uhm! Alguno que sentía la tristeza y no más. Los negocios y los viajes se hacen cuando el tiempo es bueno…

Juan dice:

–                       ¡Callaos que os oye!

Tomás replica:

–                       ¡Qué va a oír!

Bartolomé:

–                       Piensa…

Mateo:

–                       Y cuando es así…

Felipe:

–                       Es como si no existiéramos.

Judas de Keriot agrega:

–                       Y cuando se le clava alguna cosa, no se la quita ninguna reflexión justa. Hace lo que quiere. No se fía más que de Sí Mismo. Será su ruina… Si se aconsejase un poco conmigo… ¡Sé taaantas cosas! …

Judas lo ha recalcado con su aire de sabiondo, que se sabe y se siente superior a los demás, en todos los niveles humanos.

Pedro le pregunta colorado como un gallo:

–                       ¿Qué sabes tú?… ¡Todo lo sabes!… ¿Qué amigos tienes?… ¿Eres acaso uno de los grandes de Israel?… ¡Quién te lo va a creer! También tú eres un pobre hombre como yo y como los demás.  Un poco más bello… ¡Pero belleza de juventud es flor que dura un día! También yo era bonito…

Una fresca carcajada de Juan rompe el aire.

También los demás sueltan la risa y se burlan cariñosamente de Pedro, por sus arrugas y sus piernas curvas como las de los marinos.

Pedro replica:

–                       Ríanse, pero es así. Y además no me interrumpáis… Dinos Judas, ¿Qué amigos tienes? ¿Qué sabes? Para saber lo que dejas entender, debes tener amigos entre los enemigos de Jesús… Y quién es así; es un traidor. ¡Eh, muchacho! ¡Ten cuidado si crees que eres bonito!… Aunque es verdad que yo ya no lo soy; todavía soy fuerte para romperte los dientes y para apagarte un ojo sin mucho esfuerzo.

Judas responde con un desprecio principesco:

–                       ¡Qué moditos de hablar!… ¡Propios de un vulgar pescador!

–                       Sí, señoriíto… Y me glorío de ello. Pescador, pero sincero y claro como mi lago, que cuando quiere envolverse en tempestades, lo grita. Tú te pareces a este lodo que parece sólido y ¡Mira!…

Dando una fuerte pisada, el lodo salpica hasta arriba y baña toda la cara de Judas. El siempre distinguido y elegante apóstol, orgulloso de su fina apariencia;  queda salpicado de lodo de la cabeza a los pies y se mira horrorizado…

Andrés y Simón exclaman:

–                       Pero, ¡Pedro!…

–                       ¡Estos son unos modales indignos de…!

Y Judas le replica a Pedro, con soberbia e ira:

¡Qué buen provecho te hacen las palabras del Maestro sobre la Caridad!…

Pedro prosigue implacable:

–                       Y también sobre la humildad y la sinceridad. ¡Adelante! ¡Escupe lo que sabes!… ¿Qué sabes? ¿Es verdad que sabes o solo presumes el tener amigos poderosos?… ¡Pobre gusano que eres!

–                       Lo que sé, lo sé. Y no te lo voy a decir, para que no te rías como quisieras… ¡Pedazo tonto de Galileo! Repito que si el Maestro fuese menos testarudo y menos violento, le iría mejor. Hay que ser diplomáticos. La gente empieza a cansarse de verse ofendida…

–                       ¿Violento?…  Si lo fuera, te echaría a volar sobre el río, pero ¡Ya!… En un vuelo directo sobre aquellos árboles. ¿Ves? De este modo te quitarías el lodo que te ensucia tu linda cara… ¡Ojala sirviera para que te lavaras el corazón! ¡Que si no me equivoco, lo debes tener más costroso que mis pies sucios de lodo!

Mateo interviene:

–                       Bueno, tranquilizaos los dos… Dejad ya de pelear…

Juan se adelanta y se pone al lado de Jesús, rogando en su corazón que no haya oído y no se entere de la disputa.

Al sentirlo junto a sí, Jesús le sonríe con amor a su predilecto y  mira los dos caballos y las dos figuras que esperan en el sendero…

Y  pregunta:

–                       ¿Pero no es aquella una mujer?… ¡Oh! ¡Es María de Teófilo! ¿Qué querrá? –y grita- ¡María!…

Ella reacciona:

–                       ¡Rabonní! ¿Eres Tú?… –y espoleando su caballo-  ¡Alabado sea el Señor que te encontré!…

Cuando llega a donde está Jesús, cae a sus pies sin preocuparse por el lodo, jadeante pero feliz.

Jesús le pregunta:

–                       ¿Qué pasa María? ¿Por qué no estás en Bethania?

Magdalena contesta:

–                       Sí. Estoy con tu madre y con las mujeres como había dicho. Pero vine a encontrarte… Lázaro no ha podido porque sufre mucho. Está cada vez más enfermo… Entonces decidí venir con el criado…

Jesús dice admirado:

–                       ¡Tú sola con ese muchacho y con este temporal!

–                       ¡Oh, Rabonní! ¡No pensarás que voy a tener miedo! No lo tuve cuando hacía el mal… Mucho menos ahora qué hago el bien.

–                       ¿Y entonces a qué has venido?

–                       Para avisarte… En aquella parte te esperan para hacerte daño. Lo supe por un herodiano que en otro tiempo me amó. Y me dijo que en la Judea te están esperando para apresarte. Hice algunas averiguaciones y supe que era verdad… Entonces tomé dos caballos y me vine sin decir nada a tu Madre, para no causarle aflicción. También Herodes te busca… ¡Vete! ¡Vete, por piedad!

Y a Magdalena se le quiebra la voz y sus ojos se llenan de lágrimas.

¡No llores, María!…

–                       Tengo miedo, Maestro.

–                       ¡No! ¿Miedo tú, qué tuviste el valor de pasar el río crecido y de noche?

–                       Pero eso es un río y aquellos son hombres… Son tus enemigos y te odian. Tengo miedo de ese odio… Porque te amo, Maestro.

–                       No tengas miedo. No me arrestarán. No ha llegado mi tiempo. Pero haré cómo quieres…

Judas murmura algo entre dientes y Jesús responde:

–                       Es verdad Judas, exactamente como dices. Pero solo la primera parte de la frase… Le doy la razón a ella. Sí. Se la doy. Pero no porque es mujer como insinúas…  Sino porque ha hecho un largo y arriesgado camino porque me ama.

Me iré por Galilea. –Y volviéndose a Magdalena dice- ¡Vete en paz, bendita! Dios está contigo.

Jesús le pone la mano en la cabeza, en señal de bendición.

María tomas las manos de Jesús y se las besa. Y montando de nuevo su cabalgadura, se va.

Jesús ordena a todos los demás:

–                       Ahora vámonos. Quería que descansarais. Pero no es posible… Debo preocuparme porque nada os pase; aun cuando Judas piense de otro modo… Y creedme que si caéis en manos de mis enemigos, os irá peor que con el agua y el fango…

Todos bajan la cabeza al comprender el velado reproche. Y reciben la respuesta a sus conversaciones anteriores…

La semana siguiente…

Jesús está ya muy cerca de Jerusalén y avanza cantando Salmos con el grupo apostólico, entre la multitud que va a celebrar la Pascua.

Algunos lo saludan reverentes. Otros se limitan a una sonrisa respetuosa. Otros son irónicos y despreciativos. Y no faltan los de mala voluntad, que la muestran abiertamente, insultantes…

Pedro dice:

–                       Aquellos son prosélitos que vienen de tierras lejanas y quieren hablarte. Quieren oír tu Palabra y que cures algunos de ellos. Son de la Diáspora y vienen empujados por la Fe que tienen en Ti.

Jesús dice:

–                       Marziam. Ve a decirles que me sigan al Templo. Tendrán la salud del alma con mi Palabra. Y también la salud de sus cuerpos por haber sabido creer.

El muchacho corre ligero, para cumplir el encargo.

Pero de los Doce, brota un coro de descontento por la ‘imprudencia’ de Jesús, que quiere dejarse ver en el Templo…

Jesús declara:

–                       Vayamos para mostrarles que no les tengo miedo. Para demostrarles que ninguna amenaza puede hacerme que desobedezca el Precepto. ¿No habéis comprendido aún su jugada?… Todas estas amenazas y supuestos consejos benévolos, tienen por objetivo el hacerme pecar para poder tener un motivo verdadero de acusación. ¡No seáis cobardes!… Tened Fe. No ha llegado mi Hora.

Judas, el gran manipulador, pregunta:

–                       ¿Por qué no vas antes a tranquilizar a tu Madre que te está esperando?

Jesús responde:

–                       No. Primero al Templo. Que hasta que llegue el momento que el Eterno ha señalado, es su Casa. Mi Madre sufrirá menos esperándome,  que si supiera que no prediqué en el Templo. De este modo honro a mi Padre y a mi Madre. ¡Vamos! ¡No tengáis miedo! Pero si alguien lo tiene… Que vaya a Getsemaní, a ocultarlo entre las mujeres.

Los apóstoles, heridos con estas últimas palabras, no protestan más.

Todos avanzan en silencio hasta llegar al recinto del Templo. Y en la Puerta de Damasco encuentran a Mannaém.

El hermano de Herodes se arrodilla ante Jesús, besa la orla de la vestidura de Jesús, lo saluda y dice:

–                       Señor. Pensé en mejor mostrarme, para quitar cualquier duda sobre la situación.  Te aseguro que fuera de la mala voluntad de los fariseos y escribas, no existe ningún peligro para Ti. Puedes ir tranquilo.

Jesús le contesta:

–                       Lo sabía ya, Mannaém. Pero de todos modos te lo agradezco. Ven conmigo al Templo, si no tienes alguna objeción…

–                       ¿Objeción?… ¿Dificultad, yo?… ¡Oh, mi Señor!  ¡Por Ti soy capaz de desafiar al mundo entero!… ¡Vamos!

Y Mannaém avanza airoso al lado de Jesús. Entran en el recinto del Templo… Y avanzan entre el ruido poco sagrado que hay en los patios donde están los mercaderes y los cambistas.  Jesús mira y siente un dolor profundo en el alma…

Se pone pálido…  Luego se yergue y parece crecer en estatura, con su paso majestuoso y severo.

Una sombra pasa por la mirada de Judas…  Se acerca a Jesús y con voz llena de hipocresía, Iscariote lo tienta:

–                     ¿Por qué no repites aquel gesto santo? ¿Lo ves? ¡Lo han olvidado!… Y la profanación existe de nuevo en la  Casa de Dios. ¿No te llenas de Ira?…  ¿No saldrás a defender la santidad del Templo?

La hermosa y falaz cara de Judas llena de ironía, aunque trate de disimularlo…  Es la de un zorro que escudriña el rostro de Jesús.

Jesús responde secamente:

–                       No es la Hora. Pero todo será purificado…  ¡Y para siempre!…

Judas contesta con una sonrisa irónica:

–                       ¡El para siempre de los hombres!… ¡Je, Je, Je!… ¡Cosa precaria, Maestro! ¡Lo estás viendo!…

Jesús no replica porque está saludando de lejos a José de Arimatea, que pasa con un grupo de seguidores.

Cruzan el Patio de los Israelitas y llegan hasta donde los hombres pueden adorar junto al Lugar Santísimo…Cumplen con las oraciones rituales y regresan al Patio de los Gentiles, donde hay mucha gente.

Jesús va hasta su lugar preferido y enseña el “Padre Nuestro…”  a la multitud.

La gente sigue atentamente la solemne Oración.

Después el Maestro les enseña la parábola de los hijos y finaliza diciendo:

–                       … El Reino de os Cielos es de quién sabe renovarse, acogiendo la Verdad y el Amor. -Jesús se vuelve hacia donde están los enfermos y pregunta con voz fuerte-  ¿Podéis creer en todo lo que he dicho?

Un coro le responde:

–                       ¡Sí, Señor!

Jesús pregunta:

–                       ¿Queréis aceptar la Verdad y el Amor?

–                       Sí, Señor.

–                       No os dije más que estas palabras… ¿Estáis contentos?

La multitud responde:

–                       ¡Señor! Tú sabes qué es lo que más necesitamos.

–                       ¡Danos sobre todo la Paz y la Vida Eterna!

Jesús ordena radiante:

–                       ¡Levantaos e id a alabar al Señor!…  Estáis curados por su Santo Nombre.

Y antes de que nadie reaccione, rápido se dirige ligero a la primera puerta que encuentra, mezclándose entre la multitud que llena Jerusalén.

Él ha desaparecido mucho antes de que la admiración y el estupor que hierve en el Patio de los Gentiles, se cambie en gritos  clamorosos de:

–                       ¡Hosanna!…

–                       ¡Bendito sea el Mesías!

–                       ¡Gloria a Dios ¡

–                       ¡Bendito sea Jesús, el hijo de David!

–                       ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Los apóstoles lo pierden de vista.

Y sólo Marziam que no ha soltado la punta de su manto, corre a su lado.

Entran en el plácido Huerto de los Olivos. Cuando se detienen a esperar a los apóstoles; Marziam hace un gesto significativo, como respondiendo a un pensamiento interior.

Jesús lo ve y le dice:

–                       ¿Por qué ese gesto? Habla sin miedo…

El niño contesta:

–                       Acabas de decir que a los sacerdotes siempre debe escuchárseles, con respeto y en silencio…  Me preguntaba si Dios también estará en los labios y en el corazón, de los sacerdotes de ahora…

Jesús dice:

–                       Dios siempre está en sus consagrados.

–                       ¿En todos?

–                       En todos.

–                       Y los futuros, ¿Serán iguales?…  Porque muchos sacerdotes hacen del Señor una figura muy fea…  Claro que también yo he pecado… ¡Pero ellos son tan malos y odiosos! Tan secos que…

Jesús interrumpe muy serio:

–                       No juzgues… Pero no olvides esto que te disgusta. Tenlo presente para el porvenir, cuando tú mismo te hayas consagrado…  Y trata con todas tus fuerzas de no ser como los que te desagradan. Haz que el mal, sirva al bien. Cualquier acción y cualquier conocimiento, debe de cambiarse en algo bueno.

Marziam suspira profundamente y luego pregunta:

–                       Cuando los sacerdotes hablan de Dios y de la religión, siendo lo que son. Y me refiero a los que son malos… ¿También deben ser escuchados?

Jesús dice muy despacio:

–                       Siempre, hijo mío. Por respeto a su misión. Cuando ejercen su ministerio, distínguelo siempre de su pobre fragilidad humana…  Además, ningún hombre es completamente bueno, ni completamente malo. Y nadie es tan bueno que pueda juzgar a sus hermanos… Hasta ahora no he encontrado un hombre  que sea completamente malo.

Marziam insiste:

–                       ¿Ni siquiera Doras, Señor?

–                       Ni siquiera él.

–                       Pero era un hombre muy malo… ¿En qué era bueno?

–                        Era un marido honrado y un padre cariñoso.

–                       ¿Sólo en eso era bueno? No importa que…

–                       Pero fuera de eso, no era más que un hombre débil; utilizado por Satanás con su dureza de corazón.

–                       ¿Y cómo sacerdote tambien era bueno, aunque fuera malo?

–                       Así es. Pero en este punto no era tan malo. Por lo tanto, no era completamente malo.

–                       ¿Ni siquiera Judas es malo?

–                       Ni siquiera él.

–                       Pero no es bueno.

–                       No lo será completamente. Como tampoco lo es del todo malo…  ¿No te convence lo que te estoy diciendo?

–                       Estoy convencido de que Tú Eres absolutamente Bueno… -lanza un profundo suspiro-  Pero cuando hay pruebas tan claras… No es fácil dejarlas pasar…

Marziam ha bajado la cabeza.

Jesús lo mira atentamente.

Y le dice:

–                       Marziam, levanta la cara. Mírame… Respóndeme…  ¿Cuáles son las pruebas que es difícil dejar pasar?

El niño se pone colorado.

Y balbucea:

–                       Hay… muchas… Señor…

Jesús le pone una mano sobre la espalda  y con la otra lo sujeta en el hombro e insiste:

–                       ¿Por qué nombraste a Judas? ¿Por qué es una ‘prueba’?…  Tal vez  la más difícil de vencer ¿Qué te ha hecho Judas?…  ¿En qué te ha escandalizado?…   

Marziam está totalmente rojo y lo mira con ojos brillantes por las lágrimas.

Luego se zafa y escapa gritando:

–            ¡Es un profanador!… No puedo decirlo… ¡No me preguntes más, Señor!…

Y se mete en el bosque, llorando… Y se va,  dejando a Jesús solo…

Jesús lo ve alejarse y expresa en voz alta su pensamiento… Hay una gran severidad en su voz:

–                       Cualquier palabra sería inútil. Y no encontraría una,  para excusar al que ha intentado violar su inocencia… ¡Ay Judas! ¡Judas! ¡Judas!…

La última palabra es casi un gemido de dolor…  Y el llanto brota incontenible….

Luego Jesús dice como para Sí Mismo:

–                     ¡Y habrá tantos que repetirán su mismo sacrilegio!…  ¡Oh, Padre Mío este pecado es insoportable!… ¡Me quiebra! ¡Me aplasta! ¡Me aniquila totalmente!… ¡Oh!…   ¡Si tan solo reflexionaran y se arrepintieran!… 

¡El Infierno los está llamando!…  –Su voz se convierte en un grito angustioso- ¡Padre Santísimo!… ¡No permitas que los pierda!… ¡Son mis consagrados! ¡Los amo y también por ellos pagaré!… ¡Oh, no!… ¡El Cielo se ha cerrado!…   

El Maestro tiene que apoyarse sobre el tronco de un olivo, porque ésta última reflexión la siente tan insoportable, que un ronco sollozo brota de su garganta y por un momento pareciera el Hombre Abatido, que en este mismo lugar sudará sangre por la agonía, en la madrugada del Viernes Santo…

Más tarde…

Jesús con paso ligero va a Bethania con Zelote y con Marziam. Que están felices de haber sido los elegidos para esa ocasión.

Marziam, que ya está sereno del todo; hace muchas preguntas y ha vuelto a ser el niño grandote que es.

Llegan a la casa de Lázaro y se encuentran con José y con Nicodemo.

Hablan de los acontecimientos de esa mañana, ante Lázaro; que al oírlos, parece olvidarse de su dolor.

José de Arimatea pregunta:

–                       ¡Pero ese Gamaliel, Señor! ¡Lo oíste!

Nicodemo por su parte, dice:

–                       ¡Ese Judas de Keriot, Señor! Después de que partiste, lo encontré vociferando como un demonio, en medio de un grupo de levitas alumnos de los rabíes. Te acusaba y te defendía al mismo tiempo…

Estoy seguro de que estaba convencido de que hacía bien… Aquellos trataban de encontrar en Ti, alguna culpa… Sin duda, acicateados por sus maestros. Combatía las acusaciones con ardor inmenso, diciendo: “Sólo una culpa tiene mi Maestro: la de no hacer ostentación de su poder. Deja escapar la hora oportuna. Cansa a los buenos con demasiada bondad. ¡Es Rey! ¡Y como tal debe obrar!

Vosotros lo tratáis como a un siervo, porque es Bueno. Él se arruina por no ser más que esto. Vosotros, cobardes y viles, no merecéis sino el fuete del poder. De un Poder absoluto, violento. ¡Oh! ¡Que si pudiera yo hacer de Él, un Saúl violento!

Jesús mueve su cabeza sin comentar nada.

Nicodemo exclama admirado:

–                       ¡Y con todo, te ama a su modo!

Lázaro añade:

–                       ¡Qué hombre tan desconcertante!

Zelote confirma:

–                       Sí. Has dicho bien… Después de dos años que vivimos juntos, no lo puedo comprender todavía…

Magdalena se levanta con aire de reina y con voz clara, dice:

–                       Yo lo he comprendido mejor que todos: es el Oprobio junto a la Perfección. No hay nada que agregar.

Y sale llevándose consigo a Marziam.

Lázaro dice:

–                       Tal vez María tenga razón.

José de Arimatea, corrobora:

–                       Lo mismo pienso yo.

Simón pregunta:

–                       ¿Y Tú, Maestro? ¿Qué dices?

Jesús responde:

–                       Digo que es un ‘hombre’ como cualquier otro. Como lo es Gamaliel. El hombre es tan estrecho en su manera de pensar. Obstinado, terco. Tal vez por fidelidad a lo que más llamó su atención una vez.

En el fondo Gamaliel tiene una Fe como pocos en Israel: en el Mesías, que entrevió y reconoció en un niño. Y es fiel a las palabras de ese Niño…

Lo mismo sucede con Judas.

Saturado de la idea mesiánica como ningún otro en Israel, la cultiva y se confirma en ella, con el recuerdo de mi primera manifestación que contempló. Y ve o quiere ver en Mí al rey…  A un rey temporal, poderoso… ¡Y es fiel a esta idea suya!

¡Cuántos en el porvenir encontrarán su ruina, por la concepción de una fe equivocada; cerrada a cualquier razonamiento!

A Gamaliel se le concedió una de las primeras manifestaciones del Mesías y por esto se hace sordo a mi Voz que lo llama…

A Judas se le concedió ser apóstol: uno de los Doce, entre millares de hombres de Israel… Esto debiera ser su santificación… Pero, ¿Qué será?… ¡Amigos míos, el hombre es el eterno Adán!… él poseía todo, menos una cosa. Y la quiso… Tiene todo, menos la divinidad.

Y ésta es la que ambiciona. Quiere lo sobrenatural para llamar la atención, para ser aclamado; temido, conocido, afamado…

Y para poder poseer algo que solo Dios puede dar gratuitamente, se abraza a Satanás… Quien como el eterno mono imitador, finge conceder dones sobrenaturales… ¡Qué triste suerte espera a los ensatanizados!

Os dejo, amigos… Me retiro por unos momentos. Tengo necesidad de recogerme en Dios…

Jesús sale del salón muy perturbado.

Lázaro, José, Nicodemo y Zelote; se miran entre sí….

José pregunta en voz baja a Lázaro:

–                       ¿Viste lo turbado que se puso?

Lázaro contesta perplejo:

–                       Lo vi.

Zelote dice:

–                       Me pareció ver algo horrendo…

Nicodemo pregunta:

–                       ¿Qué ideas le bullirán en el corazón?

José contesta:

–                       Solo Él y el Eterno, lo saben. ¿Tú sabes algo, Simón?

Zelote contesta:

–                       No. Pero lo cierto es que desde hace algunos meses parece muy afligido…

Los dos sinedristas dicen:

–                       ¡Qué Dios lo ampare!

–                       ¡El Odio sigue creciendo!

Lázaro confirma:

–                       Tienes razón José. Sigue creciendo…

Simón dice:

–                       Pienso que pronto vencerá al Amor.

Lázaro exclama:

–                       ¡No lo digas, Simón! Si esto sucediese, no pediré más que se me cure. Es mejor morir antes que asistir a la más terrible de las equivocaciones.

José corrige:

–                       ¡De los sacrilegios dirás, Lázaro!

Nicodemo suspira y dice:

–                       Y con todo… Israel es capaz de ello. Se siente con fuerzas para repetir el gesto de Lucifer, declarando la guerra al Señor.

Un silencio lleno de dolor cubre a los cuatro y parece oprimir sus gargantas…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

110.- LA PASCUA DE SANGRE

Sabea del Carmelo se calla por un momento…

Y para consternación de los escribas, fariseos y saduceos, que insisten ante Jesús para que la exorcice del implacable espíritu profético que los está avasallando… Ella parece haber hecho una pausa, únicamente para continuar con más fuerza           …

Y da un grito que hace estremecer:

–      ¡Horror! La Voz da luz. La luz da vista… ¡Horror! ¡Yo veo!…

Su grito parece un aullido. Se retuerce como si estuviera viendo un horrible espectáculo, que le torturase el corazón y se rehusara a verlo. De la espalda se le cae el manto. Le queda solo la vestidura marfileña, que tiene por fondo el negro tronco.

A la luz del crepúsculo agonizante, su cara adquiere un aspecto trágico e imponente. Su rostro está esculpido por el dolor.

Se retuerce las manos mientras repite llorando:

–          ¡Veo! ¡Veo! Veo los crímenes de este Pueblo mío. Soy impotente para detenerlos. Veo el corazón de mis compatriotas y no lo puedo cambiar. ¡Horror! ¡Horror! Satanás ha abandonado sus lugares y ha venido a vivir a su corazón.

Los escribas ordenan a Jesús:

–                       ¡Hazla callar!

Jesús contesta:

–                       Prometisteis que la dejaríais hablar…

La mujer continúa:

–                       ¡Inclínate a tierra, al lodo! ¡Oh, Israel! ¡Que todavía sabes amar al Señor! Cúbrete de ceniza. Vístete de cilicio. ¡Por ti! ¡Por ellos! ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Sálvate! Veo a una ciudad que en tumulto, va a cometer un crimen.

¡Oigo! ¡Oigo los gritos de los que con odio invocan su sangre sobre sí! Veo levantar la Víctima en la Pascua de Sangre.

Y que corre esa Sangre. Y que esa Sangre grita, más que la sangre de Abel.

Mientras se abren los cielos, la Tierra se sacude y el sol se oscurece. ¡Esa Sangre no pide venganza, sino piedad por su Pueblo Asesino! ¡Piedad por nosotros!…

¡Jerusalén, conviértete! ¡Esa Sangre…! ¡Esa Sangre…! ¡Un río…! ¡Un río que lava el mundo curándolo de todos los males; borrando toda Culpa!…

¡Pero para nosotros…!

¡Para nosotros de Israel, esa Sangre es Fuego!… Para nosotros es un cincel que escribe sobre los hijos de Jacob, el nombre de los Deicidas y la Maldición de Dios… ¡Jerusalén, ten piedad de ti misma y de nosotros!

Los escribas gritan.

–                       ¡Hazla callar! ¡Te lo ordenamos!

Mientras la mujer solloza cubriéndose la cara.

Jesús dice:

–                       No puedo imponer silencio a la verdad.

Los escribas acosan a Jesús:

–                       Ciertamente es una loca que delira.

–                       ¿Qué Maestro eres si tomas por verdad, las palabras de una demente?

–                       ¿Qué Mesías eres si no sabes hacer callar a una mujer?

–                       ¿Qué Profeta eres si no sabes poner en fuga al demonio? ¡Y otras veces lo has hecho!

–                       Lo ha hecho, sí. Pero ahora no le conviene. Es todo un juego preparado para atemorizar a las turbas.

Jesús responde:

–                       ¿Habría Yo escogido esta hora? ¿Este lugar? ¡Este puñado de hombres!… Cuando podría haberlo hecho en Jericó, cuando me han seguido cinco mil y tal vez más de cinco mil personas. Y me han circundado, ¿Cuando el recinto del Templo ha sido estrecho, para dar cabida a todos los que querían oírme?

¿Puede el demonio decir palabras sabias? ¿Quién de vosotros, con el corazón en la mano, puede afirmar que de los labios de ella ha brotado algún error? ¿No resuenan en sus labios femeninos las terribles palabras de los Profetas? ¿No percibís el alarido de Jeremías y el llanto de Isaías y de los otros profetas?

¿No percibís la Voz de Dios a través de esta mujer?

La Voz que quiere ser oída, para vuestro bien? No me escucháis a Mí. Podéis pensar que hablo en mi favor. Pero ésta que me es desconocida, ¿Qué favor puede esperar de estas palabras? No recogerá más que vuestro desprecio.

Vuestras amenazas; tal vez vuestra venganza. ¡NO! ¡Que no le impongo silencio! Antes bien; para que estos pocos la oigan… Y para que vosotros podáis así enmendaros, le ordeno: ¡Habla! ¡Habla te lo digo, en el Nombre del Señor!…

Es Jesús ahora el que parece majestuoso. Es el Mesías de las horas del Milagro. Con sus grandes ojos magnéticos; en los que una chispa de azul desprendida de la hoguera que está entre ella y Él, hace más brillantes.

La mujer por el contrario, oprimida por el Dolor, causa menor impresión. Sigue con la cabeza inclinada. Con la cara cubierta por sus manos, sobre las que caen sus negros cabellos, que se han soltado y que tanto delante como en la espalda; parecen como un velo de luto sobre su vestido blanco.

Jesús insiste:

–                       ¡Habla, te lo ordeno! Tus palabras de dolor no dejan de tener su fruto. Sabea de la estirpe de Aarón, ¡Habla!…

La mujer obedece:

–                       ¡Oh, Jordán; sagrado río de nuestros padres! Eres un río de paz y conoces muchos dolores. ¡Oh, Jordán que en las negras horas de tempestad, sobre tus crecidas aguas, algunas veces el tierno arbusto en que había un nido; lo arrastras vertiginoso hacia el abismo mortal del mar salado y no tiene piedad del par de pajarillos que sigue con su vuelo piando de dolor, su nido que has destruido!

De igual modo verás, ¡Oh, sagrado Jordán!  Azotado por la Ira Divina.

 

Arrancado de sus casas, de su altar; caminar a la ruina, sumergiéndose en la muerte más espantosa; al Pueblo que no quiso al Mesías. Pueblo mío, ¡Sálvate! ¡Cree en tu Señor! ¡Sigue a tu Mesías! Reconócelo por lo que Es. No es Rey de pueblos y de ejércitos. ¡Es Rey de almas!

De tus almas. De todas las almas. Descendió a reunir a las almas justas. ¡Y volverá a subir para conducirlas al Reino Eterno! ¡Vosotros que todavía podéis amar, estrechaos al Santo! ¡Vosotros a quienes os preocupa el destino de la patria, uníos al Salvador!

¡Que no perezca toda la descendencia de Abraham! ¡Huid de los falsos profetas, de bocas mentirosas y de corazones de rapiña, que tratan de apartaros de la Salvación! Salid de las Tinieblas que se alzan a vuestro alrededor. ¡Escuchad la Voz de Dios!

Los grandes a quienes hoy teméis; son ya polvo en el Decreto de Dios. Uno solo es el Viviente.

Los lugares donde mandan y desde donde oprimen, son ya ruinas. Uno solo perdura.

Jerusalén, ¿Dónde están los orgullosos hijos de Sión de los que te glorías? ¡Míralos! ¡Oprimidos, encadenados caminan hacia el destierro! Por entre los escombros de tus  palacios; entre el hedor de los muertos que degolló la espada, que mató el hambre.

¡El furor de Dios se abate sobre Ti! ¡Oh, Jerusalén que rechazas a tu Mesías! Le golpeas en el Rostro, en el corazón. Toda la hermosura que había en Ti, se ha marchitado. Muerta está para ti toda esperanza. Profanados están el Templo y el altar…

Los escribas gritan:

–                       ¡Hazla callar! ¡Blasfema! Te decimos que la hagas callar…

Sabea:

–                                   … arrancado el Efod. No sirve más…

Sadoc insiste:

–                       ¡Tú eres culpable si no le impones silencio!

Sabea continúa:

–                       …porque no reina más. Hay otro Pontífice Eterno. Es Santo. Dios lo ha enviado como Rey-Sacerdote para siempre. Lo envió quien toma las injurias hechas al Mesías por suyas y las venga. Otro Pontífice; el Verdadero; el Santo, Ungido de Dios.

Y por su Sacrificio, en lugar de aquel en cuya frente la tiara es una deshonra, porque cobija pensamientos criminales…

–                       ¡Cállate, maldita! ¡Cállate o te golpeamos!

Los escribas la maldicen atrozmente, pero ella parece no oír.

El pueblo se arremolina:

–                       Dejadla hablar, vosotros locuaces. Dice la verdad. Así es. No hay más santidad entre vosotros. Uno solo es el Santo y vosotros lo maltratáis.

Los escribas opinan que es mejor callarse.

La mujer continúa con su voz cansada y dolorosa:

–                       Había venido para traernos la Paz y lo combatiste. La salud y te burlaste de Él. El amor y lo odiaste. Milagros y has dicho que eran del demonio. Sus manos curaron tus enfermos y tú se las perforaste. Te trajo la Luz y lo cubriste con salivazos y con suciedades en su Rostro. Te trajo la Vida y le diste la muerte.

¡Llora tu error Israel! Y no impreques al Señor cuando vayas al destierro que no tendrá fin, como en otro tiempo. ¡Oh, Israel!… ¡Recorrerás toda la tierra, como un pueblo vencido y maldito; perseguido por la Voz de Dios y con las mismas palabras que se dijeron a Caín!

 

No podrás reconstruir un nido sólido, sino hasta que reconozcas junto con los otros pueblos, que éste es Jesús, el Mesías, el Señor, el hijo del Señor…

La voz de Sabea se apaga envuelta por el dolor y la fatiga. Parece como si agonizara. Pero aún no ha terminado.

Se reanima a una última orden:

–                     ¡A tierra, Pueblo que todavía sabes amar! ¡Cúbrete de ceniza! ¡Vístete de cilicio! ¡El Furor de Dios está suspendido sobre vosotros, como una nube preñada de granizo y rayos, sobre un campo maldito!

La mujer cae de rodillas con los brazos extendidos hacia Jesús y grita:

–                       ¡Paz, Paz! ¡Oh, Rey de Justicia! ¡Paz!, ¡Oh, Adonaí Grande y Poderoso a quién ni siquiera el Padre resiste! ¡Por tu Nombre! ¡Oh, Jesús Salvador y Mesías Redentor! ¡Rey, Dios tres veces Santo; alcánzanos la Paz!

Y se tira sacudida por los sollozos, con la cara sobre la hierba.

Los escribas rodean a Jesús.

Lo llevan aparte, lejos de los demás y con voz amenazante le dicen:

–                       Lo menos que puedes hacer, es curarla. Porque si en verdad quieres decir que no está poseída por un demonio, no puedes negar que sea una enferma.

Sadoc insinúa:

–                       ¡Mujeres!… y mujeres sacrificadas por el destino. Su vitalidad debe mostrarse por cualquier parte. Y divagan. Y dicen cosas irreales sobre todo a Ti, que eres joven y muy bello…

Jesús increpa:

–                       ¡Cállate, boca de serpiente! Tú mismo no crees en lo que dices.

Jesús lo ha ordenado con tal fuerza, que le corta las palabras en los labios del escriba flaco y narigudo que al principio se había burlado de la mujer como de una falsa profetiza.

El escriba que fue a encontrarlo en el camino y  le hizo la propuesta a Jesús, se dirige al escriba que lo ha insultado:

–                       No ofendamos al Maestro, Sadoc. Lo elegimos por Juez de un caso que no podíamos resolver.

–                       Los demás lo atacan al punto:

–                       ¡Cállate Yoel, llamado Alamot hijo de Abdías! ¡Sólo un mal nacido como tú, puedes decir esas palabras!

El escriba se pone rojo por la ofensa, pero se domina y con dignidad responde:

–                       Si mi nacimiento no puede aceptarse, eso no quita que mi inteligencia sea clara antes bien; el prohibirme muchos placeres, me ha hecho un hombre de sabiduría. Si fuerais santos no me humillaríais. Sino respetaríais al sabio.

Sadoc dice:

–                       ¡Bueno! Hablemos de lo que nos preocupa. Maestro, tienes obligación de curarla. Porque con su delirio espanta a la gente y ofende al sacerdocio, a los fariseos y a nosotros.

Jesús pregunta dulcemente:

–                       Si os hubiera alabado, ¿Me diríais que la curase?

Sadoc replica:

–                       No. Porque haría que la gente nos respetase. Este pueblo de cabrones que nos odia en su corazón y se befa de nosotros cuando puede. – sin percatarse de la trampa.

Jesús pregunta otra vez con dulzura:

–                       ¿Pero no continuaría siendo una enferma? ¿No debería curarla?

Parece un estudiante que preguntase al profesor lo que debe hacer.

Los escribas están tan cegados por la ira, que no comprenden que se están descubriendo…

–                       En tal caso, no. ¡Más bien tendrías que dejarla que delirase!  Hacer todo lo posible para que la gente le creyese profetisa. ¡Honrarla! ¡Señalarla!

–                       ¿Y si no fuesen cosas verdaderas?

–                       ¡Oh, Maestro! Si quita lo que dice contra nosotros, lo demás serviría de mucho para levantar el orgullo de Israel contra el romano. A sujetar el orgullo del pueblo contra nosotros.

Jesús replica secamente:

–                       Pero no se le puede intimar: ‘Habla de este modo’  Ni tampoco, ‘No digas esto…’

–                       ¿Y por qué no?

–                       Porque el que delira habla sin saber lo que dice.

Varios escribas dicen:

–                       ¡Con dinero y alguna que otra amenaza!…

–                       ¡Se podría obtener todo!

–                       También así se comportaban los profetas…

Jesús pregunta perplejo:

–                       No veo claro, en verdad…

Sadoc y Cananías dicen:

–                       ¡Ah! ¡Es porque no sabes leer entre líneas!

–                       Y porque no todo se dejó escrito en papel.

Jesús cambia el tono de su voz y empieza su contraataque:

–                     El espíritu profético no conoce imposición alguna, escriba. Viene de Dios. Y a Dios no se le compra, ni se le atemoriza.

El escriba le replica:

–                       Pero esta no es una profetisa. Ya no es tiempo de profetas.

–                       ¿Ya no es tiempo de profetas? ¿Y por qué no?

–                       Porque no nos lo merecemos. Estamos muy corrompidos.

–                       ¿De veras? ¿Y lo dices tú? ¡Tú que hace unos instantes la juzgabas digna de castigo porque afirmaba lo mismo!

El escriba Sadoc queda desorientado.

Simón otro escriba, viene en su ayuda:

–                       El tiempo de los profetas terminó con Juan.

Nahúm otro fariseo apoya:

–                       Y no hay necesidad de ellos.

Jesús dice:

–                       ¿Cómo es posible?

–                       Porque Tú estás para hablarnos de la Ley y hablarnos de Dios.

–                       También en tiempos de los profetas existía la Ley y la sabiduría hablaba de Dios. Y con todo, los había.

Sadoc interviene:

–                       ¿Pero qué profetizaban? ¡Tú venida!

Nahúm declara:

–                       Ya estás aquí. Ya no sirven para nada.

–                       Una y mil veces me habéis preguntado vosotros, como también los sacerdotes y los fariseos, si Soy Yo el Mesías o no. Y porque lo he afirmado me llamáis blasfemo, loco. Y habéis tomado piedras para arrojármelas, ¿No acaso eres tú Sadoc, a quién llaman el Escriba de Oro? –pregunta Jesús al viejo narigudo.

Sadoc contesta:

–                       ¿Lo soy y qué?

–                       Pues bien. Tú exactamente tú has sido siempre el primero, tanto en Giscala, como en el Templo, en volverte violento contra Mí. Te perdono. Te lo recuerdo sólo porque dijiste que no puedo ser Yo el Mesías. Te recuerdo la apuesta que te hice en Quedes. Dentro de poco verás que se cumple parte de ella.

Cuando la luna brille en el invierno te daré la prueba. La primera. La otra, la tendrás cuando el grano de trigo sacuda sus espigas al soplo de los vientos del Nisán, el año entrante.

A los que dicen que los profetas son inútiles, respondo: ¿Quién es el que va a poner límites al Altísimo?

En verdad, en verdad os digo que mientras exista el hombre habrá profetas. Son las teas en medio de las tinieblas del mundo. Son los hornos entre el hielo del mundo. Son las voces que recuerdan a Dios y sus verdades que el tiempo olvida y el descuido arrastra.

Los profetas traen directamente al hombre la Voz de Dios. Provocando sacudidas de emoción en los olvidadizos, en  los apáticos hijos del hombre. Tendrán otros nombres, pero tendrán igual misión e igual suerte en el dolor humano y en el gozo inimaginable. ¡Ay si no existieran estos espíritus que el mundo odiará, pero a quienes Dios amará sobre manera!

¡Ay si no padeciesen y no perdonasen! ¡Si no amasen y no trabajasen para obedecer al Señor! ¡El mundo perecería en las tinieblas, en el hielo, en un sopor de muerte, en una idiotez; en una ignorancia salvaje y brutal! Por esto Dios seguirá suscitándolos.

¿Quién podrá decir a Dios que no lo haga? ¿Tú Sadoc? O ¿Tú Nahúm? O ¿Tú Elquías? En verdad os digo que ni siquiera los espíritus de Abraham, de Jacob, de Moisés, de Elías y de Eliseo, podrían decir a Dios que no lo hiciera. Y sólo Dios sabe cuan santos fueron y en medio de qué luces eternas se encuentran.

Sadoc exclama:

–                       ¡Entonces no quieres curar a la mujer!

Elquías pregunta:

–                       ¿Ni siquiera condenarla?

Jesús responde:

–                       No.

–                       ¿La consideras cómo profetisa?

–                       Inspirada, sí.

–                       Eres un demonio como ella. Vámonos. No nos conviene perder el tiempo con los demonios.

Y al decir esto, Sadoc da un empujón de cargador a Jesús, haciéndolo a un lado. Está más que furioso.

Muchos lo siguen. Otros se quedan. Entre estos últimos al que llamaron Yoel Alamot.

Jesús señala a los que se van…

Y a los que se quedan,  les pregunta:

–                       ¿Y vosotros no los seguís?

Yoel Alamot contesta:

–                       No, Maestro. Nos vamos porque ya es de noche. Pero queremos decirte que aceptamos tu decisión. Dios puede todo. Es verdad.

El de más edad apoya:

–                       Y puede suscitar almas para nosotros que caemos en muchas culpas, para que nos llamen a la justicia.

Jesús dice:

–                       Dijiste bien. Y esta humildad tuya, es mucho más grande a los ojos de Dios, que tu saber.

–                       Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.

–                       Sí, Jacob.

–                       ¿Cómo sabes mi nombre?

Jesús sonríe sin responder.

 

–                       Maestro, acuérdate también de nosotros.  –dicen otros dos.

Yoel Alamot, añade:

–                       Bendigamos al Señor que nos dio esta hora.

Jesús responde:

–                       ¡Bendigamos al Señor!

Se saludan.  Se separan.

Jesús se reúne con sus apóstoles. Y con ellos va a donde está la mujer que ha regresado a su postura inicial, sentada sobre la raíz del roble.

Sus padres le preguntan con ansias:

–                       ¿Nuestra hija tiene un demonio? Eso dijeron aquellos antes de irse.

Jesús contesta:

–                       No. Estad tranquilos. Amadla porque su destino es muy amargo. Como el de todos sus semejantes… Los verdaderos profetas de Dios…

–                       Añadieron que esa había sido tu opinión…

–                       Mintieron. Yo no miento. Estad tranquilos.

Juan de Éfeso se acerca con Salomón y otros discípulos y dice:

–                       Maestro. Sadoc ha amenazado a éstos. Te lo aviso.

 

–                       ¿A éstos o a ésta?

–                       A éstos y a ella. ¿No es verdad?

El anciano replica:

–                       Sí. Nos dijeron a mí y a mi esposa que si no procuramos hacer callar a nuestra hija, ¡Ay de nosotros! Y a Sabea le dijeron: “Si hablas te denunciaremos al Sanedrín”

Prevemos que días negros se cernirán sobre nosotros. Pero estamos tranquilos por lo que dijiste y aguantaremos lo que nos venga. Pero por ella, ¿Qué podemos hacer Señor?…

Jesús piensa…

Luego dice:

–                       ¿No tenéis parientes que vivan lejos de Betlequi?

–                       No, Maestro.

–                       Os mandaré con la madre de un discípulo mío que sabe lo que es tener un hijo perseguido. Le diréis que se le de hospedaje en mi Nombre. –luego dice a Sabea- escucha: vas a ir a donde te envío. Continúa sirviendo al Señor en justicia y obediencia. Te bendigo mujer. Quédate en paz.

Sabea responde:

–                       Sí, Señor y Dios mío…  ¿Cuándo deba hablar, lo podré hacer?

–                       El espíritu que te ama te guiará según las circunstancias. No tengas miedo de su Amor. Sé humilde, casta, sencilla y sincera. Y Él no te abandonará. Quédate en paz.

La bendice y se va con sus apóstoles…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

109.- EL PRÍNCIPE DE PAZ

El grupo apostólico sigue su camino por campos arados y huertos. En un recodo, encuentran a unos escribas y éstos saludan a Jesús:

–                       La paz sea contigo, Maestro. Te hemos esperado aquí, para… venerarte.

Jesús responde:

–                       No es verdad. Para estar seguros de que no había alguna trampa. Hicisteis bien. convenceos de que no he tenido modo alguno de ver a la mujer, ni a ninguno de los que están con ella. Vuestro corazón fomenta ciertas condiciones que queréis que acepte, cuando me encuentre con esa mujer y de antemano os digo que las acepto.

–                       Pero… Si no las conoces…

–                       ¿No es verdad que me las queréis imponer?

–                       Lo es.

–                       Así como conozco vuestra intención, así también sé lo que me diréis. Y os aseguro que acepto lo que queréis proponerme, porque servirá para dar gloria a la Verdad. Hablad.

–                       ¿Sabes cómo están las cosas?

–                       Sé que a la mujer se le tiene por endemoniada y que ningún exorcista ha podido arrojarle el demonio.

–                       ¿Puedes jurar que jamás la has visto?

–                       El justo no jura porque tiene el derecho de que se le crea por su palabra. Yo os digo que jamás la he visto. Y que jamás he pasado por su poblado, cosa que todos pueden confirmar.

–                       Y con todo, ella pretende conocer tu rostro y tu voz.

–                       De hecho, su alma me conoce por voluntad de Dios.

–                       Tú dices que por voluntad de Dios. ¿Pero cómo puedes asegurarlo?

–                       Se me ha dicho que pronuncia palabras inspiradas.

–                       También el Demonio habla de Dios.

–                       Pero con errores mezclados a propósito, para extraviar a los hombres y conducirles a que piensen erróneamente.

–                       Pues bien… Nosotros queremos que nos permitas someter a la mujer a una prueba.

–                       ¿De qué modo?

–                       ¿De veras no la conoces?

–                       Os lo he asegurado.

–                       Entonces mira. Enviaremos delante de Ti, alguien que vaya gritando: ‘Aquí está el Señor’ y veremos si saluda al que vaya con él, como si fueses Tú.

–                       ¡Pobre mujer! Acepto. Escoged de entre quienes me acompañan a quienes queráis que nos precedan. Os seguiré con otros. Más si hablare la deberéis dejar, para que Yo juzgue sus palabras.

–                       Es claro. Pacto es pacto. Y lo mantendremos lealmente.

–                       Que así sea y que sirva para llamaros al corazón.

–                       Maestro, no todos somos enemigos tuyos. Algunos de nosotros estamos realmente a la expectativa… Y tenemos el deseo sincero de conocer la verdad para seguirte.

–                       Es cierto. Y Dios los ama.

Los escribas ven atentamente a los apóstoles. Escogen a Judas Tadeo y a Juan.

–                       Nosotros vamos adelante con éstos. Tú te quedas con nuestros compañeros y los tuyos. Después de un poco de tiempo, nos seguiréis.

Y así lo hacen.

Se ven los bosques a lo largo del río y a unas personas que esperan en un lindero del bosque.

Los escribas que se adelantaron gritan:

–                       ¡Ved! ¡Ved que ha llegado el Mesías! ¡Levantaos y venid a su encuentro!

Y se desvían hacia un gigantesco roble, cuyas raíces han salido afuera y sirven de asiento a quienes se acercan a él.

El grupo de personas que había, sale al encuentro de los que vienen. Junto al tronco se quedan solo los tres escribas, un hombre y una mujer ancianos; además de otra mujer sentada sobre una gran raíz, con la espalda recargada contra el tronco.

Tiene la cabeza inclinada sobre las rodillas, con las manos juntas. La cubre un velo de color morado tan fuerte, que se ve casi negro; parece no poner atención a lo que la rodea. No se mueve ni con el griterío.

Un escriba le toca la espalda y le dice:

–                       Sabea, el Maestro está aquí. Levántate y salúdalo.

Ella no responde. No se mueve.

Los tres escribas se miran irónicos. Y hacen una señal de inteligencia a los que se acercan. Y como los que estaban a la espera, al no ver a Jesús, se han callado; ellos y sus compinches gritan con toda la fuerza de sus pulmones, para que la mujer no se dé cuenta del engaño.

Un escriba dice a anciana que está junto a ella:

–                       Mujer. Al menos tú saluda al Maestro y di a tu hija que lo haga.

La mujer se postra junto a su marido, delante de Tadeo.

Y luego, incorporándose dice a su hija:

–                       Sabea. Tu Señor está aquí. Venéralo.

La joven no se mueve.

La sonrisa irónica de los escribas se acentúa y uno flaco y narigudo, dice con voz nasal:

–                       No te esperabas esta prueba, ¿Verdad? Tu corazón tiene miedo. Comprendes que tu fama de profetiza está en peligro y no te atreves… Creo que esto es  suficiente para declararte mentirosa…

La mujer levanta su cabeza.

Se echa para atrás el velo y mira con ojos agrandados, mientras dice:

–                       No miento, escriba. No tengo miedo porque estoy en la verdad. ¿En dónde está el Señor?

–                       ¡Cómo! ¿Dices que lo conoces y no lo estás viendo? Lo tienes delante de ti.

–                       Ninguno de éstos es el Señor. Por eso no me he movido. Ninguno de estos.

–                       ¿Ninguno de éstos? ¿Cómo? ¿Ese Galileo rubio no es el Señor? Yo no lo conozco pero sé que es rubio y con ojos azules.

–                       No es el Señor.

–                       Entonces ese alto y majestuoso. Mira la fisonomía de rey que tiene. Es él sin duda.

–                       No. Entre ellos no está el Señor.

Y la mujer baja su cabeza y sigue en la misma actitud de antes.

Pasa un poco de tiempo y después se ve que Jesús se acerca.

Los escribas han hecho señal a la poca gente, para que guarde silencio. Y por eso nadie lanza un hosanna a su llegada.

Jesús viene entre Pedro y Santiago. Camina despacio. La tupida hierba absorbe sus pasos.

Mientras la anciana se seca unas lágrimas con su velo, un escriba la molesta diciendo:

–                       Vuestra hija está loca y es una mentirosa.

Mientras su padre suspira y también la reprocha, Jesús llega a los límites del sendero y también se detiene.

La joven, que no ha podido ver ni oír nada; se pone de pie. Echa para atrás su velo y se descubre casi toda la cabeza.

Extiende los brazos con un fuerte grito y proclama:

–                       ¡Ved que viene ahí, mi Señor! ¡Él es el Mesías! ¡Oh, vosotros que me habéis querido engañar y humillar! ¡Veo sobre Él la Luz de Dios que me lo señala y lo honro!

Y se postra en tierra a unos dos metros de Jesús, diciendo:

–                       Te saludo, ¡Oh, Rey de los Pueblos! ¡Oh, Admirable! ¡Oh, Príncipe de la Paz!¡Padre de los Siglos que no conocen fin! ¡Jefe del Nuevo pueblo de Dios!

Luego se levanta y se queda de pie, contra el tronco del roble. Es alta y hermosa. Su cabello negro como el ébano, es una brillante guirnalda de ónix, alrededor de una cabeza majestuosa.

Su túnica de color marfil, revela una figura esbelta. Tiene unos treinta años y una cara muy bella, que mira en silencio al Maestro y sacude la cabeza…

Cuando los escribas le dicen:

–                       Te has equivocado, Sabea. Él no es el Mesías; sino el que viste antes y no reconociste.

Ella niega con severidad y mira fijamente a Jesús. Con su semblante lleno de estupor y de alegría. De triunfo, de amor, de éxtasis, de adoración…

Jesús la mira un poco triste.

En voz baja le dice un escriba:

–                       ¿Ves que es una loca?

Jesús no le rebate. Está de pié con su mano izquierda que le pende a un lado y con la derecha se sostiene el manto, recogido sobre el pecho. Mira y calla.

La mujer extiende sus brazos y parece una gigantesca mariposa de alas moradas y cuerpo de marfil.

Y un grito potente sale de sus labios:

–                       ¡Oh, Adonaí, Tú eres Grande! ¡Sólo tú eres Grande! ¡Oh! ¡Adonaí! Eres grande en el Cielo; en la Tierra; en el Tiempo; en los siglos de los siglos y más allá del Tiempo; por siempre y para siempre, ¡Oh, Señor; Hijo del Señor! Bajo tus pies están tus enemigos. Y tú Trono mantiene el amor de los que te aman.

La voz aumenta en intensidad, en firmeza y fuerza; mientras sus ojos se separan de Jesús y miran en un punto lejano, sobre las cabezas de los que la rodean.

Después de una pausa, torna a hablar:

–                       El Tono de mi Señor está adornado con las doce piedras, de las doce tribus de los justos. En la gran perla que es el trono, el blanco, el precioso y resplandeciente Trono del Santísimo Cordero; están engastados topacios con amatistas, esmeraldas con zafiros, rubíes con sardónices; ágatas; crisolitos con aguamarinas, ónices, jaspes, ópalos.

Los que creen. Los que esperan; los que aman; los que se arrepienten; los que viven y mueren en la justicia; los que sufren; los que dejan el error por la Verdad; los que siendo duros de corazón, se han hecho mansos por su Nombre; los inocentes; los arrepentidos; los que se despojan de toda cosa, para poder fácilmente seguir al Señor. Los vírgenes cuyo espíritu resplandece cual luz semejante al de un alba del Cielo de Dios… ¡Gloria al Señor! ¡Gloria a Adonaí! ¡Gloria al Rey sentado sobre su Trono!

Su voz parece el toque de una trompeta. La gente se sacude. La mujer parece que ve realmente lo que está describiendo. Y con su mirada extática puede ver la Gloria Celestial. Descansa sin cambiar de actitud.

Su cara palidece y sus ojos se hacen más brillantes. Vuelve a hablar, bajando su mirada sobre Jesús que la escucha atento; rodeado de escribas que mueven la cabeza escépticos; burlones.

Y de los apóstoles y seguidores que están pálidos, presas de sacra emoción.

Prosigue extática y el tono de su voz es menos alto:

–                       ¡Veo! ¡Veo en el Hombre lo que se oculta en el Hombre! Pero mis rodillas se doblan ante el Santo de los santos oculto en el Hombre.

De repente su voz cambia de tono y se hace imperiosa; cual si fuera una orden:

–                       ¡Mira a tu Rey! ¡Oh, Pueblo de Dios! ¡Conoces su Rostro! ¡La belleza de Dios está delante de ti! La Sabiduría de Dios ha tomado una boca para instruirte. Ya no son los Profetas, ¡Oh, Pueblo de Israel! Los que te hablan del Inefable. ¡Es Él Mismo!

El que conoce el Misterio que Es Dios, que te habla de Dios. El que conoce el Pensamiento de Dios, que te acerca a su pecho. ¡Oh, Pueblo Infantil después de tantos siglos! Y te alimenta con la leche de la Sabiduría de Dios para que te hagas adulto. Para obtenerlo se encarnó en un vientre… En el vientre de una mujer de Israel. Más grande que cualquier otra mujer, ante la Presencia de Dios y de los hombres. Ella arrebató el Corazón de Dios, con sus palpitaciones de paloma. La hermosura de su espíritu, sedujo al Altísimo y Él la hizo su Trono.

María de Aarón pecó porque en ella existía el pecado. Débora dictó lo que tenía que hacerse, pero no lo realizó. Yael fue fuerte, pero ensució sus manos con sangre. Judith era justa, tenía al Señor; Dios estaba en sus palabras y le permitió que realizara su propósito; para que Israel se salvase. Más por amor a su patria, empleó una astucia homicida.

La Mujer que lo engendró a Él, sobrepuja a todas estas mujeres, porque es la esclava perfecta de Dios y le sirve sin pecar. Toda Pura, Inocente y Bella. Es el hermoso astro de Dios, desde que sale hasta que se pone. Toda bella, resplandeciente y pura; para ser Estrella y Luna. Luz para los hombres, para que encuentren al Señor.

No precede ni sigue al Arca Santa, como María de Aarón; porque Ella es el Arca Misma.

Sobre la turbia ola de la Tierra cubierta con el diluvio de las culpas, Ella camina y salva. Porque quién se acerca a Ella, encuentra al Señor. Paloma sin mancha, vuela y trae la rama de olivo; olivo de paz a los hombres; porque Ella es la Oliva sin igual.

Está callada, pero con su silencio habla. Y hace más que Débora, que Yael; que Judith. No aconseja a la guerra, ni incita a matar. Ni derrama sangre, fuera de la Inigualable suya, con la que fue hecho su Hijo. ¡Desgraciada Madre! ¡Sublime Madre!…

Judith tenía al Señor, pero había vivido con un hombre. Ésta ha dado al Altísimo, su Flor Inviolable. Y el Fuego de Dios bajó al cáliz del Lirio suave. Y un seno de Mujer ha encerrado a la Potencia; a la Sabiduría y al Amor de Dios. ¡Gloria a la Mujer! ¡Cantadle alabanzas, ¡Oh! mujeres de Israel!

La mujer se calla.

Los escribas dicen:

–                       ¡Está loca! ¡Está loca! ¡Hazla callar! Es una posesa. Obliga al espíritu que la posee a que se vaya.

Jesús responde:

–                       No puedo. No es más que el Espíritu de Dios y Dios no se arroja a Sí Mismo.

–                       No lo haces porque ella te alaba y ha alabado a tu Madre; lo que estimula tu orgullo.

–                       Escriba, piensa lo que sabes de Mí y verás que Yo no conozco el orgullo.

–                       Y sin embargo solo un demonio puede hablar en ella; para hacer que celebre de este modo a una mujer… ¡La Mujer! ¿Y qué es en Israel y para Israel, la mujer? ¿Qué otra cosa, sino pecado a los ojos de Dios? ¡Seducida y seductora!…

Otro escriba agrega:

–                       Si no creyésemos, costaría trabajo creer que en la mujer haya un alma. Le está prohibido acercarse al Santo de los santos, por su inmundicia. Y ésta dice que Dios ha elegido a Ella…

Los escribas están escandalizados y hacen coro.

Jesús responde sin mirar a nadie, como si hablase consigo Mismo:

–                       Está escrito: “La mujer aplastará la cabeza de la serpiente… La Virgen concebirá y dará a luz a un Niño que será llamado Emmanuel… Un retoño saldrá de la raíz de Jesé. Una flor nacerá de esta raíz y sobre ella, reposará el Espíritu del Señor.”Esta Mujer. Mi Madre, escriba. Por honra propia de tu saber, recuerda y comprende la Palabra de los Libros Sagrados.

Los escribas no encuentran palabras con qué responder. Miles de veces han leído estas palabras y las han tomado por verdaderas. ¿Pueden ahora negar su valor? Mejor se callan.

Alguien prende una hoguera, porque se siente el frío cerca de la ribera, donde sopla el aire del Crepúsculo.

La luz del fuego parece sacudir a la mujer que había callado y se estremece.

Mira de nuevo a Jesús y con voz estentórea grita:

–                       ¡Adonaí! ¡Adonaí! ¡Tú eres Grande! ¡Cantemos al Divino un cántico nuevo! ¡Shalem! ¡Shalem! ¡Melquic!… ¡Paz! ¡Paz! ¡Oh, Rey a Quién nadie resiste!

La mujer se calla de pronto.

Y por primera vez recorre con sus ojos a los que rodean a Jesús. Mira a los escribas y comienza a llorar. Su cara se llena de tristeza y carece de resplandor.

Habla lentamente y con profundo dolor:

–                       ¡No! ¡Ay de quién se te opone! No estoy ahora en los verdes bosques de Betlequi; viuda virgen que encuentra en el Señor su única paz. Conciudadanos: temamos al Señor, porque ha llegado la hora de estar prontos a responder a su llamada. Hagamos que la vestidura de nuestro corazón esté limpia para no ser indignos  de su Presencia.

Ciñámonos de fuerza; porque la Hora del Mesías es Hora de Prueba. Purifiquémonos como hostias para el altar, para que Él que lo mandó, nos acepte. Quién es bueno, hágase mejor. Quién es soberbio, hágase humilde. Quién es lujurioso, castigue su cuerpo, para poder seguir al Cordero. Que el avaro se haga bienhechor; porque Dios nos beneficia en su Mesías. Y que cada uno practique la justicia, para poder pertenecer al Pueblo del Bendito que llega.

Ahora hablo ante Él. Ante quien cree en Él y ante quien no cree y se burla del Santo. Y de los que hablan y creen en su Nombre y en Él. Pero no tengo miedo. Decís que estoy loca. Decís que en mí, habla un demonio. Sé que podríais hacerme lapidar por blasfema. Sé que lo que voy a decir os parecerá un insulto, una blasfemia y me odiaréis. Más no importa. Tal vez soy una de las últimas voces que hablan de Él, antes de su manifestación.

Tendré tal vez la misma suerte que otras muchas voces. Pero no temo. Largo es el destierro en el frío y en la soledad de la tierra; para que el que piensa en el Seno de Abraham ; en el Reino de Dios que nos abre el Mesías, más santo que el Santo Seno de Abraham.

Sabea del Carmelo de la estirpe de Aarón, no le teme a la muerte. Teme al Señor y habla cuando Él la hace hablar y así encontraría su voluntad para hacer la Voluntad de Dios. Dice la Verdad porque habla de Dios con las palabras que Dios le da.

No temo a la muerte. Aun cuando me llaméis demonio y me lapidéis por blasfema. Aun cuando mis padres y mis hermanos mueran por esta deshonra, no temblaré de miedo, ni de compasión. Sé que el demonio no habla en mí, porque apaga toda concupiscencia y toda Betlequi lo sabe.

Sé que las piedras no harían sino apagar por un instante, el respiro de mi canto. Pero después se le dará uno mucho más sublime, en la libertad del más allá. Sé que Dios consolará el dolor de los de mi sangre. Y su dolor será breve. Pero será eterna la alegría de los padres mártires, de una mártir. No temo que me matéis. Pero sí temo a la muerte que me vendría de Dios, si yo no lo obedeciera. Y hablo y digo lo que Él me ordena que diga.

De lo alto llega a mí una voz que dentro de mi corazón grita y dice: “El antiguo pueblo de Dios, no puede cantar el nuevo cántico; porque no ama a su Salvador. Los salvados de todas las naciones cantarán el cántico nuevo. Los del Pueblo Nuevo del Mesías, Señor. No los que odian a mi Verbo…”

Para desgracia de los funcionarios del Templo de Jerusalén, Sabea del Carmelo no ha terminado…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

108.- MILAGRO EN EL JORDÁN

Siguen caminando y a cada paso que dan, se manchan y resbalan como si el lodo fuese jabón.

El cielo está nebuloso y plomizo, con nubes espesas y oscuras. El viento no cesa. Los discípulos se quejan del tiempo, del camino y también de que el Maestro quiera andar por estos caminos y con este temporal.

Juan se pone al lado de su Maestro, deseando que no haya oído las quejas de sus compañeros.

Jesús le dice sonriendo:

–                       Juan, me has alcanzado.

Juan lo mira con amor profundo y dice:

–                       Sí, Maestro mío. ¿Me quieres contigo?

–                       Siempre. Quisiera que todos tuvieran tu corazón. Pero si sigues por ahí  y vas a acabar de empaparte.

–                       ¡No importa, Maestro! ¡Nada me importa con tal de estar cerca de Ti!

–                       ¿Quieres estar siempre conmigo? ¿No piensas que soy un imprudente y que os puedo poner también a vosotros en riesgo? ¿No te sientes ofendido porque no escucho tus consejos?

Juan exclama consternado:

–                       ¡Maestro! ¿Entonces has oído?

–                       Todo lo he oído, pero no te pongas triste. No sois perfectos. Lo sabía desde el momento en que os escogí. No pretendo que lo seáis lo más pronto posible. Antes de dejar de ser árboles selváticos; conviene que se os pongan dos injertos…

–                       ¿Cuáles Maestro?

–                       Uno de sangre y el otro de fuego. Después seréis héroes del Cielo y convertiréis al mundo empezando por vosotros.

–                       ¿De sangre? ¿De fuego?

–                       Sí, Juan. De mi Sangre…

Juan lo interrumpe con un gemido:

–                       ¡No, Jesús!

–                       Bueno amigo mío, no me interrumpas. Sé el primero en escuchar estas verdades. Lo mereces. De mi Sangre, lo sabes. Vine para esto… Soy el Redentor… Piensa en los profetas. Seré el hombre al que describió Isaías. Y cuando haya derramado mi Sangre; ésta os fecundará. Pero no me contentaré sólo con esto.

Sois tan imperfectos, débiles, tontos y miedosos; que Glorioso al lado de mi Padre, os enviaré el Fuego. La Fuerza que procede de mí Ser, por generación del Padre y que une al Padre y al Hijo con un anillo indisoluble, haciendo de Uno, Tres: el Pensamiento, la Sangre, el Amor.

Cuando el Espíritu de Dios; esto es, el Espíritu del Espíritu de Dios: la Perfección de las Perfecciones divinas. Venga sobre vosotros, vosotros ya no seréis lo que sois; sino que seréis nuevos, poderosos santos…

Para uno, mi Sangre no servirá de nada, lo mismo que el Fuego. Porque mi Sangre le servirá de condenación y por toda la Eternidad probará otro Fuego en el que arderá arrojando sangre y tragando sangre; pues verá sangre dondequiera que pose sus ojos mortales. O su corazón, desde que haya traicionado la Sangre de un Dios…

–                       ¡Oh, Maestro! ¿Quién es?

–                       Lo sabrás un día. Ahora ignóralo. Y por caridad no trates ni siquiera de indagar quién sea. Porque podría acarrear sospechas. No debes de sospechar de los hermanos; porque la sospecha es falta de caridad.

–                       Me basta con que me asegures que no seré yo, ni Santiago los que te traicionemos.

–                       ¡Oh! ¡Tú no! Ni tampoco Santiago. ¡Tú eres mi consuelo, buen Juan!

Y Jesús le pasa un brazo sobre la espalda.

Por algunos momentos caminan sin decir nada. También los demás se han callado. Tan solo se oye el chapotear del lodo que se prende y desprende de los pies.

Después se escucha un rumor diverso. Es un ruido borbollante.

Jesús pregunta:

–                       ¿Oyes? El río está cerca. Los cañaverales de la ribera, se rompen bajo el peso de las aguas. Démonos prisa.

–                       Te entretuvieron en aquellos poblados de la Decapolis.

–                       Quién está enfermo quiere curarse. Y la Piedad cura al punto. No importa. Pasaremos.

Y caminan entre esclarecimientos de nubes y cortos aguaceros.

Llegan a un villorrio extendido a la vera de río.

Pedro llega a una casa y sale un anciano vigoroso, preguntando:

–                       ¿Qué quieres?

Pedro contesta:

–                       Barcas para pasar.

–                       ¡Imposible! El río está muy crecido… la corriente es demasiado caudalosa…

–                       ¡Ey amigo! ¿A quién se lo estás diciendo? ¡Soy un pescador Galileo!

–                       El mar es otro cuento. Esto es un río. No quiero perder la barca. Y luego no tengo más que una y vosotros sois muchos…

–                       ¡Mentiroso! ¿Estás diciéndome a mí, que tienes una sola barca?

–                       ¡Quede ciego si miento! Yo…

–                       Ten cuidado. No sea que te vayas a quedar de veras ciego. Este es el Rabí de Galilea, que da vista a los ciegos y que… puede darte el gusto de que se te sequen los ojos.

–                       ¡Misericordia! ¡El Rabí! ¡Perdóname, Rabonní!

Jesús le dice:

–                       Está bien. pero no mientas jamás. Dios ama a los sinceros. ¿Por qué has dicho que tienes una sola barca, cuando todo el poblado puede desmentirte? Cosa vil para el hombre es la mentira y que se le desenmascare. ¿Me prestas tus barcas?

–                       Todas, Maestro.

–                       ¿Cuántas son necesarias, Pedro?

Pedro contesta:

–                       En tiempos normales, bastarían dos. Pero con el río crecido es difícil maniobrar. Hacen falta tres.

El anciano dice:

–                       Tómalas, pescador. Pero, ¿Cómo haré para traerlas de nuevo?

–                       Vienes en una. ¿No tienes hijos?

–                       Tengo un hijo, dos yernos y nietos.

–                       Bastan dos por barca para regresar.

–                       Vamos.

El anciano llama a los otros y con la ayuda de Pedro, Andrés, Santiago y Juan, empujan las barcas al agua.

La corriente es tan fuerte que está a punto de arrastrarlos. Las cuerdas que las tienen amarradas a los troncos, están tensas como un arco y rechinan.

Pedro mira las barcas. Mira al río… y mueve su cabeza. Luego echa unos ojos curiosos a Jesús…

El Maestro le pregunta:

–                       ¿Tienes miedo, Pedro?

–                       ¡Eh!… ¡Casi, casi…!

–                       No tengas miedo. Ten Fe. También tú. Quien lleva a Dios y a sus enviados, no debe tener miedo. Entremos en la barca. Yo soy el primero.

El dueño de las barcas hace un gesto como de resignación. Piensa que ha llegado su última hora y la de sus familiares. Y lo menos que puede pasar es que pierda las barcas.

Jesús entra en la barca y se para en la proa. Todos los demás también entran y en las otras dos.

Se queda en tierra un ancianito.

Pedro dice:

–                       ¿Estamos?

El barquero contesta:

–                       Estamos.

–                       ¿Prontos los remos?

–                       Prontos.

–                       Suelta.

El viejecito suelta poco a poco las cuerdas de las estacas y los nudos de los troncos. Por un momento parece que las barcas van a ser arrastradas por la corriente…

En el rostro de Jesús se refleja la fuerza del milagro. ¡Y da una orden al río!…

La corriente se detiene y se mueve como si el Jordán no estuviera crecido…

Las barcas atraviesan el agua sin ningún trabajo y hasta con cierta velocidad, que deja mudos de admiración a todos. Llegan a la otra ribera. Bajan fácilmente. Ni la corriente arrastra las barcas, aun cuando los remos están firmes.

El dueño de las barcas dice:

–                       Maestro, veo que eres verdaderamente poderoso. Bendice a tu siervo y acuérdate de mí, que soy un pecador.

–                       ¿Por qué Poderoso?

–                       ¡Eh! ¿Te parece poco? Has suspendido la avenida del Jordán.

–                       Josué hizo un milagro mayor, porque las aguas del río desaparecieron para que pudiera pasar el Arca de la Alianza.

Judas dice con toda calma:

–                       Y tú has pasado a la Verdadera Arca de Dios.

El hombre se arrodilla:

–                       ¡Dios Altísimo! ¡Sí lo creo! ¡Eres el verdadero Mesías! ¡El Hijo de Dios Altísimo! ¡Oh! ¡Lo proclamaré por las ciudades y los poblados de la ribera! Contaré lo que has hecho. Lo que te he visto hacer. ¡Regresa, Maestro! En mi pueblito hay muchos enfermos. ¡Ven a curarlos!

–                       Volveré. Entretanto predica en mi Nombre la Fe, la santidad. Hasta pronto. Vete en paz. No tengas miedo al regresar.

–                       No lo tendré. Creo en Ti y en tu Bondad. Me voy sin pedir nada. ¡Adiós!

Sube en su barca y es el primero en poner la proa hacia el río. Y se va confiado y veloz. Lo siguen las otras y las tres barcas tocan la otra orilla.

Jesús los ve tocar tierra y los bendice. Luego emprende de nuevo su camino.

El río vuelve a rugir y a bramar con sus aguas turbulentas…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

107.- EL DESAFÍO

El grupo apostólico va caminando rodeado por un grupo de personas. Los lugareños van informando.

Uno de ellos dice:

–                       Sí. Nadie lo ha podido curar. Está más que loco. Es tan violento que se ha vuelto el terror de todos. Sobre todo de las mujeres, a las que sigue con muecas obscenas. ¡Ay si logra tomar a alguna de ellas!

Otro comenta:

–                       Nunca se sabe dónde se mete.

Otro más, añade:

–                       De improviso sale cual sierpe por los montes, por los bosques, en los surcos, por los prados… las mujeres tienen mucho miedo. Un día, una joven que regresaba del río, se vio perseguida por él. Solo Dios sabe lo que pasó. Porque ella también perdió la razón y al poco tiempo se suicidó.

Otro agrega:

–                       El otro día mi cuñado fue al lugar que escogió para su sepulcro y el de su familia, porque se le había muerto su suegro; a preparar todo para su sepultura. Pero tuvo que huir porque ahí estaba ese hombre. Estaba desnudo, aullaba como siempre y comenzó a arrojarles piedras. tuvo que enterrar a su muerto en mi sepulcro.

El primero que habló, dice:

–                       Una vez Daniel, Tobías y varios más, lo apresaron. Para llevarlo a Jerusalén. Iba amarrado como un bulto. ¡Qué viaje!… Te lo aseguro porque yo también fui. Yo ya no tengo necesidad  de viajar al Infierno, para saber lo que pasa allí. Pero no sirvió para nada… 

Jesús pregunta:

–                       ¿Fue igual que antes?

–                       ¡Peor!…  Después los estuvo esperando escondido entre el cañaveral y el fango del río. Y cuando los dos subieron a su barca para ir a pescar o para ir al otro lado, no sé bien…  Con una fuerza sobrehumana, levantó en lo alto la barquichuela y la volcó. No murieron por puro milagro. Pero todo lo que había en la barca, se perdió.  Y la misma barca quedó con la quilla rota y los remos hechos pedazos.

–                       ¿Pero cuando lo llevasteis a los sacerdotes?…

El hombre contesta:

–                       ¡Pero qué dices!… Se necesitaría… – No se atreve a seguir hablando y el hombre calla.

–                       ¿Qué cosa?… sigue.

Silencio.

–                       Habla. No tengas miedo. No te acusaré.

–                       Bien. decía… No quisiera pecar…  decía… que… ciertamente el sacerdote lo hubiese logrado, si hubiese sido…

Jesús completa:

–                       Si hubiese sido santo. Es lo que quieres decir y no te atreves. Yo te digo: trata de no juzgar. Pero es verdad lo que dices. Desgraciadamente es verdad.

Jesús calla y suspira.

Sigue un breve silencio embarazoso y después…

Alguien se atreve a decir:

–                       Si lo encontramos, ¿Lo curarías? ¿Librarías a estas comarcas?

–                       ¿Esperas que Yo pueda hacerlo? ¿Por qué?

–                       Porque Tú eres Santo.

–                       Santo es Dios.

–                       Y Tú eres su Hijo.

–                       ¿Cómo lo sabes?

–                       ¡Hey! ¡Todos lo dicen! ¡Curaste a dos ciegos en Pela!  Y lo sabemos…

Pedro le pregunta:

–                       ¿Lo harás Maestro?

–                       Lo haré si lo encontramos.

Ya se ven las primeras casas del poblado, cuando de repente se escucha un grito:

–                       ¡Largo! ¡Váyanse de aquí! ¡Regresen… o los mato!

Todos gritan:

–                       ¡Ahí está el poseído!

Todos se han quedado paralizados y algunos tratan de huir.

Jesús dice:

–                       No tengáis miedo. Quedaos y veréis.

Jesús lo ha dicho con tanto aplomo; que los más valerosos obedecen y caminan detrás de Él. Jesús camina con majestad imperturbable. Lo siguen los apóstoles y detrás de ellos, los demás.

El hombre grita:

–                       ¡Largo de aquí!

Es un grito gutural que penetra hasta los huesos y eriza los cabellos y la piel. Parece el gruñido de un animal feroz. Es como un aullido que es imposible que salga de una garganta humana.

–                       ¡Largo de aquí! ¡Retrocede o te mato! ¿Por qué me persigues? ¡No te quiero ver!

El hombre da saltos. Su cuerpo moreno, está desnudo. Su barba y cabellos hirsutos y desordenados, están llenos de tierra y hojarasca. Sus ojos de mirada torva, están inyectados de sangre y se ven rojos y fulgurantes; como si fueran a salir de sus órbitas. De su boca escurre espuma sanguinolenta, porque el hombre se ha golpeado con una piedra puntiaguda. Y dice:

–                       ¿Por qué no te puedo matar? ¿¡Quién ata mis fuerzas!? ¿Tú? ¡Tú!

Jesús lo mira fijamente y continúa avanzando.

El hombre se tira al suelo. Se retuerce, se muerde, espumea. Parece un ataque de epilepsia. Se golpea con la piedra. De repente, se levanta. Señala a Jesús a quién mira con el rostro desencajado y dice:

–                       ¡OID! ¡Oíd! ¡Este que se acerca es…!

Jesús lo interrumpe con imperio:

–                       ¡Cállate, Demonio! ¡Te lo ordeno!

–                       ¡No, no, no! ¡No me callo! ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos ayudas? ¿No te bastó con habernos arrojado a los Infiernos? ¿No te basta haber venido para arrancarnos de las manos a los hombres? ¿Por qué nos arrojas allá abajo?…

¡Déjanos vivir dentro de nuestras presas! Nos pertenecen, porque ellos nos han escogido a nosotros. Tú eres Grande y Poderoso… Pasa y conquista si puedes. Pero a nosotros, déjanos hacer lo que queramos. Para destruir y hacer el mayor daño posible. ¡Para eso estamos!

¡Oh, Mal…! ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No quieres que te lo diga! ¡No puedo maldecirte!… ¡Ahgggg!…¡Te Odio! ¡Te persigo! ¡Te espero para atormentarte!

¡Te Odio y Odio a Aquel de Quién procedes! ¡Y Odio al que es vuestro Espíritu! ¡Odio al Amor!… ¡Yo que soy el Odio!… No puedo más… ¡Pero te espero, Mesías! Te espero. ¡Te veré muerto!…!

Oh!…  ¡Qué momentos de alegría suprema!  -suelta una carcajada escalofriante- ¡Noooo!… ¡No de alegría!… ¿Muerto, Tú? ¡No! ¡No muerto!… ¡Yo seré el Vencido! ¡Siempre Vencido! ¡Para siempre Vencido!…

Jesús ordena:

–                       ¡Cállate! ¡Te lo ordeno!

El paroxismo ha llegado a su punto álgido.

Jesús continúa avanzando hacia el poseído. Dominándolo con su impresionante mirada en sus bellísimos ojos azules, que parecen zafiros centelleantes.

Ha quedado solo. Porque los apóstoles y los pobladores se han detenido unos treinta metros atrás. Cuando está a unos dos metros de distancia frente al hombre, se detiene…

Con los gritos, mucha gente del poblado se ha acercado y miran incrédulos la escena que se está desarrollando ante sus ojos. Prontos a huir, si es necesario…

Después de que Jesús intimida al poseído para que ya no hable más, éste no lo hace. Jesús mira fijamente al enfermo. Levanta sus brazos y los extiende hacia el endemoniado y va a hablar…

¡Entonces los gritos se vuelven verdaderamente infernales!… El hombre se retuerce. Salta a la derecha, a la izquierda. Pareciera que quiere huir o arrojarse contra Él, pero no puede. Está enclavado en el piso y fuera de los movimientos desesperados que hace; no pasa nada más.

Cuando Jesús extiende sus brazos como si conjurase; el hombre aúlla más fuerte que nunca. Y después de lanzar injurias, blasfemias y carcajadas espeluznantes; se pone a llorar y a suplicar:

–                       ¡En el Infierno no! ¡No en el Infierno! ¡No me mandes allí!… ¡Mi vida es horrible aún es esta cárcel humana! Yo quiero recorrer el mundo y destruir todo lo que has creado. Pero, ¡Allá, allá, allá!… ¡No, no, no! ¡Déjame afuera!…

–                       ¡Sal de este hombre!  ¡Te lo ordeno!

–                       ¡No!

–                       ¡Sal!

–                       ¡No!

–                       ¡Sal!

–                       ¡No!

–                       ¡Sal en el Nombre del Dios Verdadero!

–                       ¡Oh!… ¿Por qué me vences? Pero no salgo, ¡NO! Tú Eres el Mesías, el Hijo de Dios; pero yo soy…

–                       ¿Quién Eres?

–                       ¡Soy Belcebú!… Soy Belcebú, el Dueño del Mundo. ¡Y no me doblego! ¡TE DESAFÍO, OH MESÍAS!… 

El poseído se ha puesto rígido; como hierático…

Y mira a Jesús con unos ojos rojos y fosforescentes. Apenas mueve los labios, murmurando palabras ininteligibles y se pone las manos en la espalda; con los antebrazos pegados al cuerpo.

Jesús también se ha detenido. Con los brazos cruzados sobre el pecho; Él  también mueve los labios y dice palabras tan queditas, que nadie las puede oír.

Los presentes expectantes, hablan entre sí:

–                       ¡No puede!

–                       Si puede. Vas a ver. ¡Es el Mesías!

–                       No. Vence el Otro.

–                       ¡Es muy fuerte!

–                       No vence.

–                       Si vence.

Jesús abre los brazos. Su rostro resplandece con una impresionante majestad.

Su Voz parece un trueno:

–                       Sal. Te lo digo por última vez. ¡Sal, Satanás!… ¡Yo Soy Quien manda!

–                       ¡Aaaaaaah!  -Es un alarido aterrador. Larguísimo. Horripilante. Indescriptible. Que luego se convierte en palabras- Salgo, sí. ¡Me vences! Pero me vengaré. Tú me arrojas…  Pero recuerda que tienes un Demonio a tu lado. (Judas) ¡Lo es por su propia voluntad! ¡Por sus pecados me pertenece!  En él entraré para poseerlo; para revestirlo de mi poder… Y tus órdenes serán incapaces de arrebatármelo, porque será mío por su voluntad…

En todos los tiempos. En todos los lugares, me hago hijos. Yo, el Autor del Mal. Y como Dios se engendró a sí Mismo, yo también de mí mismo me engendro.

Y en la plenitud de los tiempos, te arrebataré Uno… (El Anticristo) Con el cual te venceré y entonces mi venganza será completa.

Me concibo en el corazón del hombre y este me pare. Pare un nuevo Satanás, que es él mismo. Y me lleno de júbilo… ¡Oh, gozo inmenso por tener tanta descendencia!

Tú y los hombres encontrarán siempre a estos hijos míos, que son otros tantos ‘yo’. ¡Me voy! ¡Oh, Mesías! A tomar posesión de mi nuevo reino, como me lo ordenas y te dejo esta piltrafa humana. Te dejo esto… (Lo dice con infinita aversión)- Una limosna de Satanás para Ti, Dios.  Y me tomo ahora miles y miles. Los encontrarás cuando seas un deshecho asqueroso de carne arrojado a los perros…

Y me tomaré en los siglos futuros, miles y millones que serán mis instrumentos y tu tortura. ¿Crees que vencerás con levantar tu señal? Los míos la abatirán y me apoderaré de lo que será lo más precioso para Tí y que habrás levantado con tu Muerte. (La Iglesia) ¡Y entonces yo te venceré!… ¡Ah!… ¡Aaaaaaaag!… ¡No te venzo!… ¡Pero cuánto tormento te doy y te daré, a Tí y a los tuyos!… 

Se oye un fragor como de un rayo; pero no se ve nada de luz, ni del retumbar del trueno. Solo un chasquido seco, desgarrador.

El hombre cae como si estuviera muerto. Y un árbol que estaba junto a los apóstoles, cae con su tronco desgajado, como si una sierra fulmínea, lo hubiera derribado. El grupo apostólico apenas si alcanza a separarse a tiempo. Los del poblado huyen despavoridos.

Jesús se inclina sobre el hombre y lo toma de la mano.

Llama a los demás:

–                       Venid. No tengáis miedo.

La gente está espantada. Pero regresa.

Jesús dice:

–                       Está curado. Traed unos vestidos.

Un vecino, va a traerlos a la carrera.

El hombre, poco a poco vuelve en sí. Abre los ojos y se encuentra con la mirada de Jesús. Se sienta. Con su mano libre se seca el sudor, la sangre, la baba. Se mira a sí mismo con asombro… ve que está desnudo. Que hay gente. Se avergüenza…

Se encoge y pregunta:

–                       ¿Qué ha pasado? ¿Quién Eres? ¿Por qué estoy aquí? ¿Desnudo?…

Jesús lo tranquiliza:

–                       Calma amigo. Ahora te traen vestidos y regresarás a tu casa.

–                       ¿De dónde he venido? ¿Y Tú, de dónde vienes?

Habla con una voz cansada y débil; como de quien está enfermo.

Jesús contesta:

–                       Yo vengo del mar de Galilea.

Llegan los vestidos que echan sobre el curado y una pobre vieja llorando, lo estrecha contra su corazón.

–                       ¡Hijo mío!

–                       ¡Mamá! ¿Por qué me abandonaste tanto tiempo?

La mujer llora mucho más fuerte. Lo besa, lo acaricia y antes de que pueda contestar.

Jesús le ordena con sus ojos y le inspira unas palabras, más adecuadas al momento:

–                       Has estado muy enfermo, hijo mío. Alaba a Dios que te curó y a su Mesías, que lo hizo en nombre de Dios.

–                       ¿Cómo se llama?

–                       Jesús de Nazareth. Pero su Nombre es Bondad. Bésale las manos, hijo. Y dile que te perdone lo que hiciste y dijiste…

Jesús la interrumpe para impedir palabras imprudentes:

–                       Claro que habló en medio de su fiebre. No era él el que hablaba. Y por eso no tengo nada que reprocharle. Que ahora sea bueno y que no peque más. Que sea continente.

Jesús hace hincapié en esta palabra.

El hombre baja su cabeza, lleno de vergüenza.

Pero lo que Jesús no dice, lo dicen los demás.

Entre ellos, los incansables fariseos:

–                       ¡Lo mereciste! Y mereciste encontrarte con Ese, que es el padre de los demonios.

El hombre grita aterrorizado:

–                       ¿Endemoniado yo?

La anciana grita:

–                       ¡Malditos! ¡No tenéis compasión, ni respeto! ¡Víboras odiosas! ¡También tú, inútil sinagogo!… ¡Soberano de los demonios es el Santo!

–                       ¿Y cómo no quieres que tenga dominio sobre ellos, si es su rey y padre…?

–                       ¡Sacrílegos! ¡Blasfemos! Sois una…

Jesús interviene:

–                       Silencio mujer. ¡Sé feliz con tu hijo! No injuries. De mi parte, no me preocupo de ello. Id todos en paz. A los buenos llegue mi bendición. –y dice a los apóstoles- Vámonos.

El curado le pregunta:

–                       ¿Puedo seguirte?

–                       No. Quédate. Sé un testigo mío. Y sé la alegría de tu madre. Puedes irte.

Entre gritos, aplausos y burlas; Jesús atraviesa la población y luego se encamina a la arboleda, junto al río.

Pedro le pregunta:

–                       Maestro, ¿Por qué el espíritu inmundo te hizo tanta resistencia?

–                       Porque era un espíritu completo.

–                       ¿Qué significa eso?

–                       Escuchadme: Hay quién se entrega a Satanás abriendo la puerta a un vicio capital. Pero hay quién con dos; quién con tres; quien con siete. Cuando alguien abre su corazón a los siete vicios capitales; entonces entra en él, un espíritu completo. Entra Satanás, el Príncipe Negro.

Bartolomé pregunta:

–                       Pero ese hombre es joven todavía. ¿Cómo pudo ser presa de Satanás?

–                       ¡Oh, amigos! ¿Sabéis porqué caminos llega Satanás? son tres en general sus caminos más trillados y uno nunca falla. Tres: los sentidos, el dinero y la soberbia de la inteligencia.

El de los sentidos nunca falla. Es el mensajero de las otras concupiscencias. Pasa sembrando su veneno y todo lo hace ver de color rosa. Por eso os digo: sed dueños de vuestro cuerpo. Que este dominio sea el principio de cualquier otra cosa.

Así como esta esclavitud es el principio de todas las demás: el esclavo de la lujuria se convierte en ladrón, estafador, cruel, homicida; con tal de servir a su deseo. La misma sed de dominio tiene parentesco con la carne. ¿No os parece? Meditadlo y veréis que así es.

Por la carne, Satanás entró en el hombre y es feliz al prolificar, legiones de demonios menores.

Judas dice:

–                       Tú dijiste que María Magdalena tuvo siete demonios y no cabe duda que eran demonios de lujuria. Y con todo, la liberaste muy fácilmente.

–                       Sí, Judas. Tienes razón. Pero ella quería liberarse del que la dominaba. QUERIA. La voluntad lo es todo.

Mateo pregunta:

–                       Maestro, ¿Por qué vemos que muchas mujeres son presa de Satanás  y de este demonio en particular?

–                       Mira Mateo. La mujer no es igual al hombre en su formación y en sus reacciones con respecto a la culpa del principio. El hombre tiene otras metas en lo que desea. Sea bueno completamente o no tanto…  La mujer tiene una sola: el amor.

El hombre está formado de otro modo. La mujer es sensible y más, porque ha sido destinada a engendrar. Sabes bien que toda perfección produce un aumento de sensibilidad.

Un oído perfecto, oye lo que se le escapa a otro menos perfecto y goza menos. Dígase lo mismo de la vista, del gusto, del olfato.

La mujer debía ser la dulzura de Dios en la tierra. Debía ser el Amor. La encarnación de este Fuego que mueve a Aquel que Es. La manifestación, la testigo de este amor. Dios la dotó de un espíritu extraordinariamente sensible, para que cuando llegase a ser madre, supiese y pudiese abrir a sus hijos los ojos del corazón, para que viese con amor a Dios y a sus semejantes; para que éstos pudiesen entender y obrar.

Piensa en la orden que Dios se dio a Sí Mismo: “Hagamos a Adán, una compañera…” Dios que es Bondad, quiso hacer una buena compañera a Adán. Quién es bueno, ama.

La compañera de Adán debía ser capaz de amar, para hacer feliz a Adán, en su estadía en el Paraíso. Debía ser tan capaz de amar de tal modo; que debía ser la segunda después de Dios, así como su colaboradora y ayudante en amar al hombre, criatura de Dios. De tal modo que en las horas en que la Divinidad no se manifestase a su criatura; el hombre, al oír la voz de Eva, no se sintiese infeliz por la falta de amor. Satanás conocía esta perfección.

Muchas cosas sabe Satanás. Él es el que habla por los labios de los adivinos; que dice mentiras mezcladas con verdad. Y si dice estas verdades que odia, porque es la Mentira. Lo hace solo para seducirlos con la quimera de que no es la Oscuridad, la que habla. Sino la luz.

Satanás: astuto, tortuoso, cruel. Se ha arrastrado y ha entrado en esta perfección. Y allí ha dado su mordida y dejado su veneno.

La perfección de la mujer en el amar, se ha convertido en instrumento de Satanás para dominar a la mujer y al hombre. Y de esta forma propagar el Mal.

Juan dice:

–                       ¿Y entonces nuestras madres?

–                       Juan, ¿Tienes miedo de ellas? No todas las mujeres son instrumentos de Satanás. Perfectas por su sentimiento, son siempre excesivas en el obrar: ángeles si quieren ser de Dios; demonios si quieren ser de Satanás. las mujeres santas y entre ellas tu madre, quieren ser de Dios y son ángeles.

Andrés pregunta:

–                       Maestro, ¿No te parece injusto el castigo que recibió la mujer? El hombre también pecó.

–                       ¿Qué vamos a decir del premio? Está escrito que por la mujer volverá el Bien al Mundo y Satanás será vencido. Como primera condición no juzguéis jamás las obras de Dios. Pensad que como el Mal entró por la mujer; es justo que por la mujer entre el Bien en el Mundo.

Hay que borrar la página que escribió Satanás y lo haré por el llanto de una mujer.

Y como Satanás aullará por toda la eternidad. Ved que la voz de una mujer, cantará para siempre su Magnificat, a fin de acallar sus aullidos.

Pedro pregunta:

–                       ¿Cuándo?

–                       En verdad os digo que su voz ya bajó del Cielo, donde por la Eternidad cantaba su Aleluya.

–                       ¿Será más grande que Judith?

–                       Más noble que cualquier mujer.

–                       ¿Qué hará?

–                       Vencerá a Eva en su Triple Pecado: Obediencia absoluta. Pureza absoluta. Humildad absoluta. Con esto se erguirá Reina y Triunfante.

–                       Pero, ¿No es tu Madre la más grande, porque te engendró?

–                       Grande es el que hace la Voluntad de Dios. Por esta razón María es grande. Todos sus otros méritos, le vienen de Dios. Por eso es suyo y por eso es Bendita.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

 

106.- LA ROSA DE JERICÓ

La llanura oriental del Jordán, debido a las continuas lluvias, parece una laguna. Sacar las piernas de este pantano no es fácil. Los apóstoles están de un humor turbio. En todo lo que dicen muestran su descontento. Son reproches que hieren.

Juan dice:

–                     Sois profetas de cosas sucedidas. ¿Quién podía prever esta lluvia?

Bartolomé contesta:

–                     Se podía prever. Estamos en la estación.

Zelote les reprocha:

–                     Los otros años, ¿No pasó lo mismo antes de Pascua? Y quienes os lamentáis, ¿Habéis olvidado la sed que tuvimos en la llanura filistea?

Judas de Keriot exclama lleno de ironía:

–                     ¡Ea! Es natural. ¡Hablan los dos sabios y quieren convencernos!

Tadeo le objeta de mal talante:

–                     ¡Tú cállate por favor! No sabes más que criticar, pero cuando llega la hora; cuando hay que decir algo a un Fariseo o sus semejantes, te quedas tan callado, como si tuvieras la lengua amarrada.

El siempre paciente Andrés, hoy está con los nervios de punta e interviene:

–                     Tiene razón. ¿Por qué no arrojaste ni una palabra en el último poblado a las tres serpientes? ¡Pero ni chistaste! Ahora te pones a criticar y te pones a hacerte el irónico con los mejores de nosotros y a criticar lo que hace el Maestro.

Pedro dice:

–                     ¡Tú cállate! Judas está equivocado. Él, que tiene muchos amigos… Demasiados samaritanos…

Judas respinga:

–                     ¿Yo? ¿Quiénes son? ¡Nómbralos si puedes!…

–                     ¡Claro que sí, querido! ¡Todos los Fariseos, los Saduceos, los poderosos de quienes te glorías de ser amigo y de que te conozcan si te ven! A mí jamás me saludan, ¡A ti sí!…

–                     Tienes envidia. Yo soy uno del Templo y tú no.

–                     Por gracia de Dios soy un pescador y de ello me jacto.

–                     Un pescador tan burro que ni siquiera supo prever este tiempo.

–                     ¡No! Yo dije: ‘Luna de Nissán con lluvia, trae agua que cae a chorros’

–                     ¡Ah! ¡Aquí es donde te quería! ¿Qué dices Tadeo? Y ¿Tú Andrés? Hasta Pedro nuestro Jefe, critica al Maestro.

–                     Yo no critico a nadie, cité un proverbio.

–                     Que para quién lo entiende, no deja de ser una crítica y un reproche.

Tomás aconseja:

–                     Está bien. Pero todo esto no sirve para que se seque el suelo. Ya estamos aquí y conformémonos. Guardemos las fuerzas para poder sacar los pies de este pantano.

Jesús calla. Va adelante entre el fango, buscando hierbas que sobresalgan. Pero basta con pisarlas para que arrojen agua hasta las rodillas. El calla y los deja que hablen y desahoguen su malhumor.

Casi llegan al torrente y Jesús ve a un hombre montado sobre una mula, pasar sobre un dique inundado.

Y le pregunta:

–                     ¿Dónde está el puente?

–                     Más arriba. Voy a pasar también yo. El otro. El romano que está en el valle, también quedó bajo el agua.

Otro coro de inconformidades…

Pero se apresuran a seguir al hombre que está hablando con Jesús.

El hombre dice:

–                     Te conviene que te internes en el monte. El río crece a cada momento…. ¡Date prisa! No te detengas. ¡Qué tiempo tan malo! Primero la nieve y luego el agua. Parece castigo de Dios.

Pero es justo. Cuando no se lapida a los blasfemos de la Ley, Dios castiga. Y nosotros los tenemos. Eres galileo, ¿No? Entonces debes de conocer a ese de Nazareth a quién los buenos están abandonando como causa de todas las desgracias. Hay que oír lo que cuentan de Él, los que lo han conocido.

Los fariseos tienen razón en perseguirlo. Debe infundir miedo como Belcebú. Yo tenía ganas de oírlo, porque supe de algunas cosas buenas que hizo… Pero se trataba de los de su banda. Gente sin escrúpulos como Él. Los buenos lo abandonan. Y hacen bien. Por mi parte, ya no quiero oírlo. Y si por casualidad lo encuentro, lo tomaré a pedradas, como debe hacerse con un Blasfemo…

Jesus habla con mansedumbre:

–                     Entonces hazlo. Yo soy Jesús de Nazareth. No huyo, ni te maldigo. He venido para redimir al mundo con mi sangre. Aquí me tienes. Cumple con tu deber y muestra que eres justo.

Jesús dice esto abriendo un poco sus brazos hacia la tierra. Sus palabras resonaron claras, lentas. Si hubiera maldecido al hombre, no le habría causado mayor impresión. Bruscamente tira de las riendas. Y por poco cae del dique al río revuelto.

Jesús ase el freno a tiempo y detiene al animal de tal modo, que salva a ambos.

El hombre no sabe más que repetir:

–                     ¡Tú!… ¡Tú!…

Y al ver el gesto que lo ha salvado grita:

–                     ¡Pero si yo he jurado que te lapidaría!… ¿No comprendes?

–                     Y Yo te digo que te perdono y que también por ti sufriré para redimirte. Este es el oficio del Salvador.

El hombre lo mira una vez más… espolea al mulo y huye…

Jesús baja su cabeza.

Los apóstoles sienten la necesidad de olvidar el fango, la lluvia y todas las demás miserias, para contentarlo.

Lo rodean y le dicen:

–                     ¡No te aflijas! No tenemos la necesidad de bandidos. Y ese lo es. Porque solo un malvado puede creer que sean verdaderas las calumnias que te achacan y tenerte miedo.

Y añaden:

–                     ¡Pero qué imprudencia, Maestro! ¿Y si te hubiera hecho algún daño? ¿Por qué dijiste que eres Jesús de Nazareth?

–                     Porque es verdad. Vamos hacia los montes, como aconsejó. Perderemos un día. Pero saldremos de este pantano.

–                     ¡También Tú! –replican.

–                     ¡Oh! ¡No es por Mí! Es el pantano de las almas muertas, el que me causa fatiga.  –dos lágrimas cubren sus bellos ojos.

–                     ¡No llores, Maestro! Nosotros refunfuñamos pero te queremos mucho. Si pudiéramos encontrar a los que te denigran, nos la pagarían.

–                     Tendréis que perdonar como Yo. Pero dejadme llorar. También soy Hombre. ¡Me causa aflicción el verme traicionado, renegado, abandonado!

–                     ¡Míranos! ¡Míranos! Somos pocos, pero buenos. Ninguno de nosotros te traicionará, ni te abandonará, ¡Créelo, Maestro!

Judas de Keriot exclama:

–                     ¡Ni siquiera menciones esas cosas! ¡Ofendes nuestros sentimientos pensando que podemos traicionarte!

Jesús está muy afligido. No responde. Pero despacio, caen abundantes lágrimas, por sus pálidas mejillas.

Los montes están cerca.

Pedro pregunta:

–                     ¿Subimos allá o damos vueltas por las faldas?

Jesús contesta:

–                     Comienza a atardecer. Tratemos de llegar a algún poblado.

Tadeo, que tiene muy buena vista, escudriña las pendientes.

Se acerca a Jesús y dice:

–                     Hay cuevas en el monte. ¿Las ves? Podemos refugiarnos en ellas, mejor que quedarnos dentro del lodo.

Andrés añade:

–                     Podemos prender fuego.

Judas pregunta irónico:

–                     ¿Con leña mojada?

Nadie le replica.

La oscuridad baja rápida. Deciden meterse en una cueva grande para escapar de otro violento chubasco.

Parece un lugar que sirve de refugio a los pastores. Encuentran paja; petates y una especie de horno. También ramas de Enebro.

Tomás las junta y prende una hoguera.

Humo y olor a resina suben, pero el calor que despiden agrada a todos.

Lo rodean y comen pan y queso.

Mateo, que sigue ronco y resfriado dice:

–                     Pudimos haber llegado a alguna población.

Pedro dice:

–                     Óyeme. ¿Para qué nos suceda lo mismo que hace tres días? De aquí nadie nos echa. ¡Hay bastante leña! Esto parece un redil. –revisa el lugar y agrega- Nos turnaremos para dormir y mantener vivo el fuego, ¡Cómo nos ha ayudado Dios!

Judas refunfuña entre dientes:

–          ¡Valiente séquito de bobos mojados estamos hechos! Estamos  progresando…

Y ahora vamos a vivir en cuevas…

Pedro se vuelve un poco disgustado:

–                     Respecto a la gruta de Belén, donde nació el Señor; esto es un palacio. Y si Él nació allá, nosotros podemos pasar una noche aquí.

Juan dice:

–                     Es mejor que la de Arbela. Allá no había otra cosa más que nuestro corazón. – Y se sumerge en sus recuerdos…

Zelote agrega secamente:

–                     Y es mejor que en la que estuvo el Señor, antes de su predicación. –Mirando a Iscariote como diciéndole que se calle la boca.

Jesús habla:

–                     Y sin duda es más acogedora y más cómoda que aquella en la que hice penitencia por ti, Judas de Simón; en el pasado Tebet.

Judas dice un poco altanero:

–                     ¿Penitencia por mí? ¿Por qué? ¡No había necesidad!

–                     En verdad te digo que Yo y tú deberíamos pasar la vida haciendo penitencia, para que te veas libre de lo que pesa sobre ti. ¡Y aun así no bastaría!…

Las palabras de Jesús. Calmadas, tranquilas, caen como un rayo en un día sereno. Judas baja la cabeza y se va a un rincón. No se atreve a reaccionar.

Jesús ordena:

–                     Yo velaré y me preocuparé del fuego. Vosotros dormid.

Pasan los minutos y el chasquido de la leña se une a la respiración pesada de los Doce, que están muy cansados. Que se han acostado fatigados, sobre las bancas y la paja. Jesús los cuida como una madre cuida a sus hijos. Y llora al ver esas caras.

Unas herméticas. Otras, serenas. Otras reflejan el malhumor. Mira a Iscariote que parece refunfuñar con sus puños cerrados. Mira a Juan que duerme con una mano bajo su mejilla, como si fuera un niño pequeño. Mira la cara fiel de Pedro. La adusta de Bartolomé. La cacariza de Zelote. La aristocrática de su primo, Judas Tadeo.

Se detiene por un tiempo, mirando la de Santiago de Alfeo, que se parece tanto a la de José de Nazareth, su padre putativo.

Se sonríe al oír los monólogos de Tomás y de Andrés, que parecen hablar con el Maestro. Cubre bien a Mateo, que respira fatigosamente. Le pone más paja que extiende sobre sus pies, después de haberla calentado al fuego.

Sonríe al oír que Santiago de Zebedeo, dice: ‘¡Creed en el Maestro y tendréis la Vida!…’ y que continúa lanzando su sermón en sueños…

Se inclina a levantar la bolsa de Felipe, que guarda recuerdos amados y se la pone cerca de la cabeza… en los intervalos medita y ora…

El primero en despertar es Zelote. Ve a Jesús que todavía está cerca del fuego. Y al ver que el montón de leña, casi se ha acabado…

Comprende que el tiempo ha pasado. Baja de su banca y de puntillas se acerca a Jesús.

Y dice despacio:

–                     Maestro, ¿No vas a dormir? Ahora yo velo.

–                     Es ya el alba, Simón. Hace poco que salí y vi que el cielo clarea.

–                     ¡Oh! ¿Por qué no nos llamaste? ¡Debes estar muy cansado!

–                     ¡Oh, Simón! Tenía muchas cosas en qué pensar… Y porqué orar. –y apoya su cabeza sobre el pecho de su discípulo.

Zelote se la acaricia y pregunta:

–                     ¿En qué pensabas, Maestro? No tienes necesidad de ello. Sabes todo.

–                     Pensaba en lo que debo de hacer. Me encuentro desarmado ante el mundo astuto. Porque no tengo su malicia, ni la astucia de Satanás. El mundo me gana… Me siento cansado.

–                     Y lleno de aflicciones. Nosotros también somos culpables. Perdóname a mí y a mis compañeros, Maestro. No somos dignos de que sufras por nosotros. Lo digo en nombre de todos…

–                     Os amo mucho… Sufro mucho… ¿Por qué tan frecuentemente no me comprendéis?

La plática de ambos despierta a Juan, que es el que está más cerca. Abre sus ojos, mira asombrado a su alrededor, recuerda bien lo que pasó, se levanta y se acerca.

Oye las palabras de Jesús:

–                     Todo el odio y la incomprensión serían nada, si tuviera vuestro amor. Si me comprendieseis… ¡Pero es todo lo contrario! No lo hacéis… Esto es mi primer tormento. ¡Y cuán pesado es! Pero no tenéis la culpa. Sois hombres…

Os dolerá el no haberme comprendido, cuando ya no podréis repararlo. Por esta razón y porque expiaréis la superficialidad de ahora; la mezquindad de estos momentos. Os perdono de antemano y digo: “¡Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen, ni el dolor que me causan!”

Juan da la vuelta y cae de rodillas. Se abraza a las piernas de Jesús y casi llorando dice:

–                     ¡Oh, Maestro mío!

Zelote que continúa teniendo la cabeza de Jesús sobre su pecho, se inclina a besar sus cabellos y le dice:

–                     ¡Te amamos mucho! Tomaremos de Ti la fuerza suficiente para defenderte. Para defendernos. Para triunfar…  Nos duele muchísimo el verte como cualquiera de nosotros; sujeto a la intemperie, a la miseria, a la desgracia, a las necesidades de la vida… Somos unos necios. Pero las cosas son así.

Para nosotros eres el Rey, el Vencedor, Dios. No logramos comprender la sublimidad de tu Abnegación, por amor a nosotros. Porque eres el único que sabe amarnos y nosotros…

Juan añade:

–                     Así es, Maestro. Simón dice bien. No sabemos amar como Dios ama. Como lo haces Tú… Y lo que es bondad infinita, amor infinito, lo tomamos como debilidad y nos aprovechamos de ella. Aumenta nuestro amor. Aumenta tu Amor, Tú que eres su fuente… Haz que se derrame en nosotros como un río. Satúranos de él. No es necesaria la sabiduría, ni el valor, ni la austeridad, para ser perfectos cómo quieres. Basta con que amemos, Señor. Confieso en nombre de mis compañeros que no sabemos amar.

–                     Vosotros dos que me comprendéis os acusáis. Sois humildes. La humildad es amor. Los demás no tienen más que un obstaculillo para que sean como vosotros. Y Yo lo abatiré. Porque en verdad soy Rey, Vencedor y Dios. ¡Para siempre!

Ahora soy el Hombre. Mi frente se inclina bajo el suplicio de mi corona. Siempre ha sido una corona torturadora haber sido el Hombre. Gracias amigos míos. Me habéis consolado. El hombre tiene una ventaja y es el tener una Madre que lo ama y amigos sinceros. Vamos a despertar a sus compañeros. Ya no llueve. Los mantos están secos. Han descansado. Comeréis y partiremos.

Poco a poco su voz sube de tono, hasta que el ‘partiremos’ se convierte en una orden.

Todos se levantan y se duelen de haber dormido, mientras Jesús velaba.

Después de comer apagan el fuego; toman sus mantos y salen a la vereda húmeda. Las luces del alba y la luz de la luna, iluminan tenuemente el camino. La luz no es gran cosa, porque el sol no ha salido todavía; pero es suficiente para ver.

Andrés y los dos hijos de Alfeo van adelante. De pronto, se detiene. Miran. Y retroceden corriendo.

Llegan junto a Jesús y dicen:

–                     ¡Hay una mujer atravesada en el camino! ¡Parece que está muerta! ¡Está tirada sobre el camino!

Los apóstoles comentan:

–                     ¡Qué fastidio!

–                     ¡Empezamos mal!

–                     ¿Cómo vamos a hacer?

–                     ¡Ahora habrá que purificarse!

Son los primeros refunfuños del día.

Tomás dice a Iscariote:

–                     Vamos nosotros a ver si está muerta o no.

Judas rezonga:

–                     ¡Ni por chiste, voy contigo!

Zelote contesta:

–                     Yo voy contigo.

Se acercan. Se inclinan y Tomás vuelve gritando.

Santiago de Zebedeo dice.

–                     Tal vez la asesinaron.

Felipe agrega:

–                     O bien murió de frío.

Tomás llega y con su fuerte voz anuncia:

–                     ¡Tiene las vestiduras de los leprosos!…

Y por la cara que pone, parece como si hubiera visto el diablo.

Judas pregunta:

–                     ¿Pero está muerta?

–                     ¿Quién lo sabe? ¡Me regresé al punto!

Zelote después de mirarla atentamente, regresa donde está Jesús y dice:

–                     Maestro, una hermana leprosa. No sé si está muerta. No podría afirmarlo. Me parece que todavía late su corazón.

Varios gritan haciéndose a un lado:

–                     ¡¡¿¿La tocaste??!!!

–                     Sí. Desde que estoy con Jesús, no tengo ningún  miedo a la lepra. Y siento compasión porque sé lo que significa ser leproso. Tal vez alguien le pegó en la cabeza, porque está sangrando. Tal vez bajó en busca de comida. Es algo horrible, tenedlo en cuenta; morir de hambre y tener que desafiar a los hombres, para conseguir un mendrugo de pan.

–                     ¿Está flaca?

–                     No. Y hasta me admiro de que pueda vivir entre leprosos. No tiene ninguna escama, ni gangrena, ni llaga alguna. Tal vez no hace mucho que está enferma. Ven, Maestro; te lo ruego. ¡Ten piedad de la hermana leprosa, como la tuviste por mí!

Jesús dice a Judas:

–                     Vamos. Dame pan, queso y el poco vino que queda.

Judas grita aterrorizado:

–                     ¡No vas a hacer que beba donde bebimos nosotros!

Jesús responde:

–                     No tengas miedo. Beberá en mi mano. Ven Simón…

Se acercan. La curiosidad empuja a todos. Sin preocuparse por nada, suben por la cuesta para poder ver mejor.

Ven que Jesús se inclina. Que la toma por las axilas y que la hace que se recline contra una piedra. La cabeza le cuelga como si estuviera muerta.

Jesús dice:

–                     Simón, levántale la cabeza, para poder echarle alguna gota de vino.

Zelote obedece sin miedo alguno.

Jesús le echa sobre los pálidos labios semiabiertos, unas gotas de vino.

Y dice

–                     ¡Está congelada! ¡Pobrecita! ¡Está completamente mojada!

Andrés aconseja compadecido:

Si no es leprosa, la podríamos llevar a donde estuvimos.

Judas exclama:

–                     ¡Faltaría eso!

Tomás objeta:

–                     ¿Pero si no es leprosa? ¡No tiene ninguna señal!

Judas declara:

–                     ¡Tiene los vestidos y con eso basta!

El vino hace sus efectos. La mujer da un suspiro.

Jesús le echa más vino al ver que lo traga. La mujer abre los ojos espantada, al ver a los hombres.

Trata de huir gritando:

–                     ¡Estoy infectada! ¡Estoy infectada!

Pero las fuerzas no le ayudan. Se cubre la cara con las manos gimiendo:

–                     ¡No me lapidéis! ¡Bajé porque tenía hambre!… ¡Hace tres días que nadie me arrojaba ni un mendrugo!…

Jesús echa vino en la concavidad de su mano y dice:

–                     Aquí hay pan y queso. Come. No tengas miedo. Bebe un poco de vino de mi mano.

–                     ¿No tienes miedo?

Jesús responde con ternura:

–                     No. – Y sonríe al ponerse de pie, pero sin separarse de la mujer, que come ávidamente.

Después que ha calmado un poco su hambre, mira a su alrededor y dice:

–                     Uno… dos… tres… trece… Pero, ¿Qué?… ¡Oh!… ¿Quién es el Nazareno? ¡Tú!… ¿Verdad?… ¡Sólo Tú puedes compadecerte de una leprosa!   – la mujer fatigosamente se pone de rodillas.

–                     Soy Yo. ¿Qué quieres?… ¿Curarte?

–                     También. Pero antes debo decirte una cosa… Había oído hablar de Ti. Algunos que hace tiempo pasaron por aquí, me hablaron el otoño pasado. Pero para un leproso, cada día es un año. Quería verte. Dicen que estoy leprosa, pero no tengo más que una llaga en el pecho y me la contagió mi marido cuando se casó conmigo.

Yo era virgen y estaba sana y él no. Pero es uno de los grandes y puede todo. Hasta se atrevió a decir que cuando me tomó por esposa, yo estaba enferma y me repudió para poder unirse a otra mujer que ambicionaba. Me denunció como leprosa. Ayer por la tarde, pasó un hombre gritando que venías y que te echasen fuera. Yo había bajado a hurgar en los basureros, para encontrar algo que comer…

Yo que en otros tiempos, fui una ‘señora’; hubiera disputado a cualquier pollo la comida pestilente… -llora amargamente- Tenía ansias de encontrarte, para decirte que huyeras; que tuvieras compasión de mí… Yo tenía hambre, frío, miedo. Caí donde me encontraste, Señor. No estoy leprosa. Pero esta llaga que tengo, me impide regresar entre los vivos.

No quiero volver a ser la Rosa de Jericó, como cuando vivía mi padre. Pero quisiera al menos vivir entre los hombres y seguirte. Con quienes hablé en octubre, me dijeron que tenías discípulas y que te acompañan. Pero sálvate Tú primero. ¡No mueras! ¡Tú eres bueno!

–                     No moriré hasta cuando llegue mi hora. Ve a aquella roca. Hay una gruta segura. Descansa y luego ve a ver al sacerdote.

La mujer se estremece:

–                     ¿Por qué Señor? –la mujer tiembla de ansias.

Jesús sonríe y dice:

–                     Vuelve la Rosa de Jericó que florece en el desierto. Que sigue viviendo aun cuando parezca marchita. Tu fe te ha salvado.

La mujer se abre un poco el vestido para verse su pecho…

Y luego grita:

–                     ¡Ya no tengo nada! ¡Oh, Señor! ¡Dios mío!…  –y  se postra en el suelo.

Jesús ordena:

–                     Dadle pan y alimentos. Mateo, dale un par de tus sandalias. Yo le daré un manto para que pueda presentarse ante el sacerdote. Judas, dale algo de dinero para los gastos de su purificación. La esperaremos en Getsemaní, para que vaya con Elisa. Me había pedido una hija.

La mujer dice:

–                     No, Señor. No tengo necesidad de descansar. Me voy al punto.

–                     Baja al río entonces. Lávate y ponte este manto…

Zelote dice:

–                     Señor. Yo doy el mío a la hermana leprosa. Permíteme que lo haga y la llevaré con Elisa. Una segunda vez me veo curado, al verme reflejado en ella, que es feliz.

–                     Haz como quieras. Dale lo que necesite. Mujer, escucha bien: Irás a purificarte y luego irás a Bethania y preguntarás por Lázaro. Le dirás que te de hospedaje hasta que Yo llegue. Vete en paz.

Ella pregunta:

–                     ¿Señor, cuando podré besarte los pies?

–                     Muy pronto. Vete…  Pero recuerda que solo el pecado me causa asco. Y perdona a tu esposo; porque por su medio me encontraste.

–                     Es verdad. Lo perdono. Me voy… ¡Señor! ¡No te detengas aquí, porque te odian! Piensa que he caminado cansadísima, para venir a decírtelo. Y que si no te hubiera encontrado; otros me habrían encontrado y me habrían matado a pedradas, como a una sierpe.

–                     Lo tendré presente. Vete, mujer. Quema tu vestido. Acompáñala Simón. Nosotros vamos adelante. Nos alcanzaréis en el puente.

Se separan.

Judas dice fastidiado:

–                     Y ahora hay que purificarse. Todos estamos impuros.

Jesús afirma:

–                     No era lepra, Judas de Simón. Yo te lo aseguro.

–                     No importa. ¡Yo me purificaré! No quiero ninguna impureza en mí.

Pedro exclama:

–                     ¡Qué cándido lirio! Si el Señor no siente que tenga alguna impureza, ¿La sientes tú?

Tadeo dice:

–                     ¿Y por una que Él afirma que no es leprosa?

Andrés pregunta:

–                     ¿Qué tenía, Maestro? ¿Viste la llaga?

Jesús contesta:

–                     Sí. Era un fruto de la lujuria del hombre. Pero no era lepra. Si su marido hubiera sido un hombre recto, no la hubiera arrojado. Porque el enfermo era él…

Pero de todo se aprovechan los lujuriosos, con tal de saciar su hambre. –y volviéndose hacia su apóstol, dice con severidad- Tú, Judas. Si quieres vete también.

Nos encontraremos en Getsemaní. ¡Purifícate! ¡Purifícate! Y recuerda que la primera de las purificaciones, es la sinceridad. Eres un hipócrita. ¡Recuérdalo! ¡Y vete!

Judas reacciona muy rápido y dice:

–                     ¡No! ¡Me quedo! Si tú lo dices lo creo. Pues no estoy impuro y me quedo contigo. Lo que tratas de decirme es que soy un lujurioso y que aprovechaba la ocasión para… Me quedo y te demuestro que eres el único ser a quién amo.

Jesús lo mira fijamente,  con una mirada indefinible…

Pero ya no dice nada.

Y luego rápidos bajan.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

105- VIAJERO INCÓGNITO

En un cruce de caminos, cerca de un pequeño poblado, hay un montón de pordioseros que pide limosna a los peregrinos, con un coro de lamentos.

Jesús los ve y dice a Simón Zelote y a Felipe:

–                     Dadles dinero y pan. Judas tiene el dinero. Juan, el pan.

Ligeros van a cumplir lo que se les ordenó.

Los mendigos se sorprenden por los buenos modales de los que les dan un óbolo y les preguntan:

–                     ¿Quiénes sois que os compadecéis así de nosotros?

–                     Discípulos de Jesús de Nazareth, el Rabí de Israel. El que ama a los pobres y a los infelices, porque es el Salvador y pasa anunciando la Buena Nueva y haciendo milagros.

Un hombre de párpados horrorosos grita:

–                     El milagro es éste. – Y se avoraza del pedazo de pan limpio.

Una mujer que pasa con su cántaro de bronce, les dice:

–                     Ese no es de acá. Es peleador y violento con todos. Roba a los pobres del poblado. Se dice que es un ladrón que por años robó y mató, bajando de los montes de Petra. Que es un soldado que desertó y ahora tuerto, vino a parar aquí. ¿Es aquel el Salvador? –pregunta señalando a Jesús.

Felipe contesta:

–                     Es Él. ¿Quieres hablarle?

–                     ¡Oh, no!  -responde con indiferencia.

Los apóstoles la saludan y se van a alcanzar al Maestro. Pero de pronto entre los ciegos surge un tumulto y se oye un llanto.

Todos voltean y la mujer da la explicación de lo sucedido:

–                     Ha de ser ese hombre malo que quita el dinero a los más débiles. Siempre hace lo mismo.

De hecho, un muchacho sale del grupo sangrando, llorando, lamentándose.

–                     ¡Me quitó todo! ¡Mi madre no tiene pan!

Unos sienten compasión. Otros ríen.

Jesús pregunta a la mujer:

–                     ¿Quién es?

–                     Un jovencillo de Pela. Es muy pobre. Anda mendigando. Todos en su casa están ciegos por contagio mutuo. Su padre ya murió. Su madre está en su casa. El pide limosna para sobrevivir.

El muchacho avanza con su bastoncillo, enjugándose las lágrimas y la sangre de la frente, con la punta de su raído manto.

La mujer lo llama.

–                     Espera Yaia. Te voy a lavar la frente y te daré un pan.

–                     Tenía dinero y pan para varios días. Mi madre me está esperando para comer. ¡Ya no tengo nada! –dice mientras se lava con el agua que le dieron.

Jesús se acerca y le dice:

–                     No llores. Te daré lo que tengo.

Judas interviene intranquilo:

–                     Pero Señor, ¿Por qué? ¿Dónde nos alojaremos? ¿Qué vamos a hacer?

Jesús responde:

–                     Alabaremos a Dios que nos conserva sanos. Lo que es ya un gran favor.

El muchacho dice:

–                     ¡Oh, que si lo es! Si yo pudiera ver, trabajaría para mi madre.

Jesús pregunta:

–                     ¿Quieres curarte?

–                     Sí.

–                     ¿Por qué no vas a ver a los médicos?

–                     Ninguno ha podido curarnos. Nos han dicho que hay uno en Galilea, que no es médico, pero cura. ¿Pero cómo podríamos ir allá?

–                     Ve a Jerusalén. Hay un olivar en las faldas del Monte de los Olivos, cerca del camino de Bethania. Pregunta por Marcos y Jonás. Todos los del suburbio de Ofel, lo señalarán. Puedes unirte a alguna caravana. Pregunta a Jonás  por Jesús de Nazareth.

–                     ¡Cierto! ¡Ese es el Nombre! ¿Me curará?

–                     Si tienes fe, sí.

–                     Fe, tengo. ¿A dónde vas Tú que eres así tan bueno?

–                     A Jerusalén para la Pascua.

–                     ¡Oh! ¡Llévame contigo! No te daré ninguna molestia. Dormiré al descubierto y me contentaré con un pedazo de pan. Vamos a Pela. ¿Vas para allá, verdad? Se lo decimos a mi madre y luego nos vamos. ¡Oh! ¡Poder vernos!… ¡Eres bueno, Señor!

–                     Ven. Te llevaré a la luz.

–                     ¡Bendito seas!

Vuelven a ponerse en marcha.

Jesús sostiene por un brazo al muchacho, para guiarlo con cuidado.

Éste le pregunta:

–                     ¿Quién eres? ¿Un discípulo del Salvador?

–                     No.

–                     ¿Lo conoces?

–                     Sí.

–                     ¿Crees que me curará?

–                     Lo creo.

–                     Bueno… Ha de querer dinero… y yo no tengo. ¡Los médicos piden tanto! Por tratar de curarnos hemos caído en las garras del hambre.

–                     Jesús de Nazareth solo quiere Fe y amor.

–                     Es muy bueno entonces. Pero también Tú lo eres.  –toca la manga de su vestido y exclama- ¡Qué hermoso vestido tienes! ¡Eres un Señor! ¡No te avergüenzas de mí que visto harapos!

–                     Sólo me avergüenzo de las culpas, las cuales deshonran al hombre.

–                     Yo cometo algunas veces la de sentirme disgustado de mi situación. Y la de desear vestidos calientes, pan y sobre todo, la vista.

Jesús lo acaricia.

–                     Esas no son culpas que deshonren. Sin embargo trata de no tener ni siquiera estas imperfecciones y serás un santo.

–                     Pero si me curo, no las cometeré más. O si no me curo, deberé prepararme, para aceptar mi suerte. Instrúyeme para ser otro Job.

–                     Te curarás. Pero deberás contentarte con tu situación, aun cuando no fuere de las más agradables.

Han llegado a Pela.

Algunas mujeres que trabajan en los surcos, en las hortalizas o que están lavando, saludan a Yaía, diciéndole:

–                     ¡Regresas pronto hoy!

–                     ¿Te fue bien?

–                     ¿Has encontrado un protector, pobre hijo?

–                     Yaía, si tienes hambre tengo una escudilla para ti. Si no la quieres, será para tu madre. ¿Vas a tu casa? Llévatela.

El cieguito contesta:

–                     Voy a decir a mi madre que me voy con este buen Señor a Jerusalén, para que me curen. Conoce a Jesús de Nazareth y me lleva a donde está Él.

A las puertas de la ciudad, el camino está lleno de gente, mercaderes y peregrinos. Una mujer de buena presencia que cabalga sobre un burro, acompañada de dos criados, se vuelve al oír hablar de Jesús.

Tira de las riendas, detiene al borrico, baja y se dirige a Jesús.

–                     ¿Tú conoces a Jesús de Nazareth? ¿Vas a donde está Él? También yo voy… Para que cure a mi hijo. Necesito hablar con el Maestro, porque… -y se pone a llorar dolorosamente bajo el velo.

Jesús le pregunta:

–                     ¿De qué está enfermo tu hijo? ¿Dónde está?

–                     Es de Gerasa, pero ahora está en Judea. Va como un poseído… ¡Oh! ¿Qué he dicho?

–                     ¿Está endemoniado?

–                     Señor, lo estuvo y se curó. Ahora es más demonio que antes, porque… ¡Oh! ¡Esto solo puedo decirlo a Jesús de Nazareth!

Jesús ordena:

–                     Santiago, Simón. Tomad al niño y seguid adelante. Me esperaréis al otro lado de la puerta. Mujer, puedes decir a tus criados que se adelanten. Hablaremos entre nosotros.

La mujer objeta:

–                     ¡Tú no eres el Nazareno! Sólo con Él quiero hablar. Porque sólo Él puede comprender y tener misericordia.

Los otros siguen adelante.

Jesús espera a que no haya nadie en el camino y dice:

–                     Puedes hablar. Yo soy Jesús de Nazareth.

La mujer lanza un gemido y trata de arrodillarse.

Pero Jesús se lo impide:

–                     ¡No! Por ahora nadie debe saberlo. Habla. Dios ha querido que nos encontrásemos.

–                     ¡No hay descanso para mí! Tengo un hijo. Estuvo endemoniado. Era una fiera en los sepulcros. Nada podía contenerlo. Nada curarlo. Te vio. Te adoró con la boca del demonio y lo curaste. Quiso seguirte. Tú pensaste en su madre y me lo enviaste, para devolverme la vida y la razón, que me empezaban a faltar, por el dolor de saber que tenía un hijo endemoniado. Y me lo enviaste también para que te predicase, pues él quería amarte. Yo… ¡Oh! Ser madre nuevamente y de un hijo santo. ¡De un siervo tuyo! ¡Pero él te abandonó después de haberte conocido!

Esto fue hace poco tiempo y se ha puesto como loco… Vino a Gerasa y ha destruido la fe que la ciudad tenía en Ti; diciendo infamias contra Ti. ¡Te ha traicionado, Señor! interpreta mal tus palabras. Para mí que soy israelita, esto es un tormento. ¡No vayas a maldecirme por haberlo engendrado! –la mujer solloza amargamente.

–                     ¡Oh, no! ¡Escucha pobre madre! ¡Cálmate! Tú no eres responsable de lo que él hace equivocadamente y puedes ser causa de su salvación. Las madres pueden reparar las ruinas de sus hijos y lo harás. Tu dolor no es estéril. Con él se salvará el alma que amas. Estás expiando por él. Y lo haces de tal modo, que le alcanzas el perdón de Dios. Él volverá a Dios. Ya no llores.

–                     Pero, ¿Cuándo será?

–                     Cuando tu llanto se haya diluido con mi sangre.

–                     ¿Tu sangre? ¿Entonces es verdad lo que anda diciendo? ¿Qué te matarán porque eres digno de ello?… ¡Horrible blasfemia!

–                     La primera parte es verdad. Me matarán para haceros partícipes de la Vida. Soy el Salvador. Y la salvación se entrega con la palabra, con la misericordia, con el holocausto.

Esto es necesario para tu hijo y lo daré. Pero ayúdame. Dame tu dolor. Vete con mi bendición. Consérvala contigo para que puedas ser misericordiosa y paciente con él. Y recuérdale de este modo que otro tuvo misericordia con él. Vete. Vete en paz.

–                     Pero Tú no vayas a hablar en Pela. ¡No hables en Perea! Ha hecho que todos se pongan en contra tuya. Y él no es el único.

–                     Haré algo y será suficiente para aniquilar las obras de los otros. Vete en paz a tu casa.

Continúan su camino. La mujer se une con sus criados y Jesús con los discípulos. Ella lo sigue como fascinada, mientras Él se dirige a una casucha que está en la falda del monte.

El cieguito grita:

–                     ¡Madre! ¡Madre!

Se asoma una mujer todavía bastante joven y también ciega por el tracoma:

–                     ¿Tan pronto has regresado, hijo mío? ¿Tantas fueron las limosnas que regresas, cuando todavía el sol está muy alto?

–                     Madre. He encontrado a alguien que conoce a Jesús de Nazareth  y que promete llevarme a dónde Él está, para que me cure. Es muy bueno. ¿Me dejas ir, madre?

–                     ¡Claro que sí, Yaía! Aunque me quede sola, ¡Vete! ¡Vete, bendito! ¡Y mira también por mí al Salvador!

El aplomo y la fe de la mujer son absolutos.

Jesús sonríe y pregunta:

–                     ¿Mujer, no dudas de Mí, ni del Salvador?

Ella contesta firme:

–                     No. Si lo conoces y eres su amigo, también debes ser bueno. ¡Y qué decir de Él! ¡Vete, hijo! No te detengas un momento. Dame un beso y vete con Dios.

Se buscan a tientas. Se besan.

Jesús pone sobre la rústica mesa, pan y dinero.

–                     Hasta pronto, mujer. Aquí tienes con qué comprarte alimentos. La paz sea contigo.

Salen. La comitiva vuelve a ponerse en camino.

Caen las primeras gotas de lluvia…

Los apóstoles sugieren:

–                     ¿No nos detenemos? Comienza a llover…

–                     Nos detendremos en Yabes Galaad. ¡Caminad!

Se echan los mantos sobre la cabeza. Jesús pone el suyo, sobre la cabeza del muchacho. La madre de Marcos de Yosía lo sigue con sus criados, cabalgando sobre su borrico. Parece que no puede separarse de Él. Salen de Pela y entran en la verde campiña, bajo el triste día lluvioso.

Caminan un kilómetro.

Jesús se detiene. Toma entre sus manos la cabeza del muchacho y lo besa en los ojos apagados diciéndole:

–                     Y ahora regresa. Ve a decir a tu madre que el Señor premia a quien tiene Fe. Y ve a decir a los de Pela, que Yo Soy el Señor.

Hace que regrese y ligero se aleja.

Pasan unos tres minutos, cuando el muchachito empieza a gritar:

–                     ¡Pero si yo veo! ¡Oh, no te vayas! ¡Tú eres Jesús! ¡Permíteme que lo primero que vea seas Tú!

Y cae de rodillas en el camino que la lluvia va mojando.

La mujer gerasena, con sus criados por una parte y los apóstoles por la suya, corren a ver el milagro.

También Jesús regresa, despacio y sonriente. Se inclina a acariciar al jovencito.

–                     Vete. Vete a donde está tu madre y procura creer siempre en Mí.

–                     ¡Sí, Señor mío!… ¿Y mi Madre? ¿Se quedará en la oscuridad, aun cuando cree como yo?

La sonrisa de Jesús es mucho más luminosa. Mira en torno suyo y ve en el borde del camino, un matorral de margaritas, bañadas por la lluvia.

Se inclina. Las corta, las bendice y se las da al jovencito, diciendo:

–                     Pásalas por los ojos de tu madre y recobrará la vista. No regreso. Sigo adelante. Quien es bueno, que me siga con su corazón y hable de Mí a los que vacilan. Habla de Mí en Pela, a los que titubean en su fe. Vete. Dios va contigo.

Luego se vuelve a la mujer de Gerasa:

–                     Tú síguelo. Ésta es la respuesta que Dios da a los que se esfuerzan por hacer que la fe de los hombres en el Mesías, empequeñezca. Que esto refuerce la tuya y la Yosía. Vete en paz.

Se separan. Jesús emprende nuevamente su camino hacia el sur. El muchacho, la gerasena y sus criados hacia el norte.

La lluvia tupida los separa, como si fuera un velo espeso…

El valle profundo y boscoso donde se levanta Yabes Galaad, rumorea con un arroyo bastante caudaloso, en su camino hacia el Jordán. Más el día lluvioso y gris, dan la impresión de que la población no tiene un corazón hospitalario.

Tomás, cuyo buen humor jamás se agota, pese a que trae los vestidos salpicados de lodo hasta la cintura, exclama:

–                     ¡Uhmm! No quisiera que después de tantos siglos se acuerden de la jugada que les hicieron los nuestros y se quieran vengar. ¡Faltaría más! ¡Pero vamos a sufrir por el Señor!

No los matan. No. Pero los arrojan de todas partes gritándoles ladrones y cosas peores.

Felipe y Mateo tienen que echar una buena carrera, para escapar de un perro que un pastor les azuzó, cuando fueron a pedir a la puerta del redil, que les permitiera pasar la noche, al menos bajo el tejado de los animales.

Los apóstoles comentan:

–                     ¿Qué hacemos ahora?

–                     No tenemos pan.

–                     Ni dinero. ¡Sin él no hay pan, ni alojo!

–                     ¡Y estamos muertos de frío, de hambre y llenos de lodo!

–                     La noche se nos viene encima.

–                     ¡Qué bien nos veremos mañana después de una noche en el bosque!

De los doce que son. Siete muestran claramente su malhumor. Tres no lo dicen, pero lo manifiestan en sus caras. Simón Zelote, con la cabeza baja, parece una efigie.

Juan parece gato sobre ascuas. Se vuelve hacia los descontentos. Se vuelve hacia Jesús, que continúa caminando y personalmente va a llamar a las puertas de las casas; pues los apóstoles, o no quieren o tienen miedo.

De este modo recorre las callejuelas empantanadas de lodo y suciedades. En ninguna parte lo admiten.

Llegan a la parte extrema del poblado, donde el valle se alarga en los pastizales de la llanura Transjordánica. Una que otra casa se ve… Pero es lo mismo. Nadie les da alojamiento.

Jesús dice:

–                     Busquemos por los campos. Juan, ¿Te atreves a subir en aquel olmo? Desde lo alto puedes ver mejor.

–                     Sí, Señor mío.

Pedro rezonga:

–                     El olmo está mojado y resbaloso. ¡No va a poder y se puede lastimar! Y además de todo, tendremos a un herido.

Jesús, con toda dulzura, responde:

–                     ¡Entonces subiré Yo!

Todos gritan:

–                     ¡Eso no!

Los que más protestan son los pescadores:

–                     Si es peligroso para nosotros los pescadores, ¿Cómo no lo va a ser para Ti, que no estás acostumbrado a trepar por los cantos y las cuerdas?

–                     Lo hacía por vosotros. Para buscaros donde os alojéis. ¡Por Mí, soy  indiferente! ¡No es el agua la que me molesta!

¡Cuánta tristeza! ¡Qué timbre tan doloroso resuena en sus palabras! Algunos se callan.

Bartolomé dice:

–                     Ya es muy tarde para encontrar algo.

Mateo añade:

–                     Debimos pensarlo antes.

Judas de Keriot grita con tono agresivo y muy agrio:

–                     ¡Claro! ¡Y no haberte encaprichado en salir de Pela, cuando empezaba a llover! Has sido terco e imprudente y ahora lo pagamos todos. ¿Qué cosa quieres encontrar ahora? ¡Si tuviéramos la bolsa llena, habrías visto las puertas abiertas!… ¡Pero Tú!… ¿Por qué no haces un milagro? ¡Al menos un milagro para tus apóstoles, Tú que los haces para los que ni siquiera los merecen!…

Lo hace de tal forma que los demás, aunque en el fondo estén de acuerdo con él, se ven precisados a llamarlo al orden.

Jesús parece el Condenado que dulcemente mira a sus verdugos. Calla. Este callarse que va acentuándose desde hace tiempo y que es como un preludio del ‘Gran Silencio’ que mantendrá en su Pasión.

Estos silencios de Jesús, gritan más que mil palabras, pues revelan todo su dolor ante la incomprensión de los hombres y ante su falta de amor.

Su mansedumbre que no reacciona al quedarse con la cabeza un poco inclinada, parece como si ya hubiese sido entregado a la rabia humana.

Le preguntan:

–            ¿Por qué no hablas?

Jesús contesta:

–                     Porque diría algo que en estos momentos vuestro corazón no puede comprender. ¡Vámonos! ¡Caminemos para no congelarnos!… Y Perdonad…

Se vuelve rápido. Se pone a la cabeza del grupo en el cual algunos lo compadecen, otros lo acusan y otros le dan la razón a sus compañeros…

Juan se queda atrás y sin que nadie lo note. Se va hasta un fresno muy alto. Se quita el manto y el vestido.

Y semidesnudo, con mucho trabajo, en medio de resbalones; se trepa como un gato y llega casi hasta la cresta. Escudriña bajo el cielo, a los grises reflejos de un atardecer moribundo, bajo las nubes plomizas… Su rostro se ilumina de alegría… Se deja resbalar hasta tierra. Vuelve a vestirse y corre a alcanzar a su Maestro.

Con el aliento entrecortado le dice:

–                     ¡Una choza, Señor!… Pero hay que regresar. Subí a ese árbol. ¡Ven! ¡Ven!

Jesús dice serio y cortante:

–                     Voy con Juan por este lado. Si queréis venir, está bien. Si no, continuad hasta el último poblado, cercano al río. Nos encontraremos allá.

Los apóstoles lo siguen a través de los campos y comentan refunfuñando:

–                      ¡Está regresando a Yabes!

–                     Yo no veo ninguna casa.

–                     ¡Quién sabe qué casa habrá visto el muchacho!

–                     Tal vez un pajar.

–                     ¡O la choza de algún leproso!

–                     Y así acabaremos de empaparnos…

–                     ¡Estos campos parecen esponjas!

Detrás de una hilera tupida de troncos hay una choza larga, baja. Con el techo de paja. Parece un redil. Una empalizada que sirve de patio, rodea la cabaña y dentro se ven verduras que gotean agua.

Juan llama.

Un hombre anciano se asoma preguntando:

–                     ¿Quién es?

Jesús responde:

–                     Peregrinos que vamos a Jerusalén. ¡Por favor, un refugio en Nombre de Dios!

–                     Porqué no. Es un deber. Pero no estaréis cómodos. No hay mucho espacio y no tengo camas.

–                     No importa. Por lo menos tendrás fuego.

El hombre abre.

–                     Entrad y la paz sea con vosotros.

Atraviesan la pequeña hortaliza. Entran a la única habitación que es cocina, recámara, todo. hay fuego. Hay orden y pobreza.

El hombre dice:

–                     ¡Ved! No tengo más que un corazón que es honrado. ¡Si os acomodáis! ¿Traéis pan?

Jesús contesta:

–                     ¡No! Solo un puñado de aceitunas.

–                     No tengo pan para todos. Pero os daré algo con leche. Tengo dos ovejas. Voy a ordeñarlas. Dadme vuestros mantos. Los extenderé en el redil, aquí atrás. Se secarán un poco y mañana el fuego hará el resto.

El hombre sale con los mantos y todos se acercan a la alegre llama. Regresa con un petate y lo extiende.

–                     Quitaos las sandalias. Les quitaré el fango y las colgaré para que se sequen. Os daré agua caliente para que os quitéis el lodo de los pies. El petate está limpio y es grueso. Será mejor que el suelo frío.

Quita un caldero en el que estaba hirviendo verduras y echa agua caliente en un lavamanos. Le agrega agua fría. En un cubo, hace lo mismo.

–                     Tomad. Os restableceréis. Lavaos. Aquí tenéis una toalla limpia.

En otro caldero pone leche a hervir, con cebada molida.

Jesús, que ha sido uno de los primeros en lavarse, se le acerca…

–                     Dios te dé su Gracia por tu caridad.

–                     No hago más que devolver lo que se me ha dado. Era ya un leproso. Desde los treinta y siete hasta los cincuenta y uno. Después me curé. Cuando regresé me encontré que habían muerto mis familiares, mi mujer y que mi casa había sido arrasada. Era yo ‘el leproso’ Me vine aquí y me he hecho un nido con mis esfuerzos y con la ayuda de Dios. Poco a poco edifiqué lo que ven.

El año pasado acomodé las ovejas. Las compré haciendo petates que vendo y otras cosas de madera. Tengo un manzano, un peral, una higuera, una vid. Detrás tengo un campo pequeño de cebada. Enfrente uno de verduras. Cuatro pares de palomas y dos ovejas. Dentro de poco tendrán sus corderitos. Esperamos que sean hembras esta vez. Bendigo al Señor y no pido más. ¿Quién eres?

–                     Un Galileo. ¿Tienes prejuicios?

–                     Ninguno, porque soy de raza judía. Me he acostumbrado a vivir solo.

–                     ¿Y para las fiestas?

–                     Lleno las bateas y me voy. Rento un borrico. Me doy prisa. Hago lo que debo y regreso. Nunca me ha faltado nada. Dios es Bueno.

–                     Tienes razón. Con los buenos y con los que no lo son tanto. Los buenos están bajo sus alas.

–                     También lo dice Isaías. Me ha protegido.

Tomás pregunta:

–                     ¿Estuviste leproso?

–                     Sí. Empobrecí y me quedé solo. ¡Pero mira si no es un favor de Dios, volver a la vida humana y tener techo y pan! Mi modelo en mi desventura, fue Job. Espero merecer como él, la Bendición de Dios; no tanto con riquezas, como con Gracia.

–                     La tendrás. Eres un justo. ¿Cómo te llamas?

–                     Matías.

Saca el caldero, lo pone sobre la mesa. Agrega mantequilla y miel, lo revuelve y lo regresa al fuego.

Y dice:

–                     Sólo tengo seis trastos entre platos y tazones. Os turnaréis.

–                     ¿Y tú?

–                     Quien hospeda se sirve al último. Primero los hermanos que Dios envía. Bueno. ¡Está listo!

Echa unas cucharadas de papilla en cuatro platos y dos tazones. Las cucharas son de palo.

Jesús dice a los más jóvenes que empiecen a comer.

Juan dice:

–                     ¡No! ¡Tú primero!

Jesús insiste:

–                     ¡No! ¡No! Que Judas se llene y vea que siempre hay comida para los hijos.

Iscariote cambia de color, pero come.

Matías pregunta:

–                     ¿Eres un Rabí?

–                     Sí. Éstos son mis discípulos.

–                     Cuando estaba en Betabara, solía ir con el Bautista. ¿No sabes nada del Mesías? Dicen que ya está y que Juan lo señaló. Cuando voy a Jerusalén, espero siempre verlo, pero no lo he logrado. Hago lo que debo, pero no tengo tiempo para detenerme. Por eso no lo veo. Me he aislado aquí y luego…

Hay gente que no es buena en Perea. He hablado con algunos pastores que vienen a apacentar sus animales, lo han visto. Me han hablado de Él. ¡Cuántas cosas no habrá dicho!

Jesús no se descubre. Le toca ahora comer. Y lo hace con mucha tranquilidad, sentado junto al anciano.

–                     ¿Y ahora cómo vamos a hacer para dormir? Os dejaré mi cama. Yo me iré con las ovejas.

–                     No. Iremos nosotros. El heno es bueno para el que está cansado.

La cena termina y piensan reposar, para partir con la aurora.

Pero el anciano insiste y Mateo, que es el que está acatarrado, va dormir a su cama.

La aurora es un diluvio. ¿Cómo partir con esta agua torrencial? Hacen caso al anciano y se quedan.

El hombre cuece cebada para todos y mete unas manzanas entre la ceniza. Empiezan a comer y están ya para terminar, cuando afuera se oye un grito:

–                     ¿Otro peregrino? ¿Cómo haremos?

El anciano se levanta y envolviéndose en una gruesa manta, sale. En la cocina hay fuego, pero no buen humor.

Jesús no dice nada.

El anciano regresa sorprendido… Mira a Jesús… Mira a los apóstoles. Parece atemorizado… Como si escudriñara.

Finalmente pregunta:

–                     ¿Entre vosotros está el Mesías? Decidlo. Que los de Pela lo buscan para adorarlo, por un gran milagro que hizo. Desde ayer noche lo andan buscando por todas las casas, hasta el río. Están afuera con carros. ¡Hay mucha gente!

Jesús se levanta y los Doce dicen:

–                     ¡No vayas! Si dijiste que no era conveniente quedarse en Pela, ¡Es inútil salir ahora!

El anciano comprende:

–                     ¡Pero entonces!… ¡Oh, Bendito Tú  y quién te envió! ¡Y yo también que te hospedé!… ¡Tú Eres el Rabí Jesús! El… ¡Oh!… –el hombre se arrodilla y pega su frente contra el suelo.

Jesús dice:

–                     Soy Yo. Pero permíteme ir a donde están los que me buscan. Después vengo contigo.

Se zafa de las manos del anciano que estaba asido a sus rodillas y sale al huertecito lleno de agua…

Todos gritan:

–                      ¡Vedlo! ¡Vedlo! ¡Hosanna!

Bajan de los carros. Hay hombres, mujeres, el ciego de ayer; su madre y la gerasena.

Sin importarles el lodo, se arrodillan y suplican:

–                     Regresa. Regresa con nosotros a Pela.

–                     ¡No! ¡A Yabes!

–                     ¡Queremos tenerte!

–                     ¡Estamos arrepentidos de haberte arrojado!

–                     ¡No! ¡No! ¡Ven con nosotros a Pela, donde tú milagro te proclama!

–                     A ellos les diste la luz de los ojos. Danos a nosotros la del alma.

Jesús responde:

–                     No puedo. Voy a Jerusalén. Allá me encontraréis de nuevo.

–                     ¡Estás enojado porque te arrojamos!

–                     Estás disgustado porque sabes que dimos oídos a las calumnias de un pecador.

La madre de Marcos se cubre la cara bañada de lágrimas.

La gente insiste:

–                     Pídeselo tú Yaía, pues te quiere mucho.

Jesús responde:

–                     Me encontraréis en Jerusalén. Idos y sed constantes. Adiós.

–                     No. Ven.

–                     Te llevaremos a la fuerza si no vienes.

–                     No levantéis la mano contra Mí. Esto sería idolatría, no una fe verdadera. La fe cree aún sin ver. Persevera aunque se le combata. Cree aún sin milagros. Me quedo con Matías que supo creer aún sin haber visto algo. Y que además es un justo.

–                     Acepta por lo menos nuestros dones.

–                     Dinero. Pan.

–                     Nos dijeron que diste todo lo que tenías a Yaía y a su madre.

–                     Toma una carreta, viajarás en ella. Tómala. Llueve y continuará lloviendo. No te mojarás tanto y lo harás más pronto.

–                     Danos una prueba de que no nos guardas rencor.

Los del otro lado de la empalizada, hacen mucho ruido.

Detrás de Jesús, está el viejo Matías de rodillas y con la boca abierta por el asombro. Y detrás de él, los apóstoles.

Jesús extiende su mano y dice:

–                     Acepto los regalos para los pobres. Pero la carreta no. Soy pobre entre los pobres. No insistáis. Os bendeciré.

Acaricia y bendice de un modo especial a Yaía, a su madre y a la mujer gerasena.

Y a los demás que se acercan y se postran ante Él. Dan a los apóstoles, dinero y víveres.

Jesús se despide de todos y regresa adentro.

Los apóstoles le dicen:

–                     ¿Por qué no les dijiste algo?

–                     El milagro hecho en los dos ciegos, está hablando.

–                     ¿Por qué no aceptaste la carreta?

–                     Porque es mejor ir a pie.

Se vuelve hacia Matías:

–                     Te habría recompensado solo con bendiciones. Ahora puedo agregar a ellas un poco de dinero, por los gastos que hiciste.

–                     ¡Oh, no! Señor Jesús… No acepto. Lo hice de todo corazón. Y ahora lo hago sirviendo al Señor. el Señor no paga. No está obligado. Soy yo quien tengo que pagar, no Tú. ¡Oh! ¡Este día, jamás se borrará de mi memoria! ¡Aún en la otra vida!

–                     Has dicho bien. tu misericordia que tuviste con los peregrinos, la encontrarás escrita en el Cielo, como tú Fe pronta en creer. Tan pronto aclare nos vamos. Podrían regresar aquellos.

Voy a mi destino. Dios y el hombre me empujan. Me impele el amor. Me impele el odio. Quién me ama puede seguirme. Pero el Maestro no va a correr detrás de las ovejas que no quieren.

Matías pregunta:

–                     ¿No te aman, Maestro Divino?

–                     No me comprenden.

–                     Son malos.

–                     La concupiscencia los tiene ciegos.

El anciano no se atreve a mostrarse más confianzudo.

Jesús por el contrario; ahora que ya no es el Desconocido, se muestra más franco y habla con Matías como si fuera un pariente.

Así pasan las horas hasta que llega el mediodía. El cielo se despeja.

Jesús ordena que se parta. El anciano corre a traer los mantos secos.

Jesús pone en una cajita el dinero y en una artesa, pan y queso.

El hombre vuelve y Jesús lo bendice. Emprende el camino, volviéndose una vez más a ver esa cabeza blanca, que se asoma entre la empalizada.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

104.- APOSTASÍA SACERDOTAL

Están en la sinagoga de Cafarnaúm. Jairo, el sinagogo está a un lado de Jesús, muy pensativo…

Jesús acaba de dar la enseñanza del “Pan Vivo bajado del Cielo” que ha escandalizado a muchos y ha hecho que lo abandonen… Abre los brazos en forma de cruz… Palidísimo.

Con un rostro en que está pintado un cruel dolor, exclama.

–                     ¡Acuérdate de Mí, Dios mío! ¡Y para bien mío! ¡Acuérdate también de ellos! ¡Yo los perdono!

Se vacía la sinagoga y se quedan los fieles a Jesús…

Hay un extranjero en un rincón. Es un hombre robusto que mira fijamente a Jesús, Tanto, que él siente esa mirada y le pregunta:

–                     ¿Quién eres?

–                     Nicolás, prosélito de Antioquia. Y voy a Jerusalén para la Pascua.

–                     ¿A quién buscas?

–                     A Tí, Señor. quiero hablar contigo.

–                     Ven.

Sale con él al huerto que está detrás de la sinagoga.

El hombre dice:

–                     Hablé en Antioquia con un discípulo tuyo de nombre Félix. Él me dijo dónde encontrarte… Estuve cerca de Ti, cuando llorabas en medio de tus oraciones, cerca de la fuente. Te amo, Señor; porque eres Santo y Bueno. Creo en Ti. ¡Recíbeme en lugar del que te abandona! Vengo a Ti con todo lo que tengo: mi vida, mis bienes, todo…

El hombre se ha arrodillado y Jesús lo mira fijamente.

Luego dice:

–                     Ven. De ahora en adelante serás de los míos. Vamos con tus compañeros.

Vuelven a la sinagoga donde discípulos y apóstoles discuten con Jairo.

Jesús dice:

–                     He aquí a un nuevo discípulo. El Padre me consuela. Amadlo como a un hermano. Vamos a compartir con él, el pan y la sal.

Cuando van a la playa para tomar las barcas, se encuentran con los enemigos de Jesús; que antes de alejarse le dicen palabras ofensivas y dan consejos subversivos a los discípulos fieles…

Jesús le dice al nuevo discípulo:

–                     ¿Lo estás viendo? Esto es lo que te espera si eres de los míos.

Nicolás contesta resuelto:

–                     Lo sé. Y por eso me quedo. Un día te vi en medio de  la turba que delirante te aclamaba como su rey. Levanté mis hombros y me dije: ‘He ahí otro tonto. ¡Otra plaga para Israel!’ Y no te seguí, porque parecías un Rey. No volví a pensar en Ti. Ahora te sigo, porque veo en Ti al Mesías Prometido. En tus Palabras y en tu Bondad.

Jesús sonríe.

–                     En verdad que estás más adelantado en el camino de la Justicia, que muchos otros. Pero una vez más repito: Quién espere en Mí como un rey terrenal, que se retire. Quién crea que se avergonzará de Mí, ante el mundo acusador, que se vaya. Quién piense que se escandalizará al verme tratado como un malhechor, que me abandone.

Os lo digo mientras podéis hacerlo sin veros comprometidos a los ojos del mundo. Imitad a los que huyen en aquellas barcas. Si no os sentís con fuerzas de compartir conmigo mi suerte en el oprobio, para poder compartirla después en mi gloria.

Porque estos es lo que va a suceder: el Hijo del Hombre va a ser acusado y entregado en manos de los hombres. Los cuales lo matarán como a un malhechor y pensarán que lo habrán vencido. ¡Pero en vano cometerán éste crimen! Porque resucitaré después de tres días y triunfaré.¡Bienaventurados los que sepan estar conmigo hasta el fin!

Cuando llegan a la casa, Jesús confía a los discípulos al recién llegado y Él se va a la habitación superior. Donde se sienta pensativo…

Poco después, suben Judas y Pedro.

Éste dice:

–                     Maestro Judas me ha hecho ver las cosas.

Jesús pregunta:

–                     ¿Cuáles?

–                     Aceptas a este Nicolás que es un prosélito e ignoramos su pasado… Hemos tenido ya muchos problemas… Y no sabemos nada de él. ¿Podemos confiarnos? Judas tiene razón al decir que puede tratarse de un espía que los enemigos han enviado.

Judas confirma:

–                     ¡Claro! ¡Puede tratarse de un traidor! ¡No quiere decir de donde viene y quién lo ha enviado! Yo le pregunté y se limita a decir: “Soy Nicolás de Antioquia. Prosélito.” Tengo sospechas muy grandes…

Jesús responde:

–                     Vuelvo a repetir que viene a Mí, porque me ve traicionado.

Judas insiste:

–                     ¡Puede ser una mentira! ¡Una traición!

Jesús dice serio:

–                     ¡Quién ve por todas partes la mentira y la traición, es uno que es capaz de ello, porque mide según su propio patrón y como se es, se juzga!…

Judas grita enojado:

–                     ¡Señor! ¡Me ofendes!…

–                     ¡Déjame entonces y vete con quién me abandona!

Judas sale azotando la puerta.

Pedro dice:

–                     Pero Señor, ¡Judas no siempre está equivocado! Además, yo no quisiera que Nicolás vaya a hablar de Juan. No cabe duda que el hombre de Endor lo envió.

–                     Y así es. Pero Juan de Endor es prudente y ha tomado nuevamente su antiguo nombre. Puedes estar tranquilo. Un hombre que se hace discípulo, porque ve que mi causa humana está perdida; solo puede ser un hombre de corazón recto.

Todo lo contrario del que acaba de salir y que vino a Mí, porque esperaba ser el príncipe de un rey poderoso… Y no se persuade de que Soy Rey, pero de los corazones… 

–                     ¿Sospechas de él, Señor?

–                     No sospecho de nadie. Pero en verdad te digo que a donde llegará Nicolás, discípulo y prosélito; Judas de Simón, apóstol, israelita y judío; no llegará.

–                     Señor, yo quisiera preguntar a Nicolás acerca de Juan.

–                     No lo hagas. Juan no le dio encargo alguno, porque es prudente. No seas un curioso.

–                     Está bien Señor.

–                     Vamos abajo para cenar. Partiremos a medianoche… Simón, ¿Me amas?

–                     ¡Oh, Maestro! ¡Qué pregunta!

–                     Simón. Mi corazón está más oscuro que el lago en una noche de tormenta. Y azotado por las olas, como él…

Pedro abre los brazos con impotencia:

–                     ¡Oh, Maestro mío! ¿Qué puedo decirte si yo estoy más… oscuro y agitado que Tú?… Te voy a decir una cosa. Aquí estoy. Si mi corazón puede darte algún consuelo, tómalo. Es lo único que tengo. Pero es sincero.

Jesús apoya por un momento su cabeza sobre el robusto pecho.

Luego bajan.

Horas después las barcas atracan y ellos desembarcan frente a Tariquea, donde desemboca el Jordán. Están en la Transjordania. La ciudad de Gadara se ve en lo alto de una verde colina.

Jesús pregunta:

–                     Conoces el camino más corto para ir a Gadara, ¿Verdad? ¿Te acuerdas?

Pedro responde:

–                     ¡Y cómo no! Cuando estemos en los manantiales calientes del Yarmoc, solo tendremos que seguir el camino.

Tomás pregunta:

–                     ¿Y dónde se encuentran los manantiales?

Pedro frunce la nariz y exclama:

–                     ¡Oh! ¡Basta con tener nariz para encontrarlos!…

Judas insinúa:

–                     ¡No sabía que habías padecido ciertos dolores!

–                     ¿Yo haber padecido dolores?… ¡Jamás!

–                     ¡Vamos! Si conoces también las aguas termales del Yarmoc es que debes haber estado allí…

–                     Nunca he tenido necesidad de aguas termales para estar bien. Los malhumores de los huesos me salieron con el sudor de mi honesto trabajo… Y como he trabajado más de lo que he gozado, todos los bichos que hubieran podido entrarme, han sido muy pocos.

Judas retoba inquieto:

–                     ¡Esto es por mí!… ¿Verdad? ¡Bueno! ¡Yo soy el  culpable en todo y de todo!…

–                     Pero, ¿Qué te ha picado?… ¡Tú preguntas, yo contesto! Como habría contestado al Maestro o  a cualquier compañero. Y creo que nadie se hubiera sentido ofendido. Ni siquiera, Mateo… ¡Que la pasaba bastante bien!…

–                     ¡Bueno! ¡Pero yo sí me he sentido ofendido!

–                     No creí que fueras tan delicado. Sin embargo acepta mis disculpas, por lo que hubiera podido sugerir. Por amor al Maestro, ¿Sabes? Por él que tiene tantas aflicciones de extraños y no está bien que le demos más… Míralo y verás que dejando a un lado tus quisquillas, tiene necesidad de paz y de amor.

Jesús no dice nada. Mira a Pedro y le sonríe agradecido.

Judas no dice nada. Está de mal humor, intranquilo. Quiere aparecer cortés, pero la inquina, el despecho, la desilusión que invaden su corazón salen a flote en su voz, en su expresión y hasta en su modo de caminar, dando fuertes pisadas… Tratando de desahogarse, para dar salida a lo que le bulle por dentro.

De la mejor manera que puede, con un gran esfuerzo por tratar de ser amable, pregunta a Pedro:

–                     ¿Entonces como conoces estos lugares? ¿Estuviste por causa de tu mujer?

Pedro contesta:

–                     No. Pasé por aquí, acompañando a la Madre del Maestro y a las discípulas, hasta las tierras de Cusa.

Judas pregunta con ironía:

–                     ¿Ibas tú solo?

–                     ¿Por qué? ¿Crees que yo no valgo nada cuando se me confía algo importante? ¿Y sobre todo cuando se hace por amor?

La ironía de Judas aumenta hasta convertirse en sarcasmo:

–                     ¡Oh! ¡Cuánta soberbia! ¡Me hubiera gustado verte!

Pedro replica:

–                     Habrías visto a un hombre serio que acompañaba a mujeres santas.

Judas lo mira fijamente y pregunta con voz escudriñadora:

–                     ¿Pero de veras ibas solo?

–                     ¡Iba con los hermanos del Señor!

–                    ¡Ah bueno!… ¡Ya empezamos a admitir algo!

–                     ¡Y empiezas a tirarme de los nervios! ¿Se puede saber qué te pasa?

Tadeo interviene:

–                     ¡Es verdad! ¡Y es una vergüenza!

Santiago de Zebedeo grita:

–                     ¡Es tiempo de acabar ya con todo esto!

Bartolomé le reprocha a Judas:

–                     ¡No te está permitido burlarte de Simón!

Zelote concluye:

–                     ¡Y debes recordar que es nuestro jefe!

Jesús no dice nada.

Judas hace cara de inocencia:

–                     ¡Oh! ¡Qué no me burlo de nadie! Y no me pasa nada. Sólo me gusta picarle un poco…

Tadeo grita enojado:

–                     ¡No es verdad!… ¡Mientes! ¡Haces preguntas astutas, para llegar a tus conclusiones! El mentiroso cree que todos lo son… Entre nosotros no hay secretos. Estuvimos todos. Hicimos lo mismo que todos. Lo que el Maestro nos había ordenado. Y no más. ¿Lo comprendes?

Jesús reprende severo:

–                     ¡Silencio! ¡parecéis mujercillas chismosas! ¡Todos estáis equivocados! ¡Siento vergüenza de vosotros!

Después de esto, un silencio profundo los invade, mientras se dirigen hacia la ciudad.

Pasa casi una hora y nadie dice nada…

Tomás rompe el silencio con:

–                     ¡Qué olor tan apestoso!

Pedro dice:

–                     Son los manantiales. Allá está el Yarmoc… y allá las termas romanas. Y pasadas hay un buen camino empedrado que lleva a Gadara. A los romanos les gusta viajar cómodos. ¡Es bella Gadara!

Mateo refunfuña entre dientes:

–                     Y lo será más porque aquí no encontraremos a ciertos tipos… Al menos no en abundancia.

Pasan el río sobre el puente, entre olores acres de aguas sulfurosas. Pasan las termas, las callejuelas romanas y entran a una carretera pavimentada con largas piedras, que lleva hacia la ciudad y que ya se ve con su muralla.

Juan se acerca al Maestro:

–                     ¿Es verdad que hace mucho tiempo, allí donde están esas aguas, se lanzó de cabeza un condenado? Cuando éramos pequeños nuestra madre nos lo decía, para hacernos comprender que no debíamos de pecar, porque el Infierno se abre bajo los pies de quién Dios maldice y se lo traga. Y que para recuerdo y aviso han quedado las grietas de donde sale ese olor, calor y aguas infernales. ¡A mí me daría miedo bañarme en ellas!

Jesús contesta:

–                     ¿Miedo a qué muchacho? ¡No te corromperías!… Es más fácil que a alguien lo corrompan los hombres que llevan dentro de sí el infierno y que despiden hedores y veneno. Solo se corrompen los que tienen tendencia a hacerlo.

–                     ¿Podría corromperme?

–                     No. Aunque te encontrases en medio de una turba de demonios.

Judas de Keriot pregunta al punto:

–                     ¿Por qué? ¿Qué cosa  tiene él, que los demás no tengan?

Jesús responde:

–                     Lo que tiene, es que es puro en todos los aspectos y por eso ve a Dios.

Judas ríe maliciosamente…

–                     ¡Je! ¡Je! ¡Je!…

Una sombra pasa por sus pupilas y una mirada de odio, le relampaguea por un instante.

Juan vuelve a preguntar:

–                     ¿Entonces esos manantiales no son bocas del Infierno?

–                     No. Son cosas buenas que el Creador hizo para sus hijos. El Infierno no está encerrado dentro de la tierra. Está sobre ella, Juan.

Se alimenta y se hace fuerte, en el corazón de los hombres. Y se hace absoluto en el más allá.

Iscariote pregunta:

–                     Pero, ¿De veras existe el Infierno?

Todos sus compañeros se escandalizan y le echan en cara:

–                     ¿¡¡¡ Qué estás diciendo!!!?

Judas se defiende:

–                     Digo, ¿Es verdad? ¿No? No solo yo… Hay muchos otros que no creen y afirman rotundamente que el Infierno solo es una figura literaria. Una enseñanza doctrinal para moderar nuestra conducta.

Los apóstoles gritan horrorizados:

–                     ¡¡¡Pagano!!!

Judas afirma con altanería:

–                     No. Israelita…  Muchos de nosotros en el Templo, no creemos en ciertas tonterías.

Casi todos le gritan al mismo tiempo:

–                     ¿Entonces cómo vas a creer en el Paraíso?

–                     ¿Y en la Justicia divina?

–                     ¿Dónde metes a los pecadores?

–                     ¿Cómo explicas la existencia de Satanás?

–                     ¿En dónde dejas la Misión Redentora del Mesías?

–                     ¡Estás borrando de un plumazo, todas las verdades de las Escrituras!

–                     ¿En dónde dejas el Pecado?

–                     ¿También vas a negar la   Vida Eterna?

Judas replica:

–                     Digo lo que pienso. Hace poco se me echó en cara que era yo un mentiroso. Demuestro que soy sincero, aun cuando esto os escandalice y me haga odioso a vuestros ojos. Por otra parte, no soy el único en Israel, en creer de este modo.

Desde que se ha adelantado en el saber, con el contacto de los helenistas y los romanos. Ni el Maestro, cuyo juicio es el único que respeto puede reprocharme a mí o a Israel; pues Él protege y es amigo declarado de griegos y romanos…

Yo parto de este concepto filosófico: si Dios controla todo, todo lo que hacemos es por su voluntad y por esto debe premiarnos a todos de igual modo; porque todos somos autómatas suyos. Somos unos seres privados de voluntad. El Mismo Maestro lo anda diciendo para todo: ‘La voluntad del Altísimo. La Voluntad del Padre.’ Esta es en realidad la única voluntad.

Y es tan inmensa que aplasta y anula, la voluntad limitada de las criaturas. Por esto, tanto el bien como el mal que parece que realizamos, lo hace Dios; porque nos lo impone. Por eso no podrá castigarnos por el Mal. Y de este modo se ejercerá su Justicia.

Porque nuestras culpas no son voluntarias; sino que nos las impone quien quiere que las hagamos… Para que tanto el bien como el mal existan en la tierra.

Quién es malo, es el medio con el que expían los menos malos. Y sufre por sí, porque no se le puede considerar bueno y de este modo expía su parte de culpa.

Jesús lo ha dicho: ‘El Infierno está en la Tierra y en el corazón de los hombres.’ Yo no siento a Satanás. No existe. Hubo un tiempo en que creí que existía. Pero desde hace tiempo estoy convencido de que es un mito. Y creer de este modo, ayuda a tener paz. 

Judas ha lanzado estas teorías suyas, con aire magistral; y de tal forma, que los demás se han quedado sin aliento…

Jesús no dice nada.

Judas lo provoca:

–                     ¿No tengo razón, Maestro?

Jesús contesta:

–                     ¡No! –es un ‘no’ rotundo y seco.

Judas no se amilana y agrega:

–                     Y sin embargo yo… Yo no siento que Satanás exista. Y no admito el libre albedrío, el Mal. Todos los Saduceos piensan como yo, así como también otros muchos de Israel. Está muy claro. ¡Satanás no existe!  

Jesús lo mira…

Una mirada tan compleja, que no puede analizarse.

Es la mirada del Juez, del Médico, del Afligido, del asombro horrorizado… Del que no sabe qué hacer… Es todo… 

Judas que se ha lanzado desbocado en su hablar, con la soberbia más absoluta y refinada, concluye:

–                     ¡Será porque soy mejor que otros! ¡Más perfecto! ¡Por eso he superado el terror que tienen los hombres por Satanás!…

Jesús callado.

Judas lo provoca:

–                     ¡Pero habla! ¡Di porqué yo no tengo miedo!

Jesús no responde.

–                     ¿No contestas, Maestro? ¿Por qué?

Jesús sigue callado.

Judas se acerca…

Una mirada de desafío, mezclada con otras cosas indescifrables le centellea, junto con una media sonrisa llena de irónico sarcasmo…

Y trata de abrazarlo diciendo sardónico:

–                     ¿Tienes miedo?

Jesús contesta tajante:

–                     No. Soy la Caridad. Y Ella no pronuncia su juicio hasta que se ve obligada a hacerlo… ¡Déjame y retírate!…

Y en voz baja, pues ha sido estrechado por los brazos del blasfemo, ordena:

–                      ¡Me causas asco!… ¡No ves ni sientes a Satanás, porque sois una misma cosa! ¡Apártate de Mí,  Demonio!

Judas, con un descaro absoluto, lo besa…

Y se echa a reír, como si el Maestro, le hubiese dicho en secreto alguna alabanza. Regresa con sus compañeros que se han quedados paralizados por el horror y les dice:

–                     ¿Lo veis? Yo sé abrir el corazón del Maestro. Lo hice feliz porque le muestro mi confianza y mi sinceridad y así aprendo. Vosotros… ¡Al contrario! Jamás os atrevéis a hablar, porque sois soberbios. ¡Oh! ¡Yo seré el que sepa más de todos sus discípulos y podré hablar mejor!…

La oscuridad y la apostasía, en el alma del desgraciado apóstol es absoluta….

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA