Archivos del mes: 20 noviembre 2012

123.- EL COMPLOT…

Llegan hasta una casa muy grande, donde es notoria una exagerada observancia de la Ley y cosa extraña, carece totalmente de adornos… Es como su dueño: muy fría y áspera. Los muebles son pesados, de color oscuro y en forma cuadrada; parecen sarcófagos. La dureza de todo es tan extrema, que al entrar da la sensación de haber entrado en una tumba. No es para nada acogedora.

Y Elquías lo hace notar con orgullo:

–                       Mira. Aquí puedes ver cómo soy de observante. Aquí todo está según el Mandamiento: “No te harás ninguna representación d lo que  está arriba en el Cielo o acá abajo en la Tierra; o en las aguas, bajo la tierra.” Mira, cortinas sin diseño; muebles sin adornos. Ninguna jarra tiene grabados, ni las lámparas tienen forma de flores. Y así como en el edificio, de igual modo en mis vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo, (Judas de Keriot) esos primores en su vestido y en su manto.

Me dirás: ‘Muchos las llevan. Es solo una greca.’ De acuerdo.

Pero con esos ángulos, con esas curvas, recuerdan los símbolos de Egipto.  ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de Nigromancia! ¡Siglas de Belzebú!

Y volviéndose hacia el apóstol-levita, le dice mirándolo con absoluto desprecio:

–                        No te honra para nada Judas de Simón, el que las lleves. Como tampoco a tu Maestro, que te lo permite.

Judas responde con una risita sarcástica.

Jesús contesta humildemente:

–                       Más que no haya señales en los vestidos, vigilo que no haya ninguna de ellas en los corazones. Pero pediré a mi discípulo… Más bien, desde ahora le ruego; que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie.

Judas reacciona de buen modo:

–                       A decir verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo… he hecho lo que me gusta; porque me encanta vestirme con elegancia y así.

Elquías reprende:

–                       Mal, muy mal. Que un Galileo enseñe a un judío, está muy mal. Y sobre todo a ti que eras del Templo… ¡Oh!

El quías muestra estar del todo sorprendido, lo mismo que sus amigos.

Judas, cansado de ser bueno, replica:

–                       ¡Oh, entonces habría que arrancar tanta pompa aún de vosotros los del Sanedrín! Si tuvierais que quitar todos esos dibujos que habéis puesto sobre la cara de vuestras almas, ¡Qué feos os veríais!

Elquías lo mira amenazante y dice:

–                       ¡Mira como hablas!

Judas responde con altanería y desprecio:

–                       Como uno que os conoce.

–                       ¡Maestro! ¿Lo oyes?

–                       Oigo y digo que es necesaria la humildad en una y otra parte y que en ambas hay verdad. Es menester una comprensión mutua. Sólo Dios es Perfecto.

Entre el grupo de los doctores, se yergue una cara demacrada y se levanta una voz única…

Daniel el Fariseo exclama:

–                       ¡Bien dicho, Rabí!

Elquías replica:

–                       ¡Mal dicho!… ¡El Deuteronomio es claro en sus maldiciones!  Dice: “Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa abominable. Es obra de mano de artífice y…

Judas refuta:

–                       Pero aquí se trata de vestiduras, no de imágenes.

Jesús ordena:

–                       Silencio tú. Habla tu Maestro. –se vuelve hacia su anfitrión y agrega- Elquías, sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos, copiando lo bello que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar…

Elquías interrumpe:

–                       Yo no recojo, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de mis mujeres si cometen este pecado, aún en las de ellas! Sólo a Dios se debe admirar.

Jesús responde:

–                       Muy bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor; reconocer que Él es el Artífice de ella.

Varios refutan.

–                       ¡No, no!

–                        ¡Eso es paganismo!

–                       ¡Paganismo puro!

Jesús responde:

–                       Judith se adornó y lo mismo hizo Esther, por un motivo santo.

–                       ¡Mujeres! La mujer ha sido siempre un objeto digno de desprecio. Pero…  Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete; mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos.

Jesús asiente sin replicar.

Pedro dice:

–                       Maestro, ¡Apenas si puedo respirar!…

Varios le preguntan:

–                       ¿Por qué?

–                       ¿Qué te pasa?

–                        ¿Te sientes mal?…

Pedro se toca el cuello:

–                       No. Pero no a mi gusto. Estoy como el que ha caído en una trampa…

Jesús aconseja:

–                       No te pongas nervioso. Procurad todos vosotros ser prudentes.

Siguen en grupo y en pie, hasta que entran los fariseos seguidos de los siervos… Elquías ordena:

–                       Tomemos asiento sin demora alguna. Tenemos reunión y no podemos perder el tiempo.

Y señala los lugares, en tanto que los siervos trinchan las viandas…

Jesús está al lado de Elquías y a su lado Pedro.

Elquías ofrece lo que van a comer y empieza la comida en medio de un frío silencio…

Poco a poco empiezan a aflorar las primeras palabras. Como es natural, se dirigen a Jesús, porque los Doce son tratados como si no estuviesen.

Y empieza el cuestionario capcioso…

Daniel:

–                       Maestro, ¿Estás de veras seguro de ser lo que dices?

Jesús responde:

–                       No lo digo Yo por mi propia boca. Los Profetas lo dijeron antes de que Yo estuviese entre vosotros.

Nahúm, Ismael ben Fabi y Cananías:

–                       ¡Los profetas!

–                       Tú no quieres admitir que nosotros seamos santos.

–                       Puedes pensar que sea cierto si afirmo, que nuestros profetas pudieron ser unos hombres exaltados.

Jesús:

–                       Los profetas son santos.

Sadoc y Calascebona:

–                       Y nosotros, no. ¿No es verdad? Ten en cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de Israel: “Sus profetas son unos exaltados. Hombres sin fe y sus sacerdotes profanan las cosas santas y violan la Ley” (Cfr. Sof. Cap. 3)continuamente nos echas en cara esto.

–                       Si aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarlo también en la primera y reconocer que no hay ninguna base en que apoyes tus palabras; que son de unos exaltados.

Antes de que Jesús pueda responder; Tolmé, el satanista;  pregunta:

–                       Rabí de Israel respóndeme: cuando pocas líneas después dice Sofonías: “Canta y alégrate, hija de Sión. El señor ha retractado su sentencia dictada contra ti… El Rey de Israel está en medio de Ti…”  ¿Acepta tu corazón estas palabras?

Jesús exclama:

–                       ¡Esta es mi alegría! ¡Repetirme estas palabras, soñando en ese día!

Eleazar ben Anás:

–                       Pero son palabras de un profeta. De un exaltado. Y por lo tanto…

El doctor de la Ley por un momento se queda sin poder decir palabra alguna…

Viene en su ayuda, la voz de Simón Boetos, un amigo suyo…

–                       Nadie puede dudar de que Israel reinará…

Doras:

–                       No uno. Sino todos los profetas y los patriarcas, nos legaron esta promesa de Dios.

Jesús:

–                       Y ninguno de los profetas ha dejado de señalarme por lo que Soy.

Sadoc el escriba de Oro, señala:

–                       ¡Eso está bien! Pero no tenemos las pruebas… Puedes también ser Tú un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de ser el Mesías, el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda decidir.

Jesús lo mira fijamente y dice solemne:

–                       No te recito mi muerte, que describieron David e Isaías. ¡Pero si te anuncio mi Resurrección!

Daniel lo mira admirado y todos los demás protestan al mismo tiempo:  

–                       ¿Tú?

–                       ¿Vas a hacer qué?

–                       ¡Tú!

–                       ¿Cómo?

–                       ¡Estás loco!

–                       ¿Vas a resucitar Tú?

–                       ¿Y Quién lo va a hacer?

–                       Ciertamente nosotros, no.

–                       Tampoco el pontífice, ni el monarca; ni las castas, ni el pueblo.

Jesús:

–                        Resucitaré por Mí Mismo.

Nahum y Sadoc gritan:

–                       ¡No blasfemes, Galileo!

–                       ¡No mientas!

Jesús:

–                       No hago más que dar Honor a Dios y decir la Verdad. Con Sofonías te digo: “Espera mi Resurrección” Hasta ese momento, podrás tener dudas. Podréis tenerlas todos vosotros. Y podréis trabajar en inculcarlas entre el Pueblo…

Pero después no lo podréis, cuando el Eterno Viviente por Sí Mismo, después de haber redimido, resucite para no morir más. Juez Intangible, Rey Perfecto, que con su cetro y su Justicia; gobernará y juzgará hasta el Fin de los Siglos. Y continuará reinando en los Cielos por toda la Eternidad.

Elquías cuestiona:

–                       Pero, ¿No sabes que estás hablando a Doctores y Sinedristas?

Jesús responde:

–                       ¿Y qué importa? Vosotros me habéis preguntado. Yo respondo. Vosotros manifestáis deseos de saber; Yo os ilumino con la Verdad. No querrás que os recuerde la otra maldición del Deuteronomio que no se refiere a las vestiduras, sino a otra cosa…  Y qué dice: “Maldito quién a escondidas, pega a su prójimo” 

–                       Yo no te he pegado, te estoy dando de comer.

–                       No. Pero tus preguntas llenas de falacia, son golpes que me das por la espalda. Ten cuidado, Elquías.  Porque las maldiciones de Dios continúan… Y después de la que cité, viene otra: “Maldito quién acepta regalos para condenar a muerte a un Inocente…” 

–                       En este caso, quién acepta los regalos eres Tú, huésped mío…

–                       Yo no condeno ni siquiera a los culpables, si están arrepentidos.

–                       Entonces no eres justo.

Daniel, el que desde el atrio se mostrara a favor de Jesús, dice:

–                       No. Justo lo es. Porque él piensa que el arrepentimiento merece perdón y por esto no condena.

Elquías, ordena:

–                       ¡Cállate tú, Daniel! ¿Quieres saber más que nosotros? ¿O acaso te ha seducido uno sobre el que falta, todavía mucho que decidir y que nada hace por ayudarnos a que nos decidamos en su favor?…

Daniel dice:

–                       Sé que vosotros sois los sabios y yo un sencillo judío que, ni siquiera sé por qué queréis que esté frecuentemente entre vosotros…

Elquías exclama:

–                       ¡Por qué eres mi pariente! Es fácil de comprenderse. Quiero que los parientes míos sean santos y sabios. No puedo permitir que se ignoren las Escrituras, ni la Ley…Ni los Halasciot, ni los Midrasciot, ni el Haggada…  ¡No puedo soportarlo! Hay que conocer todo… Hay que observar todo…

–                       Te estoy muy agradecido con los cuidados con los que me rodeas. Pero yo, humilde campesino, que indignamente me he convertido en pariente tuyo; de lo único que me he preocupado ha sido de conocer las Escrituras y los Profetas… Para tener consuelo en mi vida… y con la sencillez de un indocto te confieso que reconozco en el Rabí, al Mesías a quien precedió su Precursor que nos lo indicó… Y el Espíritu de Dios, no puedes negarlo; se había apoderado de Juan…

Un silencio total invade el salón comedor.

No pueden negar que el Bautista hubiese dicho la verdad…. Pero tampoco quieren afirmarlo…

Daniel, el más sencillo de todos y aficionado al Bautista, los ha puesto en su lugar.

Elquías se queda callado y también sus amigos. Sigue un silencio sepulcral y muy largo. Elquías piensa con dureza…

Jesús se vuelve, lo mira y le dice:

–                       Elquías, Elquías… No confundas la Ley y los Profetas con mezquindades.

Elquías lo mira con desprecio y prepotencia:

–                       Veo que has leído mi pensamiento. Pero no puedes negar que has pecado, no observando el precepto.

–                       Porque tú, con astucia y por lo tanto con mayor culpa. Premeditadamente, no cumpliste tu deber de anfitrión que tenías con tu huésped. Me distrajiste y luego me mandaste aquí, mientras te purificabas tú y tus amigos. Cuando entraste nos pediste que estuviéramos prontos, que tenías reunión… Y todo esto para poder decir: ‘Pecaste’

–                       Pusiste recordarme mi deber de darte con qué deberías purificarte…

–                       ¡Podría recordarte tantas cosas…! Pero sólo serviría para hacerte más intransigente y más enemigo.

Elquçias demanda:

–                       No. Dilas. Dilas… Queremos escucharte y…

–                       Y acusarme ante los Príncipes de los Sacerdotes. Por esto te recordé la última y penúltima maldición. Lo sé. Os conozco…  Me encuentro aquí, entre vosotros, Inerme. Estoy separado del pueblo, que me ama y ante el que no os atrevéis a atacarme. Pero no tengo miedo.

No acepto compromisos, como tampoco soy un villano. Os digo vuestro pecado; el de toda vuestra casta. El vuestro Fariseos: falsos santos de la Ley. El vuestro doctores: falsos sabios que deliberadamente confundís lo verdadero con lo falso. Que exigís de otros la perfección aún en las cosas exteriores y en vosotros mismos, nada.

Me reprocháis el que no me haya purificado antes de comer. Sabéis que vengo del Templo al que nadie puede acercarse, sin haberse purificado. ¿Queréis acaso confesar que el Lugar Santo, sea contaminación?

–                       Nosotros nos purificamos antes de comer.

–                       Y a nosotros se nos dijo: ‘ID allí y esperad’ Y luego: ‘Sentaos a la mesa sin tardanza’ Entre tus paredes limpias de diseño alguno había todo un complot: el de arrastrarme al engaño. ¿Qué mano escribió en las paredes el motivo para poder acusarme? ¿Tu espíritu o el otro poder que te domina y a quién escuchas?

Ahora bien, oídme todos…

Jesús se pone de pie y con sus manos apoyadas en la orilla de la mesa, empieza su invectiva:

–                       ¡Vosotros fariseos laváis lo exterior de las copas y los platos…! Os laváis las manos y los pies cómo si los platos y las copas, las manos y los pies, tuviesen que entrar en vuestro corazón y os enorgullecéis de ello, proclamándolo puro y perfecto. Pero no toca a vosotros sino a Dios, el proclamarlo así… Tened en cuenta lo que Dios piensa acerca de vuestro corazón…

Y Él piensa que está lleno de mentira, de asquerosidad, de rapiña… Está lleno de iniquidad y nada que venga de lo externo, puede corromper lo que y es en sí, una total corrupción…

Jesús separa la mano derecha de la mesa y empieza a moverla mientras continúa:

Pero Quién hizo vuestro espíritu, cómo hizo vuestro cuerpo, ¿Acaso no puede exigir al menos en igual proporción, qué respetéis lo interior así cómo cuidáis lo exterior? O ¿Sois necios que habéis cambiado éstos dos valores e invertís su poder? ¿Acaso no deseará el Altísimo que se dé un cuidado mayor al espíritu hecho a su semejanza y que por la corrupción pierde la Vida Eterna? Las suciedades de las manos y los pies pueden lavarse fácilmente y aunque quedasen sucios, no influyen en la limpieza interior… ¿Puede acaso Dios preocuparse de la limpieza de un vaso o de una jarra, cuando estos objetos no son sino cosas carentes de alma y que no pueden influir en la vuestra?

Estoy leyendo tu pensamiento, Simón Boetos… No. No concluye. No es porque queráis preservar vuestra salud, vuestro cuerpo, vuestra vida; por lo que tomáis estos cuidados y practicáis estas purificaciones.

El pecado carnal… Más bien dicho; los pecados de gula, intemperancia, lujuria; son mucho más dañinos al cuerpo, que un poco de polvo en las manos o en el plato. Y los cometéis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la seguridad de vuestros familiares.

Y mayores pecados cometéis, porque además de manchar vuestro espíritu y dañar vuestro cuerpo matando vuestra alma; con el derroche de vuestros bienes y la falta de respeto a vuestros familiares, ofendéis al Señor con la profanación de vuestro cuerpo, templo de vuestro espíritu. Y cometéis otro pecado más, por el prejuicio que formáis de que os toca a vosotros defenderos de las enfermedades que vienen por un poco de polvo, como si Dios no pudiese intervenir en defenderos de las enfermedades físicas, si acudís a Él con espíritu puro.

El que creó el interior, ¿No creó también lo externo y viceversa? ¿Y acaso lo interno no es más noble y lo que más se asemeja a lo divino?

Os digo a todos: Haced obras dignas de Dios y no sordideces inferiores al polvo con el que el hombre fue formado… el lodo que le dio vida al hombre como ser animal y que regresa al polvo que el viento de los siglos dispersa.

Haced obras que permanezcan, que sean dignas del Rey del Universo al cual sirven y santas; obras sobre las que está la bendición divina cual corona. Haced caridad. Haced limosna. Sed honestos, sed puros en las obras y en la intención. Si lo hacéis así, sin recurrir al agua de las abluciones, todo será  puro en vosotros.

Pensáis que estáis en lo justo porque pagáis el diezmo de los aromas… ¡No! ¡Ay de vosotros fariseos que pagáis los diezmos de la menta y la ruda; de la mostaza y del comino, del hinojo y de otros vegetales y luego dejáis en el olvido la justicia y el amor de Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que hacerlo; pero hay otros deberes más altos y también es imprescindible cumplirlos…

¡Pobres de ustedes Fariseos…! ¡Ay de quien observa las cosas exteriores y olvida las interiores, que se basan en el amor a Dios y al prójimo!

¡Ay de vosotros, Fariseos…! ¡Ay de vosotros  que buscáis los primeros lugares en la sinagoga y en las reuniones! ¡Y os gusta que se os reverencie en las plazas y no os preocupáis de hacer obras que os den un lugar en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles!

Sois semejantes a los sepulcros escondidos que sin saberlo el viajero que pasa cerca de ellos, los toca y no tiene asco pero, ¡Vaya que lo tendría si pudiese ver lo que dentro de ellos está encerrado! Dios ve también vuestros actos recónditos y no se engaña al juzgaros…

¡Ay de vosotros Doctores de la Ley! Porque imponéis a la gente pesos insoportables, convirtiendo en castigo el paternal Decálogo que el Altísimo dio a su Pueblo. Él lo dio con amor y por amor, para que el hombre, eterno e imprudente niño; tuviese un  guía seguro. Pero vosotros habéis sustituido los amorosos lazos con que Dios había ligado a sus hijos, para que pudiesen caminar por su sendero y llegar a su Corazón; con un laberinto de prescripciones sembrado de piedras agudas y pesadas…  Una pesadilla de escrúpulos destinada a agotar las fuerzas de sus hijos extraviándolos, deteniéndolos y haciendo que sientan miedo de Dios, como de un Enemigo. Vosotros impedís que los corazones vayan a Dios. Vosotros separáis al Padre de sus hijos…

¡Ay de vosotros que levantáis sepulcros a los profetas que vuestros padres mataron!…

Y Jesús se explaya en un larguísimo discurso donde condena la hipocresía y la corrupción. La diligencia para los rituales exteriores y las rapiñas y perversiones interiores. Los profetas y su destino en manos de los teócratas de Israel…

Y todas y cada una de las profecías contenidas en la Sagrada escritura que se refieren a Él, son citadas con su correspondiente explicación…

La demanda de Elquías ha sido satisfecha de una manera total…

Jesús es el Dios Airado que reclama el manejo irresponsable de Su Templo y de Su Pueblo…

El absoluto desprecio por la Ley y la falsa religión sin amor. Y en su severidad, no falta el llamado amoroso a recapacitar y a convertirse, antes de que sea tarde…  Porque el Pecado y los sepulcros blanqueados…

Nahúm, doctor de la Ley, se pone de pie y lo interrumpe… Es el más alto dignatario después de Annás…

Nahúm está muy enojado, pero se controla y dice:

–                       Maestro. Al hablar así, nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros debemos juzgarte…

Jesús dice con severidad:

–                       No. No vosotros…  ¡Vosotros no podéis juzgarme! Vosotros sois los juzgados, no los jueces. Quién juzga es Dios. Y el Juicio de Dios es una Voz que permanece y tampoco el olvido puede sepultarla…  Siglos y siglos han pasado desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. La Voz de aquel juicio, no se ha apagado. Están las consecuencias de aquel juicio…

El Decálogo fue dado con amor y por amor para que el hombre; el eterno, imprudente e ignorante niño, tuviese un guía seguro. Dios lo hizo para que sus hijos pudiesen caminar por su sendero y llegar a su Corazón Paternal. Pero vosotros lo habéis convertido en un laberinto de prescripciones… Una pesadilla de escrúpulos por lo cual el hombre pierde sus fuerzas y tiene miedo de Dios, como si fuera un enemigo.

Vosotros impedís que los corazones vayan a Dios… Vosotros separáis al Padre de sus hijos… Y me odiáis porque Yo Soy la Palabra de Sabiduría y querríais encerrarme en un sepulcro para que no hable más. Pero seguiré hablando hasta que mi Padre quiera. Y luego hablarán mis obras, mucho mejor que mis palabras…  Hablarán mis méritos y el Mundo será adoctrinado…

Y después del Juicio Universal, os acordaréis de este día y esta hora…  Y vosotros conoceréis al Dios Terrible que habéis tratado de presentar cual una pesadilla, ante los espíritus de los sencillos. Mientras que vosotros en el interior de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él y no habéis tenido ningún respeto; ni obedecido ninguno de los Mandamientos desde el primero del Amor, hasta el último que fueron dados en el Sinaí…

Inútilmente Elquías, tu casa carece de figuras. Inútilmente en vuestros hogares no hay esculturas. En el interior de vuestro corazón tenéis el ídolo: el de creeros dioses, así como también los ídolos de vuestras concupiscencias… -se vuelve a los apóstoles y ordena- Venid. Vámonos.

Y haciendo que los Doce salgan antes que Él, sale al último…

Queda un silencio sepulcral…

Luego los que han quedado forman un alboroto diciendo:

–                       ¡Hay que perseguirlo!

–                       ¡Cogerlo en falso!

–                       ¡Atraparlo pecando!

–                       ¡Deshacernos de Él!

–                       ¡Tenemos que callarlo!

–                        ¡Encontrar motivos con qué acusarlo!

–                       ¡Hay que matarlo!…

Estas palabras son seguidas por un silencio muy largo. Y luego…

Daniel y otro fariseo objetan:

–                       ¡Creo que estáis sobrepasando la medida!

–                       ¡Eso es una infamia y no estoy de acuerdo!

Y salen muy disgustados… De los que se quedan…

Varios preguntan:

–                       ¿Y cómo?…

–                       ¿Cómo lo haremos?

–                       ¡No podemos permitir que vuelva al pueblo contra nosotros!

–                       Terminará por hacer que salgamos perjudicados…

Otro silencio.

Enseguida, con una risita llena de veneno…

Elquías dice:

–                       Hay que trabajar a Judas de Simón. 

Sadoc observa:

–                       ¡Hombre, buena idea!

Ismael ben Fabi:

–                       Pero lo acabas de ofender…

Simón Boetos interviene:

–                       De eso me encargo yo y Eleazar el hijo de Annás.

Eleazar:

–                       Lo engatusaremos…

Nahum y todos los demás agregan:

–                       Unas cuantas promesas…

–                       Que tendrá un cargo importantísimo en el Templo…

–                       Un poco de miedo…

–                       Mucho dinero…

–                       No, mucho no… Promesas… promesas maravillosas  de ‘muchísimo’ dinero…

–                       ¿Y luego?

Elquías:

–                       ¡Cómo qué luego!

Calascebona:

–                       ¿Qué tratas de decir?

Elquías:

–                       Bueno. Luego cuando todo se haga…

Sadoc:

–                       ¿Qué le diremos?…

Elquías dice con lenta crueldad:

–                       Pues… ¡Nada! La muerte. Así…

Sadoc confirma:  

–                       No hablará más…

Samuel el esposo de Rosa de Jericó:

–                       ¡Uh!…

Eleazar ben Annás:

–                       La muerte…

Varios dicen al mismo tiempo:

–                       ¿Te horroriza?

–                       ¡Cómo eres!

–                       Si mataremos al Nazareno que es un Justo…

–                       Con mayor razón podemos eliminar también a Judas de Keriot que es un ‘gran’ pecador…

Empieza una algarabía de desacuerdos…

Elquías, levantándose dice:

–                       Oiremos también el parecer de Annás… Y veréis que nos dará una magnífica idea Y LA PERFECCIONAREMOS… Y vendréis también vosotros… ¡Vamos!…

Y salen todos hacia la Casa de Annás…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

122.- NON LICET

El grupo apostólico deja la llanura y suben a un camino montañoso. Atraviesan un pequeño valle, abundante en agua y flores. Y no faltan los olorosos lirios del valle que llaman la atención a Tadeo. Y alaba su frágil belleza y su fuerte fragancia, pese a su delicadeza.

Tomás advierte:

–                       Pero son lirios al revés. En lugar de para arriba, están para abajo.

Judas aplasta un montón de muguetes en flor y dice:

–                       ¡Y qué chiquitos! Tenemos flores más galanas que éstas. No comprendo por qué deban alabarlos…

Andrés interviene en defensa de las pobres florecillas:

–                       ¡No! ¿Por qué? ¡Son tan hermosos! –y se inclina a recogerlas.

Judas dice con desprecio:

–                       Solo parecen paja. Es más hermosa la flor del Agave, que es majestuosa, imponente, digna de Dios y de brindar sus flores a Dios.

Andrés levanta un ramito y dice:

–                       Yo veo más bien a Dios en estos cálices pequeños. ¡Mira qué hermosura! Parecen de alabastro. Y cuantos detalles tan exquisitos. Parecen obra de unas manos pequeñísimas… ¡Y con todo, ha sido el Infinito, el que las creó! ¡Oh, Poder de Dios!… –Andrés está extasiado al contemplar las florecitas y al pensar en la Perfección Creadora.

Judas con su sonrisa maligna, por molestarlo le dice:

–                       ¡Pareces una mujercilla enferma de los nervios!…

Tomás le replica:

–                       No es eso. Realmente yo soy del mismo parecer. Soy orfebre y entiendo muy bien de esto. Estos tallos son de una perfección… Y son muy difíciles de labrarse en metal.

Más difíciles que el agave. Porque debes saber amigo mío, que lo infinitamente pequeño, manifiesta la capacidad del artífice. Dame un tallo Andrés… y tú, ojo de buey que ve solo lo grande, ven y mira…

¡Qué magnífico artífice pudo hacer estas copas tan ligeras, tan perfectas y adornarlas con ese minúsculo topacio que está en el fondo! Y unirlas al pecíolo con este tallo de filigrana, que está encorvado tan sutil… ¡Es una maravilla!

Judas con tono burlón dice:

–                       ¡Oh! ¡Qué poetas hay entre nosotros! Hasta tú Tomás…

–                       Oye. Ten en cuenta que no soy una mujercilla, ni un tonto; sino un artista. Y un artista que comprende la belleza, admirando a su Creador. De ello me glorío… – Tomás se vuelve hacia Jesús y pregunta-  Maestro, ¿Te gustan estas flores?

–                       Jesús. que había estado escuchando sin hablar, contesta:

–                       Toda la Creación me gusta. Pero éstas me gustan más.

Varios preguntan al mismo tiempo:

–                       ¿Por qué?…

Y simultáneamente Judas:

–                       ¿También te gustan las víboras?

Jesús contesta:

–                       También. Son útiles…

–                       ¿Para qué?  -preguntan casi todos.

Judas responde con mucho sarcasmo:

–                       Para morder… ¡Ja, ja, ja!

Tadeo replica mordaz:

–                       ¡Entonces a ti deben gustarte muchísimo!  – y con ello le arrebata la risa de los labios.

Ahora son los demás los que se ríen de la pedrada que recibió Judas.

Jesús no se ríe.

Más bien está pálido y triste. Mira a sus Doce y sobre todo a los dos Judas, que son como dos enemigos que se miran con ira y con rencor.

Y les contesta a todos:

–                       Si Dios las hizo es porque para algo sirven. No hay nada inútil. Nada nocivo, en la Creación.  Sólo el Mal es nocivo, ¡Y ay de aquellos que se dejan que los muerda! Una de las consecuencias de su mordisco, es la incapacidad de distinguir el Bien del Mal.

Las otras: la  desviación de la razón y la conciencia pervertida, con cosas que no son buenas. La ceguera espiritual por la que,  ¡Oh, Judas de Simón! No se puede ver resplandecer la Potencia de Dios en las cosas, aunque sean pequeñas.

En esta flor la Potencia de Dios está escrita con su belleza, con su perfume, con su forma única y diferente de las otras flores. Con esta gota de rocío que resplandece en el minúsculo pétalo de color de cera, que parece una lágrima de agradecimiento al Creador que todo lo ha hecho bien, útil, variado.

Todo fue bello a los ojos de los primeros padres, mientras no tuvieron las cataratas del Pecado…  Todo les hablaba de Dios, mientras el veneno del Enemigo no les había dañado, lo que les impidió ver a Dios… Aún en estos momentos, cuanto más se manifiesta Dios; tanto más el espíritu es soberano en el hombre mismo…

Judas dice:

–                       Salomón cantó las maravillas de Dios, igual que David. Y ciertamente no fueron soberanos de su corazón, Maestro. Esta vez sí te he sorprendido en falso.

Bartolomé le grita:

–                       ¡Eres un necio! ¡Cómo te atreves a decir esto!

Jesús continúa:

–                       Déjalo que hable… No me preocupo de ello. Son palabras que el viento arrastra y de las que ni hierbas, ni árboles se escandalizarán. Nosotros, los únicos que las hemos escuchado, les damos el valor que se merecen. ¿No es verdad? Y no vamos a acordarnos más de ellas.

La juventud frecuentemente es irreflexiva, Bartolomé. Ten compasión… Al que preguntó por qué prefiero el Lirio de los Valles, respondo: Por su Humildad. Todo en él habla de la figura de mi Madre, esta florecilla, ¡Tan pequeña! Y oled que hermoso perfume…  También mi Madre es humilde y no le gustan las alabanzas. Quiso pasar por desconocida… Sin embargo su perfume de santidad, fue tan fuerte que atrajo el Cielo…

–                       ¿Ves en esta flor un símbolo de tu Mamá?

–                       Sí, Tomás. Si tuviese que cantar sus alabanzas, la llamaría Lirio del Valle y Olivo de Paz.

Y su rostro se ilumina al pensar en su Madre…  Y se adelanta para estar solo y seguir avanzando, porque en el valle hay muchos árboles que protegen del sol.

Minutos después Pedro aprieta el paso y alcanza al Maestro.

Pedro en voz baja dice:

–                       Maestro mío.

Jesús sonríe al jefe de sus apóstoles:

–                       ¡Pedro!

–                       ¿Te molesto si me vengo contigo?

–                       No, amigo mío. ¿Qué quieres decirme?

–                       Una cosa… Maestro, yo soy muy curioso.

Jesús amplía su sonrisa y pregunta:

–                       ¿Y luego?…

–                       Y me gusta saber todas las cosas.

–                       Eso es un defecto, Pedro.

–                       Lo sé… Pero ésta vez no creo que sea un defecto. Si quisiera enterarme de cosas malas; de las sinverguénzadas, para criticar a quién las hizo, entonces sería un defecto. Tú ves que no te he preguntado si Judas tuvo que ver algo, con el llamado que te hicieron en Béter, ni por qué…

–                       Pero te morías de ganas por saberlo…

–                       Es verdad. Pero ha sido un mérito mayor… ¿O no?

–                       Fue mérito mayor. Cómo lo es también dominarse a sí mismo. Esto demuestra que quién lo hace, ha avanzado espiritualmente.  Que tiene un verdadero interés en aprender y asimilar las lecciones del Maestro.

–                       ¿De veras? ¿Y estás contento con ello?

–                       ¿Me lo preguntas, Pedro? Me siento feliz.

–                       ¿De veras? ¡Oh, Maestro mío! ¿Entonces es el pobre Simón el que te hace que seas así de feliz?

–                       Sí. ¿Pero no lo sabías ya de antemano?

–                       No me atrevía a creerlo. Pero al verte ayer tan contento, hice que te preguntasen; porque pensaba que podía ser también Judas… Que avanzaba espiritualmente…  Aunque no tenía pruebas de ello… Yo puedo equivocarme. Juan me dijo, que le dijiste que eres feliz, porque hay uno que se está haciendo santo.  Me acabas de decir que estas contento conmigo, porque estoy mejorando.

Ahora comprendo más lo que te hace feliz y me alegro de ello, yo el pobre Simón… Pero quisiera que mis sacrificios, lograsen cambiar a Judas. No soy envidioso. Me gustaría que todos fuesen perfectos, para que Tú seas feliz del todo…  ¿Lo lograré?

–                       Ten confianza, Simón. Ten confianza y persevera.

–                       ¡Qué si lo haré! Lo haré por Ti… Y también por él… Porque ciertamente no podemos continuar así.  Hablando en serio… Podría ser mi hijo….  Aunque pensándolo bien… ¡Uhmm!… Prefiero ser padre de Marziam. Pero voy a hacer las veces de padre suyo, trabajando por darle un corazón digno de Ti.

–                       Y también de ti, Simón.

Y Jesús se inclina y besa a su primer Pontífice, sobre su cabeza plateada por las canas.

Pedro está que no cabe en sí de contento.

Y luego pregunta:

–                       ¿Y ya no me dices nada?  ¿No hay otra cosa? ¿Alguna flor, que entre las espinas, hayas encontrado?

–                       Sí. Un amigo de José que se acerca a la Luz.

–                       ¡Oh! ¿De veras? ¿Un sinedrista?

–                       Sí. Pero no hay que decirlo. Mejor hay que rogar por él. Sufrir por este motivo… ¿No me preguntas quién es?

–                       ¡Vaya que siento curiosidad! Pero no te pregunto su nombre… ¡Voy a hacer un sacrificio por este desconocido!

–                       Bendito seas, Simón. Hoy me has hecho muy feliz. Continúa así y te amaré siempre más… Y Dios te amará siempre más.  Ahora esperemos a los otros…

Cuando el grupo se reúne, Jesús da las instrucciones, porque están a punto de llegar a la ciudad de Jerusalén… Llegan a una casa amiga. Después de un baño reparador, se cambian de vestidos y se preparan a entrar en el recinto del Templo… La ciudad está llena de gente por la Fiesta de Pentecostés.

Jesús entra al Templo y hace la ofrenda. En el lugar de Oración, permanece largo rato. Lo ven los buenos y los malos… El murmullo vuela como el viento, que se mete por todas partes. Cuando termina de orar, se vuelve para continuar su camino y trata de alejarse. Pero tanto los buenos, como los que lo odian; lo siguen a través de los atrios y pórticos, hasta que lo rodean completamente y le piden que les hable.

Los escribas, fariseos, doctores y sus discípulos se mofan abiertamente de Él y sus burlas sarcásticas llegan hasta la gente del pueblo y reaccionan contra los enemigos de Jesús, astutos e hipócritas, de tal forma… Que éstos comprenden y no solo se callan; sino que tratan de alejarse…

Jesús habla en un largo discurso del Profeta Jeremías que dijo que somos como el barro en manos del Alfarero…

Y exhorta:

–                       Israel no se ha arrepentido y por esto las amenazas de Dios se han recrudecido una y diez veces más contra él.

Y ni siquiera así se arrepiente ahora que ya no un profeta; sino El que Es más que un profeta le habla… Y Yo que soy la Misericordia; aun cuando sepa que inútilmente levanto mi Voz, grito a Israel: “Deje cada uno de seguir su camino perverso y regrese. Cada uno rectifique su conducta… Rectifique sus inclinaciones. Para que por lo menos, cuando el designio de Dios se realice sobre la nación culpable; los mejores de ella, en medio de la pérdida general de los bienes: de la libertad; de la unión; tengan su conciencia libre de culpa, unida a Dios.  Y no pierdan los bienes eternos; así como perderán los terrenales…  

Las visiones de los profetas, tienen siempre un objetivo: el de avisar a los hombres lo que puede suceder… Bajo la figura de la jarra de arcilla quebrada bajo los ojos del pueblo, se anuncia lo que espera a la ciudad y a los reinos que no se sujeten al Señor y…

Por las instrucciones dadas por Caifás,la alarma ha sido dada a los guardias del Templo… Y éstos se aproximan hasta la columna donde Jesús ha estado hablando, en el Patio de los Gentiles.

Pero la barrera de los oyentes es tan compacta, que el capitán que los comanda no puede avanzar más allá de cierto límite y tiene que gritar:

–                       ¡Lárgate o haré que mis soldados te arrojen fuera del recinto!…

La rechifla no se hace esperar.

La multitud  vocifera:

–                       ¡Uuh, uuh, los moscones verdes!

–                       ¡Los héroes contra los corderos!

–                       ¡Vosotros que no sois capaces de meter en prisión a los que convierten a Jerusalén en un lupanar y al Templo en un mercado, porque sois unos cobardes que huyen ante la verdadera autoridad, sois muy valientes contra el Santo!

–                       ¡Gallinas! ¡Lárguense de aquí y no molestéis al Mesías!

–                       ¡Si no os largáis y dejáis de molestar al Maestro, los quitaremos!

–                       ¡Sois una lacra, como vuestros jefes!

–                       ¡Detened a los verdaderos delincuentes!

–                       ¡Uuh, uuh, uuh!

Y les llueven tal cantidad de injurias, que el capitán del destacamento, se ve obligado a disculparse:

–                       Obedezco órdenes recibidas…

La multitud responde furiosa:

–                       ¡Estás obedeciendo a Satanás!

–                       ¿Y no te has dado cuenta?

–                       Arrodíllate y pide perdón al Maestro…

–                       ¡No te atrevas a amenazarlo, ni a insultarlo!

–                       ¡Al Maestro no se le toca! ¡Entendido!…

–                       Sois nuestros opresores y Él es Amigo de los pobres…

–                       ¡Vosotros sois nuestra ruina y nuestros destructores!

–                       ¡Él es nuestra salvación y vosotros sois unos pérfidos!

–                       ¡Id a arrestar a los sacerdotes que son unos delincuentes!

–                       Él es Bueno. ¡Largo o haremos lo que Matatías hizo en Modín!

–                       ¡Os arrojaremos por la pendiente del Moria, cómo a otros tantos ídolos!

–                       ¡Y haremos la limpieza lavando con vuestra sangre, el Lugar Profanado!

–                       ¡Y los pies del Único santo en Israel, pisotearán esa sangre; para ir al Santo de los santos!

–                       ¡E imperar! ¡Pues Él lo merece!

–                       ¡Largo de aquí, vosotros y vuestros dueños!

–                       ¡Largo esbirros que servís a vuestros iguales!

La gente habla y hace sus comentarios. Con ellos sepultan a los teócratas de Israel.  Las palabras del Rabí de Galilea, son la verdad pura…

Sigue un tumulto que infunde pavor…

De la Torre Antonia, acuden guardias romanos, comandados por el tribuno Publio Quintiliano…

Éste se conduce enérgico y determinado.

Y con la autoridad de la Roma Imperial grita:

–                       ¡Haceos a un lado, apestosos! ¿Qué pasa? ¿Os estáis despedazando por uno de vuestros roñosos corderos?

El capitán de los guardias del Templo, intenta explicar:

–                       Es que no nos obedecen…

Publio Quintiliano exclama exasperado:

–                       ¡Por Marte invencible! ¿Éstos son soldados? Parecéis una caterva de rufianes… ¡Oh! O vas a ir a hacer la guerra a los escarabajos… ¡Tú eres un guerrero de cantina!…  –Se dirige hacia la gente y dice- ¡Hablad vosotros!…

Los que están en primera fila contestan:

–                       Querían imponer silencio al Rabbí de Galilea…

–                       Querían arrojarlo…

–                       Quieren apresarlo…

El tribuno cuestiona:

–                       ¿Al Galileo…? Non Licet… –contesta en latín.

Uno dice:

–                       Lo odian y quieren suprimirlo…

El general romano se vuelve hacia el capitán de los guardias del Templo y dice:

–                       ¡Ah, ha! ¡Márchate a tu cubil con tus mequetrefes! Y avisa que tus mastines se queden en su cueva. La loba sabe muy bien a quién despedazar… Y este Hombre, ¡No está entre ellos! ¡Entendido!…  Sólo Roma tiene el derecho de sentenciar. – Se vuelve hacia Jesús-  Y Tú Galileo, puedes seguir contando tus fábulas. ¡Ah, ah!

Se voltea y su coraza resplandece con los rayos del sol. Y se va…

Los apóstoles dicen:

–                       Cómo a Jeremías…

–                       Mejor dicho, como a todos los profetas…

–                       Pero de todos modos, Dios triunfa…

–                       Maestro, termina de hablar…

–                       Las víboras ya se fueron…

Se acerca un grupo de Fariseos…

Alguien, notoriamente un personaje importante, dice:

–                       Dejadlos que se vayan. Para que no regresen con refuerzos y lo encarcelen los nuevos Fassures…

Judas corrobora:

–                       No hay peligro… Mientras retumbe el rugido del león, no saldrán las hienas…

Se acerca un grupo de Fariseos y dignatarios del Templo.  Y enseguida, Gamaliel con sus levitas… Cuando llega a donde están los doctores, escribas, fariseos; muy cerca de donde está Jesús…

Gamaliel dice:

–                       Tenéis razón. Los higos, casi siempre son dulces… Pero si son agrios o muy maduros, son ásperos y ácidos. –levanta su cara hacia el cielo y agrega- Vosotros sois de éstos; cómo aquellos muy malos del cesto del profeta Jeremías…

La gente asiente, habla y hace sus propios comentarios…

Los fariseos y todos los dignatarios del Templo, se tragan el golpe sin reaccionar… Y Gamaliel se retira con su gran dignidad, seguido por sus discipulos.

Después de unos minutos de silencio expectante…

Los escribas y fariseos dicen:

–                       Os engañáis.

–                       Os equivocáis.

–                       No debéis creer que unos cuantos, representen una casta.

–                       ¡Je, je, je! Buenos y malos se encuentran dondequiera.

Y con una magistral demostración de hipocresía llena de una dulzura mayor, se dirigen al Maestro… Uno de ellos se adelanta y hace de vocero…

Elquías el Fariseo, (Al que se le quemó el bosque)  con una voz tan meliflua que se oye ridícula, dice:

–                       ¡Espléndido tema para tu sabiduría! Háblanos Rabí, sobre ello. Tus explicaciones son tan nuevas… Tan doctas… Las saboreamos con hambre sin igual.

Jesús lo mira fijamente y responde:

–                       También tienes otra hambre que no confiesas, Elquías. Y que tienen también tus amigos. Pero también se os dará esa comida… Y más agria que los higos, os echará a perder vuestro interior, como los higos agrios hacen con el estómago.

–                       ¡No, Maestro! ¡Te lo juro en Nombre del Dios Vivo! Yo y mis amigos no tenemos otra hambre que la de oírte hablar… Dios está viendo que…

–                       ¡Basta! El honrado no tiene necesidad de juramentos. Sus acciones le sirven además de testigos…

–                       ¿Por qué, Maestro? ¿Tienes miedo de que los hechos contradigan a tus explicaciones?

–                       ¡Oh, no! ¡Al revés!

–                       ¿Entonces nos prevés matanzas; oprobios; la espada; la peste; el hambre…?

–                       Esto y algo más…

–                       ¿Algo más? ¿Acaso Dios ha dejado de amarnos?

–                       Tanto os ama que ha cumplido con su Promesa.

–                       ¿Tú? ¿Eres Tú la promesa?

–                       Lo soy Yo.

–                       ¿Cuándo fundas tu Reino?

–                       Sus fundamentos ya están echados.

–                       ¿En dónde?

–                       En el corazón de los buenos.

–                       ¡Ah! ¡Pero eso no es un reino! Es una enseñanza…

–                       Mi reino, siendo espiritual, tiene por súbditos a los corazones. Y éstos no necesitan de palacios. Sólo conocer la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Lo que ya está sucediendo entre los buenos.

–                       Pero, ¿Puedes Tú acaso decir esta palabra? ¿Quién te autoriza para ello?

–                       El hecho de que la poseo.

–                       ¿Qué posees?

–                       La Palabra. Doy lo que Soy… Yo Soy la Palabra. Y el amor me incita a dar a conocer el Pensamiento del Altísimo, que es mi Padre.

–                       ¡Ten cuidado son lo que dices, son palabras audaces! ¡Podrías hacerte daño a Ti Mismo!

–                       Más me lo haría si mintiese, porque sería lo mismo que desconocer mi Naturaleza y renegar de Aquel de Quien procedo.

–                       Luego, ¿Tú Eres Dios, el Verbo de Dios?

–                       Sí.

–                       ¿Y tan frescamente lo dices? ¿Ante tantos testigos que podrían denunciarte?

–                       La Verdad, no miente.  La Verdad no hace cálculos. La Verdad es heroica.

–                       ¿Y esto es verdad?

–                       La Verdad es el que os habla. Porque el Verbo de Dios traduce el Pensamiento de Dios y Dios es Verdad.

La gente escucha atentamente. El silencio es profundo. Centenares de caras que rebosan  el Patio de los Israelitas, tienen sus ojos y sus oídos,  fijos en un solo punto.

El sinedrista  Elquías y sus compinches miran a su alrededor…  comprenden que llevan las de perder…   Y se controlan.

Calascebona, el viejo doctor de la Ley, pregunta con exagerada cortesía:

–                       ¿Y para evitar los castigos que prevés, que se debería hacer?

Jesús contesta:

–                       Seguirme y sobre todo, creer en Mí. Y todavía más: amarme.

–                       ¿Eres un amuleto que traiga fortuna?

–                       No. Soy el Salvador.

–                       Pero no tienes ejércitos…

–                       Me tengo a Mí Mismo… Acordaos de las palabras dichas a Moisés y a Aarón cuando todavía estabais en Egipto…La Pascua celebra el ‘pasar al otro lado del Señor…’  Ahora en el nuevo ‘pasar’ de Dios, el realmente verdadero; porque Dios está pasando entre vosotros de una manera visible.

Tanto que podéis reconocerlo por sus señales; se salvarán los que estén señalados con la Sangre del Cordero; porque sólo los que amen al Cordero y amen su Señal, obtendrán la Salvación por medio de esa Sangre. Para los demás no será más que la marca de Caín…

–                       También Ezequiel habla de la Tau… ¿Crees que tu señal sea la Tau de Ezequiel?

–                       Es esa.

–                       ¡Ah! ¿Nos acusas entonces de que en Jerusalén haya abominaciones?

–                       No quisiera hacerlo, pero así son las cosas.

–                       Y entre los señalados con la Tau, ¿No hay pecadores?  ¿Puedes jurarlo?

 

–                       No juro nada. Pero os aseguro que si entre los señalados hubiere pecadores su castigo será peor; porque los adúlteros del espíritu, los renegados, los asesinos de Dios; serán los más grandes en el Infierno, pues le sirvieron a Satanás en la tierra.

–                       Pero los que no puedan creer que Tú Eres Dios. No tendrán ningún pecado. Serán justificados…

–                       No. Si no me hubierais conocido, ni podido comprobar mis obras. Si no hubierais podido examinar mis palabras, no tendríais culpa. Por esto no seréis justificados de no haberme conocido. Me habéis odiado. Demasiadas abominaciones… Demasiados ídolos… Demasiadas fornicaciones hay donde sólo Dios debería estar.

Y por eso donde vosotros asesináis o tratáis de hacerlo; seréis asesinados. Y por eso seréis sentenciados a muerte en los límites de Israel…

–                       ¿Por qué hablas de esta forma, Señor? ¿Estás irritado?

–                       Digo la Verdad. Soyla Luz.  ¿Qué necesidad hay de perecer en las Tinieblas, cuando el que es todo Bondad os ha enviado la Luz y la Medicina para que os curéis?

Todavía no es demasiado tarde… venid. Todavía tenéis tiempo. Venid a la Luz, a la Verdad, a la Vida. Acercaos a vuestro Salvador que os tiende los brazos; que os abre el corazón; que os suplica que lo acojáis para vuestro bien eterno…

Jesús tiene una actitud suplicante, amorosa. No respira más que amor…

Aún las fieras más ebrias de Odio, sienten el Amor. Sus armas se doblegan y el veneno pierde su fuerza…

Se miran.

Luego Elquías en nombre de todos, dice:

–                       Has hablado bien, Maestro. Te ruego que aceptes el banquete que te ofrezco para honrarte.

–                       No exijo otra honra que la de conquistar vuestras almas. Déjame en mi pobreza.

–                       No creo que vayas a insultarme con no aceptar.

–                       No te ofendo. Te ruego que me dejes con mis amigos.

–                       También ellos están invitados. ¡Es un gran honor para mi casa! ¡Vas también a la casa de otros poderosos! ¿Por qué no a la mía; a la de Elquías?

–                       Está bien. Iré. Pero ten en cuenta de que en privado no podré hablar de otro modo, del que te he hablado aquí entre la gente.

–                       ¡Ni tampoco yo! ¡Ni Tampoco mis amigos! ¿Acaso lo dudas?

Jesús lo mira fijamente. Y luego añade:

–                       No ignoro el pensamiento de los hombres… Vamos.

Y al lado de Elquías, sale fuera del Templo. Lo siguen sus apóstoles, que no tienen ganas de ir, mezclados con los amigos de Elquías.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

121.- LA OVEJA NEGRA

Unos días después…

Pedro dice a Jesús:

–                       Judas se ha hecho como un demonio, apenas te fuiste. No se podía hablar con él; ni razonar. Se peleó con todos y ha escandalizado a todos en la casa de Elisa.

Bartolomé, tratando de excusarlo al ver que el rostro de Jesús se ha puesto enérgico, dice:

–                       Tal vez se puso celoso porque te trajiste a Simón…

Pedro replica:

–                       No es cuestión de celos. Deja de excusarlo. O me peleo contigo por no haber podido desahogarme contra él. Pues, Maestro… Logré mantener la boca cerrada. ¡Piénsalo! ¡Estuve callado! Por obediencia y porque te amo. Pero… ¡Vaya que me costó! Después de que Judas salió golpeando las puertas… Nosotros pensamos que era mejor irnos para evitar que le diésemos una tunda de bofetadas. Y Bartolomé y yo, nos salimos antes de que regresase… Porque sentía que no podía aguantarme más.

Jesús contesta:

–                       Hiciste bien. Como también los demás.

–                       ¿También Judas? ¡Oh, no Señor mío! ¡No lo digas! Dio un espectáculo indigno.

–                       Él no hizo bien, pero no lo juzgues.

–                       …No, Señor…  -el ‘No’ le sale a Pedro con un gran esfuerzo.

Se hace un silencio…

Y luego Pedro pregunta:

–                        Pero… ¿Puedes decirme al menos, porqué Judas de repente se ha vuelto así? ¡Parecía haberse hecho tan bueno! ¡Estábamos tan bien!… De mi parte he ofrecido oraciones y sacrificios para que continuase así… Porque no puedo verte afligido… A partir de las Encenias aprendí que hasta una cucharada de miel tiene valor. Y esta verdad la aprendí del discípulo más pequeño… No la olvidé porque he visto sus frutos y comprendí que hay que amarte no solo con palabras; sino salvando las almas con nuestro sacrificio para darte alegría… Pero Señor, dime ¿Por qué Judas ha cambiado tanto, así?

–                       Ya no te preocupes de ello… Vamos a descansar, porque vamos a salir al anochecer…

Al día siguiente, van caminando a través de la llanura. Son las primeras horas de la mañana y…

–                       ¡No veo la hora de llegar a los montes!  -exclama Pedro bufando y secándose el sudor que le corre por las mejillas y el cuello.

Judas, cuyo temor de verse descubierto se ha desvanecido; ha vuelto a ser el mismo autoritario y petulante sobre todos los apóstoles.

Con mucho sarcasmo pregunta:

–                       ¿Cómo? ¿A ti que antes no te gustaban, ahora sí?

–                       ¿Y qué quieres? Ahora si los busco. En estos calores es lo mejor. Pero nunca como mi mar… ¡Ah, ese!… –Pedro suspira- No comprendo por qué los campos son más calientes después de la siega. El sol siempre es el mismo y…

Mateo responde con su sentido común:

–                       No es que sean más calientes. Es que son más tristes y se cansa uno al verlos así, más que cuando tienen todavía la mies.

Santiago de Zebedeo replica:

–                       No. Simón tiene razón. Son insoportablemente calientes después de la siega. Jamás había sentido tanto calor.

Judas dice:

–                       ¿Jamás? ¿Y dónde pones el que sentimos en la casa de Nique?

Andrés le responde:

–                       Jamás como éste.

Judas insiste:

–                       ¡Apuesto que no! Hace cuarenta días que el verano está encima y por eso el sol quema.

Bartolomé dice con tono grave:

–                       Es un hecho que el rastrojo despide más calor que los campos con espiga. El sol que antes se abatía sobre las espigas; ahora lo hace directamente contra el suelo desnudo y caliente. Y por eso reverbera su calor hacia arriba. Y el hombre se encuentra en medio de dos fuegos…

Iscariote se ríe con ironía y le presenta sus respetos diciendo:

–                       Rabí Nathanael, te saludo y te agradezco tu docta lección.  –sus palabras son mordaces, lo mismo que su voz.

Bartolomé lo mira, pero no dice nada.

Felipe dice muy serio:

–                       No hay porqué burlarse. Es como él lo dijo. No podrás negar una verdad que miles de cabezas con buen sentido, han dicho que así es.

Judas explota:

–                       ¡Claro que sí! ¡Claro que sí! Sé muy bien que sois de los doctos; de los expertos; de los sensatos; de los buenos; de los perfectos… ¡Sois todo! ¡Todo! ¡Tan solo yo soy la Oveja Negra de la blanca manada!…

¡Sólo yo soy el cordero bastardo! ¡El oprobio que se ve y tiene cuernos de cabro!… ¡Sólo yo soy el Pecador; el Imperfecto; la causa de todo el mal que existe entre nosotros; en Israel; en el mundo… y tal vez hasta en las estrellas! ¡No puedo más!

No puedo ver que yo sea el último. Ver que nulidades tan grandes como esos dos necios, que están hablando con el Maestro; sean admirados como dos santos oráculos. Estoy cansado de…

Con las mejillas rojas por la indignación, Pedro empieza a decir:

–                       ¡Oye muchacho!…  – pero no termina porque…

Judas Tadeo lo interrumpe:

–                       ¿Mides a los demás con tu medida? Trata tú de ser una nulidad como son mi hermano Santiago y Juan de Zebedeo. Y te aseguro que ya no habrá imperfecciones en nuestro grupo de apóstoles.

Judas replica:

–                       ¡Esto es lo que yo estaba diciendo! ¡Que la imperfección soy yo! ¡Oh! ¡Es demasiado! ¡Es…!

Tomás interviene:

–                       También yo lo creo. Porque demasiado fue el vino que nos hizo beber José… Y con este calor hace daño… Tan solo quieres burlarte… -tratando de que la disputa se convierta en un chiste.


Pero Pedro, a quien ya se le acabó la paciencia; con los dientes apretados y los puños cerrados, dice:

–                       Oye muchacho. Una sola cosa te aconsejo. Sepárate un poco de nosotros…

–                       ¿Yo? ¿Separarme yo? ¿Por qué tú lo mandas?  Tan solo el Maestro puede darme órdenes. Solo a Él obedezco. ¿Quién eres tú? Un pobre…

–                       Pescador, ignorante, vulgar, inútil para cualquier cosa. Tienes razón… Soy el primero en decírmelo. Y ante nuestro Yeové Omnipresente y Omnividente digo que preferiría ser el último y no el primero. Digo que quisiera verte o a cualquier otro en mi lugar. Pero más que todo a ti, para que te vieses libre del monstruo de los celos, que te hace tan duro. Y no tuvieses que obedecer, sino que yo lo hiciese…

Créeme que me costaría menos trabajo hablarte como al ‘primero’, que ahora. Creo que necesitas reflexionar… Te encontrabas a tus anchas solo, como lo hiciste desde Beter hasta el valle. Continúa haciéndolo… El Maestro va a la cabeza. Tú a la cola. En medio nosotros. Los ‘nada’…  No hay nada mejor para comprender y calmarse, que estar solos… Acepta mi consejo. Es mejor para todos y sobre todo, para ti.  –lo toma del brazo y lo saca fuera del grupo.

Lo lleva hasta atrás. Separándolo como veinte metros, se detiene y le ordena en voz firme, mientras lo mira fijamente:

–                         Quédate allí, mientras nosotros damos alcance al Maestro y luego… vente despacio. Mucho muy despacio… Y verás que se te pasa, a ti el berrinche… Y a nosotros… el temporal.

Lo deja plantado y se une a sus compañeros que van adelante unos diez metros. Cuando los alcanza dice:

–                       ¡Uff! He sudado más hablándole que caminando. ¡Qué tipo! ¿Se podrá sacar algo bueno de él?

Judas Tadeo le responde:

–                       No lo creo, Simón.  Mi hermano se obstina en conseguirlo… Pero… de él no se sacará nada bueno.

Andrés dice en voz baja:

–                       Con él… ¡Es un buen castigo el que se nos ha venido encima! Juan y yo casi le tenemos miedo. Y nos callamos para no discutir.

Bartolomé dice:

–                       Es lo mejor que podéis hacer.

Tadeo confiesa:

–                       Yo no logro hacerlo.

–                       Yo muy mal… Pero he encontrado el secreto.  –dice Pedro.

Todos le preguntan:

–                       ¿Cuál es? ¡Dínoslo!…

–                       Trabajando como un buey que tira del arado. Un trabajo tal vez inútil… Pero que me ayuda a no echar contra Judas, todo lo que me bulle por dentro.

Santiago de Zebedeo dice:

–                       ¡Ah! ¡Ahora comprendo por qué hiciste aquel destrozo de arbustos, cuando bajábamos hacia el valle! Por esto, ¿No es verdad?

–                       Exacto… pero hoy no tenía por aquí, nada que romper, sin causar algún daño. No hay más que árboles frutales y sería un pecado atacarlos. Me he cansado más con vencerme. Me duelen los huesos.

Bartolomé y Zelote hacen el mismo gesto y dicen cariñosamente casi al mismo tiempo a Pedro:

–                       ¿Y te sorprendes de que Él te haya hecho el primero entre nosotros?

–                        Eres un maestro…

Pedro los mira sorprendido y dice:

–                       ¿Yo? ¿Por esto? ¡Tonterías!… soy un pobre hombre… Sólo os pido que me ayudéis con vuestros doctos consejos. Con vuestras ideas cariñosas y sencillas… ¡Amor y sencillez! Para que sea como vosotros… y sólo por amor a Él, que ya bastantes aflicciones tiene ya consigo…

Mateo confirma:

–                       Tienes razón. Por lo menos nosotros no hay que dárselas.

Tomás pregunta:

–                       Yo estuve muy preocupado cuando lo mandó llamar Juana. ¿Vosotros no sabéis nada?

Pedro responde:

–                       ¡Claro que no! Pero sospechamos que ese que nos sigue… ¡Habrá hecho una buena fechoría! 

Tadeo confiesa:

–                        ¡Chitón! Lo mismo pensé al escuchar al Maestro el sábado…

Santiago de Zebedeo agrega:

–                       Igualmente yo…

Tomás exclama:

–                       ¡Vamos! No me lo habría imaginado, ni siquiera cuando vi a Judas tan negro aquella tarde. Y tan grosero, si es que así puede decirse.

Pedro concluye:

–                       Bueno. No hablemos más de eso y procuremos hacer que se haga mejor con nuestro cariño, con nuestros sacrificios. Como nos enseñó Marziam.

Andrés pregunta sonriendo:

–                       ¿Qué estará haciendo ahora?

–                       ¡Bah!… Pronto estaremos son él. No veo la hora. Estas separaciones me cuestan mucho.

Santiago de Zebedeo dice:

–                       No entiendo por qué el Maestro lo separó de nosotros. Ya no es un niño. Ni está endeble.

Felipe agrega:

–                       El año pasado caminamos mucho con él. Ahora que ha crecido más, con mayor razón podría hacerlo.

Mateo advierte.

–                       Yo me imagino que es para que no asista a ciertas tonterías.

Tadeo refunfuña:

–                       Y que no se junte con ciertos tipos…  -Porque realmente no soporta a Iscariote.

Pedro dice reflexivo:

–                       Tal vez vosotros dos tenéis razón…

Tomás asegura:

–                       ¡Eso no! Tal vez solo quiere que se haga más fuerte. Veréis que el año próximo nos acompañará.

Bartolomé pregunta pensativo:

–                       ¡El año que entra! ¿Estará todavía el año próximo el Maestro con nosotros? Sus discursos… me parecen que…

Los demás le ruegan:

–                       ¡No lo digas!

–                       No quisiera decirlo. Pero el no decirlo no sirve para desterrar lo que ha sido predeterminado.

Pedro responde:

–                       Entonces… Con mayor razón debemos tratar de ser mejores en estos meses;  para no causarle ningún daño y estar listos. Quiero pedirle que ahora que descansemos en Galilea, nos instruya mucho a nosotros Doce… Dentro de poco llegaremos.

Bartolomé confiesa:

–                       Y no veo la hora. Ya estoy viejo y las caminatas con este calor, me causan muchas incomodidades.

Mateo comenta:

–                       También a mí. Fui un vicioso y soy más viejo de lo que se puede pensar, si se tienen en cuenta los años… las crápulas… Ahora todo lo sufro en los huesos…

Zelote agrega:

–                       ¿Y yo? Estuve enfermo por años… Y aquella vida en las cuevas, con poca comida y miserable… ¡Todo se deja ver ahora!…

La voz de Judas los sobresalta a todos:

–                       Pero siempre has dicho que desde que te curó, te has sentido siempre fuerte… –a sus espaldas, pues ya se les juntó. Y con su inseparable ironía agrega – ¿Ya se te acabó tan pronto el efecto del milagro?

Mentalmente, Simón implora: “Señor ven aquí y dame paciencia” Pero con una cortesía exquisita, responde a Judas:

–                       No. No ha terminado el efecto del milagro. Y todos pueden verlo, no he vuelto a enfermarme. Me siento fuerte, duro. Pero los años son años y las fatigas, fatigas. Y luego estos calores que nos hacen sudar como si estuviéramos metidos en un horno.

Y las noches tan heladas que nos congelan el sudor en la espalda, mientras el rocío vuelve a humedecer nuestros vestidos empapados por el sudor; es claro que estos cambios no me hacen bien. Por eso no veo la hora en que podamos descansar un poco. Por la mañana sobre todo, cuando dormimos bajo las estrellas, estoy hecho una piedra por lo duro. Si me enfermo, ¿Para qué sirvo?

Andrés le responde:

–                       Para que sufras. Él dice que el sufrimiento vale igual que el trabajo y la Oración.

–                       Es cierto. Pero preferiría servirle como apóstol y…

Judas de Keriot dice:

–                       Y también estás cansado. Confiésalo. Estás cansado de continuar con esta vida sin perspectiva de horas mejores. Antes bien, viendo cómo se echan encima las persecuciones y las derrotas. Y empiezas a reflexionar que corres el peligro de volver a ser proscrito.

–                       No reflexiono nada. Lo que digo es que me siento mal.

Judas contesta con una sonrisa cargada de ironía:

–                       ¡Oh! ¡Cómo te curó una sola vez!…

Bartolomé presiente otra agria discusión y la evita llamando a Jesús:

–                       Maestro, ¿No nos toca nada a nosotros? Siempre vas adelante…

Judas se queda mohíno y pensativo… Y cesa en sus intentos de querer molestar a los demás.

Más tarde, busca la oportunidad de estar a solas con Jesús y le dice:

–                       Tenme contigo. No quiero errar más para no causarte dolor ni a Dios; ni a Ti…

Eso es todo.

Pero es más que suficiente para que el Maestro lo abrace con amor…

Cuando llegan las horas de más calor, se detienen a descansar a la sombra de una tupida arboleda y junto a un arroyo. Después de haber orado, ofrecido y bendecido los alimentos, comen y conversan.  Sombra, frescura, silencio en las horas en que arde más inclemente el sol. Y que invitan a dormitar.  Todos se acomodan a su gusto en el verde pasto y a la sombra de los árboles…

Jesús se sienta apoyando su espalda contra el tronco de un árbol y se interesa en los insectos que vuelan sobre las flores. En un determinado momento, hace una señal a Juan, a Judas de Keriot y a Bartolomé que están despiertos. Y cuando éstos llegan junto a Él, los invita a observar un pequeño drama de la naturaleza.

Los tres apóstoles se sientan alrededor y escuchan atentos a su Maestro que dice:

–                       Ved este pequeño insecto y observad el trabajo que está realizando… Está recogiendo polen y mientras lo hace, coopera a la fecundación de las plantas…

Jesús da una enseñanza sobre la razón y el instinto… En el transcurso, se han levantado los demás y asisten a la lección…

Para finalizarla, Jesús dice:

–                       … El insecto no es responsable si comete una mala acción, porque está siguiendo su instinto. El hombre sí lo es. El hombre goza de una inteligencia superior y tanto lo será, cuanto más comprenda las cosas de Dios. Por esto el hombre es más responsable de sus acciones.

Bartolomé dice:

–                       Entonces Maestro. Nosotros a quienes adoctrinas, tendremos mayor responsabilidad.

Jesús responde:

–                       Muy grande. Y mayor la tendréis en lo futuro, cuando se realice el Sacrificio y venga la Redención. Y con ella la Gracia que es fuerza y luz. Después de ella vendrá quién os dará mayores fuerzas para querer… Quien no quisiere, tendrá que responder, ¡Y en qué forma!

–                       Entonces muy pocos serán los que se salven.

–                       ¿Por qué Bartolomé?

–                       Porque el hombre es muy débil.

–                       Pero si robustece su debilidad confiando en Mí, se hace fuerte. ¿Creéis que no comprendo Yo vuestras luchas? ¿Qué no compadezco vuestras debilidades? Ved. Satanás es como una araña que está tejiendo su tela de esta ramita a aquella flor. ¡Tan sutil, tan engañosa! Ved como brilla el hilito, parece de plata. Parece una filigrana impalpable. En la noche no se le puede ver. Cuando el alba nace, brillará como una piedra preciosa.

Y las moscas imprudentes que vuelan por la noche en busca de alimento; caerán atrapadas en la telaraña y también las maripositas que se sienten atraídas por lo que brilla…

¡Pues bien! Mi amor hace con Satanás, lo que hace ahora mi mano que destruye la tela. Mirad como la araña huye y se esconde. Tiene miedo del más fuerte. También Satanás tiene miedo del más fuerte. Y el más fuerte es el amor.

Pedro, que siempre saca conclusiones de todo, pregunta:

–                       ¿No sería mejor acabar con la araña?

–                       Sería mejor. Pero esa araña no hace más que cumplir con lo que debe. Es verdad que mata a las pobres maripositas tan bonitas; pero acaba también con muchas moscas feas que acarrean enfermedades y contaminan a los sanos y a los vivos.

Zelote pregunta:

–                       ¿Pero en nuestro caso qué cosa hace la araña?

Jesús contesta:

–                       ¿Que qué hace Simón? Hace lo que hace la buena voluntad en vosotros. Destruye las vacilaciones; la flojedad; la vana presunción. Os obliga a que estéis vigilantes. ¿Qué cosa es la que os hace dignos de premio? La Lucha y la Victoria.

¿Podéis conseguir la Victoria si no tenéis la Lucha? La presencia de Satanás hace que se vigile continuamente. El amor por su parte, hace que su presencia no sea tan dañina. Si os quedáis cerca del Amor, Satanás os tentará; pero no podrá haceros daño en realidad.

–                       ¿Nunca?

–                       Nunca. Ni en las cosas pequeñas, ni en las grandes. Veamos una cosa pequeña: te aconseja que tengas cuidado de tu salud. Un consejo engañoso para poderte separar de Mí. El Amor te tiene junto conmigo, Simón. Y tus dolores dejan de existir aún ante tus ojos.

–                       ¡Oh, Señor! ¿Lo sabes?

–                       Sí, pero no pierdas tu valor. ¡Ea! ¡Arriba! El amor te dará tantas fuerzas, que es el primero en reírse de ti, que tiemblas por causa de tus reumas…

Jesús sonríe al avergonzado apóstol. Lo abraza para consolarlo. Y aún en medio de la sonrisa de Jesús, hay dignidad.

Los demás también se ríen.

Jesús mira a Judas y su sonrisa se hace más grande… Con su sonrisa le muestra su felicidad, para darle un estímulo en su intento de regresar a Dios… Porque aún este tenue deseo, que persiste como una flor en su corazón desierto; hace que el Padre Celestial le mire con ojos benignos a este discípulo al que ama y que sabe que no puede salvar… Pese a todos sus esfuerzos.

Jesús lo sabe… Y suspira profundo…

¡La mirada de Dios posada sobre un corazón!

Es necesario un tacto infinito para curar los corazones.

Y Jesús, manteniendo a Judas cerca de Sí, quiere enseñarles a los demás, el arte de redimir y de ayudar a quien se redime. Jesús debe ser feliz; para dar al desgraciado apóstol aún este medio para levantarse…

El acicate de la alegría del Maestro, al ver que regresa a Él…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

120.- COMO GRANITO DE MOSTAZA

En los extensos campos sembrados de trigo, también se nota la actividad de los segadores. Hay una hermosa casa de campiña, con sus cuatro eras llenas de gavillas.  Una gran cantidad de carretas transportan el trigo del campo a las eras. Y los hombres descargan y amontonan.

José de Arimatea organiza que todo se haga bien.

Desde lo alto de una carreta, un campesino anuncia:

–                       Hemos acabado patrón. Todo el trigo está en las eras. Esta es la última carretada.

José responde:

–                       Está bien. Descarga, disyunta los bueyes y llévalos a beber agua. Y luego a sus establos. Trabajaron bien y merecen su descanso. Al igual que vosotros… Y vuestra fatiga será llevadera, porque para los corazones buenos, es descanso la alegría ajena.

José mira a su mayordomo y le dice:

Ahora vamos a hacer que vengan los hijos de Dios y les daremos el regalo del Padre. Abraham ve a llamarlos.

El hombre de aspecto patriarcal va hasta un galerón inmenso, que es donde guardan las carretas y los instrumentos agrícolas. Abre las enormes puertas y entra. Sale seguido de una multitud heterogénea y pobre; en que hay gente de todas las edades y de todas las miserias.

Hay quienes parecen esqueletos y otros están lisiados, ciegos, mancos, enfermos de todas clases… Muchas viudas rodeadas de huerfanitos y mujeres de aspecto triste cuyos maridos están enfermos.

Salen con ese aire particular de los pobres que esperan algo extraordinario y una chispa de alegría ilumina sus rostros abatidos por el sufrimiento.

José pasa lista a estos infelices y pregunta a cada uno cuantos son de familia, en qué condiciones viven, etc. Es todo un cuestionario social. Y toma nota de las respuestas. Según el caso, dice a sus siervos:

–                       Da diez. O… Da treinta.  Da sesenta. –dice después de haber escuchado a un viejo semiciego que le sale al frente con diecisiete nietos; todos menores de doce años, hijos de dos hijos suyos que murieron el año anterior. Uno en la siega y otra en el parto… cuyo esposo ya se consoló con otra y le dejó a los niños. Él es viudo y…

José dice:

–                       Da sesenta a este viejo padre nuestro. Y tú padre, quédate aquí. Voy a darte vestidos para tus pequeñuelos…

El hombre se postra agradecido, pero José lo levanta inmediatamente diciendo:

–                       Es al Altísimo al debemos dar las gracias…

El siervo hace notar que si va a dar sesenta gavillas cada vez, no va a alcanzar para todos.

Y José le responde:

–                       ¿Y dónde está tu Fe? ¿Acaso amontoné las gavillas para mí? ¡No! Para los hijos más queridos a los ojos del Señor. Él proveerá para que todos tengan algo.

Abraham el mayordomo mueve la cabeza y contesta:

–                       Está bien patrón. Pero los números, son números.

Pero José replica convencido:

–                       ¡Pero la Fe es Fe! Y para mostrarte que la Fe puede todo, ordeno que se les dé el doble; empezando por los primeros. Quién recibió diez, les darás otras diez. Y el que veinte, otras veinte. Y da ciento veinte a este padre. ¡Hazlo! ¡Obedéceme!

Todos los siervos lo miran asombrados, mueven la cabeza y…

José repite con firmeza:

–                       Hacedlo.

Los siervos se encogen de hombros y ejecutan las órdenes.

La distribución continúa en medio de  una admiración gozosa de los pobrecitos que ven que se les da algo increíble…

Jesús sonríe.

En pocos minutos, lo que antes llegaba hasta el techo, ha desaparecido. Todos han recibido lo que querían y en medida rebosante.

José pregunta:

–                       ¿Cuántas gavillas quedan todavía?

Los siervos cuentan y contestan:

–                       Ciento doce, patrón.

–                       Bien. Tomaréis cincuenta para semilla, porque es una semilla santa. –revisa su listado- las otras sesenta y dos, son para cada cabeza de familia aquí presente. Pues sois ese número.

Los siervos obedecen.

Cuando terminan de distribuir, José les pregunta:

–                       ¡Y bien! ¿Habéis visto? ¡Alcanzó para todos y hasta sobró!…

Abraham dice:

–                       Pero patrón; ¡Aquí hay algo misterioso! Nuestros campos no pueden haber producido el número de gavillas que has distribuido.

Un anciano dice:

–                        Tengo setenta y ocho años. Hace sesenta y seis años que siego y sé… Mi hijo tiene razón. Sin una ayuda misteriosa no podríamos haber dado tanto…

José responde feliz:

–                       Pero las dimos Abraham. Tú estuviste a mi lado. Los siervos entregaron las gavillas… No hay sortilegio alguno. No es algo imaginario. Las gavillas pueden contarse todavía. Están todavía allí, divididas en partes.

–                       Así es, patrón. Pero no es posible que los campos hayan producido tantas. Para lo que hemos repartido, hubiese sido necesario que la siega fuera al menos del triple y tambien los campos fueran el triple de extensos… Repito que ¡No es posible!…  

José adopta la postura que tiene, cuando enseña a sus levitas en el Templo:

–                       ¿Y la Fe, hijos míos? ¡Y la Fe! ¿Dónde ponéis la Fe? ¿Podía mentir el Señor a su siervo, que prometía en su Nombre y por un motivo santo?

Todos los siervos se inclinan dispuestos a tributarle honor:

–                       ¡Entonces tú hiciste un milagro!

El ilustre anciano dice con humildad:

–                       No hago ningún milagro. Soy un pobre hombre. El Señor lo hizo… Leyó en mi corazón y vio dos deseos: el primero, el de llevaros a la misma Fe. El segundo, el de dar mucho, mucho; a estos hermanos míos infelices. Dios accedió a mis deseos…

¡Y lo hizo! ¡Sea bendito!  –dice José con una inclinación reverente, como si estuviese delante de un altar.

Jesús aparece de repente, con los brazos abiertos:

–                       ¡Y su siervo con él!  – ha estado oculto detrás de una casita que tiene una valla y que es el molino de las aceitunas y que sale a la era donde está José.

José se sobresalta con júbilo y exclama cayendo de rodillas y venerando a Jesús:

–                       ¡Maestro mío y Señor mío!

–                       La paz sea contigo. Vine a bendecirte en Nombre del Padre. A premiar tu caridad y tú Fe. Soy tu huésped por esta noche. ¿Me aceptas?

–                       ¡Oh, Maestro! ¿Lo preguntas? Aquí no puedo honrarte… Me encuentro en medio de siervos y campesinos, en mi casa de campo… no tengo vajilla, ni maestresalas… Ni siervos que sepan tratarte. No tengo comida especial… ni vinos exquisitos… No tengo amigos… Será una hospitalidad muy pobre… ¿Porqué, Señor, no me avisaste? Habría proveído a todo… ¡Si lo hubiese sabido!  Permíteme Maestro que dé órdenes para hacer lo posible… ¿Por qué sonríes de ese modo?…

José no sabe qué hacer… Tanto por la alegría imprevista como por la situación. Que piensa que es desastrosa… ¡No poder recibir al Maestro como lo desea su corazón!…

–                       Me sonrío de tus inútiles aflicciones. José, ¿Buscas lo que tienes?

–                       ¿Qué tengo? No tengo nada.

–                       ¡Cómo has cambiado! ¿Por qué no eres más el José espiritual de hace poco, en que hablabas como un sabio? ¿Cuándo prometías en nombre de la Fe y cuando prometías darla?

–                       ¡Oh! ¿Estuviste oyendo?

–                       Oí y vi, José. Esa valla de laureles es muy útil para ver que lo que sembré, no ha muerto en ti. Y por esto te digo que te entregas a aflicciones inútiles. Hablas de lo que no tienes…

¡Donde se ejercita la caridad, ahí está Dios! Y donde está Dios, están sus ángeles. ¿Y qué mejores maestresalas que ellos?

No tienes alimentos especiales, ni vinos exquisitos… ¿Y qué alimento mejor y qué bebida especial puedes darme; que el amor que has tenido para con éstos y que tienes para conmigo? ¿No tienes amigos que me honren?… ¿Y éstos? ¡Qué amigos más amados que los pobres y los infelices, para el Maestro que lleva por Nombre Jesús!

¡Ea, José! Ni aunque Herodes se convirtiese y me abriese sus salones para hospedarme y honrarme. Y con él estuviesen los jefes de todas las castas y las naciones, para darme honra; no tendría Yo algo más precioso, que esta gente a la que quiero decir una palabra y hacer un regalo. ¿Me permites?

–                       ¡Oh, Maestro! ¡Todo lo que quieras lo quiero! Lo mío es tuyo… Da órdenes.

–                       Diles que se reúnan todos. Para nosotros siempre habrá un pedazo de pan…

Cuando todos están reunidos, Jesús empieza a hablar:

–                       Habéis comprobado que la Fe puede multiplicar la cosecha, cuando este deseo se inspira en el amor. No limitéis vuestra Fe a las necesidades materiales. Dios creó el primer grano de trigo… Si tuviereis tanta Fe como un grano de mostaza… (Y la enseñanza prosigue en un largo discurso)

Cuando Jesús termina de hablar; pregunta:

–                       ¿Tenéis Fe?

–                       ¡Sí, Señor!

–                       ¿Quién es Dios para vosotros?

–                       El Padre Santísimo; como lo enseñan los discípulos del Mesías.

–                       ¿Y Quién es el Mesías para vosotros?

–                       El Salvador. El Maestro. El Santo.

–                       ¿Tan solo esto?

–                       El Hijo de Dios. Pero no hay que decirlo porque los Fariseos nos persiguen si lo declaramos.

–                       Pero, ¿Creéis que Él lo sea?

–                       Sí. Señor.

–                       Así pues creced en vuestra Fe. Aunque callareis, la Creación entera proclamaría que el Mesías es el Verdadero Redentor y Rey. Lo proclamará cuando haya sido levantado; cuando esté con la púrpura santísima y con la guirnalda de la Redención.

Bienaventurados los que sepan creer esto ya desde ahora; pues entonces creerán con más fuerza y tendrán Fe en el Mesías y con ello alcanzarán la Vida Eterna.

Varios dicen:

–                       Pero, ¿Dónde está el Mesías?

–                       Lo estamos aguardando para que nos cure.

–                       Sus discípulos no nos curaron; pero nos dijeron: ‘Él lo puede’

–                       Queremos curarnos para trabajar.

Jesús sonríe y pregunta:

–                       ¿Y creéis que el Mesías lo pueda? -haciendo señal a José de que no diga que Él lo Es.

–                       Lo creemos. Es el Hijo de Dios. Todo lo puede.

–                       ¡Todo lo puede y Todo lo quiere!   -dice Jesús extendiendo con imperio su brazo derecho y lo baja como para jurar. Termina con un grito poderoso- ¡Se haga así para la Gloria de Dios!

Intenta irse a la casa, pero los curados que serán como unos veinte; gritan, corren, lo estrechan en una selva de manos que quieren tocarlo. Que se aferran a sus vestidos para besarlos.

Jesús sonríe, acaricia, bendice. Lentamente se desprende de ellos y desaparece en el interior de la casa; mientras los gritos de alegría suben al Cielo, que empieza a pintarse de morado en el crepúsculo…

Al tercer día, es sábado.

José de Arimatea está descansando en una habitación semioscura y reina un silencio absoluto por todas partes…

Entra su mayordomo para avisarle:

–                       Señor, aquí está tu amigo Juan.

José lo mira sorprendido:

–                       ¿Mi amigo Juan? ¿Cómo es posible si todavía no termina el sábado?… Dile que pase al punto.

Entra Juan el sinedrista y lo saluda:

–                       ¡Dios sea contigo, José!

José contesta:

–                       Y contigo Juan… Conociéndote cómo justo, me admiro de que hayas venido antes del crepúsculo…

–                       He quebrantado la ley sabática; mi pecado es grande y grande será el holocausto que ofreceré, para que sea yo perdonado… Pero también es muy grande el móvil que me impulsó a cometer tal pecado… Yeohvé que es Justo, tendrá compasión de su siervo culpable, teniendo en cuenta el gran motivo que me obligó…

–                       Antes no hablabas así. Para ti el Altísimo solamente era rigor e inflexibilidad. Y te creías perfecto porque lo temías como a un Dios inexorable…

–                       ¡Oh, perfecto!… José, nunca te he confesado mis culpas secretas… Pero es verdad. Juzgaba a Dios como inexorable; cómo lo hacen muchos en Israel. Así nos enseñaron… A creer en Él cómo en un Dios Vengativo…

–                       Y tú has seguido creyéndolo, aún después de que el Rabbí ha venido a dar a conocer a su pueblo, el verdadero Rostro de Dios… Su verdadero Corazón… Un Rostro y un Corazón de Padre…

–                       Es verdad. Estoy de acuerdo. Pero… Todavía no le había oído hablar largamente. acuérdate que desde que lo vi en tu casa en aquel banquete, cuando le reiteró la Promesa y la Señal a Gamaliel… Tomé una actitud de respeto, aunque no de amor para con Él.

–                       Recuerdo. Tú sabes que quiero tu bien y quisiera que lo amases. El respeto es muy poca cosa…

–                       Tú lo amas, ¿Verdad José?

–                       Sí. Y te lo confieso aun cuando sé que los Príncipes de los Sacerdotes odian a quienes aman al Rabbí. Pero tú no eres capaz de delatarme…

–                       Tienes razón. Soy incapaz de ello… Quisiera ser como tú. ¿Lo lograré?

–                       Rogaré para que lo hagas. Será tu salvación eterna, amigo.

Sigue un profundo silencio y los dos se quedan pensativos.  Después de un largo momento, José pregunta:

–                       Me acabas de decir que un gran motivo te impulsó a quebrantar el sábado. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Puedo preguntártelo sin faltar a la discreción? Me imagino que viniste para solicitar mi ayuda… Y para dártela, necesito saber…

Juan se pasa la mano sobre la frente; luego se aprieta con las dos manos la parte frontal de la cabeza, en cuyas sienes se empiezan a cubrir de cabellos plateados. Se acaricia su barba tupida  y haciendo un esfuerzo, levanta el rostro y mira a José. Da un suspiro profundo y dice:

–                       Sí. Un gran motivo… Y muy penoso. Y también… una gran esperanza…

–                       ¿Cuáles?

–                       José, puedes imaginar que mi casa sea un infierno y que pronto sólo será un hogar… un hogar destruido, disperso, arruinado.

José se queda atónito y abriendo sus ojos murmura:

–                       ¿Qué dices? ¿Estás bien de tus facultades… mentales?

–                       Estoy muy cuerdo. Mi mujer me quiere abandonar… ¿Te sorprende?

–                       ¡Uh!… ¡Sí! Porque siempre la he conocido como una mujer buena y… Porque vuestro hogar, para mí siempre ha sido ejemplar… Lleno de finezas… Colmado de virtudes…

Juan se sienta con la cabeza entre las manos.

José prosigue:

–                       Ahora… Esta… Esta decisión de ella… No puedo creer que Anna haya faltado… o que tú…  Pero mucho menos me imagino que ella lo haya hecho… Tu hogar… Tus hijos. No. Ella no puede ser culpable de nada…

–                       ¿Estás seguro?  ¿Estás seguro?

–                       ¡Pobre amigo mío! No tengo los ojos de Dios, pero por lo que conozco, puedo decir que así es.

–                       No piensas que Anna… ¿Pueda ser infiel?

–                       ¡¿Anna?! Pero, ¡Amigo mío! ¿Te quemó el sol los sesos? ¿Infiel con quién? Jamás sale de su casa… Prefiere  la campiña a la ciudad. Trabaja como la mejor de las esclavas. Es humilde, silenciosa, diligente, cariñosa contigo y con los niños. Una madre ejemplar y perfecta. La mujer de cascos ligeros, nunca hace estas cosas… Créemelo. Juan, ¿En qué te basas para tener estas sospechas? Y ¿Desde cuándo?

–                       Desde un principio.

–                       ¡Desde un principio! Entonces, ¡Eres tú el que has estado enfermo!

–                       ¡Sí, José!… Yo he cometido varios errores. Pero no te los quiero confesar a ti solo. Anteayer pasaron unos discípulos por mi casa y con ellos iban unos pobres que venían de la casa de Nicodemo. Me dijeron que el Rabbí vendría a tu casa… Y ayer se abatió la tempestad en mi casa… Todo fue tan grave, que Anna tomó la decisión que te acabo de decir… Y en la noche pensé… Y llegué a la conclusión de que solamente Él, el Rabbí Perfecto…

–                       Pero, ¡Juan! ¡Juan!

–                       Lo que tú quieras… Sé que sólo Él puede curarme y reparar… reconstruir mi hogar. Devolverme a mi Anna… a mis hijos… ¡Todo!…

Juan llora amargamente y entrecortado por los sollozos continúa:

–                       Porque sólo Él ve la verdad y la dice… Y creeré en Él… José, amigo mío… Permite que me quede aquí a esperarlo…

José de Arimatea esta tan asombrado… Y dice:

–                       El Maestro está aquí. Partirá después del crepúsculo. Te lo voy a llamar…

Y sale a buscar a Jesús.

Pocos minutos después, los dos entran. Juan se pone de pie y se inclina con respeto ante Jesús, para saludarlo.

Jesús dice:

–                       La paz sea contigo, Juan. ¿Qué te pasa?

El sacerdote Juan está muy turbado y se pone rojo.

Luego dice:

–                       He venido a que me ayudes a ver… a que me salves. Soy muy infeliz. He pecado contra Dios y contra mi mujer. Y de pecado en pecado, he llegado a violar la ley del sábado. Absuélveme Maestro.

–                       La ley del sábado. ¡Es una grande y santa ley! ¿Pero por qué la antepones al Primero de los mandamientos? Pides que te absuelva de haber violado el sábado y ¿No lo pides de haber faltado al amor y haber atormentado a una inocente…? ¿De haberla llevado a la desesperación y empujarla a los umbrales del pecado? De esto te deberías de angustiar, más que de otra cosa. De la calumnia que contra ella haz lanzado…

–                       Señor. Sólo José lo sabe, porque se lo acabo de decir. A nadie más se lo he manifestado. Tan adentro y escondido tenía mi dolor, que ni siquiera José que es mi mejor amigo, se había dado cuenta de ello y se quedó muy sorprendido. Ahora él te lo acaba de decir para ayudarme. El justo José no se lo dirá a ninguna otra persona.

Jesús lo mira fijamente y dice despacio:

–                       José no me ha dicho una sola palabra. Tan sólo me dijo que me buscabas.

–                       ¡Oh! Entonces, ¿Cómo lo sabes?

–                       ¿Qué cómo lo sé? Cómo sabe Dios los secretos de los corazones. ¿Quieres que te diga el estado del tuyo?

José intenta retirarse, pero el mismo Juan lo detiene diciéndole:

–                       No. Quédate. ¡Tú eres mi amigo! Puedes ayudarme ante el Rabbí, tú que me acompañaste cuando me casé…

José se queda y…

Jesús continúa:

–                       ¿Quieres que te lo diga? ¿Quieres que te ayude a conocerte? ¡Oh, no tengas miedo! Mi mano no es dura… Sé descubrir las heridas, pero no las hago sangrar para curarlas. Sé comprender. Sé compadecer. se curar, con la condición de que haya voluntad de ser curado. Esta vez la tienes, pues has venido a buscarme. Siéntate aquí a mi lado, entre Mí y José.

Juan obedece.

Y Jesús prosigue:

–                       Él fue tu paraninfo en tus bodas terrenas. Yo quisiera ser el tuyo en tus espirituales… ¡Oh, que si lo quiero!… Escúchame y respóndeme con franqueza a todo lo que te preguntaré. ¿Qué piensas: hizo Dios bien o mal al unir  al hombre y a la mujer? ¿Crees que haya sido un acto bueno o malo?

–                       Bueno, Señor.  Cómo todas las cosas que hizo Dios.

–                       Bien respondido.

–                       Ahora dime: Si el acto fue bueno, ¿Cuáles deben ser sus consecuencias?

–                       Igualmente buenas, Señor. Y lo fueron, no obstante que Satanás se hubo introducido para destruirlas; porque Adán siempre tuvo la ayuda de Eva y ésta la de él.

Y más sensible y clara fue la ayuda, cuando ambos desterrados por la tierra, tuvieron que sostenerse el uno al otro. Buenas fueron las consecuencias materiales… Esto es, los hijos por los que se propagó el hombre y a través de los cuales brilló el poder y la bondad de Dios.

–                       ¿Cuál poder? ¿Cuál bondad?

–                       Bueno, su condescendencia en favor de los hombres.  Si miramos hacia atrás, claramente hubo castigos justos; pero más numerosas fueron las veces de su Bondad… Bondad infinita es el pacto que hizo con Abraham…

Pacto que repitió con Jacob y asi sucesivamente hasta el día de hoy…  Lo repitió a través de la boca sincera de los profetas hasta Juan…

José interviene:

–                       Y la del Rabbí, Juan.

Juan dice titubeante:

–                       Esta no es boca de profeta… No es boca de un Maestro… Es… algo más.

Un atisbo de sonrisa se dibuja en los labios de Jesús,  ante la tenue… profesión de fe del sinedrista que no se atreve a decir lo que verdaderamente piensa… “Es la boca divina”

Y Jesús pregunta:

–                       Así pues Dios hizo bien al unir al hombre y a la mujer. Tú lo has dicho. ¿Y cómo quiso que fuesen el hombre y la mujer?

–                       Una sola carne. Un solo cuerpo.

–                       Está bien. ¿Puede entonces el cuerpo odiarse a sí mismo?

–                       No.

–                       ¿Puede un miembro odiar al cuerpo?

–                       No.

–                       ¿Puede un miembro separarse del cuerpo?

–                       No. Tan solo la gangrena, la lepra u otra desgracia pueden hacer que a la parte enferma se le corte, separándola del resto del cuerpo.

–                       Perfectamente bien contestado. Entonces solo una cosa muy dolorosa o perversa puede separar lo que Dios quiso que fuese una “unidad única”

–                       Así es, Maestro.

–                       Entonces, ¿Por qué tú que estás convencido de estas cosas, no amas a tu cuerpo? ¿Por qué lo odias hasta hacer que brote una gangrena entre uno y otro miembro? ¿Llegando al extremo de que el más débil se separe y te deje solo?

Juan inclina su cabeza. Guarda silencio. Nerviosamente estruja su fino vestido. Se ha quedado sin palabras…

José reflexiona y mira a Jesús con una admiración visible…

Después de un largo silencio, Jesús agrega:

–                       Te diré por qué. Porque Satanás… él que todo lo perturba… Se interpuso entre tú y tu mujer… Aún más… Se metió en ti, con un amor desordenado hacia ella. El amor cuando es desordenado, Juan; engendra odio.

Satanás se ha aprovechado de tu sensualidad de varón para hacerte pecar.  Aquí fue donde empezó tu pecado. De un desorden que ha sido causa de nuevos y más graves desórdenes. No has visto en tu mujer a la buena compañera, a la madre de tus hijos, sino al objeto del placer. Y esto ha hecho que tus pupilas sean como las del buey y todo lo veas distorsionado…

Has visto todo, como tú lo veías. Y así has visto también a tu mujer, como la consideras un objeto de placer, así piensas que la ven todos los demás. De acá arrancaron tus celos, tu miedo irracional, tu orgullo pecaminoso que la han convertido en una mujer atemorizada, encarcelada, atormentada y calumniada.

Nada importa que no la apalees, que no la injuries públicamente.

Tus sospechas, son el palo. Tu duda, la calumnia… La calumnias al pensar que ella sea capaz de llegar a traicionarte.  ¿Qué importa que la trates cómo crees que deba ser tratada?

Peor que una esclava es para ti, en lo íntimo de tu hogar; por tu bestial lujuria que la envilece hasta ser intolerable; ella que ha soportado siempre en silencio y dócilmente, esperando que con su amor te persuadiría… Te calmaría, te haría bueno… Pero que solo ha servido para exasperarte más, hasta convertir tu casa en un infierno en el que rugen los demonios de la lujuria y de los celos.

¡Los celos! ¿Qué crees que pueda ser la cosa más injuriosa para una casada virtuosa, que los celos?  ¿Y cuál puede ser el verdadero estado de un corazón celoso? Créeme que donde anidan los celos que son algo necio, irracional, injurioso, terco… no hay amor del prójimo, ni de Dios; sino sólo un egoísmo monstruoso. De esto te debes afligir y no de haber violado unos minutos el sábado. Debes reparar el mal que has provocado, si quieres ser perdonado…

–                       Pero ella se quiere ir ya… Ven a persuadirla… Sí la oyes hablar, Tú… Solamente Tú puedes juzgar por Ti Mismo si es inocente…

–                       ¡Juan!… ¿Quieres curarte y no quieres creer en lo que te digo?

–                       Tienes razón, Señor. Cámbiame el corazón. Es verdad. No tengo un motivo en qué basar mis sospechas. La amo mucho… Con lujuria, es verdad. Dijiste bien… Todo es oscuridad para mí.

–                       Entra a la Luz. Líbrate de la maraña ardiente de los sentidos tan prepotentes. Al principio te costará… Pero mucho más te costaría perder una buena esposa. Y peor sería que te ganases el infierno para expiar con él tu pecado de falta de amor, de calumnia, de adulterio y del de ella. Porque ya lo he dicho y recuérdalo bien: “Quién empuja a una mujer al divorcio, se pone él en peligro y la pone a ella tambien en peligro de adulterio.”

Si pudieses resistir por un mes, al menos por un mes; al demonio que te oprime; te prometo que tu pesadilla se habrá desvanecido. ¿Me lo prometes?

–                       ¡Señor, oh Señor! Yo quisiera… Pero hay un fuego… ¡Tú eres Dios!…  –La confesión ha brotado desgarradora.

Juan el sinedrista ha caído de rodillas ante Jesús y con la siguiente súplica, se postra llorando como un niño pequeño, con las dos manos sobre el suelo y el rostro abatido implorando…

–                       ¡Tú eres poderoso! ¡Ayúdame!… Apágamelo Tú…

Jesús lo mira con infinita compasión y dice:

–                       Has dicho bien, Soy Dios. Y respeto tu libre albedrío que libremente escoge el bien o el mal. Puedo darte las fuerzas para ‘querer’ ser libre… Pero querer ser libre de la esclavitud del pecado, depende totalmente de ti.

Te lo apagaré. Te lo frenaré. Pondré frenos y barreras a este demonio. Mucho has pecado Juan y debes trabaja por ti mismo para que te levantes. Los que Yo convierto, han venido con su voluntad decidida para renovarse y quieren ser libres… Solamente con sus propias fuerzas, habían dado ya los primeros pasos de su redención. Por ejemplo Mateo, María la hermana de Lázaro y otros más…

Tú viniste aquí, sólo para saber si Anna era culpable y para que te ayudase a no perder la fuente en que se abreva tu pasión. Pondré barreras al poder de tu demonio, no por un mes; sino por tres.

Durante este tiempo medita y elévate. Haz el propósito de llevar una nueva vida como marido. Una vida como un hombre que tiene alma y no la vida de un animal, como hasta ahora la has llevado.

Fortificado con la oración y meditación, con la paz que te doy por tres meses, procura luchar y conquistarte la Vida Eterna y reconquistar el amor el amor de tu esposa y la paz de tu hogar. Vete en paz y ya no peques.

–                       ¿Pero qué le digo a Anna? Tal vez cuando regrese, estará a punto de marcharse. ¿Cómo puedo persuadirla de que la amo, después de tantos años de ofensas? No quiero perderla… Ven Tú conmigo…

–                       No puedo retrasarme, apenas dispongo del tiempo preciso. Tengo algo muy importante que resolver antes de Pentecostés… Pero todo es sencillo. Sé humilde, llámala aparte y confiésale tu tortura. Dile que viniste a verme porque querías que Dios te perdonase. Porque el Perdón de Dios descenderá sobre ti, si ella lo pide por ti y es la primera en perdonarte…

Oh, infeliz! ¡Cuántos bienes, cuánta paz has destruido con tu fiebre! ¡Cuántos males crea el desorden de los sentidos, el desorden en el cariño! ¡Ea, levántate y vete tranquilo! Acaso no comprendes que ella, buena y fiel cómo es; está más angustiada que tú, con el pensamiento de abandonarte y lo único que espera es una palabra tuya para decirte: “Todo te perdono”  ¡Ea, vete! El crepúsculo ha llegado.

No cometes ningún pecado al regresar a tu casa… Y tú Salvador te absuelve del que cometiste por venirlo a ver… ¡Vete en paz y no vuelvas a pecar!

–                        ¡Oh, Maestro, Maestro!… No soy digno de estas palabras… Maestro, ¡Yo quiero amarte mucho desde ahora en adelante!…

–                       Está bien. Vete. No tardes. Y recuerda esta hora, en aquella otra; en que Yo Inocente, seré calumniado…

–                       ¿Qué quieres decir?

–                       Nada. Vete. Adiós.

Y Jesús se retira dejando a los dos sinedristas conmovidos y tributándole elogios por su Santidad, su Sabiduría y su Bondad…

Tal cómo sólo Dios puede serlo…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

119.- DESILUSIÓN MORTAL

Al día siguiente, Jesús está hablando con el mayordomo de Herodes en su palacio de Beter.

Cusa dice:

–                       Mi agradecimiento es tal, que de ningún modo podré olvidarlo. Por esto te doy lo que para mí es más querido: mi Juana. Pero te juro que desde el momento de que estoy seguro de que Herodes no tendrá razón alguna para despreciarme como un sirviente cómplice de un enemigo suyo, no haré otra cosa que servirte con todo mi corazón. Y que daré a Juana toda la libertad…

Jesús contesta:

–                       Está bien. Pero recuerda que trocar los bienes eternos por un  sencillo honor humano; es como cambiar la primogenitura por un plato de lentejas… y peor todavía… (Y Jesús habla de los que ambicionando gloria y riqueza humanas, truecan los bienes celestiales por miserables beneficios humanos)

Todos han escuchado estas palabras y mientras que a los demás les parece un discurso académico…

Judas de Keriot cambia de color y de fisonomía. Lanza miradas de ira y de miedo a Juana, pues sospecha que su jugada ha sido descubierta.

Jesús se vuelve a Juana:

–                       Bueno. Ahora demos contento a la buena discípula. Hablaré a tus siervos antes de partir…

Cusa y Juana, amigos amados. Siervos de esta casa que ya conocéis al Señor… Me he despedido de todos los poblados judíos y ahora me despido de vosotros porque nunca más regresaré a este Edén… (Sigue un largo discurso sobre, como Satanás se infiltró en el Edén y engañó a Adán y Eva con su astucia, sus mentiras y su hipocresía; para que el hombre le diera la espalda a Dios y buscara solo su egoísmo y su placer)

Jesús finaliza diciendo:

… Arrojan al Mesías para dar lugar a Satanás que los seduce con palabras mentirosas de triunfos humanos, que no conseguirán más que su condenación eterna.

Vosotros que sois humildes y no soñáis con tronos y coronas. Y que no buscáis glorias humanas sino la paz y el triunfo de Dios, de su Reino, de su amor la Vida Eterna y nada más que esto, no queráis imitarlos jamás. ¡Vigilad! ¡Vigilad! Conservaos puros de la corrupción. Fuertes contra las tentaciones, amenazas, contra todo… Rechazad toda sugestión de gloria humana…

Judas comprende que Jesús sabe algo. Su cara parece una mezcla de ceniza y de bilis. Sus ojos lanzan flechas de Odio contra el Maestro y contra Juana… Y se va detrás de sus compañeros para apoyarse contra el muro y para que no se le note su estado de ánimo.

Cuando Jesús termina, los bendice a la luz del crepúsculo que ya desciende con un color rojizo que se cambia en violeta, único recuerdo del sol. El reposo sabático acaba de terminar y es hora de marcharse. Se despide de todos…

Y en el umbral del cancel, Jesús dice con voz fuerte:

–                       Hablaré con esas criaturas, mientras pueda hacerlo… Juana, procura decirles que no vean en Mí sino al Enemigo del Pecado y al Rey del espíritu. Acuérdate también de eso, Cusa. Y no tengas miedo… Nadie debe tener miedo de Mí. Ni siquiera los pecadores, porque Yo Soy la salvación. Sólo los que son impenitentes hasta la muerte, tendrán que tener miedo del Mesías, que será Juez después de haber sido todo Amor… La paz sea con vosotros.

Es el primero en bajar hacia el camino escabroso que lleva hacia el fértil valle situado entre los montes. Los apóstoles caminan silenciosos y el último es Judas de Keriot que se mantiene separado de los demás… Embutido en una furia colosal, que nubla totalmente su gallardía habitual y lo hace lucir más maligno que nunca.

Andrés y Tomás se voltean a mirarlo y le preguntan gentiles:

–                       ¿Por qué vienes tan atrás?

–                       ¿Te sientes mal?

Judas apostrofa áspero:

–                       ¡Qué te importa despreciable marinero mojigato!…

Andrés lo mira sorprendido, porque Judas ha acompañado el insulto con palabras todavía más soeces y con una mirada de verdadero odio…

En el profundo silencio de los montes, las injuriosas palabras se han escuchado claras.

Pedro se para en seco y está a punto de lanzarse contra Judas; pero se detiene y piensa… Luego corre para alcanzar a Jesús y tomándolo bruscamente de un brazo, lo sacude con ansia diciendo:

–                       ¿Maestro, me aseguras que es exactamente cómo me dijiste la otra noche? ¿Qué los sacrificios y las oraciones jamás dejan de tener su resultado, aun cuando pareciera que no sirven para nada?

Jesús, más triste y pálido que nunca mira a su apóstol con mucha dulzura; pues Pedro está sudando por el esfuerzo de no reaccionar  contra el insulto… Tiene su rostro purpúreo y Jesús lo siente tembloroso por la ira contenida.

Y responde a su apóstol con una sonrisa llena de paz:

–                       Jamás dejan de tener su premio. Puedes estar seguro.

Pedro lo suelta y se va corriendo  a la pendiente del monte entre los árboles… Y se desahoga golpeando lo que encuentra a su paso, quebrando las ramas y los arbolillos con una fuerza que desearía descargar sobre el causante de este desfogue de violencia.

Varios preguntan:

–                       ¿Qué te sucede?

–                       ¿Te has vuelto loco?

Pedro no responde y continúa velozmente con su frenesí destructor.  Cuando tiene un montón de leña a sus pies, lo deposita en su manto y luego lo carga sobre su espalda y corre a alcanzar a sus compañeros. Camina muy agachado con el peso de la carga que ha echado sobre sí, además de la alforja.

Judas lo ve venir, se ríe y dice:

–                       ¡Pareces un esclavo!

Pedro vuelve la cabeza y está a punto de decirle algo… Pero rechinan los dientes, se calla y avanza más rápido todavía…

Andrés pregunta cariñoso:

–                       ¿Te ayudo hermano?

Pedro contesta:

–                       No.

Santiago de Zebedeo advierte:

–                       Si es para asar el cordero, llevas leña de sobra… Con eso podríamos asar un ternero…

Pedro no responde. Sigue adelante con su carga y aunque ya casi no puede, se mantiene firme en su resolución. Finalmente llegan a la entrada de una caverna y Jesús se detiene diciendo:

–                       Nos quedaremos aquí para partir mañana, a los primeros rayos de la aurora. Preparad la cena…

Pedro baja su carga de leña y se sienta sobre ella sin ofrecer ninguna explicación. Los apóstoles se reparten en diferentes tareas. Unos van al arroyo a traer agua, otros limpian la caverna y otros más, preparan el cordero que van a cocinar.

Cuando Pedro se queda a solas con su Maestro;  Jesús pone su mano sobre la cabeza entrecana de su apóstol y lo acaricia… Pedro toma la blanca mano, la besa y la baña con unas lágrimas que manan abundantes. Es un llanto silencioso de amor y de aflicción; de victoria por el esfuerzo realizado…

Jesús se inclina y lo besa entre los cabellos canosos diciendo:

–                       Gracias, Simón.

El rostro del rústico y honrado apóstol se llena de una belleza casi sobrenatural al mirar a su amado Jesús que lo ha besado y le ha dado las gracias, porque sólo Él comprendió todo… La veneración y la alegría son las que lo han hecho bello…

Al día siguiente pasan un puente y al llegar a un cruce de caminos Judas, que ha observado el silencio de Jesús y que no lo ha regañado; al ver que lo trata igual que a todos los demás, está menos torvo y menos separado.

Y le pregunta al Maestro:

–                       ¿Vamos a ir a Jerusalén?

Jesús contesta:

–                       No. Vamos a Emaús de la llanura.

–                       ¿Por qué? ¿Y Pentecostés?

–                       Hay tiempo… Quiero llegar a la casa de José de Arimatea, a través de las llanuras, hacia el mar…

–                       ¿Por qué?

–                       Porque no he estado todavía allí y esa gente me espera… Y porque los buenos discípulos lo desean. Tendremos tiempo para todo.

–                       ¿Esto fue lo que te dijo Juana? ¿Para eso te mandó llamar?

–                       No hubo necesidad. José en los días de Pascua me lo dijo a Mí, directamente. Y mantengo mi palabra.

Judas está preocupado por la situación que se avecina y con su manía de control y manipulación, trata de argumentar:

–                       Yo no iría… Tal vez él y Nicodemo, se encuentren ya en Jerusalén. Además, ya la Fiesta se aproxima. Y luego… Podrías encontrarte con enemigos y…

–                       Enemigos siempre los encuentro por todas partes. Y los tengo vecinos…

Y Jesús lanza una mirada al apóstol que es su dolor…

Judas no habla más. Es muy peligroso continuar… Lo comprende y calla. Mejor se retrasa, caminando más despacio.

Cuando llegan a las llanuras de Emaús… Caminan admirándolo todo. Es un mar de espigas de oro separado por viñas que presentan ya sus racimos. Tienen agua en abundancia por los arroyos que descienden de los montes. Es un verdadero paraíso de mieses.

Tadeo exclama:

–                       ¡Qué hermosos campos!

–                       ¡Uhm! Está más bello que el año pasado.  –refunfuña Pedro- Por lo menos  hay agua y fruta.

Zelote le responde:

–                       La de Sarón también es bella.

Y los dos apóstoles se ponen a hablar entre sí, apartándose un poco de los demás. Santiago de Zebedeo señala la bella campiña y una espléndida construcción y dice:

–                       Casa de Fariseos, ¿Eh?

Recordando los bienes paternos que tuvieron en Judea, de donde los arrojaron y así perdieron mucha hacienda…

Tadeo confirma:

–                       Sin duda de Judíos… Se apoderaron de los mejores. Usurpándolos de mil modos a sus legítimos dueños.

Judas de Keriot, con una sonrisa llena de desprecio y una voz vibrante de soberbia, dice:

–                       Si se os quitaron fue porque vosotros Galileos, sois menos santos. Sois inferiores…

Previendo la respuesta mordaz de su fogoso hermano, Santiago de Alfeo dice con calma:

–                       Oye, acuérdate de que Alfeo y José, eran de la estirpe de David, tanto que el Edicto los obligó a ir a empadronarse a Belén de Judá y por eso Él nació allí.

Juan trata de cortar el rumbo de la discusión… Interviene diciendo:

–                       Ahora todos somos de una sola estirpe: la de Jesús.

El Maestro los llama para darles instrucciones y desaparecen los nubarrones de tormenta…

Al día siguiente por la tarde; Jesús está sentado en el patio de una casa que no es lujosa. Parece muy cansado. Está sobre un banco de piedra, situado sobre el brocal de un pozo, bajo un emparrado en forma de arco.

Una mujer va y viene con las manos llenas de harina y cada vez que pasa mira  a Jesús con amorosa compasión. Una decena de palomas vuela en espera de su última comida.

Revolotean alrededor de Jesús que deja sus pensamientos y sonríe. Extiende una mano con la palma volteada hacia arriba y dice:

–                       Tenéis hambre. Venid.  –el más atrevido se posa sobre su mano y pronto las tiene a todas encima. Sonríe- No tengo nada.

Luego en voz alta llama a la mujer:

–                       ¡Oye! Tus palomas tienen hambre. ¿Tienes comida para ellas?

–                       Sí, Maestro. Está en un costal bajo el pórtico. Ahora voy.

–                       Déjalo. Yo lo haré. Me gusta.

–                       No se te acercarán. No te conocen.

–                       ¡Las tengo en la espalda! ¡Y hasta en la cabeza!…

En realidad, Jesús lleva un palomo sobre su cabeza, cual morrión, cuyo buche es de color plomizo, que parece una coraza preciosa por su color tornasolado.

La mujer ha salido al patio  lanza un:

–                       ¡Oh!

–                       ¿Lo ves? Las palomas son mejores que los hombres. Conocen a quien los ama. Los hombres… no.

–                       No pienses más en lo que pasó Maestro. Son pocos lo que te odian. Los demás, si no todos te aman; por lo menos te respetan.

–                       No me desanimo por esto. Lo digo para hacerte ver cómo frecuentemente, los animales son mejores que los hombres.

Jesús abre el saco y saca las semillas. Las deposita en el extremo de su manto. Luego va al centro del patio y las arroja al suelo. Y los ve comer. Pronto terminan todo; beben agua y miran a Jesús que les dice:

–                       Ya no hay más. Váyanse.

Las palomas aletean un poco sobre su espalda y sus rodillas y luego regresan a sus nidos.

Jesús vuelve a su meditación.

Llegan los discípulos.

Jesús pregunta:

–                       ¿Distribuisteis el dinero entre los pobres?

–                       Sí, Maestro.

–                       ¿Hasta el último céntimo? Recordad que lo que nos dan, no es para nosotros; sino para la caridad. Somos pobres y vivimos de la compasión de los demás. ¡Infeliz el apóstol que se aprovecha de su misión para fines humanos!

Judas pregunta:

–                       ¿Y si un día se queda uno sin pan y se le acusa a uno de violar la Ley, porque se imita a los pájaros arrancando las espigas?

Jesús responde:

–                       ¿Te ha faltado algo Judas? ¿No has tenido todo lo necesario desde que estás conmigo? ¿Te has caído alguna vez de hambre por el camino?

–                       No, Maestro.

–                       ¿Entonces, Judas? ¿Por qué has cambiado tanto? ¿No sabes, no comprendes que tu disgusto, tu frialdad; me causan dolor? ¿No ves que tu descontento se esparce entre tus hermanos? ¿Por qué Judas amigo mío? Tú que has sido llamado a una gran honra;  que viniste a Mí con tanto entusiasmo… ¿Y ahora me abandonas? 

–                       Maestro, no te abandono. Soy el que más me preocupo por Ti, por tus intereses, por tu éxito. Quisiera verte triunfar por todas partes. Créemelo.

–                       Lo sé. Tú lo quieres desde el punto de vista humano y ya es mucho. Pero Yo no quiero esto, Judas. No vine por un triunfo humano… Por un reino humano. No vine a dar a mis amigos, migajas de un triunfo humano… Sino a daros una recompensa inmensa, copiosa. Una recompensa que consiste en la coparticipación en mi Reino Eterno. Es la posesión de los hijos de Dios… ¡Oh, Judas! ¿Por qué no te llena de entusiasmo esta herencia, a la que se llega renunciando a todo y que no conoce fin? Acércate más Judas.

El desilusionado y resentido apóstol, se acerca a su Maestro.

Y Jesús le dice amoroso:

–                       ¿Lo ves? Estamos solos. Los demás han comprendido que quería hablarte a ti que distribuyes mis… riquezas. Que son las limosnas que el Hijo del Hombre recibe para darlas en el Nombre de Dios y del Hombre, al hombre. Tu mamá, Judas me dijo: ¡Oh, Maestro! ¡Haz santo a mi Judas! ¿Qué otra cosa quiere el corazón de una madre, sino el bien de su hijo?… Ven aquí y di a tu amigo tus ansias. ¿Has faltado en algo? ¿Te sientes cercano a hacerlo? ¡No estés solo! ¡Vence a Satanás con la ayuda de quién te ama!

Soy Jesús. Soy el Jesús que cura las enfermedades, que arroja los demonios. Soy el que salva… Que te quiere mucho. Que se aflige por verte así tan débil. Soy el Jesús que enseña a perdonar… Y no hay culpa, no la hay Judas, que no perdone. Perdono al culpable que arrepentido me dice: “Jesús, he pecado” O al que me mira suplicante…

¿Sabes amigo mío, a quién perdono primero las culpas? A los más culpables. A los más arrepentidos.  Y las primerísimas que perdono, son las que se me hacen a Mí.

Judas, ¿No encuentras una respuesta que dar a tu Maestro? ¿Temes que te denuncie? ¡No tengas miedo! No tengas miedo, Judas. Quiero tu confesión. Ahora estás conmigo y no te dejo hasta que me digas que te he curado. Te amo, Judas. Amo tu alma, si te limpias y te liberas dejando tu polvo sobre mi Corazón que todo purifica… ¿Por qué lloras?

–                       Me has hablado tan dulcemente de mamá… De tu amor… Un momento de debilidad… ¡Estoy muy cansado! ¡Me parecía desde hace tiempo que ya no me amabas!

–                       No. No es esto. En tus palabras no hay más que una parte de la verdad. Estás cansado pero no del camino; del polvo, del sol, del fango, de la gente. Estás cansado de ti mismo. Tu alma está cansada de tu carne y de tu mente. Tan cansada que terminará por apagarse en un cansancio mortal. ¡Pobre alma a la que llamé Yo, para los resplandores eternos!

¡Pobre alma que sabe que te amo y que te reprocha el que la arranques de mi amor! ¡Pobre alma que te reprocha inútilmente! Así como inútilmente te acaricio con mi amor. ¡De que te comportas engañosamente con tu Maestro! Pero no eres tú quién lo haces… ¡Es el que te odia y me odia! Por eso te dije hace un momento: ‘No estés solo’…

Oye esto: Bien sabes que paso gran parte de mis noches en Oración. Si alguna vez sientes en ti el valor de ser un ser humano y la voluntad de ser mío; ven a Mí, mientras tus compañeros duermen. Las estrellas serán testigos prudentes, buenas y compasivas.

Se horrorizan por el crimen que se comete bajo sus rayos. Pero no levantan su voz para decir a los hombres: ‘Éste es un Caín de su hermano’  ¿Has entendido, Judas?

–                       Sí, Maestro. Pero créeme. No tengo otra cosa más que cansancio y emoción. Te amo con todo el corazón y…

–                       Está bien. Es suficiente.

–                       ¿Me das un beso, Maestro?

–                       Sí, Judas. Éste y más te daré…

Jesús lanza un profundo suspiro de tristeza. Pero da el beso a Judas en su mejilla…

Y entran en la casa…

El crepúsculo vespertino baña con sus fulgores la noche que se aproxima…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

118.- EL EMBAJADOR

En el siguiente poblado, al igual que en todos los demás, Jesús habla a la gente y se despide de ellos. Como no hay ningún enfermo a quién se deba curar, Jesús pasa en medio de la gente extática y bendice a uno por uno. Emprende su caminata bajo un sol que se entibia bajo los frondosos árboles y el aire de los montes. Detrás en grupo, los apóstoles conversan animadamente…

Bartolomé dice:

–                       ¡Qué discursos! ¡Hacen a uno temblar!

Andrés suspira:

–                       Están llenos de tristeza. ¡Lo hacen a uno llorar!

Judas de Keriot exclama:

–                       Es su despedida. Tengo razón yo. Va derecho a su trono.

Pedro advierte:

–                       ¿Trono? ¡Uhm!…  Me parece que sus discursos hablan más bien de persecuciones,  que de honores.

Judas grita alborozado:

–                       ¡No, hombre! Ya se acabó el tiempo de las persecuciones. ¡Ah, que si soy feliz!

Juan suspira y dice:

–                       ¡Me alegro por ti! Qué bien que te sientas así… A mí me gustaban más los días en que éramos unos desconocidos hace dos años. O cuando estábamos en Aguas Hermosas. Tengo miedo por los días que se nos vienen encima…

Judas dice con suficiencia:

–                       Porque tienes un corazón de cervatillo. Pero yo veo ya en el futuro: cortejos, cantores, pueblo postrado; honores que tributarán otros pueblos… Está escrito…

Y mientras los once apóstoles sienten su corazón abrumado por los más negros presentimientos…

Judas exulta de gozo y canta en su corazón el Salmo 71 (El Rey de la Paz) y lo invade una felicidad extasiada… Siente como si lo acompañaran los coros angelicales y con su bien timbrada voz y el entusiasmo que lo domina…

Su júbilo es tan intenso, que los versos que lo componen vibran en su corazón y los empieza a cantar en voz baja y melodiosa:

–                       … 3. Traigan los montes paz al pueblo y justicia los collados. 4. El hará justicia a los humildes del pueblo, salvará a los hijos de los pobres, y aplastará al opresor.

  5. Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad; 6. Caerá como la lluvia en el retoño, como el rocío que humedece la tierra. 7. En sus días florecerá la justicia y dilatada paz hasta que no haya luna 8. Dominará de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra.

 9. Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos morderán el polvo; 10. Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; 11. Todos los reyes se postrarán ante él y le servirán todas las naciones.

  12. Porque él librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara 13. Se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará. 14. De la opresión, de la violencia, rescatará su alma; su sangre será preciosa ante sus ojos.

     15. Y mientras viva se le dará el oro de Sabá. Sin cesar se rogará por él, todo el día se le bendecirá.

16. Habrá en la tierra abundancia de trigo, en la cima de los montes ondeará como el
Líbano al despertar sus frutos y sus flores, como la hierba de la tierra

17. ¡Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol! ¡En él se bendigan todas las familias de la tierra, dichoso le llamen todas las naciones!

18. ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, el único que hace maravillas! 19. ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén!

Y está tan emocionado que poco a poco ha levantado su voz, haciendo que sus apesadumbrados  compañeros lo miren sorprendidos…  Pero se congratulan entre sí, al ver al joven y siempre altivo apóstol; tan alegre y gentil como un niño pequeño, que hubiese recibido el mejor de los regalos…

Ninguno imagina lo que está sucediendo dentro de la mente y el corazón de Judas de Keriot  y sólo Tadeo mueve la cabeza; pensando que el feliz trovador, está más perturbado de lo que nadie pueda sospechar…

El joven apóstol está inspirado… Judas acaricia su sueño tan anhelado…

Y continúa diciendo:

–                       Todos los ejércitos de la tierra bajo el dominio de la paz y del amor… Y los Ejércitos Celestiales honrando al Mesías… ¡Oh, es la hora!…

Y vendrán los camellos de Madián y las turbas de todas partes. Y no serán los tres pobres Reyes Magos; sino una muchedumbre, desde todos los confines del Universo…

Israel grande como Roma… Más que Roma… Roma, rindiendo tributo a Israel… Israel avasallando al mundo entero… ¡Oh!…

La gloria de los Macabeos;  de Salomón; han quedado atrás. Y no serán nada… ¡Todas las glorias!…

Él, Rey de reyes y Señor de señores… Amo y Señor de toda la Creación… Y nosotros sus amigos…

Oh, Altísimo Dios! ¿Quién me dará fuerzas para aquella hora?…

Y Judas sueña despierto… 

¡Jesús Reinará en lo espiritual y…! ¡Oh, sueño maravilloso; él como Príncipe y embajador, gobernará en la administración del Reino!…

¡Si viviese todavía mi padre!… ¡Vería en mis manos el Poder más absoluto!…

Judas está exaltado. Irradia pensando en el futuro, en el que sueña que vivirá… ¡Y él será el Primer Ministro del futuro reino del Mesías…!

Todos sus soberbios amigos del Gran Consejo, estarán de rodillas también ante el nuevo sacerdocio… ¡Y él será el hombre más poderoso del mundo!…

Jesús va muy adelante…

El futuro rey según Judas, se detiene…  Y sediento, toma con sus manos agua de un riachuelo y la bebe como lo hace el pajarillo del bosque.

Luego se vuelve y dice:

–                       Aquí hay frutos silvestres. Recojámoslos para calmar el hambre…

Zelote pregunta:

–                       ¿Tienes hambre, Maestro?

Jesús confiesa humildemente:

–                       Sí.

Felipe pregunta:

–                       ¿Por qué no quisiste detenerte en Hebrón?

–                       Porque Dios me llama a otra parte. No lo sabéis.

Los apóstoles se encogen de hombros y empiezan a recoger frutillas de los árboles silvestres.

Siguen caminando y llegan a Beter. A las posesiones de Cusa, donde están los jardines de rosales de Juana.

El guardián reconoce al Señor y abre los canceles. Un intenso aroma de rosas frescas y de esencia de rosas llena el aire del crepúsculo.

El guardián dice:

–                       Mi patrona está con los trabajadores y con los que trabajan en la esencia… Voy a llamarla. Espérame, Señor.

Jesús objeta:

–                       No. Voy Yo Mismo. Dios te bendiga y te de su paz.

Levantando la mano, lo bendice.

Lo deja y se dirige hacia el tinglado bajo y largo donde están los cortadores.

Los niños lo ven:

–                       ¡Llegó Jesús!  -y se lanzan a sus brazos.

Juana grita:

–                       ¡El Señor!

Y cae de rodillas en donde está. Luego se levanta y corre a postrarse y a besarle los pies.

–                       La paz sea contigo Juana. ¿Querías hablarme? Heme aquí…

–                       Sí, Señor.

Juana se pone pálida y seria.

Jesús lo nota y dice:

–                       Levántate. ¿Está bien Cusa?

–                       Sí, Señor mío.

–                       Y la pequeña María, ¿Dónde está que no la veo?

–                       También está bien Señor. Fue con Esther a traer medicinas, para un sirviente enfermo.

–                       ¿Por el siervo me mandaste llamar?

–                       No, Señor… Por… Ti.

Es evidente que Juana no quiere hablar en presencia de todos los que le rodean.

Jesús lo comprende y dice:

–                       Está bien. vamos a ver tus rosales…

–                       Estás cansado, Señor. Tendrás apetito… sed. –se vuelve y dice al mayordomo- Jonathás prepara todo para el Señor y para quienes vinieron con Él.

Jesús toma de la mano al pequeño Matías y se van caminando por la avenida que divide el jardín.

Mientras los apóstoles son llevados adentro de la casa; Juana lleva a Jesús hasta donde solo hay rosales y árboles.

Las rosas que mañana se habrán abierto completamente y que caerán bajo las tijeras de los cortadores, esparcen un fuerte perfume antes de ser bañadas por el rocío.

Se detienen ante una gran piedra que hace de silla y sirve para que sobre ella, pongan los cortadores los cestos. Se ven rosas y pétalos tirados sobre la hierba y la piedra; restos del trabajo de ese día.

Juana los retira con la mano y dice:

–                       Siéntate, Maestro. Debo hablarte largamente.

Jesús se sienta y Matías se pone a jugar con un nido de grillos que está al pie del roble y saca con un palito…

Después de algunos momentos de silencio, Jesús pregunta:

–                       Juana, estoy aquí para escucharte. ¿No hablas?

Y deja de mirar al niño para mirar a la discípula que está delante de Él, seria y silenciosa.

–                       Sí, Maestro… Pero es muy difícil… Y creo que te voy a hacer sufrir.

–                       Habla con sencillez y confiadamente.

Juana se sienta sobre la hierba y está abajo, respecto de Jesús que está sentado sobre la piedra; austero y rígido, pero a la vez cercano como Dios y como amigo, con la Bondad en su mirada. Juana lo mira en el crepúsculo suave de la tarde de Mayo.

Suspira y dice:

–                       Señor mío, antes de hablar… Tengo necesidad de preguntarte. De conocer tu pensamiento. De comprender si me he equivocado en entender tus palabras. Soy una mujer y una mujer tonta. Tal vez soñé… Y solo ahora conozco la realidad de las cosas como las dices. Como las preparas, como las quieres que sean para tu Reino… Tal vez Cusa tiene razón… Y yo estoy equivocada.

–                       ¿Te ha regañado Cusa?

–                       Sí y no, Señor. Sólo me dijo aprovechando su derecho de marido; que si los últimos hechos son como lo hacen pensar… Debo dejarte. Porque él es un dignatario de la corte de Herodes y no puede permitir que su mujer conspire contra el rey.

Jesús la mira sorprendido y le pregunta:

–                       Pero, ¿Cuándo has conspirado?… ¿Quién piensa en hacer daño a Herodes?…  Su pobre trono tan despreciable, vale menos que este asiento entre los rosales. Aquí si me siento; en el suyo, jamás… Tranquiliza a Cusa. Ni el trono de Herodes, ni siquiera el de César me interesan para nada. ¡No son estos mis tronos, ni éstos mis reinos!

–                       ¡Oh, sí Señor! ¡Bendito seas! ¡Qué paz me das! Hace días que sufro por esto… Maestro mío, santo y divino. Querido Maestro mío, mi Maestro de siempre. Como te entendí, te vi, te he amado. Como en el que he creído, tan alto, superior a la tierra. Así… así… divino Señor mío y Rey Celestial.

Y Juana toma una mano de Jesús. Le besa respetuosamente el dorso, poniéndose de rodillas como en adoración.

Jesus le pone la otra mano sobre su cabeza y pregunta:

–                       ¿Pero qué pasó? ¿Qué ha sido capaz de turbarte y de empañar en ti la limpidez de mi figura moral y espiritual? Habla…

–                       Maestro, los humos del error, de la soberbia, de la ambición, de la testarudez; se levantaron como fumarola de fétidos cráteres y te han empañado en el concepto en el que te tenían algunos…algunas… Y lo mismo quería suceder en mí. Pero yo soy tu Juana. Tu beneficiada. ¡Oh, Dios!… ¡No me había extraviado! Por lo menos así lo espero, conociendo cuán bueno es Dios.

Pero quién no es más que una pequeñez de corazón que lucha por formarse, puede muy bien morir por un desengaño. Quien trata de salir de un pantano de fango y lucha en un mar de fuerzas violentas, por llegar al puerto… A la playa para purificarse, conocer los lugares de paz, de justicia… El cansancio puede vencerlo si pierde la confianza en esta playa, en estos lugares… Y dejar que las corrientes y el fango lo arrebaten.

Sentía dolores, me sentía torturada al pensar en la ruina de las almas para las que impetro tu luz. Las almas que instruimos para la Luz eterna, son mucho más queridas que los cuerpos que damos a luz. Ahora comprendo que significa ser madre de un cuerpo humano y madre de un alma.

Lloramos por la criaturita que se nos muere, pero es solo nuestro dolor. Por un alma que tratamos de que crezca en tu Luz y que se muere, se sufre no solo por nosotros sino contigo, con Dios… Porque en el dolor que experimentamos con la muerte espiritual de un alma, está también tu dolor… Tu Infinito Dolor como Dios… No sé si me explico bien…

–                       ¡Y muy bien! Pero habla con orden, si quieres que te consuele.

–                       Sí, Maestro. Enviaste a Simón Zelote y a Judas de Keriot a Bethania, ¿No es verdad? Fue por esa niña hebrea que las romanas te regalaron y que tú enviaste a Nique…

–                       Así fue. ¿Y qué?…

–                       Ella quiso despedirse de sus buenas patronas y Simón y Judas la acompañaron a la Torre Antonia. ¿Lo sabías?

–                       Sí. ¿Y luego?

–                       Maestro, debo darte un dolor… Maestro, bueno y santo…  ¿Verdad que solo eres un Rey del espíritu y que no piensas en reinos terrenales?

–                       Exacto Juana. ¿Cómo puedes pensarlo de otro modo?

–                       No puedo pensarlo Maestro, para tener nuevamente la alegría de verte Divino, solo divino. Pero porque Eres Tal, debo darte un dolor… ¡Oh, Maestro!…  El hombre de Keriot no te entiende y no entiende a quien te respeta como a un sabio, a un gran filósofo… A la Virtud viviente sobre la tierra. Y que solo por esto te admira y dice ser tu protectora.

Es extraño que haya paganos que comprendan lo que un apóstol tuyo no ha comprendido, después de estar  tanto tiempo contigo…

–                       Lo ciega su ser humano. Su amor humano.

–                       Lo excusas… Pero te causa daño, Maestro. Mientras Simón habló con Plautina, con Lidia y con Valeria. Judas habló con Claudia, en tu Nombre, como tú embajador. Le quiso arrancar la promesa de un restablecimiento del reino de Israel… Claudia le hizo muchas preguntas… Y él habló demasiado.  Ciertamente tu apóstol piensa que está en los umbrales de su necio sueño, donde éste se cambia en realidad, Maestro.

Claudia está irritada por esto. Es hija de Roma… Y nieta de Augusto. Lleva el imperio en sus venas. ¿Se puede por ventura pretender que ella, hija de los Claudios, combata contra Roma?

Se sintió tan airada que duda de Ti; de la santidad de tu Doctrina. Ella no puede comprender la Santidad de tu Origen… Pero llegará a hacerlo, porque hay en ella buena voluntad. Llegará cuando esté segura acerca de tus intenciones. Por ahora apareces a sus ojos como un Rebelde. Un usurpador; un ambicioso; un falso…

Plautina y las otras mujeres han tratado de disuadirla…  Pero ella quiere una respuesta inmediata que salga de Ti.

–                       Dile que no tema. Yo Soy Rey de reyes. El que los crea y juzga. Y que no tendré otro trono que no sea el del Cordero. Primero Inmolado y luego triunfante en el Cielo. Hazle saber esto al punto.

–                       Sí, Maestro. Iré yo personalmente. Antes de que salgan de Jerusalén. Porque Claudia está tan indignada, que no quiere quedarse un momento más en la Torre Antonia… ‘Para no encontrarse… con los enemigos de Roma.’ Dice.

–                       ¿Quién te lo dijo?

–                       Plautina y Lidia. Vinieron aquí. Y Cusa estaba presente… Y luego, él me puso el dilema: ¡O Tú eres el Mesías espiritual o yo debo de abandonarte!

Jesús sonríe cansadamente. Su rostro está pálido por lo que acaba de oír de Juana. Y pregunta:

–                       ¿No viene Cusa aquí?

–                       Mañana sábado vendrá.

–                       Yo lo tranquilizaré. No temas. Que nadie se preocupe de nada. Ni Cusa por su puesto en la corte; ni Herodes de una eventual usurpación; ni Claudia por amor de Roma. Ni tú tengas miedo de ser engañada; ni de que vayas a separarte… Nadie debe de temer… Sólo Yo debo temer… y sufrir…

–                       Maestro, no quería darte este dolor. Pero quedarme callada habría sido un engaño… ¿Cómo te vas a conducir con Judas?… Tengo miedo por Ti… siempre por Ti… De sus reacciones…

–                       Me comportaré lealmente. Le haré comprender que sé todo y que desapruebo sus acciones y su terquedad.

–                       Me odiará porque comprenderá que te enteraste por mí…

–                       ¿Te aflige eso?

–                       Que me odiases Tú me afligiría, no él. Soy una mujer, pero con mayor valor que él para servirte. Te sirvo porque te amo, no para obtener honores de Ti. Si el día de mañana perdiese por tu causa las riquezas, el amor de mi esposo y aún la libertad y la vida; te amaría mucho más… Porque entonces no tendría a quién amar, más que a Tí… Y solo te tendría a Ti para que me amaras.  –dice Juana impulsivamente poniéndose de pie.

También Jesús se pone de pie y dice:

–                       Sé bendita Juana, por estas palabras. Quédate en paz. Ni el Odio, ni el amor de Judas, pueden alterar lo que está escrito en el Cielo… Mi Misión se realizará como está decidido. No tengas jamás remordimientos. Quédate tranquila como Matías, que después de haber hecho la casa más hermosa para su grillo, se ha quedado dormido y sonríe…

Jesús lo toma en sus brazos… Y se dirigen despacio hacia la casa…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

117.- AÑO DE GRACIA

Jesús camina con sus apóstoles por un sendero que baja de las montañas y se interna en una llanura que parece un mar de oro, porque en los campos sembrados de trigo maduro la única nota de color la ponen las parcelas sembradas con viñas cargadas de racimos y los huertos de árboles frutales.

Desde que salieron de Keriot, Judas ha estado de un humor tan festivo, que casi no ha molestado a sus compañeros y como tiene una voz privilegiada, ameniza el camino cantando Salmos de Alabanza…

Tomás le hace el dúo y casi inmediatamente, el grupo apostólico es un coro armonioso y alegre, que avanza feliz detrás de su Maestro…

El calor es fuerte aunque sean las primeras horas del día y hace brillar al sol, las mieses color de oro. Los segadores trabajan entre los surcos llenos de espigas. Las guadañas brillan por un instante y luego desaparecen en medio de los altos trigales y así se van formando las gavillas que atan las mujeres, haciendo desaparecer el oro que antes había.

La mies ha sido muy buena. Las espigas están gordas y hermosas. Cuando se hace más fuerte el calor, todos dejan su trabajo y se meten a sus casas.

En un bosquecillo tupido que está junto a los campos donde hay sombra, silencio, frescura; Jesús se ha detenido con los apóstoles a descansar; después de haber orado y comido el parco alimento.

Los apóstoles dormitan sobre la hierba, esperando que pasen las horas más calurosas del día.

Jesús está apoyado con la espalda en el tronco de un árbol, mirando a su alrededor con una sonrisa radiante.

Algunos no duermen y lo miran.

–                       ¿Quién va a ayudar a esa pobre viejecita?  -pregunta Jesús, señalando a una mujer que desafiando el solazo busca espigas caídas en los surcos segados.

Juan, Tomás y Santiago, dicen:

–                       Yo.

Pero Pedro jala a Juan de una manga y lo lleva aparte:

–                       Pregunta al Maestro porqué se siente tan contento. Se lo pregunté, pero solo me respondió: ‘Mi felicidad es ver que un alma busque la Luz’ Pero si se lo preguntas tú… Él te dice todo…

Juan se encuentra entre el sí y el no. Entre saber y decírselo a Pedro o el respeto para con el Maestro.

Se acerca poco a poco a Jesús que anda en el sembradío recogiendo espigas dejadas.

La viejecita al ver tanta juventud, mueve tristemente la cabeza, pero trata de darse prisa.

Jesús le grita:

–                       ¡Mujer! ¡Mujer! Estoy respigando por ti. No estés en el sol, madre. Ahora voy.

La anciana, cortada con tanta bondad, lo mira fijamente. Luego obedece y se lleva unas cuantas espigas. Camina inclinada, temblorosa, a lo largo de la flaca sombra que hay en la orilla.

Jesús, rápido recoge espigas.

Juan lo sigue de cerca. Más atrás vienen Tomás y Santiago.

Juan pregunta jadeando:

–                       ¿Maestro?…  ¿Cómo le haces para encontrar tantas espigas? Yo en este surco encuentro muy pocas.

Jesús sonríe pero no le dice nada. En realidad, en donde se posan los ojos divinos, parecen brotar espigas que no fueron recogidas.

Jesús recoge. Sonríe. Ya tiene un verdadero manojo de espigas en sus brazos.

Jesús mira amoroso a su discípulo más joven y le dice:

–                       Ten las mías Juan. Y así tendrás muchas espigas también tú y la mamá será feliz.

Juan mira asombrado el manojo de espigas y pregunta:

–                       Pero Maestro… ¿Estás haciendo algún milagro? ¡No es posible que encuentres tantas!

–                       ¡Pssst! Es por la mamita…Porque pienso en la mía y en la tuya. ¡Mírala que acabada está!… El buen Dios que da de comer al pajarillo hambriento recién nacido, quiere llenar el granero de esta ancianita.

Tendrá pan durante estos meses que le quedan. La nueva siega no la verá. Pero no quiero que tenga hambre en su último invierno. Ahora vas a oír sus gritos. Prepara tus orejas Juan. Así como Yo me preparo para que me bañe en lágrimas y en besos…

–                       ¡Qué contento estás Jesús, desde hace algunos días! ¿Por qué?

–                       ¿Eres tú quién lo quiere saber o quien te lo ha mandado?

Juan, que ya estaba colorado por el trabajo, se pone de color carmesí.

Jesús comprende:

–                       Di a quién te mandó que se trata de un hermano mío que está enfermo y que quiere curarse. Su voluntad de estar sano, me llena de alegría.

–                       ¿Quién es, Maestro?

–                       Un hermano tuyo a quién Jesús ama. Un pecador.

–                       Entonces no es uno de nosotros.

–                       Juan, ¿Crees que entre nosotros no hay pecado? ¿Crees que tan solo por vosotros me aflijo?

–                       No, Maestro. Sé que también nosotros somos pecadores y que quieres salvar a todos los hombres.

–                       ¿Entonces?… Te dije: ‘No investigues’ cuando se trató de descubrir el mal. Te repito lo mismo ahora que brilla una aurora de bien… ¡La paz sea contigo, madre! Aquí están nuestras espigas. Mis compañeros vienen detrás.

–                       Dios te bendiga hijo. ¿Cómo encontraste tantas? Es verdad que no veo bien. Pero estos son unos manojos grandes…

La anciana los palpa y los acaricia con mano temblorosa… Trata de levantarlos pero no puede.

Jesús dice:

–                       Te ayudamos. ¿Dónde vives?

–                       Allá.  –señala una casucha entre los sembradíos.

–                       Vives sola, ¿No es verdad?

–                       Sí. ¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres?

–                       Soy uno que tiene una mamá.

–                       ¿Es éste un hermano tuyo?

–                       Es mi amigo.

Su corazón de madre se conmueve:

–                       Estás sudando, hijo. Ven a la sombra de este árbol. Siéntate. ¡Mira cómo te corre el sudor! Sécate con mi velo. Es una garra, pero está limpia. Tenla, tenla hijo mío.

–                       Gracias, mamá.

–                       Bendita sea la que te engendró. Dime cómo te llamas y cómo se llama Ella. Quiero decir vuestros nombres a Dios, para qué os bendiga.

–                       María y Jesús.

–                       María y Jesús… María y Jesús… Espera. Una vez lloré mucho. A mi nieto lo mataron en Belén porque defendió a su hijito.

Y su padre, mi hijo; murió de dolor por esto. Y se dijo entonces que el inocente fue matado, porque se buscaba a uno de Nombre Jesús… ahora estoy bajo las alas de la muerte y ese Nombre vuelve a sonar…

–                       En ese entonces lloraste por ese Nombre. Ahora ese Nombre te bendice…

–                       ¿Eres Tú ese Jesús?… Díselo a una que está muriendo y que ha vivido sin maldecir lo que se le dijo… Que pidió que su dolor sirviera para salvar al Mesías de Israel.

Juan hace señas de que no diga nada.

Jesús está callado.

Ella insiste:

–                       ¡Oh, dímelo! ¿Eres Tú? ¿Has venido a bendecirme cuando me encuentro ya a las puertas de la muerte? En Nombre de Dios habla.

Jesús contesta:

–                       Yo Soy.

–                       ¡Ah!  -La anciana se postra en la tierra-  ¡Salvador mío! He vivido con esta esperanza. Con la esperanza de verte. ¿Veré tu triunfo?

–                       No, madre. Morirás como Moisés, sin ver este día. Pero te doy de antemano la Paz de Dios. Yo Soy la   Paz. Yo Soy el Camino. Yo la   Vida. Me verás, tú que has sido abuela de justos. Me verás en otro triunfo mío eterno y te abriré las puertas a ti, a tu hijo, a tu nieto y a su hijo. Para el Señor, ese niño es cosa sagrada, porque murió por Mí. ¡No llores, madre!…

–                       ¡Te he tocado! Tú recogiste para mí las espigas. ¡Qué gran honor para mí! ¿Cómo es posible que haya sido digna de ello?

–                       Por tu santa resignación. Vete a tu casa. Este trigo te dará pan, más para el alma que para el cuerpo. Yo Soy el Pan Verdadero que bajó del Cielo, para quitar el hambre que tienen los corazones. Tomás, Santiago. Tomad esas gavillas y vamos.

Cargan con las gavillas. Jesús camina con la ancianita que llora y bendice. Llegan a la casita que está formada por dos habitaciones pequeñas, un horno, una higuera, una vid. Limpieza, pobreza.

–                       ¿Es tu refugio?

–                       Sí. ¡Bendícelo, Señor!

–                       Llámame hijo y ruega porque mi Madre tenga consuelo en su dolor, tú que conoces el dolor de una madre. Adiós, madre. Te bendigo en Nombre del Dios Verdadero.

Jesús levanta la mano y bendice la pequeña casa. Luego se inclina y abraza a la viejecita; la estrecha contra su corazón. Y la besa en la cabeza de cabellos blancos.

La anciana llora y besa las manos de Jesús. Lo venera… Lo ama…

Al día siguiente…

Jesús llega en un fresco amanecer. Con los primeros rayos del sol que iluminan los campos que en su mayor parte están segados y con las gavillas esperando que se las lleve a las eras. Los campesinos están ya trabajando. Cantan mientras siegan la mies; alegres porque pronto terminará su faena.

A las orillas de los campos están los niños, las viudas y los ancianos esperando que como siempre ‘Por orden de Nicodemo’ poder espigar también ellos o la repartición que él haya decidido.

Una viuda responde a la  pregunta de Jesús:

–                       Él, procura que se tiren a propósito espigas que recogeremos y luego nos reparte más. Siempre nos ayuda a los pobres, con sus mieses y también con sus olivos y viñedos. Por eso Dios lo bendice con cosechas tan maravillosas. Este año nos dijo que nos los concede todo, porque es un año de gracia. No sabemos lo que quiso decir. Se dice entre nosotros los pobres, que es discípulo secreto del que llaman el Mesías; el cual predica el amor a los pobres para mostrar así el amor a Dios…

Tal vez tú lo conoces si eres amigo de Nicodemo. José de Arimatea por ejemplo, también es un gran amigo de Nicodemo y también se dice que es amigo del Rabí… ¡Oh! ¿Pero qué he dicho? ¡Dios me perdone! He causado mal a los dos buenos de la llanura… -la mujer está consternada…

Jesús sonríe y pregunta:

–                       ¿Por qué, Mujer?

–                       Porque… ¡Oh, dime! ¿Eres tú verdadero amigo de Nicodemo y de José? O ¿Eres uno del Sanedrín; uno de los falsos amigos que causarían mal a los buenos, si estuviesen seguros de que ellos son amigos del Galileo?

–                       Puedes estar segura. Soy amigo de los dos. Pero tú sabes muchas cosas. ¿Cómo las sabes?

–                       ¡Todos las sabemos! Arriba está el Odio. Abajo el amor. Aún cuando no conocemos al Mesías, pero lo amamos los abandonados, porque Él sí ama y enseña a amar. Tenemos miedo por Él. ¡Son tan pérfidos los judíos, los Fariseos, los escribas y los sacerdotes!…

Te estoy escandalizando, perdóname. Pero es que nuestras desgracias nos vienen de ellos, de los poderosos que nos oprimen sin compasión alguna. ¡Toda la esperanza es el Reino del Rabí! ¡Oh! ¿Me aseguras que no he causado ningún daño a Nicodemo… al hablar contigo?

–                       Puedes estar cierta de que ningún mal le causaste. Antes bien, has alabado a mi amigo, al que también Yo alabaré y querré mucho más…

–                       Voy a donde están los discípulos del Rabí. Ese Hombre bueno. El único bueno entre los muchos que tenemos.

Jesús dice sonriente:

–                       Haces bien mujer.

Y hace una señal a Andrés y Santiago de Zebedeo que están con Él, para que callen acerca de su identidad.

–                       Seguro que hago bien. No quiero tener el pecado de no haber creído en Él y de no haberlo amado. Dicen que es el Mesías. No lo conozco, pero quiero creer; porque pienso que vendrán infortunios sobre los que no lo quieran aceptar como Tal.

–                       Dijiste bien. continúa firme en tu Fe… He allí a Nicodemo…

–                       Sí. Con los discípulos del Rabí. Andan por los campos evangelizando a los segadores. También ayer comimos de su pan.

Nicodemo, con el vestido arremangado, se acerca sin haber visto al Maestro y manda a los campesinos que no levanten una espiga de las segadas:

–                       Nosotros tenemos pan… Damos el regalo de Dios a quien no lo tiene. Y lo damos sin temor. Nuestras mieses pudieron haber sido destruidas por la helada tardía y con todo, no se perdió ni siquiera una semilla.

Devolvamos a Dios su pan, dándolo a sus hijos que carecen de él. Os aseguro que mucho más abundante al mil por ciento; será la cosecha del año próximo. Porque Él ha dicho que ‘algo inimaginable será dado a quién de.’

Los campesinos, respetuosos y contentos, escuchan a su patrón asintiendo con la cabeza.

Nicodemo repite sus órdenes en todos sus campos y con todos los grupos.

Jesús, que está oculto ligeramente, detrás de un cañaveral, aprueba y sonríe. Y su sonrisa mucho mayor, cuanto Nicodemo más se acerca y más inminente es el encuentro y la sorpresa. Ahora salta el foso para ir a otros campos…

Y se queda petrificado al encontrarse frente a Jesús que le extiende los brazos…  Cuando recupera el aliento dice:

–                       ¡Maestro Santo! ¿Cómo es posible que hayas venido a mí?

Jesús le sonríe feliz y contesta:

–                       Para conocerte. Aunque no era necesario, pues aquellos que reciben tus beneficios, lo han dicho…

Nicodemo está de rodillas, inclinado hasta el suelo.

Los campesinos comprenden y todos los demás también. Se postran en tierra con sumo respeto…

Jesús les dice:

–                       Levantaos. Hasta hace poco era el Viajero que inspira confianza… Tenedme por tal todavía. Y amadme sin miedo. Nicodemo, mandé a los otros diez a tu casa.

Nicodemo contesta:

–                       He dormido fuera para vigilar que no faltase nada.

–                       Dios te bendice por esto. ¿Quién dijo que este año es de Gracia y no el venidero por ejemplo?

–                       No lo sé. No soy profeta. A mi inteligencia vino una luz del cielo, Maestro mío… quería yo que todos los pobres gozases de los bienes de Dios; mientras que Dios está todavía entre los pobres.

Esperaba que vinieras a mi casa, para que santificaras estas mieses, los viñedos y los árboles que daré a los pobres hijos de Dios, mis hermanos… Pero ahora que estás aquí, levanta tu mano bendita y bendice, para que junto con el alimento del cuerpo, baje sobre los que comerán, la santidad que de Ti emana.

–                       Con gusto, Nicodemo. Es un justo deseo que el Cielo aprueba.

Jesús abre sus brazos para bendecir:

–                       Por la Virtud del Señor. Por el deseo de su siervo. Que la gracia para el espíritu y para el cuerpo descienda en cada grano, en cada racimo, aceituna o fruta. Y haga prósperos y santos a los que de ellos comieren con espíritu recto; limpio de concupiscencias y odios. Y deseosos de servir al Señor, obedeciendo su Voluntad Divina y Perfecta.

–                       Así sea. –contestan todos.

–                       Nicodemo, dí que dejen por un momento sus labores, quiero hablarles.

–                       Gracias Maestro. Muchas gracias por este favor más que haces.

Se van a la sombra de un bosquecillo y Jesús empieza la parábola del hombre que tenía dos hijos y uno le obedeció y el otro no…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

116.- DOLOR DE UNA MADRE

Llegan a la casa de campo de Judas, en una fresca y brillante mañana. Los manzanares están bañados de rocío y la hierba es un tapiz de flores, sobre el que revolotean las abejas. La casa tiene abiertas las ventanas. Quién en ella vive; la mujer fuerte que combina su autoridad con una gran bondad, está dando órdenes a sus siervos y personalmente da a cada uno sus alimentos, antes de que partan al trabajo. Con su vestido oscuro, se le ve ir y venir a través de la amplia puerta de la cocina. Habla con todos y distribuye las porciones a cada trabajador. Una parvada de palomas la esperan en la puerta.

María de Simón sale con una bolsita en la mano, diciendo:

–                       Y ahora a vosotras, palomas. Comeos ahora esto y luego al sol, a alabar al Señor. ¡Orden, orden! Hay para todas, sin que os peléis…  -Arroja la comida en todas direcciones, para que los palomos no se traben en riñas inútiles. Jesús se adelanta sonriente; pero ella no lo ve. Porque está inclinada, acariciando a sus palomas. Toma uno, lo besa y suspira. Luego lo suelta…

Jesús dice:

–                       La paz sea contigo, María. Y con tu casa.

–                       ¡Maestro!  -exclama ella dejando caer la bolsita que tenía bajo el brazo y corre al encuentro de Jesús- ¡Oh, Señor! ¡Qué día santo y feliz!

Cuando intenta arrodillarse para besar los pies de Jesús, Él se lo impide diciendo:

–                       Las madres de mis discípulos y las israelitas santas, no deben humillarse como esclavas ante Mí Presencia. Me han entregado su corazón leal y sus hijos. Y en cambio les amo con predilección.

La madre de Judas, conmovida le besa las manos y dice en voz baja:

–                       Gracias, Señor.

Luego levanta su cabeza. Mira al reducido grupo de apóstoles que están quietos y asombrados de que su hijo no le venga al encuentro.  Mira más detenidamente al grupo… Su cara palidece y con ansia pregunta:

–                       ¿Dónde está mi hijo?  -y mira con miedo y con aflicción a Jesús.

Jesús responde:

–                       No tengas miedo María. Lo envié con Simón Zelote a casa de Lázaro; para un encargo. Si hubiera podido detenerme en Masada, todo el tiempo que había pensado, lo habría encontrado aquí. Pero no pude hacerlo. La ciudad no me quiso. Y me vine pronto para acá. Para encontrar consuelo con una madre y para darle en consuelo de que sepa de que su hijo sirve al Señor. –lo dice acentuando las últimas palabras, para darles un amplio significado.

María es como una flor marchita que vuelve a la vida. El color vuelve a sus mejillas; la luz a sus ojos.

Pregunta:

–                       ¿De veras, Señor? ¿Es bueno, él? ¿Te tiene contento? ¿De veras? ¡Oh, qué alegría! Alegría para el corazón de una madre. ¡He pedido tanto al Señor! ¡He dado mucha limosna! ¡He hecho muchos sacrificios!… ¡Y qué no haría yo para que mi hijo fuese un santo! ¡Gracias, Señor! ¡Gracias porque lo quieres mucho! ¡Tu amor es el que salva a mi Judas!…

–                       Tienes razón. Es nuestro amor el que lo… sostiene.

–                       ¡Nuestro amor! ¡Cómo eres Bueno, Señor! ¡Poner mi pobre amor junto al tuyo, Divino!… ¡Qué palabras tan confortadoras! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué consuelo y paz me has dado con ellas! Judas muy poco podría aprovechar con solo mi amor, tan pequeño que es. Pero tú con perdonarlo… Porque Tú conoces sus pecados… Tú con tu amor infinito… ¡Judas se vencerá a sí mismo y para siempre! ¿No es verdad, Maestro?…

María lo mira fijamente con sus ojos profundos e indagadores. Con sus manos unidas en una muda plegaria…

Jesús… ¡Oh! Jesús que no puede decirle que sí y que al mismo tiempo no quiere arrebatarle la paz y el gozo que quiere quitarle sus temores, encuentra una palabra que no es mentira, que no es una promesa; pero que la mujer acoge con un suspiro de alivio:

–                       Su buena voluntad unida a nuestro amor, puede realizar verdaderos milagros, María. Estate siempre tranquila, recordando que Dios te ama; te comprende muy bien. Siempre será para ti un amigo.

María le besa las manos para darle las gracias.

Luego dice:

–                       Entra entonces en mi casa y esperemos a Judas. Aquí hay amor y paz, Maestro bendito.

Jesús llama a los suyos y entran en la casa. El crepúsculo agoniza.

La noche se pasa lentamente sobre los campos. Los rumores se apagan, uno detrás del otro. Tan solo queda entre la fronda el viento ligero que interrumpe el silencio. Se oye el primer grillo que canta entre los trigales maduros.

Y luego, uno tras otro repite en la campiña, el mismo monótono ruido. Hasta que… un ruiseñor lanza su primera melodía a las estrellas, desde el follaje espeso del nogal, que está cerca de la casa. Se oyen balidos a lo lejos. Estrépito de cencerros. Luego silencio.

Jesús está sentado junto a María, en el portal de la casa. Con ellos están los apóstoles y los siervos. ¡Qué dulces son estos momentos de quietud, en que cuerpo y alma gozan de ellos! Jesús habla poco y a intervalos. Deja que los apóstoles refieran lo que les ha pasado en el viaje. María y los siervos escuchan atentos.

Una oveja gime porque le han arrebatado a su corderito, para matarlo.

El administrador dice:

–                       ¡No puede tranquilizarse el animal! Temo que la leche se le pare. No ha comido desde la mañana. Oíd como bala…

Otro siervo contesta filosóficamente:

–                       Se le pasará… Dan hijos para que nos los comamos.

María de simón dice:

–                       Pero no todas son iguales. Esta es menos tonta y sufre más. ¿La oyes? ¿No te parece como si llorara? Maestro, sufro… Es como si fuese el llanto de una madre que ha perdido a su hijo.

–                       ¡Y tú al contrario lo encuentras, Mamá!  -dice Judas de Keriot apareciéndose a su espalda, junto con Simón y haciendo dar a todos un brinco por la sorpresa. Agrega- ¡Maestro! ¡Bendícenos ahora que hemos regresado; así como nos bendijiste al partir!

–                       Sí, Judas.  –Y Jesús abraza a ambos.

–                       La tuya, mamá. –María abraza y besa a su hijo.

Simón dice:

–                       No pensábamos que te encontraríamos ya aquí, Maestro. Caminamos sin detenernos y casi siempre por atajos, para no encontrar a nadie. Encontramos a algunos discípulos y avisamos a Juana y a Elisa, que pronto nos veremos.

Judas confirma:

–                       Es verdad todo eso. Y además simón caminaba como un joven. Maestro, cumplimos con tu encargo. Lázaro está muy mal. El calor lo hace sufrir mucho más. Te ruega que vayas pronto a su casa…  Maestro, fuera de la Antonia a la que fui por caridad a Egla, antes de que se vaya a Jericó y para agradecer a Claudia; no fui a ningún otro lugar. ¿Verdad Simón?

–                       Cierto. Fuimos a la torre Antonia, a la hora de la siesta. Hacía un calor tan terrible que obligaba a todos a permanecer en casa. Mientras Judas hablaba con Claudia, a quién Álbula Domitila, había llamado al jardín; yo hablé con las otras. No creo haber hecho mal en darme a entender como pude, para saber lo que quería.

Jesús dice:

–                       Hiciste bien. Ellas tienen la voluntad de conocer la Verdad.

–                       Y Claudia la de ayudarte. Se despidió de Egla, que también fue a saludar a Plautina y a las demás. Me hizo varias preguntas. Si entendí bien; ella quiere persuadir a Poncio de que no crea las calumnias de los Fariseos, saduceos y demás.

 

Hasta un cierto punto, Poncio se fía de sus centuriones que son muy buenos para la batalla, pero no muy aptos para hacer de embajadores. Pide a su mujer que le ayude. Ella es una mujer muy inteligente hasta la astucia y que quiere conocer las cosas como son. En realidad el Procónsul es Claudia. Él debe ser una nulidad que está arriba, porque ella es la que vale como fuerza y consejera. Nos dieron dinero para tus pobres. Aquí está.

Santiago de Zebedeo pregunta:

–                       ¿Cuándo llegasteis? No parecéis estar ni cansados, ni sucios.

Judas contesta:

–                       Antes del mediodía. Fuimos a Keriot para ver si estaba allí mi madre y para avisar que llegarían. Me porté como quieres, Maestro. No me dejé llevar de los deseos humanos. ¿No es verdad, Simón?

–                       Así es.

–                       Hiciste bien. obedece siempre y te salvarás.

–                       Así lo haré, Maestro. ¡Bueno! Ahora que sé que Claudia está a nuestro favor, no tengo más mis necias prisas. Ahora son tan solo amor. Y convendrás en ello. Amor desordenado… desordenado porque lo sentía  sin protección; sin ayuda para llegar a la meta; que es la de hacer que te amen. Que te respeten como mereces, como debe de ser. Ahora estoy más tranquilo. No temo más. Hasta me es dulce esperar… -Judas sueña con los ojos abiertos.

Jesús lo amonesta:

–                       No te entregues a tus ensueños Judas. Sigue firme en la Verdad. Soyla Luz del Mundo y la Luz la odiarán siempre las Tinieblas…

Ha salido la luna y pone pinceladas de plata a todo lo que toca…

Al día siguiente…

Después de la comida del mediodía, los apóstoles se han esparcido para descansar, antes de emprender nuevamente el camino cuando llegue la tarde. Jesús está bajo la sombra de los manzanos cuyo fruto pronto madurarán.

María de Simón se acerca y dice a Jesús con mucho respeto:

–                       Señor, ¿No querrías venir conmigo solo a la casa de una madre que es infeliz?  Esto es lo que más deseo.

Jesús sonríe y contesta:

–                       Sí, mujer. Yo también tengo deseos de estar contigo, solos en estas últimas horas, como las primeras cuando llegamos. Vamos.

Entran en la casa y toman sus mantos. Luego salen y van por veredas entre los huertos y los campos.

Todavía hace mucho calor y de los trigales se respira el bochorno. Pero el viento de la montaña suaviza el calor de la llanura, que de otro modo sería insoportable.

María dice:

–                       Me desagrada hacerte caminar con este calor. Me he atrevido porque dijiste: “María para darte prueba de que te amo como si fueses mi madre, pídeme lo que quieras, que te contentaré.” Señor, ¿Sabes a donde vamos?

–                       No, mujer.

–                       Vamos a la casa de aquella que debió ser suegra de Judas. –María lanza un suspiro doloroso-  Debía…  No lo fue, ni lo será jamás; porque Judas abandonó a su hija, la que murió de dolor. Y la madre me guarda rencor a mí y a mi hijo. Siempre nos maldice…

Judas es muy… Muy débil… en el mal. No tiene necesidad más que de bendiciones… Yo quisiera que le hablases. Tú la puedes persuadir de que fue un bien, que no se hubieran celebrado las bodas. Decirle que yo no tuve la culpa. Decirle que deje de odiarme, porque se está muriendo poco a poco y con este nudo en el alma.

Quisiera que hubiera paz entre nosotras. Porque he sufrido mucho y he sufrido vergüenzas por lo que pasó. Y veo con dolor que se destruye la amistad de una que fue mi compañera, desde que yo me casé. Tú sabes… En fin… Señor…

–                       Sí. No te angusties. Tu petición es justa y cumplo los encargos buenos.

Atraviesan el vallecito y llegan hasta una casa que está cerca del poblado, rodeada por enormes huertos.  Dan vuelta por una vereda y caminan hasta estar cerca de un portón. María se estruja las manos:

–                       Ana vive aquí desde que murió su hija. En sus posesiones. Antes vivía en Keriot y cuando nos encontraba, sus reproches nos destrozaban el corazón. Hemos llegado. Me salta el corazón… No me querrá ver… se intranquilizará… y su pobre corazón sufrirá mucho más… Maestro…

–                       Así es. Yo voy. Tú quédate aquí hasta que te llame. Y ruega para ayudarme.

Jesús se acerca solo a la puerta que está semiabierta y entra saludando con dulzura. Le sale al encuentro una mujer:

–                       ¿Qué se te ofrece? ¿Quién eres?

–                       Vengo a dar alivio a tu  patrona. Condúceme a donde está.

–                       ¿Eres médico? ¡De nada sirve! Ya no hay esperanzas. Su corazón se le está marchitando.

–                       Todavía se le puede curar su alma. Soy el Rabí.

–                       No le harás ningún provecho. Está mohína con el Eterno y no quiere oír sermones. Déjala en paz.

–                       Precisamente porque está mohína, por eso he venido. Déjame pasar y sus últimos días no los pasará en la desventura.

La mujer se encoge de hombros y dice:

–                       ¡Entra!

Un corredor semioscuro y fresco.

Hay varias puertas. En la última, en el fondo, está entreabierta y de ella salen lamentos.

La mujer entra diciendo:

–                       Señora, hay un Rabí que quiere hablarte.

–                       ¿Para qué?… ¿Para decirme que estoy maldecida? ¿Qué no tendré paz ni siquiera en la otra vida? –responde una voz jadeante. Inquieta.

Jesús se asoma por el umbral y contesta:

–                       No. Para decirte que tendrás paz completamente, con tal de que quieras. Y serás dichosa para siempre con tu Juana.

La enferma, amarilla, hinchada, jadeante sobre su camastro, recostada sobre muchos almohadones, lo mira y dice:

–                       ¡Qué palabras! Es la primera vez que un rabí no me reprende… ¡Qué esperanza!… Mi Juana conmigo, en la bienaventuranza… No más dolor… El dolor que causó un maldito a quien su madre no impidió el haber nacido… Que me traicionó… después de haberme hecho concebir esperanzas… ¡Infeliz hija mía!… –su agitación es mayor.

La sirvienta dice:

–                       ¿Lo ves? Le causas mal. Yo lo sabía. ¡Vámonos!

–                       No. Vete tú. Déjame solo…

La mujer sale moviendo la cabeza.

 

Jesús se acerca al lecho poco a poco. Seca bondadosamente el sudor de la enferma, que no puede hacerlo con sus manos enormemente hinchadas. Le da aire con un abanico de palma. Le da de beber, porque ella busca alivio en la bebida que está sobre la mesita.

 

Jesús parece un hijo, al lado de su madre enferma. Luego se sienta decidido a cumplir con toda suavidad su encargo.

 

La mujer toma respiro y lo observa.

 

Y con una sonrisa de enfermo le dice:

 

–                       Eres hermoso y bueno. ¿Quién eres Rabí? Tienes la delicadeza de mi amada hija, en proporcionarme consuelo.

 

–                       ¡Soy Jesús de Nazareth!

 

–                       ¡Tú!… ¡Tú en mi casa!… ¿Por qué?

 

–                       Porque te amo. Porque también tengo Yo una Madre y en cada madre veo a la mía…

 

–                       ¿Por qué? ¿Llora acaso tu Madre? ¿Por qué? ¿Se le ha muerto algún hermano tuyo?

 

–                       Todavía no. Soy el único hijo suyo y todavía no me muero. Pero Ella llora porque sabe que debo morir.

–                       ¡Oh, infeliz! ¡Saber de antemano que un hijo va a morir! ¿Pero cómo lo sabe? ¡Estás sano! Estás fuerte. Eres bueno. Yo me hice ilusiones hasta que se murió mi hija que estaba muy enferma… ¿Cómo puede saber tu Madre que debes morir?

–                       Porque Soy el Hijo del Hombre del que hablaron los Profetas. Soy el Hombre de Dolores que vio Isaías. El Mesías del que cantó David y describió sus torturas de Redentor. Soy el Salvador. El Redentor, mujer.

Me espera una muerte horrible y mi Madre asistirá a ella… Y mi Madre sabe desde que nací, que su corazón será traspasado de Dolor, como el mío… No llores. Con mi muerte abriré las puertas del Paraíso, a tu querida Juana.

–                       ¡También a mí! ¡También a mí!

–                       Sí. Cuando llegue tu tiempo. Pero antes debes aprender a amar y a perdonar. A volver a amar. A ser justa. A perdonar… de otro modo no podrás entrar al Cielo con Juana y conmigo…

La mujer llora angustiosamente.

Entre gemidos dice:

–                       Amar… Amar cuando los hombres me enseñaron a odiar… Cuando Dios no nos amó ni tuvo piedad… ¡Es difícil!… ¿Cómo amar cuando los hombres nos han atormentado; las amigas herido y Dios, abandonado?…

–                       No. Jamás te ha abandonado. Yo estoy aquí para hacerte promesas celestiales. Para asegurarte que tu dolor terminará en gozo; con solo que lo quieras. Ana, escúchame… Lloras por unas bodas que no se celebraron. Les echas la culpa de tu dolor.

De ello acusas a un hombre y dices que es asesino. Y de cómplice acusas a su pobre madre. Escucha Ana; no pasarán muchos meses, cuando verás que fue un gran favor del Cielo, que Juana no se hubiera casado con Judas…

 

La mujer grita:

 

–                       ¡No me lo nombres!

 

–                       Lo he hecho para decirte que debes agradecer al Señor. Y dentro de pocos meses lo harás…

 

–                       Ya estaré muerta.

 

–                       No es verdad. Estarás viva y te acordarás de Mí. Y comprenderás que hay dolores más grandes que el tuyo…

 

–                       ¿Mayores? ¡No es posible!

 

–                       ¿Dónde pones el de Mi Madre, que me verá morir en una Cruz?  -Jesús se ha levantado. Es imponente.-  ¿Y dónde el de la madre del que traicionará a Jesucristo, el Hijo de Dios?

 

Piensa mujer en esa madre… Tú… Toda Keriot, la campiña y otros más te han acompañado en tu dolor. De ello te has gloriado como si fuese una corona de mártir. ¡Pero esa madre! Como Caín; pero sin serlo. Más bien siendo cual Abel; porque será la víctima de su hijo Traidor.

 

Del asesino de Dios; Sacrílego, Maldito. ¡Ella no podrá soportar la mirada de los demás! Porque en cada mirada verá una piedra que se le arroja para lapidarla. Y en cada palabra que pronuncien los hombres le parecerá escuchar una maldición, un insulto. Y jamás encontrará refugio sobre la Tierra, sino hasta que muera.

Hasta que Dios que es Justo, venga a llevarse consigo a la mártir. Borrándole de su memoria el haber sido la madre del Asesino de Dios; al darle su eterna posesión de Sí Mismo… El dolor de esta madre, ¿No es acaso mayor?

–                       Un inmenso dolor.

–                       Lo comprendes… Sé buena, Ana. Reconoce que Dios fue Bueno en su modo de obrar…

–                       Pero mi hija está muerta. Judas me la hizo morir por ambición de otra dote mayor y su madre lo aprobó.

–                       No. Esto no es cierto. Yo te lo aseguro. Yo que veo en los corazones. Judas es mi apóstol y con todo afirmo que hizo mal y que recibirá su castigo.

Su madre es inocente. Te ama. Quisiera que también tú la amases… Ana, sois dos madres infelices. Tú te glorías de tu hija muerta; inocente, pura. A quién el mundo respeta… María de Simón no puede gloriarse de su hijo. Los hombres reprueban sus acciones.

–                       Es verdad. Pero si se hubiera casado con Juana, nada le reprocharía.

–                       Pero poco después hubieses visto morir a Juana de dolor, porque Judas perecerá de muerte violenta.

–                       ¿Qué dices? ¡Oh, Infeliz María! ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?

–                       Presto. Y de una manera horrenda… ¡Ana! ¡Ana! ¡Tú eres buena! Tú eres madre. Conoces lo que es el dolor de una madre. Ana, vuelve a ser amiga de María. Que el dolor os una; cómo debió uniros la alegría. Déjame irme contento; sabiendo que ella tendrá una amiga.  Una sola por lo menos…

–                       Señor… Amarla… quiere decir perdonarla… ¡Es muy duro! Me parece que vuelvo a enterrar a mi hija. ¡Que yo misma la mato!…

–                       Pensamientos que las Tinieblas te sugieren. No los escuches. Escúchame a Mí, Luz del Mundo. La Luz te dice que menos amarga ha sido la suerte de Juana muriendo virgen; que si muriese siendo la viuda de Judas. Créemelo Ana. Y piensa que María de Simón es mucho más infeliz que tú…

La mujer piensa. Piensa. Lucha, llora y luego dice:

–                       Pero yo la maldije a ella y al fruto de sus entrañas. Pequé…

–                       De ello te absuelvo. Y entre más la ames, más serás absuelta en el Cielo.

–                       Pero si me hago su amiga encontraré a Judas. No puedo hacer esto, Señor.

–                       Nunca lo volverás a ver. No regresaré más a Keriot, ni tampoco Judas. Nos hemos despedido ya de la gente.

–                       ¿Dijiste que…?

–                       Que no volveré jamás. Judas dijo que no podrá venir más hasta que yo desaparezca. Él piensa que voy a subir a algún trono. Pero no es así; me espera la muerte. Tú no dirás esto, jamás. Que María lo ignore hasta que todo se haya cumplido.

Tú misma acabas de decir que es infeliz de antemano, la madre que sabe que su hijo debe morir. Si los sufrimientos de mi Madre, porque lo sabe, van a aumentar los méritos de mi Sacrificio; para María de Simón es una cosa que debe dársele por compasión. No dirás ni una palabra de esto.

–                       No Señor. Te lo juro en nombre de mi Juana.

–                       Quiero otra promesa más. Es grande. Es santa. Tú eres buena. Me amas ya…

–                       Sí. Mucho. Desde que estás aquí, siento tener paz.

–                       Cuando María de Simón no tenga más que a su hijo y cuando el mundo la cubra de… desprecio. Tú sola le abrirás tu casa y el corazón. ¿Me lo prometes? En Nombre de Dios y de Juana. Ella lo habría hecho porque María fue siempre para ella, la madre del siempre amado. –insiste Jesús.

Ana exclama:

–                       ¡Sí! – y se escucha su llanto.

–                       Dios te bendiga, mujer. Y te de paz… Y salud… Ven. Vamos a ver a María y a darle el beso de paz…

–                       Pero, Señor. no puedo caminar. Tengo las piernas paralizadas e hinchadas. ¿Ves? Estoy aquí vestida; pero no soy más que un leño…

–                       Lo fuiste. ¡Ven!  -y le extiende la mano invitándola a dejar su lecho…

La mujer, con sus ojos fijos en los de Él, mueve las piernas. Las saca del lecho. Pisa la tierra descalza; se levanta y camina… parece como hechizada… No se da cuenta de su curación. Sale tomada de la mano de Jesús, al corredor semioscuro. Se dirige hacia la salida. Casi está llegando cuando la sirvienta la ve y da un grito de gozo…

Acuden  otros siervos, temiendo que esté por morir. Pero ven que su patrona que antes estaba agonizante y que guardaba rencor a María de Simón, camina rápida con los brazos extendidos, desprendiéndose de Jesús hacia la mortificada María. Y la llama y la estrecha contra su corazón. Ambas terminan abrazadas y llorando.

Más tarde… al regresar a su casa, después de la despedida de paz; María de Simón da las gracias al Señor y le pregunta:

–                       ¿Cuándo volverás, para hacer otro bien?

Jesús contesta:

–                       Nunca más volveré, mujer. Lo dije ya a los del pueblo. Pero mi corazón estará siempre contigo. Acuérdate de que siempre te he amado y que te amo. Recuerda que sé que eres buena y que Dios te ama por esto. Tenlo siempre presente y también cuando lleguen días y horas amarguísimas.

Que nunca llegue a tu mente el pensamiento de que Dios te juzgue culpable. Ante sus ojos, tu alma está adornada y lo estará siempre de joyas de virtudes y de perlas de tus dolores.

María de Simón, madre de Judas, te voy a bendecir. Quiero abrazarte y besarte, para que tu beso maternal, sincero, leal;  me consuele de otro…

Para que mi beso te compense de tus dolores. Ven, madre de Judas. Y gracias porque me has amado y honrado…  -y la abraza y la besa en la frente, como hace con María de Alfeo.

María recibe el beso con emoción y dice:

–                       Nos veremos otra vez. Iré a la Pascua…

–                       No. No vayas. Te lo ruego. ¿Quieres hacerme feliz? No vayas a la próxima Pascua. Las mujeres no.

–                       ¿Por qué?

–                       Porque… en la próxima Pascua, habrá en Jerusalén un terrible espectáculo; al que no está bien que asistan mujeres. Más bien diré a tu pariente Ananías, que venga para estar contigo. Que se quede para siempre. Tendrás necesidad… De hoy en adelante Judas no podrá ayudarte más. Ni venir…

–                       Haré como dices.  Luego… ¿No volveré jamás a ver tu Rostro en que se refleja la paz del Cielo? ¡Cuánta serenidad ha brotado de tus ojos y se ha derramado sobre mi corazón, que sufre!…

María llora.

–                       No llores. La vida es breve. Después me verás para siempre en mi Reino…

–                       ¿Crees entonces que tu humilde sierva vaya a entrar en él?

–                       Veo ya tu lugar entre los ejércitos de mártires y corredentoras. No tengas miedo, María. El Señor será tu eterna recompensa. Sigamos. La tarde baja ya y ya es hora de ponernos en camino…

Regresan por el camino entre los manzanos y campos.

Llegan a la casa donde esperan los apóstoles. Jesús es breve en la despedida. Bendice a todos y se pone a la cabeza de los suyos… Se va…

María se queda de rodillas, llorando…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

 

 

115.- LA DISCÍPULA IMPERIAL

Jesús está en Bethania, en el jardín de Lázaro. Y se despide de su madre y de las discípulas. La gente que lo buscó en Jerusalén y que no quiere irse sin oírlo, lo busca aquí. Es tanta, que ordena que la junten en el huerto que está entre la casa de Lázaro y de Simón Zelote.

Jesús mira a su Madre que se va y con esa mirada le da seguridad, la consuela, la llena de caricias… A esa Madre que está llena de ansiedad por su Hijo Perseguido.

María se une con los que regresan a Galilea.

Zelote observa:

–                       Les ha dolido la separación.

Jesús contesta:

–                       Pero está bien que se hayan ido, Simón.

–                       ¿Prevés días tristes?

–                       Por lo menos agitados. Las mujeres no pueden soportar las fatigas como nosotros. Además de que el número de judías y de galileas es igual. Conviene que se separen y por turno estarán conmigo. Y por turno se alegrarán de poder servirme. Lo que será un consuelo.

Entretanto la gente sigue aumentando. Hay de todas las castas y condiciones.

Judas de Keriot está feliz y dice a Jesús:

–                       ¡Mira! Hay también sacerdotes. Han venido muchos sinedristas y un grupo de herodianos. Y allá están las romanas. Están apartadas. ¿Quieres que las vaya a saludar?

–                       No. No han venido para que se las conozca. Quieren pasar como anónimas, porque desean oír la Palabra del Rabí. Y por tales debemos tomarlas.

–                       Como quieras, Maestro. Lo hacía… para recordarle a Claudia su promesa.

–                       No hay necesidad. Y aunque la hubiera, no debemos convertirnos en limosneros. ¿Me lo crees? Una Fe heroica se forma en medio de las dificultades.

–                       Era por Ti, Maestro.

–                       Y por tu perpetua idea de un triunfo humano. Judas, no te formes ilusiones, ni respecto a mi modo futuro de obrar, ni respecto a las promesas que oíste. Tú crees solo en lo que te dices a ti mismo. Pero ninguna cosa podrá cambiar el Pensamiento de Dios, que es el que Yo sea Redentor y Rey de un Reino espiritual.

Judas no replica.

Jesús se va a hablar con quién lo espera… Toma su lugar en medio de los apóstoles, casi a sus pies está Lázaro en su litera.

En primera fila, los Fariseos y los del Templo.

Jesús les pide que dejen pasar tres camillas con enfermos, pero no los cura inmediatamente.

Las romanas están atrás, mezcladas con los campesinos y las discípulas judías.

Jesús empieza a hablar del Reino. Del Padre y de cómo todos los hombres son llamados por Él y como muchos lo rechazan…

–                       … “Para ellos es inútil que haya venido y lo han convertido en causa de pecado. Porque me persiguen y persiguen a los que me siguen. Está dicho: ‘Muchos vendrán del Oriente y el Occidente. Y se sentarán con Abraham y Jacob en el reino de los Cielos; pero los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores’

Uno de los sinedristas enemigos grita:

–                       ¿Los hijos de Dios a las tinieblas? ¡Blasfemas!

Es el primer chisguete de veneno de estas serpientes que por un tiempo habían callado. Pero que no pueden seguir conteniendo la ponzoña que los corroe.

Jesús replica:

–                       ¡No los hijos de Dios!

–                       ¡Lo acabas de decir! ‘Los hijos de este reino serán arrojados a las tinieblas exteriores.’

–                       Y lo repito. Los hijos de este reino. Del reino donde la carne, la sangre, la avaricia, el fraude, la lujuria, el crimen; son los que mandan. Pero esto no es mi Reino. Mi reino es de la   Luz. El vuestro es de las Tinieblas. Al de la Luz vendrán de Oriente y de Occidente; del Norte y del Sur; los corazones rectos. Aún aquellos que siendo paganos, idólatras a quienes Israel desprecia.

Y vivirán en una santa comunión con Dios, al haber aceptado su luz en espera de ascender a la Verdadera Jerusalén; no hay lágrimas, ni dolor. Y sobre todo, donde no existe la mentira, la que ahora gobierna al Mundo de las Tinieblas y da de comer a sus hijos de modo que no pueda caber ni una migaja de luz divina. ¡Oh, que vengan los nuevos hijos, al lugar que pertenece a los hijos renegados! ¡Que vengan! ¡Y de cualquier parte que vinieren, Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos!

Elquías el Fariseo grita:

–                       ¡Has hablado para insultarnos!

Jesús responde:

–                       Para decir la verdad.

–                       Tu poder está en la lengua, nueva serpiente; con la que seduces a las multitudes y las descarrías.

–                       Mi potencia está en el Poder que me viene de ser una sola cosa con mi Padre.

Los sacerdotes aúllan:

–                       ¡Blasfemo!

–                       ¡Salvador!  -Jesús se vuelve hacia un enfermo y le dice- Tú que estás aquí a mis pies. ¿Cuál es tu mal?

–                       Desde niño tengo la columna vertebral quebrada. Hace treinta años que estoy así.

–                       ¡Levántate y camina! Y tú mujer, ¿De qué estás enferma?

–                       Tengo paralizadas las piernas desde que di a luz a ese muchacho que está con mi marido. –y señala a un joven como de unos dieciséis años.

–                       También tú levántate y alaba al Señor. ¿Y ese muchacho por qué no camina por sí solo?

Los que están junto a él responden:

–                       Porque nació tonto, ciego, sordo y mudo. Sólo es un animal que respira.

–                       En el Nombre de Dios alíviate de tus males. ¡Lo quiero!

Al final de este tercer milagro se vuelve hacia sus enemigos y los interpela:

–                       ¿Y ahora qué decís?

Los fariseos contestan:

–                       Son unos milagros de los que se puede dudar.

–                       ¿Por qué no curas a tu amigo y protector, si todo lo puedes?

–                       ¡Porque Dios no quiere!

–                       ¡Ah, ahora si metes a Dios! ¡Una excusa fácil! Si te traemos a dos enfermos ¿Los curarías?

–                       Si son dignos, sí.

–                       ¡Espera un momento!  -y se van ligeros haciéndose señas.

Varios aconsejan:

–                       ¡Maestro, ten cuidado! Te quieren poner una trampa.

Jesús hace un gesto como diciendo: ‘Dejadlos que hagan lo que quieran…’ Y se inclina a acariciar a unos niños.

Las mujeres veladas aprovechan la confusión para ponerse atrás, a  la espalda de Jesús…

Los del Templo regresan con dos que parecen estar muy enfermos.

Sobre todo uno que gime en su camilla, bajo su manto.

El otro, aparentemente menos grave, es un esqueleto que respira dificultosamente.

–                       ¡Aquí están nuestros amigos! Cúralos. Realmente están enfermos. ¡Sobretodo éste!   -y señalan al que se queja.

Jesús los mira. Luego mira a los judíos… Es una mirada que atraviesa a sus enemigos y se yergue majestuoso.

Abre los brazos y grita:

–                       ¡Mentirosos! ¡Este no está enfermo! Os lo digo, ¡Descubridlo! O realmente será un cadáver dentro de unos instantes, por el engaño qué queréis hacer a Dios.

El fingido enfermo da un salto gritando:

–                       ¡No, no! ¡No me castigues! ¡Vosotros malditos, recoged vuestros dineros! –y los arroja a los pies de los fariseos, huyendo lo más rápido que le ayudan sus piernas…

La gente ríe, chifla, aplaude….

El otro enfermo dice:

–                       ¿Y yo, Señor? A mí me pusieron aquí a la fuerza, desde esta mañana… Yo no sabía que estaba en manos de tus enemigos…

–                       ¡Tú hijo, mío! ¡Sé sano y sé bendito!… –y le impone sus manos sobre la cabeza.

El hombre se descubre el cuerpo y se busca algo… Luego se pone de pie y grita con todas sus fuerzas:

–                       ¡Mi pie! ¡Mi pie! ¿Quién Eres que devuelves lo perdido?  -y cae a los pies de Jesús.

Luego se levanta y pega un brinco sobre el lecho donde estaba y grita:

–                       La enfermedad me roía los huesos. El médico me había amputado la pierna, hasta la rodilla. ¡Mirad, mirad las cicatrices! Estaba muriendo… ¡Y ahora! ¡Ahora estoy curado!… ¡Mi pie! ¡Mi pie está bien!… Ya no siento nada de dolor. ¡Estoy sano!… ¡Madre! ¡Madre, mía! Voy a darte la alegre noticia…

La gratitud lo hace volver a brincar y se postra a los pies de Jesús besándoselos y diciendo:

–                       ¡Tú Eres Dios! ¡Tú Eres Dios, Hijo del Dios Altísimo! Te adoro, Señor mío y Dios mío… -llora de felicidad.

Jesús le acaricia los cabellos y le ordena:

–                       Puedes irte a donde está tu madre. Y sé bueno. –luego mira a sus enemigos y les grita- ¿Y ahora? ¿Qué os debería hacer? Vosotros que lo habéis visto todo, ¿Qué pensáis?

La multitud grita:

–                       ¡Que se les lapide por haber ofendido a Dios!

–                       ¡A la muerte!

–                       ¡Basta de andar poniendo trampas al Santo!

–                       ¡Sois unos malditos!

Y se inclinan a tomar piedras.

Jesús dice:

–                       Esto es lo que piensan. Esta es su respuesta. La mía es diferente: os ordeno que os vayáis. No quiero ensuciarme con castigaros. El Altísimo pensará en ello. Él es mi defensa contra los impíos.

Los culpables en lugar de quedarse callados, pese al temor que sienten a la gente, no vacilan en insultarlo:

–                       ¡Nosotros somos judíos y poderosos! Nosotros te ordenamos que te largues de aquí.

–                       Te prohibimos enseñar.

–                       Te arrojamos fuera. ¡Lárgate!

–                       Estamos cansados de Ti.

–                       Tenemos el poder en las manos y lo empleamos.

–                       Y seguiremos haciendo lo mismo. ¡Maldito!

–                       Te seguiremos persiguiendo. ¡Usurpador!…

Y continuarían gritando insultos, si la mujer velada. La más alta, no se hubiera adelantado para interponerse entre Jesús y sus enemigos.

Y levantándose el velo, grita:

–                       ¿Quién es el que se olvida que es esclavo de Roma? – Rápidamente se lo baja y regresa al lugar en donde estaba.

Es Claudia y en su voz resuena todo el poder imperial…

Los fariseos se calman de golpe.

Elquías, a nombre de todos y con un servilismo asqueroso se inclina profundamente ante ella y dice:

–                       ¡Domina, perdón! Pero Él perturba el viejo espíritu de Israel. Tú que eres poderosa deberías impedirlo. Deberías decirle al justo y noble Procónsul, que lo impida. ¡A él a quién deseamos salud y muchos años de vida!…

La patricia responde orgullosa e imperiosa:

–                       Eso no nos importa. ¡Basta con que no perturbe el orden de Roma y no lo hace!

Luego se vuelve y dice algo en voz baja a sus compañeras y se aleja hacia un grupo de árboles que hay en el fondo del sendero, detrás del cual desaparece.

Luego todos ven su carro cubierto, que lleva las cortinas cerradas.

Elquías pregunta volviendo al ataque:

–                       ¿Estás contento de que nos hayan ofendido?

La gente grita. José, Nicodemo, el hijo de Gamaliel y los demás que en el Templo son amigos de Jesús, se separan e intervienen.

Y la disputa se desarrolla entre los amigos y los enemigos de Jesús.

Un escriba dice furioso:

–                       ¡Basta de ver a las multitudes fascinadas detrás de Él!

–                       ¡Debemos defendernos! –grita otro.

Varios sacerdotes dicen:

–                       ¡Somos nosotros los poderosos!

–                       ¡Sólo nosotros!

–                       ¡Sólo a nosotros se nos debe escuchar y seguir!

Otro, rojo de ira como un guajolote, ordena:

–                       ¡Largo de aquí!

Y otro más:

–                       ¡Jerusalén es nuestra!

José de Arimatea, contesta:

–                       ¡Sois unos perjuros!

Nicodemo añade:

–                       ¡Unos ciegos!

El hijo de Gamaliel:

–                       Las multitudes os abandonan porque lo merecéis.

La gente les grita:

–                       Sed santos si queréis que se os ame.

–                       El poder no se conserva abusando de él.

–                       ¡El poder se apoya en la estima que el pueblo tenga de su gobernante!

Jesús mira al grupo enemigo y dice:

–                       ¡Silencio! La tiranía, la imposición no pueden cambiar el cariño, la manifestación de gratitud por el bien recibido. Recojo lo que he dado: Amor. Vosotros al perseguirme no hacéis otra cosa que aumentar este amor, que me compensa del que no me tenéis. ¿Con toda vuestra sabiduría no comprendéis que perseguir una doctrina sólo sirve para aumentar su poder…?

Sobre todo si corresponde a la realidad que enseña ¡Oh, Israel! ¡Escucha un vaticinio mío! ¡Cuánto más persigáis al Rabí de Galilea y a sus seguidores; tratando de aplastar con la fuerza su doctrina que es divina; tanto más ayudaréis a que prospere y a que se extienda por el mundo!

Cada gota de sangre de los mártires que hiciereis esperando triunfar. Cada lágrima de los santos que aplastaréis, será semilla de futuros seguidores míos. Seréis vencidos cuando creáis haber triunfado.

Idos. También Yo me voy. Los que me aman que me busquen más allá de los confines de la Judea… Yo los bendigo en el Nombre del Señor.

Se despide de Lázaro y de los demás y sigue su camino…

Semanas después…

Jesús está con los suyos en el vado del Jordán en donde fuera bautizado por Juan el Bautista.

Ya cae el crepúsculo, después de una jornada de trabajo evangelizador  poco a poco,  los apóstoles se reúnen alrededor de Jesús, a comentar los acontecimientos del día.

El Maestro pregunta:

–                       ¿Dónde están, Pedro y Judas de Keriot?

Andrés contesta:

–                       Se fueron a la población cercana. Dijeron que iban de compras.

Simón Zelote dice sonriente:

–                       Judas está de fiesta, ¡Hizo milagros!

Juan agrega:

–                       También Andrés. Le curó a un pastor su pierna rota y le regalaron una oveja de recuerdo y en agradecimiento. Se la daremos a Ananías. La leche hace bien a los ancianos…

Llegan Pedro y Judas que dice:

–                       Mira. No compramos sino lo necesario. Pobre pero limpio. Así como te gusta. ¿Qué hiciste en la mañana, Maestro?

Jesús les cuenta…

Desde que salieron de Jerusalén, Judas se ha portado bien y ha vuelto a ser el joven alegre de los primeros días.

Jesús dice:

–                       Debo mandar a algunos de vosotros a Bethania, para que digan a las hermanas de Lázaro, que lleven a Egla a casa de Nique. Mucho me lo pidió. Ella que es viuda y sin hijos, la amará mucho y la joven es huérfana. Quisiera también ir Yo. Sería un descanso para el corazón amargado…

En la casa de Lázaro el corazón del Mesías sólo encuentra amor. Pero es muy largo el viaje que quiero hacer antes de Pentecostés.

Judas dice entusiasta:

–                       Mándame, Señor. Y conmigo alguien de buenas piernas. Iremos a Bethania y luego a Keriot. Y allí nos encontraremos.

Los demás, que no quieren separarse del Maestro, no muestran el menor deseo.

Jesús piensa, mira a Judas y está dudoso de asentir.

Judas insiste:

–                       Sí, Maestro. Di que sí. Dame ese gusto.

Jesús suspira y dice:

–                       Eres el menos apto de todos para ir a Jerusalén.

–                       ¿Por qué Señor? ¡La conozco mejor que cualquier otro!

–                       ¡Precisamente por eso!… No solo la conoces, sino que penetra en ti mejor que en cualquier otro.

–                       Maestro, te doy mi palabra de que no me detendré en Jerusalén y no veré a nadie de Israel por mi voluntad… Pero déjame ir. Te esperaré en Keriot y…

–                       ¿Pero no vas a hacer presión para que me tributen honores humanos?

–                       No, Maestro. Te lo prometo.

Jesús vuelve a pensar…

Judas pregunta:

–                       ¿Por qué titubeas tanto, Maestro? ¿Desconfías tanto de mí?…

–                       Eres un débil, Judas. Y cómo te alejas de la Fuerza, caes. ¡Desde hace varios días eres tan bueno! ¿Por qué quieres buscar la intranquilidad y causarme dolor?

–                       No, Maestro. No es esto lo que quiero. ¡Llegará el día en que estaré sin Ti! ¿Y entonces? ¿Cómo podré comportarme si no estoy preparado?

Varios dicen:

–                       Judas tiene razón.

Jesús dice:

–                       Está bien. Vete con mi hermano Santiago.

Los otros respiran aliviados.

Santiago lo siente en el alma, pero dócilmente dice:

–                       Sí Señor. Bendícenos para partir.

Simón Zelote siente compasión por él e interviene:

–                       Maestro, los padres con gusto sustituyen a sus hijos por darles gusto. A éste lo tomé por hijo mío, junto con Judas Tadeo. Ya pasó el tiempo, pero mi decisión es la misma. Acepta mi petición… Mándame con Judas de Simón. Soy viejo; pero resisto como un joven y Judas no tendrá que lamentarse de mí.

Santiago de Alfeo protesta:

–                       No. No es justo que te sacrifiques apartándote por mí, del Maestro. Yo sé que te duele no ir con él…

Zelote concluye:

–                       El dolor se mitiga con el placer de dejarte con el Maestro. Me contarás luego lo que os pasó y lo que hicisteis… Por otra parte, voy gustoso a Bethania.

Jesús acepta:

–                       Está bien. Iréis los dos. Antes de que os vayáis… Ven Judas… Tengo algo que decirte.

Los demás comprenden que debe ser algo importante y se concentran en encargos para Zelote.

Mientras Jesús y Judas se retiran hasta un árbol cercano.

Jesús le toma las manos y le habla muy de cerca. Parece como si quisiera infundirle su propio pensamiento.

Mirándolo a los ojos, le dice:

–                       Judas… ¡No te hagas el mal! ¡No te hagas el mal, Judas mío! ¿No es verdad que desde hace días te sientes tranquilo y feliz? ¿Libre del pólipo de ti mismo que es peor que ese otro ‘pensamiento’ humano; que es un fácil señuelo de Satanás y del Mundo? ¿Verdad que te sientes así?…

Judas afirma con un movimiento de cabeza y el Maestro prosigue:

–                       Pues bien. Conserva esta paz, tu bienestar. No te hagas daño, Judas. Lo estoy leyendo en ti. ¡Eres tan bueno en este momento!… ¡Oh, si pudiese a costa de toda mi sangre, mantenerte así! Destruir hasta el último baluarte en que se anida un gran enemigo tuyo. ¡Hacer de todo tu ser un espíritu! ¡Espíritu en la inteligencia! ¡Espíritu en el amor! ¡Espíritu nada más!

Judas, que está enfrente de Jesús y cuyas manos están sujetas por las del Maestro, queda como atolondrado.

Con voz entrecortada pregunta.

–                       ¿Dañarme? ¿Último baluarte? ¿Cuál es…?

–                       ¿Qué cuál? ¡Tú lo conoces y sabes que te hace mal! Cultivar pensamientos de grandeza humana y amistades que supones que te serán útiles, para conseguir esta grandeza. Israel no te ama. Créemelo. Te odia como me odia a Mí. Y odia a quién no tiene la apariencia de un probable vencedor.

Y exactamente como tú no ocultas tu pensamiento de querer serlo, te odia. No creas sus palabras mentirosas; ni sus falsas preguntas hechas con la excusa de interesarse en tus cosas, para ayudarte. Te rodean para hacerte mal, para saber y luego causarte daño.

No te lo pido por Mí; sino solo por ti. Yo, sea lo que fuere según ellos, seré siempre el Señor…  Podrán atormentar mi Cuerpo, Matarlo. Pero no más… ¡Pero tú!… ¡Pero tú!… ¡Oh, Judas! ¡A ti te matarán el alma!…

¡Huye de la Tentación, amigo mío! Prométeme que huirás de ella. Regala a tu pobre Maestro Perseguido, preocupado; esta promesa que le dará la paz.

Jesús tiene a Judas entre sus brazos y le habla casi al oído…

–                       Yo sé que debo padecer y morir. Sé que mi corona será la de un mártir. Sé que mi púrpura será la de mi propia Sangre. Por esto vine, porque por medio de este martirio, redimiré a la Humanidad…

Y amor sin límites es lo que me empuja desde hace tiempo a ello. Pero no quisiera que uno de los míos fuese a perderse. Todos los hombres me son caros, porque en ellos está la imagen y semejanza de mi Padre: el alma inmortal que Él creó.

Pero vosotros, amados y muy amados; sangre de mi sangre; pupila de mis ojos… No. No. ¡Perdidos, no! ¡No habrá tormento igual que el de un elegido mío se pierda!

Aun cuando Satanás me clavase sus uñas infernales de azufre y me mordiese y me estrujase en ellas; él, el Pecado, el Horror, el Asco, ¡No habrá tormento igual al mío!…

¡Judas! ¡Judas! ¡Judas mío!… ¿Quieres que pida al Padre padecer tres veces mi horrenda Pasión y que de las tres, dos sean solo por salvarte a Ti? Dímelo amigo y lo haré.

¡Pediré que se multipliquen hasta lo indecible mis sufrimientos por ello! Te amo, Judas. Mucho es lo que te amo. Quisiera… quisiera darme Yo Mismo a ti. Convertirte en Mí, para que tú mismo luches porque te salves…

Judas contesta:

–                       No llores, Maestro. No digas esas palabras. También yo te amo. Me entregaría yo mismo para verte respetado, fuerte, temido, vencedor. Tal vez no te amo perfectamente. Tal vez no pienso como se debe. Tal vez abuse. Pero todo lo que soy lo empleo por el ansia de verte amado. Te juro…

Por Yeové te juro, que no iré a ver a ningún escriba, ni fariseo, ni saduceo, ni sacerdotes. Dirán que estoy loco, pero no importa.  Me basta con que no estés preocupado por mí. ¿Estás contento ahora? Dame un beso, Maestro. Que sea tu bendición y me sirva de protección.

Se besan mutuamente en la mejilla.

Jesús está muy triste. Suelta sus brazos en un gesto de derrota. Respira profundo… se rehace pronto y aparenta ser el mismo cuando regresan ante los demás. Bendice a los dos que se van…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

 

114.- UN CRIMEN EN LA PASCUA

Al día siguiente…

En el amanecer de un hermoso día. Jesús está solo en la terraza del palacio de Lázaro. Mira el Gólgota…

Su mirada, llena de valor varonil, está llena de reflexión. No muestra miedo. Es la mirada de un héroe que contempla el campo de su última batalla. Luego se voltea a contemplar las colinas que dan al sur de la ciudad y murmura:

–                       ¡La casa de Caifás!

Y con la mirada parece seguir todo un itinerario desde allí, hasta Getsemaní y luego al Templo. Sigue más allá de las murallas de la ciudad, en dirección al Calvario…

El sol que ya se levanta en el horizonte, ilumina con sus rayos toda la ciudad.

En el portón de palacio se oyen fuertes golpes. Leví abre y escucha el Nombre de Jesús, que repiten tanto hombres como mujeres.

Se apresura a bajar diciendo:

–                       Aquí estoy. ¿Qué se os ofrece?

Hay una confusión. Hablan al mismo tiempo los apóstoles y los discípulos, entre los que viene Jonás; el que cuida el Getsemaní.

Y no se comprende nada.

Jesús ordena que no hablen. Se acerca y pregunta:

–                       ¿Qué pasa?

Pedro aclara el asunto:

–                       Llegó Jonás. Fueron muchos a buscarte al Getsemaní. ¿Qué hacemos? ¡Tenemos que celebrar la Pascua!

Jonás, el custodio del Getsemaní está espantadísimo y dice:

–                       Así es. Hasta me maltrataron porque dije que no estabas y no sabía cuándo regresarías. ¡No me vayas a hacer algún mal, Maestro! Tú sabes que siempre te he recibido con cariño y esta noche padecí por Ti… pero… pero…

Jesús dice con dulzura:

–                       ¡No tengáis miedo! De hoy en adelante no correrás ningún peligro por Mí. No me hospedaré más en tu casa. Me limitaré a pasar sólo cuando vaya a orar… Eso no puedes impedírmelo…

Pero Magdalena, con su fuerte y melodiosa voz, grita:

–                       ¿Desde cuándo tú Jonás, te has olvidado de que eres un criado y que solo por condescendencia nuestra, permitimos que te creas el dueño del olivar? Sólo nosotros podemos decir al Rabí: “No vengas más porque puedes hacer daño a nuestras posesiones”… Pero no lo decimos. Somos amigos del Amor. ¡Déjalos que vayan! ¡Que destruyan! ¿Qué importa? Basta con que nos ame y no le pase nada a Él.

Jonás se ve preso entre el miedo a los enemigos y el que tiene a su excitada patrona. Dice en voz baja:

–                       ¿Y si a mi hijo le hacen algún daño?

Jesús lo consuela:

–                        No tengas miedo. Te lo aseguro. No me hospedaré más. ¡No, Magdalena! ¡Es mejor así! ¡Déjame! ¡Te agradezco tu generosidad!… Todavía no es mi Hora… ¿Fueron los Fariseos, verdad?

–                       Y sinedristas, herodianos y saduceos… Y soldados de Herodes. No puedo sacudirme el terror que traigo… He venido corriendo a avisarte.

Jesús dice sonriendo con bondad:

–                       Regresa tranquilo a tu casa. Mandaré a recoger las alforjas.

Jonás se inclina ante Magdalena y ésta le dice:

–                       Diré a Lázaro que para el banquete de la Fiesta… Vaya a buscar buenos y gordos pollos a Getsemaní.

–                       Ni siquiera tenemos un gallinero, patrona.

–                       ¡Tú, Marcos y María, son tres magníficos capones!

Todos se ríen por la salida irónica y significativa de Magdalena que está enojada, al ver el miedo en sus trabajadores.

Jesús dice:

–                       ¡No te intranquilices! ¡Paz! ¡Paz! No todos tienen tu corazón intrépido.

Juan dice:

–                       ¡Ay, no! ¡Y es una desgracia!

Judas dice en voz baja:

–                       Veremos si cuando se acerquen los guardias del Templo y sigue siendo tan valiente…

Hay un murmullo entre los hombres…

Magdalena lo oye y responde:

–                       ¡Claro que lo veremos! ¡Nada me hará retroceder con tal de que pueda servir a mi Maestro! Sí, servirlo. ¡Se sirve en las horas de peligro, hermanos! En las otras… ¡Oh! ¡En las otras, eso no es servir!… ¡Es gozar!… ¡Y al Mesías no se le sigue para gozar!

Los hombres sienten la puya y bajan la cabeza.

Magdalena se acerca a Jesús:

–                       ¿Qué quieres que se haga, Maestro? Es la Parasceve. ¿Dónde celebras la Pascua? Ordena… Y si he encontrado gracia ante tus ojos; permite que te ofrezca esta casa y mandaremos traer a nuestro hermano…

–                       Gracia has encontrado ante los ojos del Padre y ante su Hijo… Acepto. Pero déjame que como buen israelita, vaya al Templo a sacrificar el cordero…

Varios preguntan:

–                       ¿Y si te apresan?

–                       No lo harán. Osan hacerlo en la noche. En la oscuridad como los rufianes. Pero no en medio de las turbas que me veneran. ¡No me hagáis aparecer como un cobarde!

Judas grita:

–                       ¡Y además, ahora está Claudia! ¡El Rey y el Reino ya no están en peligro!…

Jesús le dice:

–                       ¡Judas, por favor no hagas que se derrumbe en ti! ¡No los pongas en peligro, dentro de ti! Mi Reino no es de este mundo. No soy un rey como los que tienen sus tronos en la tierra.

Mi Reino es del espíritu. Si lo envileces al compararlo con un reino humano, lo pones en peligro y lo haces que se derrumbe en ti.

–                       Pero Claudia…

–                       Claudia es una pagana. Aún ignora muchas cosas del espíritu. Ya es mucho si intuye y apoya a quién toma como un Sabio… Muchos en Israel, ni siquiera por eso me toman… ¡Pero tú no eres un pagano, amigo mío!… Tu providencial encuentro con ella, procura que no se te convierta en daño. Así como también procura que los dones de Dios que se te dan; sirvan para robustecer tu Fe y tu voluntad de servir al Señor. Y no se conviertan en ruina espiritual.

–                       ¿Y cómo puede suceder eso?

–                       Fácilmente. No solo en ti… Si se concede un don a cualquier hombre para ayudar su debilidad y en lugar de servirle para querer los bienes sobrenaturales o sencillamente los morales, lo hace que se apegue más a los apetitos humanos y lo separa del camino recto; entonces el don es un mal.

La venida de Claudia debe hacerte considerar lo siguiente: si una pagana ha visto la grandeza de mi Doctrina y la necesidad de que triunfe; tú y todos los discípulos con mayor fuerza, debéis sentir todo esto. Y por lo tanto entregaros a ello de corazón. Pero siempre en el sentido espiritual. ¡Siempre!…

Vámonos al Templo a demostrar que quien está cierto de Obedecer al Altísimo; no tiene miedo y no es un cobarde. Vamos. A quien se quede le dejo mi paz….

Jesús baja el último tramo de la escalinata. Atraviesa el vestíbulo y  sale con sus discípulos a la calle repleta de gente.

Cuando llega al recinto del Templo y entra en él, desde los primeros pasos que da, fácil es comprender la mala voluntad que se le tiene. Ojeadas. Órdenes a los guardias, para que vigilen al ‘Perturbador’. Órdenes dadas en voz alta para que todos las oigan. Palabras de desprecio y hasta empujones intencionales a los discípulos.

Los brillantes fariseos, escribas y doctores están llenos de Odio y lo manifiestan de una manera brutal.

Jesús pasa sereno como si nadie lo mirase. Es el primero en saludar, apenas descubre a quién está revestido de alguna dignidad sagrada o es superior a Él en la jerarquía hebrea.

Si no se le responde, no por eso se conturba. Su rostro se ilumina cuando lo aparta de uno de estos soberbios y la dirige hacia los humildes. Muchos de ellos fueron huéspedes del banquete del día anterior y gracias al óbolo recibido, pueden ahora celebrar una Pascua, como tal vez no la habían celebrado en la   Gran Fiesta de los Ácimos.

El pueblo lo mira con amor y admiración.

El rumor de lo sucedido el día anterior es como una ola que va cubriéndolo todo:

–                       ¡Pensadlo! Ayer nos reunió. Nos dio de comer. Nos vistió, nos curó y muchos han encontrado trabajo y ayuda con los discípulos ricos. En verdad que todo nos ha venido como una gran bendición por su causa. ¡Qué Dios lo salve siempre!

Un escriba, rechinando los dientes de rabia, dice a otro:

–                       ¡Apuesto a que compra de este modo a la plebe, Él sedicioso que es; para echárnosla encima!

Un fariseo contesta señalando a Jesús a quien sigue el pueblo:

–                       ¡Dices bien! Pero si moviéramos un solo dedo, nos harían pedazos.

Y de esta manera, se tragan su rabia y su impotencia, para destruir al que se ha convertido en su mortal enemigo.

Por la noche, la cena se desarrolla según el rito…

Jesús está feliz, en medio de sus discípulos fieles. Una vez que han bebido el último cáliz. Cantado el último Salmo; todos se reúnen a su alrededor adorándole y disfrutando de su Presencia en este día sagrado.

De pronto se oyen golpes en el portón, la alarma brota entre los presentes:

–                       ¿Quién es?

–                       ¿Quién puede ser en la noche de Pascua?

–                       ¿Soldados? ¿Fariseos? ¿Herodianos?

Mientras aumenta la excitación aparece Leví, el custodio del palacio:

–                       Perdona, Rabí. Hay allí un hombre que quiere verte. Está en la puerta. Parece que está muy afligido.

Pedro grita:

–                       ¡Vamos que esta noche no es noche para hacer milagros! Que regrese mañana.

Jesús replica:

–                       ¡No! Cualquier noche es noche para hacer milagros y para mostrar misericordia…

Jesús que se pone de pie y va hacia el portón, acompañado de Leví.

En el atrio semioscuro se ve un hombre anciano presa de la agitación.

Jesús se le acerca.

El hombre le dice:

–                       Espera, Maestro. Tal vez he tocado a un muerto y no quiero contaminarte. Soy pariente de Samuel el prometido de Analía. Estábamos cenando. Samuel bebía  y bebía… Como no debe hacerse. Hace tiempo que parece estar un poco fuera de sí. ¡El remordimiento, Señor! Medio ebrio, decía: ‘De este modo no me acuerdo de haberle dicho que lo odio. ¡Porque sabedlo vosotros! ¡Yo he maldecido al Rabí! ¡Mi iniquidad es demasiado grande, no merezco perdón! Tengo que beber para no recordar.

Porque está dicho que  quien maldice a su Dios, será reo de pecado y de su muerte.’ De este modo deliraba cuando entró en la casa un pariente de la madre de Analía, para preguntarle porqué la repudió.

Él ha mentido diciendo que Analía lo abandonó para convertirse en tu discípula. Y no admite que la verdadera razón es que se comprometió, con una rica heredera.

Semiebrio, Samuel le contestó con malas palabras. El otro lo amenazó con llevarlo ante el magistrado por el daño que causa a la honra de la familia. Samuel le dio unas bofetadas. Fue él quien empezó. Se liaron a golpes… Yo ya estoy viejo igual que mi hermana y mis criados. ¿Qué podíamos hacer nosotros cuatro y las dos hermanas pequeñas de Samuel?

Gritamos y tratamos de separarlos, pero Samuel tomó el hacha con que partimos la leña y le pegó con ella en la cabeza. No se la abrió porque le pegó con la parte posterior, no con el filo. El otro vaciló y cayó por el suelo… No gritamos más, para no atraer a la gente… Nos encerramos aterrorizados en la casa…

Está muriendo. Yo me vine corriendo a llamarte. Sus familiares lo buscarán y van a encontrarlo muerto en nuestra casa… Y Samuel, según la Ley, debe morir…

Señor, ya estamos deshonrados… ¡Pero que esto no suceda! ¡Ten piedad de mi hermana, Señor! él te maldijo… Pero su madre te ama. ¿Qué debemos hacer?

–                       Espérame un momento. Voy contigo.

Jesús regresa a la sala y dice:

–                       Judas de Keriot, ven conmigo.

Judas se levanta inmediatamente y pregunta:

–                       ¿A dónde, Señor?

–                       Lo sabrás. Todos vosotros quedaos en paz. Pronto regresaremos.

Salen de la casa y van por las calles solitarias y oscuras. Pronto llegan.

Judas pregunta perplejo:

–                       ¿La casa de Samuel? ¿Por qué?…

–                       Silencio, Judas. Te traje conmigo porque tengo confianza en tu buen juicio.

Entran y suben a la habitación a donde llevaron al herido.

Judas exclama:

–                       ¡Un muerto, Maestro! ¡Nos contaminamos!

Jesús responde:

–                       No está muerto. ¿Ves que está respirando y oyes que agoniza? Ahora lo voy a sanar.

–                       ¡Sí le han pegado en la cabeza! ¡Aquí se ha cometido un crimen! ¿Quién fue? ¡Y en el día de la Pascua!  -Judas está espantadísimo.

–                       Él fue. –dice Jesús señalando a Samuel que se ha arrinconado en un ángulo, lleno de espanto.

Temblando de terror, con la extremidad de su manto sobre la cabeza, para no ver y para que no lo vean. Fuera de su madre, todos lo miran aterrorizados; pues sobre él pesa la férrea sentencia de muerte de la Ley de Israel.

Jesús continúa:

–           ¿Ves a que conduce un primer pecado? A esto, Judas. Comenzó por ser perjuro con Analía, luego con Dios. Luego calumnió, mintió, blasfemó, se embriagó y ahora es un homicida. De este modo se convierte el hombre en posesión de Satanás. Tenlo presente, Judas… No lo olvides.

Los gestos de Jesús son terribles al señalar a Samuel.

Luego mira a su madre que trata de levantarse a duras penas; sacudida por un temblor, como si también ella estuviera próxima a morir.

Y con una tristeza desgarradora dice:

–                       De este modo Judas, mueren las madres, sin otra arma que la del crimen del hijo. ¡Pobres madres!… Me causan compasión. Tengo piedad de ellas, Yo el Hijo que no verá a alguien que se compadezca de su Madre…

Jesús llora.

Judas lo mira estupefacto, sin saber qué decir.

Jesús se inclina sobre el herido, le pone su mano sobre la cabeza. Ora.

El herido abre los ojos, parece como si estuviera ebrio. Mira sorprendido… Vuelve completamente en sí. Se sienta, apoyando los puños contra el suelo.

Mira a Jesús, pregunta:

–                       ¿Quién eres?

–                       Jesús de Nazareth.

–                       ¡El Santo! ¿Por qué estás junto a mí? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi hermana y su hija? ¿Qué pasó? –trata de recordar.

–                       Oye. Tú me llamas Santo. ¿Crees que lo sea?

–                       Sí, Señor. Eres el Mesías del Señor.

–                       ¿Mi Palabra es sagrada para ti?

–                       Sí.

Jesús se pone de pie. Su gesto es imperioso:

–                       Entonces… -Jesús se pone de pie. Su gesto es imperioso- Entonces Yo como Maestro y Mesías, te ordeno que perdones. Viniste aquí y se te ofendió.

El hombre recuerda:

–                       ¡Ah, Samuel! ¡Sí!… ¡Lo denun…! -dice incorporándose.

–                       ¡No! ¡Perdona en Nombre de Dios! Por esto te he curado. Quieres mucho a la madre de Analía, porque sufre mucho. La de Samuel sufrirá mucho más. Perdona.

El hombre vacila un poco. Mira con rencor al que lo hirió. Mira a su madre angustiada. Mira a Jesús… No sabe que decidir…

Jesús abre sus brazos, lo atrae sobre su pecho diciéndole:

–                       Perdona por el amor que me tienes.

El hombre se pone a llorar.

¡Estar entre los brazos del Mesías, sentir su aliento sobre sus cabellos y un beso donde antes había sido herido!… llora…llora…

Jesús pregunta:

–                       Es verdad, ¿O no? ¿Perdonas por el amor que me tienes? ¡Oh, Bienaventurados los misericordiosos! ¡Llora! ¡Llora sobre mi pecho! ¡Destruye con tus lágrimas cualquier rencor! Para que así se haga nuevo, puro, tu corazón. Bueno y compasivo como debe serlo un hijo de Dios…

El hombre levanta su cara y entre lágrimas dice:

–                       ¡Sí! ¡El amarte es algo muy dulce! ¡Tiene razón Analía! ¡Ahora la comprendo!… –se vuelve a la madre- Mujer, no llores más. Lo que pasó, pasó. Nadie sabrá nada por mi boca. Quédate con tu hijo y ojala que pueda hacerte feliz. Hasta pronto. Me voy a mi casa. –y trata de irse.

Jesús le dice:

–                       Me voy contigo. ¡Adiós madre! ¡Adiós, Abraham! ¡Adiós muchachos!

Ni una palabra a Samuel, que a su vez tampoco sabe decir nada.

Su madre le quita el manto de la cabeza. Y presa de emoción por lo pasado, le grita:

–                       ¡Da las gracias a tu Salvador, corazón de piedra! ¡Dale las gracias, hombre desvergonzado!

Jesús dice:

–                       Déjalo mujer. Sus palabras no tendrían ningún sabor. El vino lo ha entorpecido y su corazón está cerrado. Ruega por él. ¡Adiós!

Desciende y se junta en la calle con Judas y con el otro hombre.

Despide al viejo Abraham que quiere besarle las manos y bajo los primeros rayos de la luna, regresa a casa.

–                       ¿Vives lejos?

–                       A los pies del Monte Moria.

–                       Entonces tenemos que separarnos.

–                       ¡Señor, me has conservado la vida y así puedo vivir con mis hijos y con mi esposa! ¿Qué cosa debo hacer por ti?

–                       Ser bueno. Perdona y no digas nada. Nunca, ni por cualquier razón. ¿Me lo prometes?

–                       ¡Lo juro por el Sagrado Templo! Aunque me duele que no podré decir que me has salvado la vida.

–                       Sé un hombre justo y te salvaré el alma. Esto sí que lo podrás decir. ¡Adiós! ¡La paz sea contigo!

El hombre se arrodilla, saluda y se separan.

Cuando se quedan a solas, Judas exclama:

–                       ¡Qué cosas! ¡Qué cosas!

Jesús contesta:

–                       ¡Sí! ¡Horribles! ¡Judas, tú tampoco dirás palabra alguna!

–                       No, Señor. Pero, ¿Por qué quisiste que viniera contigo?

–                       El hombre se sirve fácilmente de la mentira. No sabe que al obrar así se pone en el sendero del mal. Basta el primer paso. Un paso. Para no poderse librar más. Es un laberinto… Una trampa en descenso…

Quise que meditaras hasta donde puede conducir la mentira, la ambición de dinero, la embriaguez, las prácticas inertes de una religión que no se vive, que no se siente espiritualmente. ¿Para Samuel qué significaba el simbólico banquete? ¡Nada! Una ocasión para embriagarse. Un Sacrilegio. Y en medio de él se convirtió en homicida.

Y en el porvenir muchos serán como él. Y todavía con el sabor del Cordero en su lengua… Y no de un cordero físico, sino del Cordero Divino, irán a cometer crímenes.

¿Por qué? ¿Cómo es posible? ¿No te lo preguntas? Yo Mismo te lo estoy diciendo: porque se habrán preparado para aquella hora. Con muchas acciones cometidas por distracciones al principio; por terquedad después. Tenlo siempre presente, Judas.

–                       Así lo haré, Maestro. ¿Qué vamos a decir a los demás?

–                       Que había un hombre muy grave. Es la verdad.

Atraviesan rápidos por una calle y llegan al Palacio de Lázaro…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA