Archivos de etiquetas: jesucristo

44.- EXAMEN DOCTRINAL

El pequeño Yabé va prendido de la mano de Jesús, mientras van caminando…

Felipe pregunta:

–           ¿Llegaremos esta tarde a Enganím?

–           Ciertamente. Pero ahora tenemos al niño. ¿Estás cansado Yabé? –Pregunta amorosamente Jesús- Sé sincero como un ángel.

El niño responde:

–           Un poco, Señor. Pero procuraré tener ánimos para seguir caminando.

Juan de Endor dice:

–           Este niño está debilucho.

Pedro exclama:

–           Lo mismo digo yo. Con la vida que tuvo durante varios meses… Ven chiquito, que te llevo en  mis brazos.

El niño contesta:

–           ¡Oh no, señor! no te fatigues. Todavía puedo caminar.

–           Ven. Ven que no estás pesado. Pareces un pajarito mal comido. –Y Pedro se lo hecha sobre su espalda, fuerte y robusta, con sus piernitas flacas que le cuelgan a los lados.

Caminan de prisa y llegan Meggidó. Se paran a descansar a la orilla de un riachuelo. Se respira aire de fiesta y se ven muchos niños alegres, con la ceremonia en la que serán mayores de edad.

Dos muchachitos ricos que se han acercado a jugar junto al manantial, cerca de donde están Yabé y Pedro, le preguntan al niño:

–           ¿Tú también vas para ser hijo de la Ley?

Yabé responde casi escondiéndose detrás de Pedro:

–           Sí.

–           ¿Este es tu padre? ¿Eres pobre, verdad?

–           Sí. Soy pobre.

Los muchachos que parecen ser hijos de fariseos lo escudriñan irónicos y curiosos. Le dicen:

–           Se ve.

Y de hecho, sus vestidos son miserables harapos y demasiado cortos. Sus pequeños pies calzan unas sandalias muy feas, sostenidas con burdas correas, que son una tortura para sus pies.

Y los muchachitos, llevados por un egoísmo cruel propio de muchos niños que no son buenos, dicen:

–           ¡Oh! ¡Entonces no vas a tener vestido nuevo para tu fiesta! ¡Nosotros, mira…! ¿Verdad Joaquín? Mi vestido es rojo y también el manto. El de él es azul. Y tendremos sandalias con hilos de plata. Y un cinturón bordado con oro y un talet sostenido con una lámina de oro y…

–           Y un corazón de piedra, ¡Digo yo! –Grita Pedro que ha terminado de llenar las cantimploras- ¡Sois malos, muchachos! La ceremonia y los vestidos valen un comino, si el corazón no es bueno. Prefiero a mi niño. ¡Largaos orgullosos y presumidos! ¡Idos con los ricos y tened respeto a quién es pobre y honesto! Ven Yabé. El agua es buena para los pies cansados. Ven para que te los lave. Después caminarás mejor. Te llevaré en brazos hasta Enganím. Buscaré uno para que te haga sandalias nuevas.

Y Pedro lava y seca los pequeños pies lastimados, que desde hace tanto tiempo no han sido acariciados.

Yabé va a cumplir doce años, pero parece un niño escuálido de nueve. El niño mira a Pedro, titubea, luego se inclina sobre el hombre que le está acomodando las sandalias, lo rodea con sus bracitos flacos y le dice:

–           ¡Qué bueno eres! –Y lo besa en los cabellos alborotados.

Pedro se conmueve… Se sienta en la tierra mojada y le pide:

–           Ahora dime: ‘padre’…

El cuadro es enternecedor. Jesús se acerca junto con los demás.

Los dos niños, que se habían quedado por curiosidad, dicen:

–           Luego, ¿No es tu padre?

Yabé responde con firmeza:

–           Para mí es padre y madre.

–           Sí querido. Dijiste bien: padre y madre. Y a vosotros señoritos; os aseguro que no irá mal vestido a la ceremonia. Irá como un rey.

Los dos rapazuelos se sorprenden y se van corriendo.

Jesús pregunta con una gran sonrisa:

–           ¿Qué haces ahí sentado en la humedad?

–           ¿En la humedad? ¡Oh, sí! No me había dado cuenta. ¡Ah, Maestro! Debes dejar que me encargue de este pequeño. Luego lo entregaré. Hasta que no sea un verdadero israelita es mío.

–           ¡Pero claro que sí! Tú serás su tutor, como un viejo padre. ¿Está bien? Vámonos. Para llegar al atardecer y para no hacer correr mucho al niño…

–           Yo lo cargo. Pesa más mi red. No puede caminar con estas suelas rotas. Ven, Yabé. –Y Pedro, cargándose a su ‘hijito’, continúa feliz su camino.

Están ya cerca de Enganím y se ve su acueducto; cuando el ruido de un pelotón de soldados, los obliga a hacerse a un lado del camino pavimentado y resuenan los cascos de los caballos.

–           ¡Salve, Maestro! Milagro de verte por aquí. –Grita Publio Quintiliano que bajando del caballo, lo detiene de la brida y se acerca a Jesús con una sonrisa franca.

Sus soldados aflojan el paso, por respeto a su comandante.

Jesús contesta:

–           Voy a Jerusalén para la Pascua.

–           Yo también. Durante las fiestas se refuerzan las guardias, pero también viene Poncio Pilatos a ellas y está Claudia. Somos su estafeta. Son caminos inseguros. Las águilas espantan a los chacales. –Dice el tribuno muy sonriente y mira a Jesús. Después en voz baja agrega- Este año doble guardia para proteger las espaldas del desvergonzado de Antipas. Hay mucho descontento porque arrestó al Profeta.

Descontento en Israel y descontento de remache entre nosotros. Pero… hemos pensado en dar una cadenciosa melodía de flautas al Sumo Sacerdote y a sus compinches. –Y en voz más baja aún- Tú estás seguro. Los de uñas largas no las sacarán. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Nos tienen miedo. Basta con aclarar la voz; para que crean que es un rugido. ¿Hablarás en Jerusalén? Ven cerca del Pretorio. Claudia habla de Ti, diciendo que eres un gran filósofo. Eso es bueno para Ti, porque… el verdadero Procónsul es Claudia; es nieta de Augusto.

Mira a su alrededor y ve a Pedro colorado, sudado y cargando al niño.

Pregunta con curiosidad:

–           ¿Y ése?

–           Es un huérfano que tengo conmigo.

–           ¡Pero ese hombre tuyo se cansa mucho! –Le grita al niño- ¡Muchacho! ¿Tienes miedo de venir conmigo en el caballo por unos cuantos metros? Te echaré encima la clámide y cabalgaré despacio. Te devolveré a este hombre cuando lleguemos a la Puerta…

El niño no opone resistencia. Es tan manso como un corderito.

Publio lo pone consigo sobre la silla. Y al ir a dar órdenes a sus soldados, para que caminen  más despacio, ve al hombre de Endor.

Lo mira fijamente y dice:

–           ¿Tú, aquí?

–           Sí. Ya no venderé huevos a los romanos. Pero allá dejé las gallinas. Ahora estoy con el Maestro…

–           Bien para ti. Tendrás más tranquilidad. ¡Adiós! Salve, Maestro. Te espero en aquel montón de árboles. –Y espolea su caballo.

Varios preguntan a Juan de Endor:

–           ¿Lo conoces? ¿Te conoce?

–           Sí. Le vendía pollos. Lo conocí una vez que fui llamado a Naím, para fijar la distribución. Allí estaba él. Desde entonces, cuando iba a Cesárea a comprar libros u otras cosas, siempre me saludaba. Me llama Cíclope o Diógenes. Es un hombre bueno. Y aunque odio a los romanos, no le he ofendido en nada, porque esperaba que me fuera útil.

Pedro dice:

–           ¿Has oído, Maestro? Mis palabras al centurión de Cafarnaúm dieron resultado. Ahora estoy más tranquilo.

Llegan a la sombra de la arboleda a cuya sombra, la patrulla se ha detenido.

El tribuno dice:

–           Bien. Aquí está el niño. ¿Algunas órdenes, Maestro?

–           No, Publio. Que Dios se te muestre.

–           Salve. –Y se sube al caballo.

Lo espolea y los suyos le siguen. Se oyen los cascos de los caballos y se ven brillar las corazas.

Entran a la ciudad y Pedro lleva al niño a comprarle sus sandalias.

Zelote dice:

–           Este hombre se muere por tener un hijo. Tiene razón.

Jesús contesta:

–           Os daré millares. Ahora vamos a buscar refugio para que continuemos mañana al amanecer.

Al día siguiente, por los caminos cada vez más atestados de Jerusalén, un fuerte aguacero que cayó por la noche, ha dejado los caminos lodosos, pero en cambio se ha llevado el polvo y el aire está muy limpio. Los campos parecen jardines muy bien cuidados.

Todos caminan aprisa porque están muy descansados y porque el niño con sus sandalias nuevas, puede caminar mejor. Y ahora que ya ha cobrado confianza, platica con todos y es conmovedor ver cómo este grupo de hombres, la mayoría sin hijos, muestran un cariño paternal y lleno de cuidados, por el discípulo más pequeño de Jesús.

El hombre de Endor hace beber un huevo crudo al niño y le corta ramitas de hierbas silvestres y se las da para calmarle la sed y que no tenga necesidad de beber mucha agua. Le hace ver y contemplar los panoramas, para que no piense en el cansancio.

El antiguo pedagogo de Cintium, al que arruinó la maldad humana; vuelve a la vida por este niño que es una miseria como él. Los amigos de la desgracia y de la amargura, se hinchan con una sonrisa de bondad.

Yabé no tiene ya el aspecto lastimero; trae sus sandalias nuevas y en su cara hay menos tristeza. Ya le quitaron el aspecto salvaje de la vida de bestezuela, que por tantos meses llevó. Y se ve muy limpiecito en medio de su pobreza.

También Juan de Endor es otro. Su cara ha perdido la dureza y ahora es seria, pero sin infundir miedo. Y estas dos piltrafas humanas que volvieron a la vida por la Bondad de Jesús, corresponden con amor por Él.  Cuando llegan a la cima de un monte,

Jesús dice al niño:

–           Yabé, ven aquí. ¿Ves aquel punto dorado? Es la Casa del Señor. Allí vas a jurar obedecer la Ley.  ¿La sabes bien?

Yabé contesta:

–           Mi mamá me hablaba de ella y mi padre me enseñaba los Mandamientos. Sé leer. Y…Tú dices que abrirás las Puertas de los Cielos. ¿No están cerradas por el Gran Pecado? Mi mamá me decía que nadie podía entrar, hasta que no hubiese llegado el Perdón… Y que los justos lo esperaban en el Limbo.

–           así es. Pero luego iré al Padre, después de haber predicado la Palabra de Dios y… de haber obtenido el Perdón. Entonces bajaré a llamar a todos los justos.

–           ¿Y estará mi mamá con ellos?

–           Claro. Ella y tu padre.

–           ¡Oh! ¡Cuánto te quiero! –el niño lo abraza y lo besa emocionado.

–           Ahora prosigamos a la Ciudad Santa. A donde llegaremos mañana por la tarde. ¿Por qué tanta prisa? ¿Me lo puedes decir? ¿No sería lo mismo llegar pasado mañana?

–           No. No sería lo mismo. Porque mañana es la preparación de la Pascua y después del crepúsculo no se puede caminar más de 1,200 metros, porque ha empezado el sábado su descanso.

–           Luego, ¿Debemos de estar ociosos el sábado?

–           No. Se ruega al Altísimo Señor.

–           ¿Cómo se llama?

–           Adonai. Pero sólo los santos pueden decir su Nombre.

–           También los niños buenos. Dímelo si lo sabes.

–           Yeové.

–           ¡Ah, sí! ¿Y qué mandó?

–           Mandó santificar el sábado: ‘Trabajarás durante seis días, pero descansarás el séptimo. Y descansarás porque así lo hice Yo, después de la Creación.’

–           ¿Cómo? ¿Descansó el Señor? ¿Se había cansado de Crear? ¿Y propiamente creó Él? ¿Cómo lo sabes? Yo sé que Dios nunca se cansa.

–           No se había cansado porque Dios no camina y no mueve los brazos. Pero lo hizo para enseñar a Adán y a nosotros. Y para tener un día en que pensemos en Él. Él creó todo. Es verdad. Lo dice el Libro del Señor.

¿Escribió Él el Libro?

–           No. Pero es la verdad. Y hay que creerlo para no ir con el Demonio.

–           Me dijiste que Dios no camina. Que no mueve los brazos. ¿Entonces cómo creó? ¿Cómo Es? ¿Una estatua?

–           No es un ídolo. Es Dios. Y Dios es… Dios es… Déjame pensar y acordarme cómo me decía mi mamá…Y mejor que ella; aquel hombre que iba en tu Nombre a encontrar a los pobres de Esdrelón… Mi mamá me decía, para hacerme entender a Dios: ‘Dios es como mi amor por ti. No tiene cuerpo y con todo existe.’ Y aquel hombre, con una sonrisa dulce, decía: “Dios es un Espíritu Eterno. Uno y Trino. Y la Segunda Persona ha tomado carne, por amor nuestro; por nosotros los pobres… Y su Nombre… ¡Oh, Señor mío!… Ahora que me acuerdo… ¡ERES TÚ!

Y el niño sorprendido; se arroja en tierra y adora a Jesús…

Todos corren, creyendo que se ha caído. Pero Jesús les hace una seña con su dedo en los labios y luego dice:

–           Levántate Yabé. Los niños no deben tener miedo de Mí.

El niño levanta con veneración profunda su cabeza y mira a Jesús con otros ojos. Un poco atemorizado.

Jesús le sonríe y le tiende la mano diciendo:

–           Eres un sabio, pequeño israelita. Continuemos nuestra investigación. Ahora que me has reconocido, ¿Sabes si se habla de Mí en el Libro?

–           ¡Oh! ¡Claro, Señor! Desde el principio hasta ahora. Él habla sólo de Ti. Tú Eres el Salvador Prometido. Ahora entiendo por qué abrirás las Puertas del Limbo. ¡Oh, Señor! ¡Señor! ¿Y me quieres mucho?

–           Sí, Yabé.

–           Ya no me digas Yabé. Dame un nombre que quiera decir que me amas; que me has salvado…

–           Escogeré el nombre junto con mi Madre. ¿Está bien?

–           Pero que quiera significar esto. Y me llamaré así desde el día en que me convierta en hijo de la Ley.

–           Desde aquel día así te llamarás.

Se detienen en un valle pequeño, fresco y abundante en aguas, para tomar sus alimentos.

Yabé ha quedado medio atolondrado con la revelación y come en silencio. Con respeto profundo, acepta cualquier pedazo de pan que le ofrece Jesús. Pero poco a poco, vuelve a su antigua manera de ser. Sobre todo, después de haber jugado con Juan; mientras los demás descansan en la verde hierba. Regresa a Jesús, junto con Juan que es todo sonrisas y los tres forman un círculo.

Jesús dice:

–           No me dijiste quién habla de Mí, en el Libro.

Los profetas, Señor. ¡Oh!… me decía mi papá que eras el Cordero… ¡Oh!… Ahora comprendo. El Cordero de Moisés… ¡Tú Eres la Pascua!… Pero… el Mesías… ¡Será inmolado!… su voz se quiebra y cuando está a punto de llorar.

Jesús le pregunta:

–           Por ahora basta. Oye… ¿Sabes los Mandamientos?

–           Sí, Señor. Creo que los sé. Los repetía en el bosque, para no olvidarlos y para oír las palabras de mi mamá y de mi papá. Pero no lloro más; porque ahora te tengo.

Juan se abraza a Jesús sonriendo:

–           ¡Mis mismas palabras!

–           Todos los niños de corazón, hablan igual.

Más tarde, antes de llegar a Jerusalén, el cielo está lluvioso y Pedro lleva al niño sobre su espalda, cubierto con su manto.

A Pedro le gusta chapotear en las charcas.

–           ¿Podrías dejar de hacer eso? –refunfuña Judas que está nervioso, porque está totalmente empapado y el agua le escurre por todas partes.

Juan de Endor clava su único ojo en el gallardo Judas y responde:

–           ¡Eh! ¡Hay tantas cosas que no se deberían de hacer!

–           ¿Qué quieres decir?

–           Quiero decir que es inútil desear que los elementos nos respeten, cuando nosotros no respetamos a nuestros semejantes y en cosas que no son dos gotas de agua o rociadas de lodo.

–           Es verdad. Pero a mí me gusta andar bien presentado y entrar en la ciudad bien vestido y limpio. Tengo muchos amigos importantes y que están arriba.

–           Entonces trata de no caer.

–           ¿Me estás provocando?

–           ¡Oh, nooo! Soy un viejo maestro… y un viejo estudiante. Aprendo. Desde que vivo, estoy aprendiendo a vivir. Y comprendes que naturalmente me vienen ganas de repetir las lecciones.

–           Pero yo soy apóstol.

–           Y yo soy un desgraciado. Lo sé. Y no debería atreverme a enseñarte. Pero mira, nunca se sabe a lo que puede uno llegar. Esperaba morir como un pedagogo honrado y venerado en Chipre y me convertí en homicida y presidiario. Pero cuando levanté el puñal para vengarme y cuando arrastraba las cadenas odiando a todos, si me hubiesen dicho que llegaría a ser discípulo del Santo, habría pensado que no estaban bien de la cabeza. Y sin embargo… lo ves. Por esto tal vez también yo puedo darte una lección a ti, que eres apóstol. Con mi experiencia; no con mi santidad. Porque ni siquiera en ella pienso.

–           Ese romano que te llama Diógenes; tiene razón.

–           Sí. Pero Diógenes buscaba al hombre y no lo encontró. Yo, más afortunado que él, encontré una víbora en pensaba encontrar a la mujer. Y un cuco donde veía al hombre que creí un amigo. Pero después de haber vagado durante tantos años, sin poder conocer nada, encontré al Hombre; al Santo.

–           Yo no conozco otra sabiduría que la de Israel.

–           Así es. Tienes con qué salvarte. Pero ahora tienes también la Ciencia de Dios.

–           Es la misma cosa.

–           ¡Oh, no! Es como un día nublado y un día lleno de sol…

–           Bueno. ¿Me quieres enseñar? No tengo ganas.

–           Déjame hablar. Antes hablaba a los niños. No me ponían atención. Luego a las sombras: me maldecían. Después a los pollos. Debo decir que eran mucho mejores que los dos primeros. Ahora hablo conmigo mismo, no pudiendo hablar con Dios. ¿Por qué me lo quieres impedir? Tengo un solo ojo. La vida destruida en las minas. El corazón enfermo desde hace muchos años. Permite que al menos mi mente no se haga estéril.

Judas replica con firmeza:

–           No entiendo por qué dices que no puedes hablar con Dios. Jesús es Dios.

–           Lo sé. Lo creo más que tú. Porque he vuelto a nacer por obra suya. Tú no. Pero aunque sea Bueno, es siempre ÉL: DIOS. Y yo el pobre desgraciado que no me atrevo a tratarlo con la familiaridad con que tú lo haces. Le habla mi alma, pues mis labios no se atreven. El alma que me imagino que la oye gritar de gratitud y de amor penitente.

–           Es verdad, Juan. Yo oigo tu alma. –Jesús interviene en la conversación de los dos.

Judas enrojece de vergüenza. El hombre de Endor de alegría.

Jesús agrega:

–                      Oigo tu alma, es verdad. Escucho el trabajo de tu inteligencia. Has hablado bien. Cuando en Mí llegues a formarte, te ayudará mucho el haber sido maestro, alumno estudioso. Habla. Habla también contigo mismo.

Judas advierte con aspereza:

–           Maestro, hace poco me dijiste que era malo hablar con el propio ‘yo’.

–           Es verdad que lo dije. Pero la razón es que tú, murmurabas con tu propio ‘yo’. Este hombre no murmura, medita. Y con un fin bueno. Eso no hace daño.

Judas replica de mal humor:

–           En resumidas cuentas, ¡Siempre estoy equivocado!

Jesús dice con calma:

–           No. Tienes desasosiego en el corazón. No siempre puedes estar tranquilo. Cuando la carne muerde, es cosa horrible Judas…

Judas no responde. Se retira chapoteando con coraje en los charcos.

Bartolomé pregunta:

–           ¿Qué le pasa hoy a ése?

–           Cállate. Que Simón de Jonás no te oiga. Evitemos altercados y no envenenemos a Simón. Está tan contento con su niño.

–           Es verdad, Maestro. Pero no está bien. Se lo diré.

–           Es joven, Nathanael. También tú lo fuiste…

–           Sí. Pero no debe faltarte al respeto.

Sin querer ha levantado la voz y Pedro oye:

–           ¿Qué pasó? ¿Quién te faltó al respeto? ¿El nuevo discípulo? –Y mira a Juan de Endor que discretamente se había retirado al comprender que Jesús corregía al apóstol y se ha puesto a hablar con Zelote.

–           ¡Ni pensarlo! Es respetuoso como una doncella.

–           ¡Ah, bien! Porque si no… ¡Eh! Su único ojo estaba en peligro.  Entonces… -Pedro mueve la cabeza afirmando- ¡Entonces fue Judas! ¿Verdad?…

–           Oye Simón, ¿No podrías mejor ocuparte de tu pequeño? Me lo quitaste y ahora quieres intervenir en una conversación amigable entre Bartolomé y yo. ¿No te parece que quieres hacer muchas cosas?

Jesús, con una sonrisa tranquila mira a Pedro que queda dudoso sobre lo que tiene que hacer… Mira a Bartolomé.

Pero éste levanta su cara aquilina hacia el cielo. Y Pedro comprende que no hay nada que hacer.

Cuando llegan a la ciudad; todos, en un arroyuelo cercano se asean y se componen los vestidos. Se preparan para entrar a la Ciudad Santa…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

16.- EL LLAMADO DEL AMOR

Días después…

En una mañana de mercado en Cafarnaúm. Hay tianguis. La plaza está llena de vendedores de toda clase de mercancía. A ella llega Jesús, viniendo del lago y ve que vienen a su encuentro, sus primos: Judas y Santiago.

Él se apresura y después de abrazarlos con cariño, pregunta ansioso:

–           ¿Vuestro padre? ¿Qué pasó?

Judas Tadeo responde:

–           Nada nuevo en lo que respecta a su salud.

Jesús dice:

–           ¿Entonces a qué viniste? Te dije que te quedaras.

Tadeo baja la cabeza y calla.

Pero el que se expansiona es Santiago y dice:

–           Por mi culpa, él no te obedeció. Sí. Por culpa mía. Pero no puede soportar más. ¡Todos en contra! Y ¿Por qué? ¿Acaso hago mal en amarte? ¿Lo hacemos acaso? Hasta aquí, un escrúpulo del Mal, me había detenido. Pero ahora que sé. Ahora que has dicho que sobre Dios no hay nadie, ni el padre. Ya no lo pude soportar. ¡Oh! Judas trató de ser respetuoso. De hacer entender razones. De corregir ideas. Dijo: ‘¿Por qué me combatís? Si Él es el Profeta. Si es el Mesías. ¿Por qué queréis que el mundo diga: ‘Su familia no lo quería? Cuando todos lo seguían, ella no lo hizo.’ Y yo declaré:Porque si fuera el infeliz que vosotros decís. ¿No debemos nosotros, los de su familia; estar cerca de su demencia; para impedirle que se dañe o nos dañe?

¡Oh, Jesús! De este modo hablaba yo para discutir humanamente, como ellos razonaban. Pero Tú sabes bien que Judas y yo no creemos que Tú estés loco. Tú sabes que en Ti vemos al Santo de Dios. Que te consideramos como nuestra estrella mayor. Pero no nos han querido comprender. Ni siquiera nos han querido escuchar. Y me vine. Acosados entre la elección de Jesús y la familia, te he escogido a Ti. Aquí estoy si me quieres. Si no, seré entonces el hombre más infeliz, porque no tendré nada. Ni tu amistad, ni el amor de la familia.

Jesús dice:

–           ¿Resuelto? ¡Oh, Santiago mío! ¡Mi pobre Santiago! ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, ¡El Jesús Verbo se regocija por ti! ¡Ven! Estoy cierto de que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres, aumentará de día en día tu gozo; hasta llegar al éxtasis completo, en la última hora de la Tierra y en la eterna del Cielo.

Jesús se vuelve y llama a sus discípulos, que prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros.

–           Venid, amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto, amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora! Este día, para él; mi amigo perfecto de la infancia. Mi buen hermano de juventud.

Los discípulos, alegres dan la bienvenida a Santiago y a Judas Tadeo, al que hacía tiempo no veían.

Tadeo dice:

–           Te buscamos en casa. Pero estabas en el lago.

Jesús contesta:

–           Sí. Estuve en el lago por dos días, con Pedro y los demás. Pedro ha tenido buena pesca. ¿Verdad?

Pedro responde:

–           Sí. Y ahora esto me desagrada porque deberé entregar más dracmas a aquel ladrón… -y señala al alcabalero Mateo, cuyo banco está rodeado de gente que paga por la tierra o por los frutos.

Jesús dice:

–           Será todo en proporción: más pescados, más pagas; pero también más ganancias.

Pedro objeta:

–           No, Maestro. Más pesco, más gano. Pero si hago cálculos, ese de allá me hace pagar no el doble, sino el cuádruplo. ¡Chacal!

Jesús exclama con un tono:

–           ¡Pedro!… Acerquémonos a él. Quiero hablar. Siempre hay gente cerca del banco de la alcábala.

Pedro refunfuña:

–           ¡Ya lo creo! Gente y maldiciones.

Jesús mueve la cabeza y responde:

–           Pues bien. Yo iré a introducir bendiciones. Tal vez entre un poco de honradez en el alcabalero.

–           ¡Puedes estar tranquilo! Tu palabra no entrará es esa piel de cocodrilo.

–           ¡Veremos!

–           ¿Qué le vas a decir?

–           Directamente nada. Pero hablaré de tal forma, que sirva también para él.

–           ¿Dirás que es un ladrón tan grande igual al que asalta por las calles? Porque es como quien despelleja a los pobres que trabajan por tener pan. No por mujeres, ni ebriedades…

–           Pedro, ¿Quieres hablar tú por Mí?

–           No, Maestro. No sabría hacerlo bien.

–           Y con el vinagre que traes adentro, te haría mal a ti y a él.

Cuando llegan cerca del banco de la alcábala, Pedro intenta pagar cuando Jesús lo detiene y le dice:

–           Dame las monedas. Hoy pago Yo.

Pedro lo mira sorprendido y le entrega una bolsa de cuero con dinero.

Jesús espera su turno y cuando está enfrente del alcabalero, le dice:

–           Pago por ocho canastos de Simón de Jonás. Allá están los canastos, a los pies de los trabajadores. Verifica si quieres. Pero entre honrados basta solo la palabra. Y creo que me tienes por tal. ¿Cuánto es la tasa?

Mateo, que estaba sentado en su banco, en el momento en que Jesús dijo: ‘Creo que como a tal me tienes’, se pone de pie.

No es un hombre alto y parece ser de la misma edad que Pedro. En su cara se ve el cansancio de mundanas alegrías y una vergüenza completa. Al principio, tiene la cabeza inclinada. Luego la levanta y mira a Jesús, que también lo mira atenta y serenamente, como dominándole con su imponente estatura.

Jesús vuelve a preguntar:

–           ¿Cuánto?

Mateo responde:

–           No hay tasa para el discípulo del Maestro. –y añade en voz muy baja- Ruega por mi alma.

–           La llevo conmigo porque recojo la de los pecadores. Pero tú… ¿Por qué no la curas?

Después de decir esto, inmediatamente se vuelve y le da la espalda para ir hacia Pedro, que está con los ojos como platos y boquiabierto por la admiración.

También los otros lo están. Hablan en voz baja o lo hacen con los ojos.

Jesús se dirige hacia un árbol y se recarga en él. Está a unos diez metros de donde está Mateo, empieza a hablar:

“El mundo se puede comparar con una gran familia, cuyos miembros desempeñan quehaceres diversos y todos son necesarios. Hay agricultores, pastores, viñadores, carpinteros, pescadores, albañiles, herreros, escribanos, soldados oficiales. Soldados destinados a diversas funciones, médicos, sacerdotes; de todo hay. El mundo no podría componerse de una sola clase. Todas las profesiones son necesarias. Todas santas, si todas hacen lo que deben con honradez y con justicia. ¿Cómo se puede llegar a esto, si Satanás tienta por todas partes? Si se piensa en Dios, en que todo lo ve; aún las obras ocultas. Y en su Ley que dice: ‘Ama a tu prójimo, como te amas tú mismo. No hagas a otro lo que no quieras que te hagan. No debes robar de ningún modo.’

Decidme vosotros que me estáis escuchando: ¿Cuándo uno muere, se lleva acaso su dinero? Y cuando alguien fuese tan necio de querer tenerlo en el sepulcro, ¿Puede usarlo en la otra vida? ¡No! El dinero se convierte en metal mohoso al contacto de la corrupción de un cuerpo descompuesto. Y su alma estaría en otra parte desnuda, más pobre que el desventurado Job. Sin tener siquiera un céntimo, aun cuando aquí o en la tumba hubiere dejado millones y millones. Antes bien.

¡Escuchad! ¡Escuchad!

En verdad os digo que difícilmente se conquista el Cielo con riquezas. Sino más bien y casi siempre; se pierde con ellas. Aun cuando fueran riquezas que se hubieran adquirido honestamente; bien por herencia, bien por ganancia. Porque pocos son los ricos que saben usar justamente de ellas. Entonces, ¿Qué se necesita para tener este cielo bendito? ¿Este descansar en el seno del Padre? Es necesario no tener sed de riquezas.

En el sentido de no querer tenerlas a cualquier precio, aun faltando a la honradez y al amor. En el sentido de que si se tienen, no se las ame más que al Cielo y que al prójimo. Y se niegue la caridad al que tiene necesidad. No tener sed en el sentido de que pueden proporcionar mujeres, placeres, banquetes. Vestiduras suntuosas que son una bofetada para el que tiene frío y hambre. Existe una moneda que cambia el dinero injusto, en valores que son reconocidos en el Reino de los Cielos.

En la santa astucia de hacer de las riquezas humanas frecuentemente injustas o causa de injusticia, riquezas eternas. En otras palabras, ganar con honradez. Devolver lo que se obtuvo injustamente. Usar de los bienes con parsimonia y despego. Saberse separar de ellas, porque antes o después, ellas nos dejan. Y pensar por otra parte, que el bien llevado a cabo, jamás nos abandona.

A todos nos gustaría ser justos y como a tales ser tenidos. Y que Dios nos premie como a tales. Pero, ¿Puede Dios premiar a quien solo tiene el nombre de justo, pero no las obras? ¿Cómo puede decir: ‘Te perdono’;  si ve que el arrepentimiento es tan solo de palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No hay arrepentimiento mientras dure el deseo por el objeto por el que pecamos. Pero cuando uno se humilla. Cuando uno se corta la parte moral por una mala pasión, sea mujer u oro.

Y uno dice: ‘Por Ti Señor y no por esto’ entonces es cuando se está realmente arrepentido. Y Dios lo recoge con estas palabras: ‘Ven. Te quiero como a un inocente y como a un héroe.’

Jesús ha terminado. Se va sin siquiera voltear a donde está Mateo, que se acercó al círculo de oyentes, desde las primeras palabras.

Cuando está por llegar a la casa de Pedro, su mujer corre al encuentro de su marido para decirle algo. Luego Pedro hace señas a Jesús de que se acerque y le dice:

–           Llegó la madre de Judas y de Santiago. Quiere hablar contigo, pero no quiere que la vean. ¿Cómo le hacemos?

–           Bien. Yo entro en casa como si fuera a descansar y vosotros vayan  a distribuir las limosnas entre los pobres. Ten también el dinero de la tasa que no quiso. Vete.

Jesús hace señal a todos de que se vayan. Mientras Pedro los llama para  que se vengan juntos.

Jesús pregunta a Porfiria, la mujer de Pedro:

–           ¿Dónde está la mamá, mujer?

Porfiria le contesta:

–           En la terraza, Maestro. Allá hay sombra  y está fresco. Sube Tú también. Allí se está mejor que en cualquier otra parte de la casa.

Jesús sube por la escalera. En un ángulo, bajo el viñedo; sentada en un banquillo junto a la baranda; vestida toda de oscuro, con el velo en la cara, está María de Alfeo.  Llora sin hacer ruido.

Jesús la llama:

–           ¡María! ¡Amada, tía!

Ella levanta su pobre cara angustiada y extiende las manos, mientras exclama:

–           ¡Jesús! ¡Traigo un dolor en el corazón!

Jesús ha llegado junto a ella y la hace que siga sentada. Él permanece de pie, con su manto sobre el hombro. Pone una mano en la espalda de su tía y con la otra cubre sus manos y le pregunta:

–           ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras tanto?

María de Alfeo contesta:

–           ¡Oh, Jesús! Escapé de casa diciendo: ‘Voy a Caná a buscar vino y huevos para el enfermo’ en casa se quedó tu Madre que cuida como sólo Ella sabe hacerlo y por eso estoy tranquila. Pero lo que en realidad quería, era venir aquí. He caminado durante dos noches para llegar aquí lo más pronto posible. Y ya no puedo más… pero el cansancio no me importa.

¡Es el dolor de mi corazón lo que me hace mal! ¡Mi Alfeo! ¡Mis hijos! ¡Oh! ¿Por qué en la misma sangre hay tanta diferencia? ¿Por qué ésta es, como dos piedras en una máquina que muelen el corazón de una madre? ¿Están contigo Judas y Santiago? ¿Sí?…

Jesús asiente con la cabeza.

Ella continúa:

–           Mi Alfeo. ¿Por qué no comprende? ¿Por qué se muere? ¿Por qué quiere morir así? ¿Y Simón y José? ¿Por qué? ¿Por qué están contra Ti y no contigo?

–           No llores, María. No les guardo rencor. Se lo dije también a Judas. Los entiendo y los compadezco. Si por esto lloras, no llores.

–           Lloro, sí. Porque te ofenden. Y también porque no quiero que mi esposo muera como un enemigo tuyo. Dios no lo perdonará. Y yo… ¡Oh! ¡No lo tendré para siempre en la otra vida! –María está tan angustiada, que gruesas lágrimas caen sobre su mano izquierda, que Jesús le ha soltado.

Él, objeta:

–           No. No digas eso. Perdono. Y si perdono Yo…

–           ¡Oh! ¡Ven Jesús! Ven a salvarle el alma y el cuerpo. Ven. Empiezan a decir, también para acusarte… ya empezaron a decir que has quitado los hijos a un padre que muere y lo dicen por todo Nazareth. ¿Entiendes?…  Y añaden: ‘Por todas partes hace milagros; pero en su casa no puede hacerlos’ Y como yo te defiendo diciendo: ‘¿Qué cosa puede hacer si lo habéis arrojado con vuestros reproches y no creéis?’ Y no me dejaron en paz.

–           Dijiste bien: ‘Si no creéis’ ¿Qué puedo hacer donde no se cree?

–           ¡Oh! ¡Tú lo puedes todo! ¡Yo creo por todos! Ven. Haz un milagro para tu pobre tía…

–           No puedo. –Jesús al decir esto, está tristísimo. De pie y apretando contra su pecho a la que está llorando.

Entonces ella llora mucho más fuerte.

Jesús prosigue:

–           Escucha, María. Sé buena. Yo te juro que si pudiese; si conviniese hacerlo, lo haría. ¡Oh! Obtendría del Padre esta gracia, por ti. Por mi pobre Madre. Por Judas y Santiago. Y también… ¡Sí! También por Alfeo, José y Simón. Pero, ¡No puedo! Un gran dolor oprime tu corazón y no puedes entender la justicia del Poder mío. Te lo puedo decir, pero no lo comprenderías. Cuando llegó la hora del tránsito de mi padre… Y tú sabes si era un justo y si mi Madre lo amaba… no lo devolví a la vida. No es razonable que la familia donde vive un santo; esté libre de las desventuras inevitables de la vida.

Si no fuese así, Yo debería ser eterno en la tierra. Y sin embargo pronto moriré. Ni María, mi santa Madre, podrá arrebatarme de la muerte. No puedo…

Lo que puedo es esto y lo haré. –Jesús se ha sentado junto a ella. Toma entre sus manos la cabeza de su tía y agrega- haré esto. Por este dolor tuyo, te prometo la paz a tu Alfeo. No estarás separada de él, en la otra vida. Te doy mi palabra de que nuestra familia estará reunida en el Cielo: junta por toda la eternidad. No llores más. Ve en paz. Fuerte, resignada y santa. Mi Madre ha sido viuda antes que tú y te consolará, como sólo Ella sabe hacerlo. No quiero que partas sola, bajo este sol. Pedro te acompañará en la barca hasta el Jordán. Y te irás de allí a Nazareth en un borriquillo. Cálmate.

–           Bendíceme, Jesús. Tú dame fuerzas.

–           Sí. Te bendigo y te beso, buena tía.

Y la besa tiernamente, hasta que ella se serena.

Días después…

Jesús está en Betsaida. Habla de pie, en la barca que está anclada en la orilla. Y hay mucha gente sentada, formando un círculo a su alrededor.

–           … por esto también comprendo a todos vosotros que me amáis y me habéis seguido dejando negocios y las comodidades, para oír la Palabra que os hace doctos. Sé muy bien que más que el descuido de vuestros negocios, que es merma en vuestra bolsa, os trae burlas y hasta daño social. Tengo muchos que hoy me son contrarios y mañana serán mis enemigos declarados. Y os digo, porque a nadie quiero engañar. Ni a vosotros, mis leales amigos, que para dañarme a Mí. Para causarme dolor. Para vencerme al aislarme…  Ellos, los poderosos de Cafarnaúm, emplearán todos los medios: Insinuaciones, amenazas, burlas sin igual y calumnias.

El Enemigo está haciendo uso de todo para arrebatar almas al Mesías y convertirlas en su presa. Os digo: quien persevera se salvará. Pero también os digo: quien ama más su vida y el bienestar que a la salvación eterna, puede irse; dejarme; ocuparse de la vida insignificante y del transitorio bienestar. Yo no detengo a nadie. El hombre debe ser libre. He venido para liberarlo del Pecado y fortalecer su espíritu, liberándolo de las cadenas de una religión deformada; opresora. Con la Palabra de Dios, que es neta, breve, luminosa, fácil, santa, perfecta. Mi venida es un cedazo de las conciencias…

Durante siglos hubo un desafío entre el Eterno y Satanás, que enorgullecido por su primera victoria sobre el hombre, dijo a Dios:

–                 Tus criaturas para siempre serán mías. Ninguna cosa; ni el castigo, ni siquiera la Ley que les quieres dar; los harán capaces de ganarse el Cielo. Y este lugar tuyo del que me has arrojado a Mí, el único inteligente entre tus criaturas; quedará vacío, inútil y triste, como todas las cosas inútiles.

Y el Eterno respondió al Maldito:

–                 Podrás hacer todavía esto, mientras tu veneno sea el único que reine en el hombre. Pero mandaré Yo a mi Verbo y su Palabra lo neutralizará. Él sanará los corazones. Curará la locura con la que los has satanizado y… ellos volverán a mi redil. Y el Cielo se poblará. Lo he hecho para ellos. Tú rechinarás tus horridos dientes, con impotente rabia; allá en tu tétrico reino que es prisión y lugar maldito. Y sobre ti los ángeles colocarán la Piedra de Dios y la sellarán contigo y los tuyos. Tan sólo habrá tinieblas y odio; entretanto que la Luz y el Amor; el canto y la beatitud. La libertad infinita, eterna, sublime; pertenecerán a los míos.

Y Mammón con una risa burlona, dijo:

–                 Y yo te juro que cuando llegue la hora, vendré. Estaré junto a todos los evangelizadores y veremos cuál de los dos, es el vencedor.

Así es. Satanás os pone asechanzas para heriros. Y también Yo os rodeo por lo mismo. Los competidores somos dos: Yo y él. Vosotros estáis en medio. El Duelo del Amor con el Odio. De la Sabiduría con la Ignorancia. De la bondad con el Mal. Es por causa vuestra y alrededor vuestro. Yo me basto para apartar de vosotros los golpes del Malvado. Me interpongo entre las almas de Satanás y vuestro ser. Y acepto que se me hiera, en lugar vuestro, porque os amo. Pero los golpes en vuestro interior… esos debéis retirarlos con vuestra voluntad. Viniendo a Mí. Poniéndoos en mi camino, que es Verdad y Vida. Quién no tenga ganas del Cielo; jamás lo tendrá. Quién es Enemigo del Mesías, es semilla mala que renacerá en el Reino Satánico.

Sé por qué habéis venido, vosotros de Cafarnaúm. Tengo conciencia pura, del pecado del que se me culpa. Y en nombre de un pecado que no existe; se murmura detrás de Mí y se insinúa que oírme y seguirme, es haceros cómplices con el pecador.

Entre vosotros, ciudadanos de Betsaida, hay personas que recuerdan a la Bella de Corozaím. Hay hombres que pecaron con ella. Hay mujeres que por causa de ella gimieron y después se alegraron cuando supieron que la podredumbre había salido fuera de sus entrañas impuras; al exterior de su magnífico cuerpo.

Esa corrupción era la figura de aquella mucho más dura, que había roído su alma adúltera, homicida y prostituta. Setenta veces siete, adúltera; con cualquier hombre que tuviera dinero. Homicida siete veces siete, por sus concepciones bastardas. Prostituta por el vicio y ni siquiera por necesidad. ¡Oh! ¡Comprendo, esposas traicionadas! Comprendo vuestro júbilo, cuando supisteis que las carnes de la Bella tenían el hedor y estaban deshechas como una carroña llena de gusanos. Pero Yo os digo: Sabed Perdonar. Dios os ha vengado. Y luego Él, ha perdonado. Perdonad también vosotras que me habéis saludado con el grito: ¡Bendito el Cordero de Dios! Sí, Soy el Cordero. Y vosotras debéis ser ovejas mansas. Yo la he perdonado y también deben hacerlo las que traen un dolor profundo de esposas traicionadas y que con instinto de fiera, defendieron su nido. No podría Yo que soy el Cordero, permanecer entre vosotras, si sois tigresas y hienas.

El que ha venido en el Nombre Santísimo de Dios a recoger a justos y pecadores para llevarlos al Cielo; fue también a ver a la arrepentida y le dijo: ‘Queda limpia. Vete y expía’. Esto lo hice en sábado. Y de esto se me acusa. Acusación Oficial. La segunda, es la de haberme acercado a una prostituta. A una que lo FUE. Y que entonces sólo era un alma que lloraba sobre sus pecados. Era un alma enferma. Y los enfermos son los que tienen necesidad del médico.

Pues bien. Yo digo: lo hice y lo haré. Traedme el Libro de la Escritura. Escudriñadlo, estudiadlo, desentrañadlo. No encontraréis jamás un punto sonde se prohíba al médico, que cure a un enfermo. Al levita, que se ocupe del altar. Y al sacerdote, que no escuche a un fiel; tan sólo porque es sábado. Ella era un altar profanado y tenía necesidad de un levita que lo limpiase. Era una fiel que lloraba ante el Templo Verdadero de Dios y tenía necesidad del sacerdote que la presentase. En verdad os digo que si no cumplo con mi deber y que si pierdo una sola alma de las que sienten el acicate de la salvación; Dios Padre me pedirá cuenta de ella y me castigará por esa alma perdida.

Este es mi pecado, según los poderosos de Cafarnaúm. Podría haber esperado al día siguiente al sábado, para hacerlo. Pero en aquel corazón había humildad verdadera; sinceridad clara; dolor perfecto. ¿Por qué esperar a que un corazón contrito, se ponga en paz con Dios? La lepra todavía estaba sobre su cuerpo; pero su corazón ya estaba curado por el bálsamo de años de arrepentimiento; de lágrimas; de expiación. Salió limpia del lago, también en su cuerpo. Pero mucho más en su corazón. ¡Oh! ¡Cuántos de los que entraron en las aguas del Jordán, para obedecer la orden del Precursor; no salieron de él limpios!  Porque su bautismo no era un acto sincero de un espíritu que quisiese prepararse a mi llegada. Sino tan solo una forma de aparentar ser perfectos en santidad a los ojos del mundo.

Y era por esto, hipocresía y soberbia. Dos culpas que aumentaban el cúmulo de las que ya existían en sus corazones. El bautismo de Juan no era más que un símbolo que quería decir: ‘Limpiaos de la soberbia, humillándoos hasta confesaros pecadores. De la lujuria; lavándoos de su escoria.’ Es el alma, la que se bautiza por voluntad vuestra, para estar limpia a la invitación de Dios.

No hay culpa tan grande que no pueda lavarse primero con el arrepentimiento; después, con la Gracia; a fin de que la pueda lavar el SalvadorNo hay pecador tan grande, que no pueda levantar su cara estropeada y sonreír con una esperanza de Redención.  Basta con que tal acto sea completo al renunciar a la culpa. Heroico, al resistir a la tentación. Sincero, en la voluntad de renacer.

Os digo una verdad que a mis enemigos les parecerá blasfema; pero vosotros sois mis amigos. Hablo especialmente a vosotros, mis discípulos y elegidos. Y luego, a todos quienes me escucháis. Os digo: Los ángeles, espíritus puros y perfectos; que viven en la Luz de la Santísima Trinidad y en ella se gozan; reconocen que la perfección que tienen, es inferior a la vuestra. ¡Oh, hombres lejanos del Cielo! Son inferiores porque no tienen poder para sacrificarse. De sufrir para cooperar en la Redención del Hombre.

Y qué os parece? Dios no toma a un ángel para decirle: ‘Sé el Redentor del Género Humano.’ Sino que toma a su Hijo y sabiendo que por más que sea incalculable e infinito su poder; todavía falta. Y es una muestra de su Bondad Paternal que no quiere hacer diferencia entre el Hijo de su Amor  y los hijos de su Poder; al conjunto de los méritos que se pondrán a los de los pecados de cada momento, que el género humano va acumulando. Por esto no toma a los ángeles. Para completar la medida. Y  no les dice: ‘Sufrid para imitar al Mesías.’ Sino que lo dice a vosotros, hombres. Os dice: ‘Sufrid. Sacrificaos. Sed semejantes a mi Cordero. Sed Corredentores…’

¡Oh! Yo veo cohortes de ángeles que dicen: ‘¡Benditos vosotros que podéis sufrir con el Mesías y por el Dios Eterno; que es nuestro y vuestro!’

Muchos no lograrán comprender esta grandeza. Está muy por arriba del hombre. Pero cuando la Hostia sea Inmolada. Cuando el Grano eterno, Resucite para no morir más… entonces comprenderéis que no he blasfemado. Sino que os he anunciado la dignidad más alta del hombre: ‘La de ser corredentores, aun cuando antes se era sólo un pecador.’ Entretanto preparaos para ello con una pureza de corazón y de propósitos. Cuanto más puros seáis, tanto mejor comprenderéis…

Porque la impureza, cualquiera que sea; es siempre humo que oscurece y apesanta la vista y la inteligencia. Sed puros. Empezad por los cinco sentidos, para pasar a las siete pasiones. Empezad por la vista. Por el sentido que es rey y que abre el camino al hambre más voraz y complicada: los ojos ven la carne de la mujer y desean la carne. Los ojos ven la riqueza de los ricos y desean el oro. Los ojos ven el poder del gobernante y desean el poder. Cuanto más puros sean vuestros ojos; más puro será vuestro corazón. Sed castos en las miradas; si queréis ser castos en el cuerpo. Si tuvieseis castidad en la carne; tendréis castidad en las riquezas y en el poder. Tendréis toda castidad y seréis amigos de Dios.

No tengáis miedo de que se os haga burla, porque sois castos. En verdad os digo que Dios ha dejado el matrimonio para elevaros en la procreación y para que cooperéis con Él, para poblar los Cielos. Pero hay un estado mucho más alto; ante el cual se inclinan los ángeles porque ven su sublimidad, sin poder imitarla. Un estado que no excluye a los que ya no son vírgenes y que voluntariamente destruyen su fecundidad ya sea femenina o masculina; anulando su virilidad animal, para ser fecundos tan solo en el espíritu. El eunuquismo más alto; el que tiene como instrumento amputador la voluntad de pertenecer solo a Dios y conservar para Él; casto el cuerpo y el corazón; para que brillen siempre con el esplendor que ama el Cordero.

He hablado al pueblo y a los elegidos de entre el pueblo; antes de entrar a partir el pan y compartir la sal, en la casa de Felipe. Os bendigo a todos. A los buenos como premio y a los pecadores, para infundirles valor de acercarse al que vino a perdonar. La paz sea con vosotros.

Jesús desciende de la barca y pasa entre la multitud que se agolpa alrededor. En la esquina de una casa todavía está Mateo que ha escuchado desde allí al Maestro, pero no se atrevió a más. Cuando llega Jesús y pasa junto a él, se detiene. Y como si bendijese a todos, bendice una vez más y mira a Mateo. Luego continúa caminando entre el grupo de los suyos, seguido por el pueblo. Y entra en una casa…

Mateo se va para la suya reflexionando, mientras una esperanza se agiganta en su corazón. Prepara todo y sale de viaje a Jerusalén. Entra en el recinto del Templo y se dirige sin vacilar hacia el Patio de los Israelitas. Luego, entra al lugar donde los varones de Israel, pueden presentar sus oraciones ante el Santo de los santos. Y concentrado en una oración profunda llora y dice al Altísimo:

‘Bendito y alabado seas Yheové Sebaoth. Creo en la Palabra de tu Mesías. Sé que ni siquiera debiera estar pisando en este lugar sagrado. Él dijo que tu perdón puede hacer del peor de los pecadores, un discípulo santo a los pies de tu Ungido. Yo soy el peor de los pecadores. Pero le creo a Él. Te suplico que me perdones.  Muéstrame tu misericordia ante mi arrepentimiento. Soy tuyo, Adonaí…

 

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA

6.- CONSECUENCIAS EN BELEN

Jesús encabeza el pequeño grupo que camina en fila india por un sendero pedregoso; polvoriento, que el sol del estío ha quemado, bordeado por la hierba que crece bajo la sombra de los grandes olivos cargados de aceitunas.

Zelote, Juan y Judas de Keriot, le siguen bajo la sombra de los árboles. El suelo está cubierto con las florecillas del olivo que cayeron después de la fecundación. Exactamente en donde el camino da una vuelta en ángulo recto, hay una construcción de forma cúbica, sobre la que está una pequeña cúpula.

Está cerrada como si estuviese abandonada. Más allá se ve un pequeño poblado con numerosas casitas esparcidas.

Simón exclama:

–                     ¡Allí está el sepulcro de Raquel!

Judas pregunta:

–                     Entonces ya casi llegamos. ¿Entramos en la ciudad?

Jesús dice:

–                     No, Judas. Primero os enseñaré un lugar…Después entraremos en la ciudad. Y como todavía hay sol y será una noche con luna casi llena, podremos hablar a la población.

–                     ¿Querrán oírnos?

Han llegado al antiguo sepulcro pintado de blanco.

Jesús se detiene a beber agua, en un pozo cercano. Una mujer que ha venido a sacar agua, le ofrece y Jesús le pregunta:

–                     ¿Eres de Belén?

La mujer contesta:

–                     Sí. Pero ahora en tiempo de cosecha, estoy con mi marido en este lugar, para cuidar del huerto y los frutos que han nacido. ¿Tú eres Galileo?

–                     Nací en Belén; pero vivo en Nazareth de Galilea.

–                 ¿También Tú eres perseguido? La familia.

–                 Pero ¿Por qué dices “tú también”? ¿Hay muchos perseguidos entre los betlemitas?

–                 ¿No lo sabes? ¿Cuántos años tienes?

–                 Treinta.

–                 Si es así…Naciste exactamente cuándo… ¡Oh! ¡Qué desgracia! Pero, ¿Por qué nació Él aquí?

–                 ¿Quién?

–                     Aquel que era llamado el Salvador. ¡Maldición a esos estúpidos borrachos de cerveza que vieron ángeles en las nubes! Oyeron voces celestiales en los balidos y rebuznos. Y en medio de su embriaguez, confundieron a tres miserables con los más santos de la tierra. ¡Malditos sean ellos!… y ¡Quién les creyó!

–                 Pero con todas tus maldiciones no explicas lo que sucedió. ¿Por qué maldices?

–                 Porque… Óyeme: ¿A dónde vas?

–                 A Belén. Debo saludar a viejos amigos y llevarles el saludo de mi Madre. Pero antes necesito saber muchas cosas; porque nosotros los de la familia, hace muchos años que estamos ausentes. Dejamos la ciudad cuando Yo tenía unos cuantos meses…

–                 Antes de la desgracia. Si no te repugna la casa de un campesino, ven con nosotros a compartir el pan y la sal, Tú y tus compañeros. Hablaremos durante la cena y os daré hospedaje hasta mañana. Tengo una casa muy pequeña, pero en el pajar hay mucho heno amontonado. La noche es cálida y serena, creo que podrás dormir.

–                 Que el Señor de Israel pague tu hospitalidad. Con gusto voy a tu casa.

–                 El peregrino siempre trae bendiciones consigo, vamos. Pero antes todavía debo echar seis cántaros de agua en las verduras que acaban de nacer.

–                 Yo te ayudo.

–                 No. Tú eres un señor. Lo dice tu modo de obrar.

–                 Soy un obrero, mujer,-señala a Juan- y éste es pescador- Éstos son judíos, hombres de una casta superior. Yo no. – al decir esto toma el cántaro que estaba junto al brocal del pozo y lo baja.

Los demás preguntan a la mujer:

–                     Decidnos donde está la hortaliza.

–                     Muéstranosla y la regaremos.

Ella los mira con agradecimiento:

–                     Dios os bendiga. Tengo los riñones destrozados con tanto trabajo. Venid…

Y mientras Jesús llena su cántaro. Los otros tres se van con ella. Después regresan con dos cántaros vacíos. Los llenan y se van. Y así lo hacen unas diez veces.

Judas está sonriente y feliz. Su bello rostro se ilumina al decir:

–           No termina de bendecirnos. Hemos arrojado tanta agua en la hortaliza, que por lo menos dos días, la tierra estará húmeda, Maestro. Pero… ¿Sabes?… creo que no somos gratos.

Jesús lo mira y pregunta:

–           ¿Por qué lo dices, Judas?

–           Porque se la trae contra el Mesías. Le dije: “No blasfemes. ¿Acaso no sabes que el Mesías es la mayor gracia para el pueblo de Dios? Yeové lo prometió a Israel y ¿Tú lo odias?” Y ella me respondió: “No lo odio a Él. Sino al que los pastores borrachos y los malditos Magos de Oriente, llamaron Mesías” Y… puesto que Eres Tú…

–           No importa. Sé que he sido puesto para prueba y contradicción de muchos. ¿Le dijiste Quién Soy Yo?

–           No. No soy un tonto. Quise librar tu espalda y la nuestra.

–           Hiciste bien. No por las espaldas, sino porque Yo deseo manifestarme cuando lo considere conveniente. Continuemos…

Después de otros tres cántaros, la mujer los guía hasta una casa que está en medio de la huerta y donde su esposo la está esperando.

Jesús saluda:

–                 La paz sea en esta casa.

El hombre responde:

–                 Quienquiera que Tú seas, la bendición sea contigo y con los tuyos. Entra.

Y les lleva un lavamanos para que los cuatro se refresquen y se limpien. Después se sientan a la mesa.

El anfitrión dice:

–                 Os agradezco lo que hicieron a nombre de mi mujer. Nunca había tratado a los galileos. Me habían dicho que eran vulgares y buscapleitos. Pero vosotros habéis sido gentiles y buenos. ¡Estabais ya cansados y trabajasteis tanto! ¿Habéis venido de muy lejos?

Jesús contesta:

–                 De Jerusalén.

El hombre se vuelve hacia su esposa y le dice:

–           Mujer. Trae la comida. -Agrega mirando a sus invitados- No tengo más que pan y verduras. Aceitunas y queso. Sólo soy un campesino.

Jesús, sonriendo con dulzura responde:

–                 Yo tampoco soy un señor. Soy un carpintero.

–                 ¿Tú? ¿Con esos modales?

La mujer interviene:

–                 El huésped es de Belén, te lo dije. Y si los suyos son perseguidos, tal vez habrán sido ricos e instruidos; como Josué de Ur y los otros… ¡Pobres desgraciados!

Jesús interroga:

–           ¿Eran familias betlemitas?

El campesino se asombra:

–                 ¿Cómo?… si eres de Belén, ¿No sabes quiénes eran?

La mujer contesta:

–                 Se fue antes de la matanza.

El hombre dice:

–                 ¡Ah! Comprendo. De otro modo, nadie hubiera quedado. ¿No has regresado allá?

–                 No.

–                 ¡Qué desgracia! Encontrarás a muy pocos de los que quieres saludar. Muchos fueron asesinados. Muchos huyeron. Muchos fueron dispersos y muchos desaparecieron. Y no se sabe si en el desierto o fueron arrojados a la cárcel, para castigarlos por su rebelión. Más… ¿Quién hubiera podido permanecer inerte; cuando fueron degollados tantos inocentes? ¡No! ¡No es justo que sigan viviendo David y Elías! ¡Mientras tantos inocentes fueron asesinados!

Jesús indaga:

–                 ¿Quiénes son esos dos? ¿Y qué fue lo que hicieron?

–                     En la matanza que hizo Herodes, más de treinta infantes en la ciudad y otros tantos en la campiña; fueron asesinados. Y casi todos eran varones. Porque en medio de la furia, de la oscuridad, de la confusión; esos crueles hombres arrancaron de las cunas, de los lechos maternos y de las casa que asaltaron, hasta a las niñitas… Y  las mataron como los arqueros matan a las gacelas que están mamando la leche de su madre. Y bien… ¿Todo esto por qué?… Porque un grupo de pastores que para no helarse de frío en lo más crudo del invierno; habían bebido mucha cerveza. Empezaron a delirar diciendo que habían visto ángeles; habían oído cantos celestiales y recibido de ellos indicaciones para encontrar al Mesías…

Y nos dijeron a todos nosotros los de Belén: “Venid y adorad al Mesías, que acaba de nacer” ¡Imagínate! ¡El Mesías en una cueva! Pero debo reconocer que en realidad todos estábamos ebrios. Hasta yo que en ese entonces era sólo un jovencillo y mi mujer era una niña. Porque todos creímos y fuimos a ver en una pobre mujer galilea, a la Virgen que da a luz; la misma de la que hablaron los Profetas. Pero ¡Si estaba con un vulgar galileo, que ciertamente era su marido! Entonces… ¿Cómo podía ser la Virgen? En resumidas cuentas, ¡Creímos!…

Regalos, adoraciones. Los hogares se abrían para hospedarlos… ¡Oh! ¡Pobre Anna! Perdió los bienes, la vida y también a los hijos de su hija mayor; que fue la única que se salvó, porque estaba en Jerusalén. Perdieron los bienes, porque la casa la quemaron y todo el sembradío fue destruido por órdenes de Herodes. Hasta hoy es un campo desierto, en el que pacen los animales.

Jesús pregunta:

–                 ¿Toda la culpa es de los pastores?

El campesino contesta:

–                 ¡No! También de tres brujos que vinieron del reino de Satanás. tal vez eran compadres de los otros tres… ¡Y nosotros tan estúpidos que nos sentimos tan honrados! ¡Y el Arquisinagogo! Lo matamos porque juró que las profecías se cumplían exactamente con las palabras de los pastores y  de los Magos.

–                 Entonces, ¿Toda la culpa fue de los pastores y de los Magos?

–                 No, Galileo. También fue culpa nuestra, nuestra credulidad. ¡Tanto que esperábamos al Mesías! Siglos de espera. Muchas desilusiones sufridas en los últimos tiempos a causa de los falsos Mesías. Uno era galileo como Tú. Otro se llamaba Teoda. ¡Mentirosos! ¡Ellos Mesías! ¡No eran más que aventureros rapaces en busca de fortuna! Debía de habernos servido la lección, para que abriésemos los ojos. Por el contrario…

–                 Y entonces, ¿Por qué maldecís solamente a los pastores y a los Magos? Si también vosotros os juzgáis tontos; deberíais de maldeciros a vosotros mismos. La maldición no la permite el mandamiento del amor. ¿Estáis seguros de estar en lo justo? ¡No podría haber sido cierto que los pastores y los Magos hubiesen dicho la verdad que Dios Mismo les reveló? ¿Por qué debe pensarse que fuesen mentirosos?

–                 Porque no se habían cumplido los años de la Profecía. Después lo reflexionamos. Después que la sangre que enrojeció los tanques de agua y los ríos, nos abrió los ojos del discernimiento.

–                 Y el Altísimo; llevado por un gran amor por su Pueblo; ¿No habría podido anticipar la venida del Salvador? ¿En qué apoyaron los Magos su dicho? Me has dicho que vinieron del Oriente…

–                 En sus cálculos sobre una nueva estrella.

–                 ¿Y acaso no está dicho: Una estrella nacerá de Jacob y una vara se alzará de Israel? ¿No es Jacob el gran patriarca que vivió en esta tierra de Belén, a la que quiso como a la pupila de sus ojos, porque en ella murió su amada Raquel?… Y no acaso por boca del profeta, Dios dijo: Brotará un retoño de la raíz de Jesé y saldrá una flor de esta raíz. Isaí, padre de David, nació acá. El retoño que está en el tronco fue cortado a raíz, con la usurpación de los tiranos. ¿No es acaso la “Virgen” que dará a luz a un niñito sin intervención de hombre -de otro modo no sería virgen- sino por la Voluntad Divina y por esto será el Emmanuel; el Hijo de Dios que será Dios y llevará a Dios al Pueblo como su Nombre lo dice?

¿Y acaso la Profecía no dice que será anunciada a los pueblos de las tinieblas; esto es, a los paganos; con una luz grande; como la estrella que vieron los Magos; la gran luz de las dos profecías: la de Balam y de Isaías? Hasta la misma matanza que hizo Herodes, ¿Acaso no está profetizada? Se ha oído un gran lamento allá arriba…Es Raquel que llora a sus hijos.”

Jesús continúa:

–                 Estaba indicado que los huesos de Raquel llorarían lágrimas en su sepulcro de Efratá; cuando a causa del Salvador, hubiera venido la recompensa al Pueblo Santo. Lágrimas que después se cambiarían en sonrisa celestial, como el arco iris que se forma con las últimas gotas del temporal y que parece decir: ¡Ea! ¡Ahora todo está sereno!

El campesino, no muy convencido, cuestiona:

–                 Eres muy docto. ¿Eres Rabí?

–                 ¡Sí!

–                 Lo creo. Hay luz y verdad en tus palabras. Sin embargo… todavía hay muchas heridas que manan sangre en esta tierra de Belén, a causa del verdadero o falso Mesías. Nunca le aconsejaría a Él que viniese para acá. La tierra lo rechazaría como se rechaza a un bastardo, por el que mueren los hijos verdaderos. Pero, si era Él… murió con los otros degollados.

–                 ¿Dónde viven ahora Leví y Elías?

El hombre se pone en guardia y sospecha:

–                 ¿Los conoces?

–                 No conozco su rostro. Pero… son unos desgraciados y siempre tengo compasión por los infelices. Quiero ir a verlos.

–                 ¡Humm! Serás el primero después de seis lustros. Aún son pastores y están al servicio de un rico herodiano de Jerusalén que se apoderó de muchos bienes de los que murieron. ¡Siempre hay alguien que gana! Los encontrarás con los ganados que cuidan, por las vertientes que van a Hebrón. Pero, te daré un consejo: que los betlemitas no te vean hablar con ellos. Te iría muy mal. Los soportamos, porque está el herodiano. Si no fuera por eso…

–                 Sí. Está el odio. ¿Por qué odiar?

–                 Porque es justo. Porque nos hicieron mucho daño.

–                 Ellos creyeron hacer un bien.

–                 Pero hicieron daño. Y el daño lo tenemos. Debimos haberlos matado, como ellos mataron con su torpeza. Pero todos estábamos como intoxicados. Ahora mismo los mataríamos si no estuviera en medio su patrón.

–                 Hombre, Yo te lo digo. No hay que odiar. No hay que desear el mal. Aquí no hay culpa. Dilo a los betlemitas: ‘Cuando haya caído el odio de vuestros corazones, veréis al Mesías.’ Entonces lo conoceréis porque Él vive. Él ya no estaba cuando sucedió la matanza. Yo te lo digo: no fue culpa de los pastores, ni de los Magos el que haya sucedido esa desgracia. Fue Satanás. El Mesías ha nacido aquí. Ha venido a traer la Luz a la tierra de sus padres. Hijo de Madre Virgen de la estirpe de David, en las ruinas de la Casa de David. Ha abierto al mundo el torrente de gracias eternas. Ha mostrado la vida al hombre…

El campesino se levanta y señalando la puerta, grita:

–                 ¡Largo! ¡Largo de aquí! ¡Sal de aquí; Tú, secuaz del falso Mesías! ¡Tú lo defiendes!…

Judas se pone de pie, violento e iracundo. Toma del brazo al campesino y lo sacude, al tiempo que dice amenazante:

–                 Cálmate, hombre. Soy judío y tengo amigos poderosos. Puedo hacer que te arrepientas del insulto.

–                 ¡No! ¡No! ¡Fuera de aquí! No quiero pleitos con los betlemitas. Ni con Roma. Ni con Herodes. ¡Idos de aquí, malditos!…

Jesús siente su corazón destrozado. Interviene diciendo:

–                 Vámonos, Judas. No reacciones. Dejémosle con su rencor. Dios no entra donde hay ira. ¡Vámonos!

Judas amenaza:

–                 Sí. Vámonos. Pero me las pagarán.

–                 No digas nada. Están ciegos… y habrá tantos a lo largo de mi camino…

Salen detrás de Simón. Afuera, detrás de la esquina del pajar, encuentran a la mujer que toda contrita les dice:

–                 Perdona a mi marido, Señor. –le da unos huevos- Mira, ten. Están frescos. Es lo único que tengo. Perdónanos. ¿Dónde dormirás hoy?

Jesús los toma y la tranquiliza:

–                 No te preocupes. Sé a dónde ir. Tranquilízate en tu buen corazón. Adiós.

Caminan unos metros en silencio.

Después, Judas explota:

–                     ¡Es el colmo! ¡Pero Tú…no hacerte adorar! ¿Por qué no hiciste que ese puerco blasfemo besara el lodo?… ¡A tierra! ¡Arrojado al polvo por haberte faltado a Ti! ¡Al Mesías!… ¡Oh! ¡Yo lo hubiera hecho! ¡Los rebeldes tienen  que ser castigados con fuego milagroso! ¡Eso es lo único que los persuade!

–                     ¡Oh! ¡Cuántas veces habré de oír lo mismo! ¡Si debiese convertir en cenizas a todo el que me ofenda!… No, Judas. He venido para crear; no para destruir.

–                     Lo que Tú digas. Pero mientras tanto, otros te destruyen.

Jesús no contesta.

Judas está tan furioso, que no comprende en absoluto lo que considera una pasividad inexplicable, pero que es la mansedumbre característica del Hombre-Dios.

Y siguen avanzando en silencio, por el camino bordeado de huertos y olivos cargados de aceitunas.

Más tarde, Simón pregunta:

–                     ¿A dónde vamos ahora, Maestro?

–                     Venid conmigo. Conozco un lugar…

Judas lo interrumpe todavía más irritado:

–                     Pero si nunca has estado aquí desde que huiste. ¿Cómo es que lo conoces?

–                     Lo conozco. No es hermoso. Pero estuve una vez ahí. No es en Belén. Es afuera. Un poco, nada más… Vamos por acá…

Jesús toma la delantera. Le siguen Simón, Judas y por último, Juan. En el silencio interrumpido por el roce de las sandalias contra las piedrecillas del camino, se percibe un llanto.

Jesús pregunta volteándose:

–                     ¿Quién llora?

Judas contesta:

–                     Es Juan. Está atemorizado.

Juan protesta:

–                     No. No tengo miedo. Ya tenía la mano en el cuchillo que pende de mi cintura, pero me acordé de tu ‘no matar’. Perdona, siempre lo dices.

Judas le pregunta:

–                     Entonces ¿Por qué lloras?

–                     Porque sufro al ver que el mundo no ama a Jesús. No lo reconoce y no quiere reconocerlo. ¡Oh, qué dolor! Es algo así como si con espinas de fuego me restregasen el corazón. Como si hubiera visto pisoteada mi madre y escupida la cara de mi padre. Todavía peor. Como si hubiera visto a los caballos romanos profanar el Templo y comer en el Arca Santa y descansar en el lugar donde está el Santo de los Santos.

Jesús lo consuela:

–                     No llores, Juan mío. Repetirás lo mismo una y otra vez: Él era la Luz que vino a brillar en las tinieblas, pero las tinieblas no lo comprendieron. Vino al mundo que Él había hecho, pero el mundo no lo conoció. Vino a su ciudad, a su casa; pero los suyos no lo recibieron. –Juan redobla su llanto y Jesús le pide- ¡Oh! ¡No llores así!

Juan obedece y suspira:

–                     Esto no sucede en Galilea.

Judas, confirma:

–                     Pero… ni siquiera en Judea. Jerusalén es la capital y hace tres días que te lanzaban hosannas a Ti, el Mesías. Aquí, lugar de pastores burdos, campesinos y hortelanos; no se puede tomar como punto de partida. Los Galileos…

Jesús ordena:

–           Basta, Judas. No conviene perder la calma. Estoy tranquilo            . También estadlo vosotros. Judas, ven aquí. Debo hablarte…

Judas va hacia donde está Jesús, que le dice:

–                     Toma la bolsa. Te encargarás de los gastos de mañana.

Judas pregunta:

–                     ¿Y ahora en donde nos albergaremos?

Jesús sonríe y calla. Dando media vuelta empieza a caminar y todos lo siguen.

Más tarde…

La noche cubre la tierra. La luna ilumina con su claridad. Los ruiseñores cantan entre las ramas de los olivos. Un río cercano es como una cinta de plata melodiosa. De los prados segados se levanta el olor del heno. Algún mugido. Algún balido… Y estrellas… estrellas y más estrellas. En campo lleno de estrellas en el manto del cielo, que parece una sombrilla de piedras preciosas, sobre las colinas de Belén. Siguen caminando hasta…

Judas dice:

–                     Pero aquí son ruinas… ¿A dónde nos llevas? La ciudad está más allá.

Jesús contesta:

–                     Lo sé. Ven. Sigue el río, detrás de Mí. Unos pocos pasos más y después… Después te ofreceré la habitación del Rey de Israel.

Judas encoge los hombros y calla.

Llegan a un montón de casas en ruinas. Restos de habitaciones. Una cueva entre dos hendiduras de una gran muralla.

Jesús pregunta:

–                     ¿Tenéis yesca?

Simón saca de su alforja una lamparita y se la da.

Jesús avanza hasta la entrada y levantando la lamparita, dice:

–                     Entrad. Ésta es la alcoba en donde nació el Rey de Israel.

Judas está espantado y pregunta:

–                     ¿Juegas, Maestro? Esta es una cueva. De veras que yo aquí no me quedo. Me repugna. Está húmeda, fría, apestosa, llena de escorpiones, tal vez de serpientes…

Jesús dice:

–                     Y con todo, amigos. Aquí, el veinticinco de las Encenias. De la Virgen nació Jesús, el Emmanuel; el Verbo de Dios hecho carne por amor del hombre. Yo que les estoy hablando. Entonces como ahora, el mundo fue sordo a las voces del Cielo que le hablaban al corazón. Y rechazó a mi Madre. Y aquí…

No, Judas. No apartes con disgusto tus ojos de esos murciélagos que andan revoloteando. De esas lagartijas, de esas telarañas. No levantes con desdén tu hermosa y recamada vestidura, para que no roce el suelo cubierto por el  excremento de animales. Esos murciélagos descienden de los que fueron los primeros juguetes que miraban los ojos del Niño a quién cantaban los ángeles el ‘Gloria’ que escucharon los pastores que estaban ebrios solamente de alegría extática; de la verdadera alegría. Esas lagartijas color esmeralda, fueron los primeros colores que hirieron mi pupila, junto con el blanco vestido y el rostro de mi Madre. Esas telarañas fueron el baldaquín de mi cuna real. Ese suelo…

¡Oh! Lo santificaron los pies de Ella; la santa, la gran santa, la Pura, la inviolada, La Doncella Deípara, la que tenía que dar a  Luz. La que por obra de Dios dio a luz sin intervención humana. Ella, la sin Mancha; ha hollado este suelo. Tú puedes pisarlo y a través de las plantas de tus pies, quiera Dios que suba a tu corazón, la Pureza que Ella derramó…

Simón se ha arrodillado.

Juan va derecho al pesebre y apoyando la cabeza sobre la madera, llora.

Judas está aterrado…piensa…

Recuerda las Profecías…

Reflexiona…

Finalmente se deja vencer por la emoción…

Y olvidando su hermosa vestidura. Se arroja al suelo. Toma la orla de la túnica de Jesús, la besa y se golpea el pecho diciendo:

–           Maestro Bueno, ¡Ten misericordia de la ceguera de tu siervo! Mi soberbia cae… Te veo cual Eres. No el rey que yo pensaba. Sino el Príncipe Eterno, el Padre del Siglo Futuro. El Rey de la Paz. ¡Piedad, Señor mío y Dios mío! ¡Piedad!

Jesús lo mira con infinita compasión y dice:

–           Sí. ¡Toda mi piedad! Ahora dormiremos en donde durmieron el Infante y la Virgen. Allí donde Juan ha tomado el lugar de mi Madre en adoración… aquí, en donde Simón parece mi padre adoptivo. O si os parece, os platicaré de aquella noche…

Judas exclama:

–                     ¡Oh! ¡Sí, Maestro! Háblanos de tu florecimiento a la vida.

Simón confirma:

–                     Para que sea perla de luz en nuestros corazones y para que lo podamos contar al mundo.

Juan dice sonriendo y llorando:

–                     Y venerar a tu Madre, no solo porque es tu madre, sino por ser… ¡Oh! ¡La Virgen!

Jesús los invita:

–                     Venid al heno. Escuchad.

Y Jesús empieza a hablar de la Noche de su Nacimiento…

–           Cuando ya mi Madre estaba próxima a dar a luz, llegó por orden de César Augusto, el bando que publicó su delegado imperial Publio Sulpicio Quirino. En Palestina el gobernador era Senzio Saturnino. El bando era para hacer el censo de todos los habitantes del imperio. Los súbditos tenían que ir a su lugar de origen para inscribirse en los registros del imperio. José, el esposo de mi Madre y Ella, obedecieron. Salieron de Nazareth, para venir a Belén, cuna de la estirpe real. Era invierno y estaba haciendo mucho frío…

Todos escuchan muy atentos.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

90.- EL SACRIFICIO PERPETUO II

9. EL OFERTORIO.

En este momento se canta la antífona de ofertorio.

Al comienzo de la liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y Sangre de Cristo. En primer lugar, se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la liturgia eucarística y colocando sobre él el corporal, el purificador, el misal y el cáliz. Se traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles. El sacerdote o el diácono los recibirá en un lugar oportuno para llevarlo al altar.

Acompaña a esta procesión en que se llevan las ofrendas el canto del ofertorio, que se alarga por lo menos hasta que los dones han sido depositados sobre el altar. El sacerdote  inciensa las ofrendas colocadas sobre el altar y después la cruz y el mismo altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso. Después son incensados, el sacerdote en razón de su sagrado ministerio y el pueblo, en razón de su dignidad bautismal.

El sacerdote pone el pan y el vino sobre el altar mientras dice las fórmulas establecidas.

Las especies eucarísticas (pan y vino) son ofrecidas a Dios por el sacerdote, quién además se purifica mediante el lavado de manos.

Un momento después llegó el Ofertorio y Uriel dijo a Maximiliano:

–                     Reza conmigo así:

Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro Apostolado, por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones… Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro…  

Y Maximiliano contempló asombrado como de pronto empezaron a ponerse de pie unas figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la iglesia, saliera otra persona y aquello se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar.

Uriel dijo: Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor.

En aquel momento, estaba completamente asombrado, porque esos seres tienen rostros tan hermosos, tan radiantes que no es posible describirlos con palabras… Lucen una belleza sobrenatural tan portentosa, que parecen casi femeninos; sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura es la de un hombre. Los pies desnudos no pisan el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella procesión es impresionante. Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba mucho con una luz blanca-dorada.

Uriel dijo:

–          Son los Ángeles de la Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen algo que ofrecer al Señor…” “Ofrezcan en este momento…, ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.”

Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Uriel dijo:

 -“Son los Ángeles de las personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor.”

En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las manos juntas en oración pero con la mirada baja.

 -“Son los Ángeles de la Guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones”.

“No entristezcan a su Ángel de la Guarda…. Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por los demás.” “Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre.”

Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que no es posible compararla con ninguna  otra. Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían a su vista.

Oración sobre las ofrendas

Terminada la colocación de las ofrendas y los ritos que la acompañan, se concluye la preparación de los dones con la invitación a orar juntamente con el sacerdote, que dice: «oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a Dios, Padre Todo poderoso», a lo que el pueblo responde: «el Señor reciba de tus manos, este sacrificio para alabanza y gloria de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia» y a continuación la oración sobre las ofrendas y así todo queda preparado para la Plegaria eucarística.

En la Misa se dice una sola oración sobre los dones, que termina breve: Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Ahora empieza el centro y la cumbre de toda la celebración. La Plegaria eucarística es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias y lo asocia a su oración que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios Padre.

El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.

El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta «Hora».

Plegaria eucarística

Como Iglesia, unidos en una misma fe, en un mismo corazón, presentamos ahora la sencilla ofrenda que Dios mismo transformará en el cuerpo y la sangre de su Hijo Jesucristo: Pan y vino son fruto de nuestro trabajo personal y comunitario y simbolizan las dimensiones más sencillas de nuestra vida diaria: nuestro trabajo, nuestro sustento y nuestra alegría.

Con el pan y el vino va incluida la ofrenda de nuestra vida, de nuestro trabajo y de nuestro amor; nuestras penas, fatigas y alegrías van a ser recibidas por Dios de las manos del sacerdote y como el pan y el vino, nuestro propio ser (cuerpo y alma) será también santificado y transformado con la presencia viva y real de Jesucristo Eucaristía.

En este momento unámonos al sacerdote, entregándole a Dios nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra oración, nuestras penas y alegrías, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra mente con todos sus pensamientos, nuestro corazón con todos sus sentimientos y deseos, nuestros labios y todas nuestras palabras, nuestros amigos y seres queridos, incluso los que no nos aman…

En fin, toda la realidad humana material y espiritual de la que somos parte, para que toda esa realidad sea transformada por Cristo, sea santificada, sea cristificada; para que todos seamos hostias vivas, sagrarios de la presencia del Espíritu Santo y para que el mundo entero sea un altar para la gloria de Cristo Jesús.

Prefacio. Es un himno, que empieza con un diálogo entre el sacerdote y los fieles. Resume la alabanza y la acción de gracias propia de la fiesta que se celebra. En esta acción de gracias, el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación.

10. CANTO DEL SANTO:

Hemos hecho ofrenda del pan y del vino, de nosotros mismos y del mundo entero.

Ahora esta ofrenda va a ser consagrada: la hostia se transformará en el cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Por esa consagración, nosotros mismos seremos santificados y el mundo entero también. Nos unimos a los santos y a los ángeles, que contemplan y gozan ya del fruto de estos misterios, cantando a Dios: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo, llenos están los cielos y la tierra de su gloria. ¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”

El cielo (los que ya gozan de la gloria de Dios) y la tierra (los que estamos de camino hacia la gloria) cantan la santidad de Dios, pues Él es el único verdaderamente santo y fuete de toda santidad.

Sanctus («Santo»). Los fieles junto con el sacerdote cantan, o rezan, el Sanctus: Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus sabaoth. Pleni sunt caeli et terrae gloria tua. Hossana in excelsis. Benedictus qui venit in nomine Domini. Hossana in excelsis («Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el Cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el Cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el Cielo»).

Maximiliano estaba extasiado contemplando la Gloria de Dios cuando llegó el momento final del Prefacio y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo, Santo” de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció.

Del lado izquierdo del señor Arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de Ángeles, pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos. Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la cabeza. Se escuchaba una música bellísima, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo: Santo, Santo, Santo…

Había llegado el momento de la Consagración, el momento del más maravilloso de los Milagros… Del lado derecho del Arzobispo hacia atrás en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en fin, de distintos colores muy  suaves. Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, todos parecían tener la misma edad. Se podía apreciar que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, hermosas, jóvenes, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban también ante el canto de Santo, Santo, Santo, es el Señor…”

Uriel dijo:

Son todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios”

Entonces Maximiliano vio a la Madre de Dios,  justamente  a la derecha del señor Arzobispo… un paso detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua cristalina. La Santísima Virgen con las manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante.

Y desde allá sin cambiar de posición ni levantar el rostro, su voz llena de dulzura le saludó y le dijo directamente en su corazón:

-“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor, verdad? Así debe ser… Con todo lo que Me ama Mi Hijo, no Me Ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre Mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.”

Maximiliano quedó impactado por tanta gracia que el Señor derrama sobre las almas sacerdotales…

Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba.

Uriel continuó con su enseñanza:

Son las almas benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse. No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente.”

Maximiliano veía todo lo que se desarrollaba ante sus asombrados ojos con infinito agradecimiento y sabedor de que tenía que compartir con todos los demás cristianos todo el conocimiento que le estaba siendo revelado.

La Virgen le dijo:

Hijito mío, di a todos tus hermanos que yo estoy realmente presente cuando se celebra la Santa Misa desde que comienza, hasta que termina.  Estoy aquí  al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía  y siempre Me van a encontrar aquí;  al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, Adorando al Señor, porque Estoy siempre con Él.”

Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del “Santo”, al igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo.

Uriel dijo:  

“Dile al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios”.

Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración: nos encontramos con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén,

estando todos los asistentes a la Santa Misa real y místicamente presentes en el Viernes Santo que fue el Sacrificio de Expiación.  Estamos todos los que están participando de la Eucaristía y  todos aquellos por los que pedimos especialmente.

La Consagración es místicamente, la crucifixión del Señor. 

¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros pecados: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”

En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos. En la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo.

La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor, perpetuada a través de sus sacerdotes. Por esto San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa.

Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración.

El «Por Él, con Él y en Él» corresponde al grito de Jesús: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

En la consagración ocurre la “transubstanciación”, que significa “cambio de substancia” del pan y el vino, a ser verdaderamente la sustancia del Cuerpo y Sangre del Señor.

La Eucaristía aunque tiene la apariencia de pan y vino,  no es pan y tampoco vino.  

Cristo está presente en la Eucaristía verdadera, real y substancialmente con todo su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Esta presencia se llama “real” porque es “substancial” y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente.

Cristo está todo entero en cada una de las especies y en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo, que está real y permanentemente presente en la eucaristía mientras duren sin corromperse las especies eucarísticas.

11. CONSAGRACIÓN:

c. Invocación -Epiclesis-,

El nombre viene del griego: epicaleo, apicalumai; significa invocar, llamar.

Es una invocación del poder divino sobre los dones del pan y vino que han ofrecido los hombres, para que se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo.

La Anáfora constituye la parte esencial de la Misa, es una palabra griega que indica la acción de elevar, la actitud de levantar la ofrenda con las manos.

Consagración. El sacerdote relata la institución de la eucaristía en el Jueves Santo, usando las mismas palabras de Jesús sobre las especies: sobre el pan, «Hoc est enim corpus meum (…)» («Esto es mi Cuerpo…») y sobre el vino, «Hic est enim calix sanguinem meam (…)» («Este es el cáliz de mi Sangre…»). Cuando el sacerdote dice estas palabras sobre el pan de harina de trigo sin levadura y el vino de uva, con la intención de consagrar, la substancia del pan y del vino desaparecen siendo reemplazados por el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.

En esta parte de la Misa, todos permanecen de rodillas. En el relato de la institución y consagración, con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se lo dio a los Apóstoles en forma de comida y bebida y les encargó perpetuar ese mismo misterio.

Después de la consagración, Jesús está realmente presente en la Eucaristía:

En este momento, por el ministerio (por el encargo y el don) que el sacerdote ha recibido; el pan y el vino son transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. El sacerdote repite las palabras que Jesús pronunció en la última cena, con las cuales Él mismo dio gracias y bendijo el pan y el vino, haciéndolos su cuerpo y su sangre, para alimentar con su propio ser a sus apóstoles y a través de ellos y de la sucesión de sacerdotes a todos los creyentes.

Cristo, en efecto tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía.

De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes que corresponden a las palabras y gestos de Cristo.

La Eucaristía, cuerpo y sangre de Cristo, es el mayor regalo que hemos recibido de Dios: Él se ha quedado para siempre con nosotros en la persona de Cristo, Él mismo toma nuestra realidad y la transforma en su propio ser, para alimentar nuestra vida de fe.  Sin este alimento espiritual; es decir, sin la comunión real con su cuerpo y su sangre, nuestra vida de fe sería árida y estéril, pura imitación exterior de Cristo, por nuestras propias fuerzas.

Pero como Él nos alimenta con su propia vida en la Eucaristía, podemos vivir como Él, ser como Él, porque Él mismo, desde nuestro interior nos va transformando, nos va consagrando, va haciendo de nuestra vida una constante Eucaristía, sólo si nosotros le entregamos nuestro corazón y dejamos que su Espíritu actúe en nosotros.

Cuando el celebrante dijo las palabras de la “Consagración”. Ante los ojos de Maximiliano empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había techo de la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.

De pronto suspendido en el aire, vio a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes. De en medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la Iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no veía Su Rostro.

Arriba, Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro Podía contemplar el rostro y los brazos golpeados y descarnados. En el costado derecho tenía una herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda sangre y hacia la derecha, un agua pero tan brillante; que  más bien eran borbotones de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Era una cantidad tan inmensa de sangre la que fluía hacía del Cáliz! ¡Qué pensó que iba a rebalsar y manchar todo el Altar, pero no cayó una sola gota!

San Uriel dijo:

–          Este es el milagro de los milagros, te lo He repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús.

Después de la consagración, Jesús está realmente presente en la Eucaristía:

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

80.- CONVERSIÓN DEL ARBITER ELEGANTIARUM

En cuanto el César dio la señal de gracia, Octavio salió disparado del circo…

Luego Alexandra fue transportada en la litera a la casa de Petronio.  Marco Aurelio y Bernabé van a pie a su lado, haciendo apresurar la marcha, para poder llegar cuanto antes y entregarla en manos del médico griego que atiende a toda la familia.

Hicieron el camino en silencio. Sólo sonríen porque todavía no acaban de asimilar todo lo que les sucedió…

Marco Aurelio, demasiado feliz y asombrado por todo lo acontecido, va orando y dando gracias a Dios por el milagro recibido. De vez en cuando, se inclina hacia la litera y se asoma a ver aquel rostro tan amado que a la luz del atardecer, parece un ángel que está dormido. Le parece estar soñando por haberla recuperado.

Recuerda cuando la sacaron del Spolarium. Le aseguró un médico desconocido, que la joven aún estaba viva… Fue tanta la felicidad que lo inundó y su corazón latía tan rápido, que por un momento creyó que iba a desmayarse… Y se apoyó en el brazo de Bernabé.

El gigantesco parto lo sostuvo, llorando de felicidad y murmurando alabanzas al Maravilloso Dios Vivo y Resucitado, que ha hecho posible este inesperado desenlace en un drama que se alargado demasiado tiempo…

Petronio por su parte está embargado de sentimientos contradictorios…

Se siente demasiado impactado por todos los sucesos increíbles de este día tan peculiar… Ahora comprende perfectamente a Prócoro… Ya no puede negarse a reconocer la fuerza tan irresistible que lo atrae poderosamente, hacia el incomparable Dios de los cristianos…

Muchos pensamientos y sentimientos incomprensibles lo envuelven en una vorágine, que no entiende y no sabe cómo definir… Experimenta una alegría muy grande y la fuerza de atracción arrolladora, con un hambre desconocida y el deseo de saciarla… En su corazón aletea una esperanza que jamás había sentido y el deseo de rendirse al impulso de… ¡¿Qué?!… ¡¿De Quién?!…

Lo único que sabe es que anhela con una sed profunda, que los cristianos lo sacien en el conocimiento de su religión…

Y va caminando por las calles de Roma, sumido en profunda reflexión.

A lo largo del trayecto se encontraron grupos de personas coronadas con flores, cantando y bailando en los pórticos. Disfrutando de la noche estrellada y de la regocijada serie de fiestas que no se han interrumpido, desde el inicio de los juegos.

Y ya casi para llegar a la casa Bernabé habló en voz alta. Y sus palabras llegan muy claras a toda la pequeña comitiva encabezada por Petronio y los esclavos que se les acaban de unir para recibirlos…

El pequeño grupo de espectadores,   oyó al parto cuando le dijo a Marco Aurelio:

–           Fue Jesús quién la libró de la muerte. La permanencia en la prisión me había quitado las fuerzas… Y cuando yo la vi sujeta entre los cuernos del toro, oí claramente la voz del Señor Jesucristo que me dijo: ‘¡Defiéndela!’

Me quedé paralizado y pensé: ¡¡Cómo?!…  Luego lo vi a Él, con esa belleza maravillosa que desprende tanta luz de su corazón. Me bendijo y me sonreía animándome… Solo pude murmurar: ‘Ayúdame’… Es muy largo para platicarlo, pero todo sucedió en un instante…

Y enseguida me sentí impulsado como por una catapulta…

Y cuando corrí hacia el animal, sentí que no era yo, el que lo tenía tomado por los cuernos. ¡Era Jesús!…  Sentí su Presencia Santísima tan poderosa dentro de mí, que creí que iba a desmayarme de felicidad. Y fue Jesús el que derrotó al animalY también fue Él, el que movió el corazón de ese pueblo cruel con su misericordia, para que se pusiera de parte nuestra. Nuestro Señor Vivo y Resucitado luchó en la arena contra Satanás y la bestia que usó el emperador para destruirnos… Ha sido su bendito Poder el que nos salvó. ¡Glorificado sea su Nombre!

Marco Aurelio contestó emocionado:

–           ¡Alabado sea Jesucristo!  ¡Alabado sea el Altísimo!…

Y no pudo agregar más, porque el llanto de agradecimiento le anegó los ojos…

Y cuando llegaron a la casa, los sirvientes advertidos por un esclavo que había sido despachado por Octavio con anticipación, ya les estaban esperando…

Depositaron a Alexandra en una espléndida estancia, amueblada con exquisito gusto e iluminada por unas hermosas lámparas corintias. El aire está saturado de aromas florales.

Cuando regresó Octavio, acompañado de Pedro y de Diana, Petronio los recibió en el atrium. Y junto con Aurora, les llevaron hasta la cámara donde yace la joven enferma y desmejorada, por su permanencia en los calabozos de la prisión.

Marco Aurelio le miró sorprendido y agradecido.

Pedro les dijo:

–           A nuestro señor Jesucristo le gusta hacer las cosas perfectas y completas. Ven aquí…

Y tomando la mano del tribuno, la juntó con la de su esposa… Y tocando las cabezas de los dos: la de ella desfallecida en el lecho y la del joven arrodillado a su lado. Pedro oró…

Una conmoción y una ola de calor envolvieron a Marco Aurelio, durante unos segundos que parecieron demasiado largos y cargados de suspenso…

Y también se estremeció Alexandra… El tiempo pareció detenerse… Enseguida lanzó un profundo suspiro y luego abrió los ojos. Y se sentó en el lecho sorprendida, porque no supo donde se hallaba, ni qué había pasado.

Petronio y Aurora se quedaron pasmados…

¡Alexandra se ve igual de hermosa y saludable como cuando la conoció!

Adiós a la jovencita escuálida y agonizante de hace unos momentos.

Los cristianos exclaman con entusiasmo:

–           ¡Bendito y alabado sea nuestro Dios! ¡Gracias por su poder que nos salva y nos ama! ¡Alabado y glorificado sea eternamente! ¡Amén!

Alexandra sorprendida y un poco aturdida, mira a su alrededor…

Pregunta:

–           ¿Qué pasó?

Marco Aurelio besa a su esposa y dice:

–           Te lo contaremos en el triclinium. ¡Gracias a Dios que estás aquí!

Está demasiado emocionado para poder decir más… y luego mira a Bernabé. Éste le sonrió.

Luego el tribuno se volvió hacia Octavio que le dijo muy feliz:

–           Jesús me envió por ellos. Creo que es hora de hacer una fiesta… ¿No crees?

–           ¡Ya lo creo que sí!

Petronio dijo:

–           Ahora mismo daré las órdenes.

Marco Aurelio dijo a Pedro:

–           ¿Os quedaréis? Es por agradecimiento.

El apóstol contesta sonriendo:

–           Con mucho gusto. Cuando contemplamos la Gloria y el Poder de Dios es un motivo de fiesta. –Y añade- Creo que estos dos, tienen mucho que decirse…

Petronio dice:

–           Aurora amada, cuida de que le proporcionen ropa y todos los cuidados necesarios. Te espero en el triclinium con nuestros invitados…

Aurora recupera la voz y dice emocionada:

–           ¡Ahora mismo, mi señor!

Y salen todos al atrium.

Aurora da las órdenes pertinentes y va a buscar un vestido para Alexandra.

Cuando se quedan solos, Marco Aurelio abraza a su esposa llorando de felicidad. La joven también lo abraza y recibe una avalancha de besos y de frases entrecortadas, que ella corresponde a su vez, totalmente desconcertada…

Solo recuerda el momento en que la habían atado a los cuernos del toro encadenado y lo que sucedió después…

Fue llevada por su ángel guardián a una ciudad maravillosa, donde había un palacio cuyas paredes parecían hechas de luz y un inmenso jardín donde ¡Habló con el Padre Celestial!…

Él le dio un beso de bienvenida y también estaba Jesús… ¡Es tan bellísimo y sus llagas tan luminosas que parecen rubíes! ¡0h!…  Es un júbilo sublime e inenarrable, el poder contemplar a Dios y sentirse parte de su Gran Familia… El Paraíso Celestial es el verdadero hogar…

Cuando conversaron, el Señor le dijo que todavía no terminaba su misión en la tierra y que debía volver a dar testimonio de cuanto estaba experimentando, para fortalecer la fe de los cristianos.

Ella estaba muy sorprendida y conmovida… Luego le preguntó a Jesús:

–           Señor… ¿A mí no me quieres con la corona del martirio?

Jesús sonrió y dijo:

–           ¿Deseas otra más?

–           Es que me parece que yo no te he dado nada todavía…

El Padre Celestial la miró con un amor infinito, volvió a besarla y dijo sonriente:

–           Una segunda corona… ¡La tendrás!… Por ahora, debes regresar a consolar el corazón de Marco Aurelio y enseñar a conocerme y amarme, a toda la familia de tu esposo. También desearía que me ayudes a traer a muchos más de mis amadísimos niños que aún no saben qué existo…  ¿Querrías hacerlo?

Alexandra respondió conmovida:

–           ¡Oh! ¡Claro que sí, Abba Santísimo! Si tú nos ayudas te traeremos a muchos; muchos más…

Ella se arrodilló y el Señor le dio su bendición… Y se le escapó un suspiro de nostalgia, por tener que separarse de ellos.

Luego se sintió como si despertara de un profundo sueño…

Al principio, al ver sobre ella el rostro de Marco Aurelio iluminado por la lámpara se sintió un poco confundida, porque aún no logra asimilar en donde se encuentra…

Ahora que ha pasado la emoción de los primeros momentos, pregunta con voz dulce:

–           ¿Qué pasó?…  ¡Me siento muy bien! ¿En dónde estamos?

Marco Aurelio exclamó jubiloso:

–           ¡Cristo te ha salvado y te ha devuelto a mi amor! ¡También te ha sanado!… Alabado sea el Señor Altísimo. Estamos en la casa de Petronio, mi amor.

Aurora entra y dice a Marco Aurelio:

–           Necesitamos que aseen y arreglen a Alexandra. No se tardarán mucho… Sólo un baño rápido, para que ella pueda sentirse más cómoda.

Marco Aurelio la mira perdidamente enamorado, sin asimilar completamente que ahora ya nadie puede volver a arrebatársela y dice con inmensa ternura:

–           ¡Claro! Amor mío, te esperaré en el triclinium, junto con los demás –le da un beso y sale sonriente al atrium donde Petronio está platicando con Pedro.

El augustano mira a la doncella  que está junto al apóstol y dice:

–           Entonces, ¿Vendrá esta hermosa jovencita a enseñarnos tu Doctrina? Esta casa está a tu disposición y preguntaré cuantos de la familia quieren participar. Aquí en Roma tengo quinientos esclavos. ¿Cuándo podrían empezar?

Pedro mira interrogante a Diana.

Diana contesta feliz:

–           Cuando ustedes lo dispongan.

Petronio pregunta a Pedro:

–           ¿También tú vendrás?

El apóstol contesta sonriente:

–           Tengo que pastorear mis ovejas. Y aunque te cueste creerlo, aún me quedan bastantes…

Marco Aurelio no puede creer lo que oye…

Tener a Pedro aquí en la casa. Escuchándolo como en la casa de Isabel, ¡Será absolutamente maravilloso!…

Y decide intervenir.

–           Pedro, siempre serás bienvenido en esta casa. Esperaremos con ansia tus relatos sobre el Maestro.

Petronio dice apresuradamente:

–           Perdonen que tenga que retirarme ahora. Tengo dos motivos muy importantes: uno, no quiero irritar más a Nerón y dos: necesito saber lo que pasa en el Palacio… Pónganse de acuerdo con mi sobrino y estaré aquí para esperarlos.

Se despide de Aurora con un beso y dice a Marco Aurelio cuando éste le acompaña a la litera:

–           Barba de Bronce se quedó furioso. En cuanto me sea posible, me retiraré. Me alegro que todo haya salido bien. A mi regreso platicaremos…

Y se va velozmente…

El tribuno regresa al atrium. Octavio está contando a todos lo que pasó en el Circo. Y Bernabé les relata lo mismo que dijo a Marco Aurelio, sobre lo que sucedió en la arena.

Pedro, escucha feliz todas las hazañas del Señor y las victorias de los mártires.

Marco Aurelio afirma que lo que más le desconcierta, es el cambio en su tío…

Y Pedro le dice:

–           Dios ha permitido todo esto, para salvación de vuestras almas. Petronio está en los umbrales de la Luz. Sigan orando…

En ese momento hacen su aparición, Aurora y Alexandra.

Las dos, magníficas en su esplendorosa juventud…

Una rubia, ricamente ataviada, parece una diosa. La otra, con su cabello negro, sus ojos azul-mar, también luce un regio vestido y joyas que la hacen parecer como una reina.

No queda rastro alguno del sufrimiento padecido en los calabozos…

Marco Aurelio mira embelesado a Alexandra y dice:

–           ¡Alabado sea el Señor! Eres un milagro viviente.

–           ¡Amén! –contestan todos los cristianos.

Y se dirigen al triclinium a festejar lo sucedido en ese día increíble…

Mientras tanto; Petronio ha llegado a la Casa de Tiberio y ve a todos los augustanos en el atrium.

El anciano Galba, se acerca a preguntarle:

–           ¿Cómo están Marco Aurelio y Alexandra?

Petronio miró a su alrededor y contestó sorprendido:

–           Ella se recuperará. Está siendo atendida por un excelente Médico. Marco Aurelio está muy bien. Pero… ¿Por qué están todos aquí y no ha empezado el banquete?

–           Desde que regresamos del Circo, Nerón se encerró en su biblioteca y no quiere ver a nadie. Ordenó cancelar el banquete y como no nos ha dicho nada a nosotros, no nos hemos atrevido a retirarnos para no atraernos su cólera. Lo estamos esperando.

–           ¿Entonces él no se ha dado cuenta de que yo no estaba aquí?

–           No lo creo. Desde que salimos del Circo, ya no quiso saber nada de nosotros. Afortunadamente para mí, yo salgo mañana para España. –dijo Galba suspirando con alivio.

Al poco rato, el César se presentó en el atrium, con gesto adusto y el entrecejo contraído. Está muy encolerizado por haber terminado el espectáculo, de una manera contraria a su designio. Al principio, ni siquiera quiso mirar a Petronio.

Pero éste, sin perder su sangre fría y con tranquila seguridad en sí mismo; así como con toda la distinción que lo caracterizan, se acercó a él y le dijo:

–           ¿Sabes divinidad, lo que sería muy conveniente? Escribe tú un poema sobre la doncella que por orden del señor del mundo, fue liberada de los cuernos del toro salvaje y entregada a su amante. Los griegos son hombres de sentimientos refinados y ese poema les encantará.

César se sorprendió, pero esta idea le agradó a pesar de su indignación…

Y le agradó por dos razones: primero, porque es un excelente tema para un canto. Segundo, porque así podrá glorificarse a sí mismo en él y presentarse como el Magnánimo señor del mundo.

Así que después de pensarlo un poco, miró a Petronio y le dijo:

–           ¡Sí! Creo que tienes razón. Pero ¿Estará bien que yo mismo celebre mi magnanimidad?

–           No es necesario que figuren los nombres de las personas. En Roma todo el mundo sabrá de quienes se trata. Y de Roma se difundirá por todo el imperio.

–           ¿Pero tú estás seguro de que esto agradará a las gentes de Acaya?

Petronio afirmó contundente:

–           ¡Por Zeus! Ya lo creo.

–           Ahora mismo voy a trabajar en su composición. -dijo el César entusiasmado con su nuevo proyecto. Y ordenando a todos que se retiren, pospuso el viaje a Nápoles, para el siguiente mes.

Petronio se retiró satisfecho, porque está seguro de que Nerón, cuya vida no es otra cosa que una adaptación de sucesos reales a sus planes literarios, no va a desperdiciar esta oportunidad que alimentará su egolatría y con este simple hecho, quedan atadas las manos de Tigelino.

Al volver a casa, vio que estaban terminando de cenar y contento, se integró a la conversación.

Marco Aurelio le dijo:

–           Regresaste muy pronto.

Petronio contestó:

–           El banquete se canceló y yo tengo tres semanas libres. Nerón se va a encerrar a buscar la inspiración de las musas y yo quiero aprovechar el tiempo. ¿Podrás darme la instrucción que necesito en ese período? –preguntó Petronio, mirando a Pedro.

El apóstol se queda reflexionando un momento y luego, como obedeciendo a una voz interna, dice:

–           Te dejaré aquí a Diana y mañana te enviaré a Junías y a otro predicador, entre los tres te evangelizarán, junto con toda tu familia. Yo vendré dentro de dos semanas y tú habrás tomado la decisión que prefieras…

Petronio contestó:

–           Está bien. Lo haremos así.

Y mirando a Alexandra a quién Marco Aurelio tiene tiernamente abrazada. Al verla tan hermosa, exclama:

–           ¡Me parece estar soñando! Después de todo lo que hemos vivido los últimos meses… Y luego pensar que hace apenas unas cuantas horas, teníamos el corazón casi paralizado al ver a Bernabé en la arena. Y ahora… En el Palacio me preguntó Galba por ustedes. Mañana se va para España. Le dije que tú estabas bien y que Alexandra estaba siendo atendida por un Excelente médico…

Marco Aurelio contesta emocionado:

–           ¡El mejor de todos! ¡El Único! El Redentor me la devolvió.

Pedro dice:

–           Te la ha devuelto porque tuviste Fe, a fin de que no todos los labios que confiesan su Nombre, queden silenciosos.

Cuando la cena termina, Pedro se despide y Petronio ordena a su mayordomo que lo envíe en su litera, para que no vaya solo.

Pero el apóstol se opone diciendo que no es conveniente llamar la atención, pues a él también lo andan persiguiendo y todavía no llega su hora…

Entonces interviene Octavio y dice:

–           Yo lo acompañaré. –Y mirando a Marco Aurelio, agrega- ¿Me permites quedarme con mi comitiva, para participar en ese catecumenado y llevar nuevos granos de trigo a mi regreso a Tívoli?

El tribuno sonrió:

–           No solo eso. Mañana iremos al Pretor. Quiero darles a todos la libertad y que compartan nuestra felicidad.

Diana exclama:

–           El Amor actúa ya… ¡Bendita y alabada sea la Santísima Trinidad!

Los cristianos contestaron:

–           ¡Amén!

Entonces Pedro los bendijo a todos y luego se despidió:

–           La paz sea con ustedes.

Y se retiró con un Octavio y dos siervos más, que son cristianos y van maravillados, comentando todos los milagros realizados por un Dios que sigue Vivo y activo, como cuando caminaba en Palestina…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

35.- UN SUEÑO PARA REALIZAR

La carta de Marco Aurelio no tuvo contestación. El mismo día que Petronio la leyó, el César ordenó el regreso a Roma.

Helio, el liberto del emperador, anunció al Senado el regreso de Nerón. Pero habiéndose embarcado con su corte en Miceno, efectuó su viaje lentamente, haciendo escala en las ciudades costeras, con el fin de descansar o de exhibirse en los teatros. Permaneció alrededor de un mes en Minturno. Y hasta pensó en volver a Nápoles y esperar allí la primavera, porque en esa ciudad es más temprana y cálida.

Durante todo este tiempo, Marco Aurelio y Alexandra fueron madurando su amor en una entrega y de conocimiento mutuo. Mientras él, al mismo tiempo que sana de sus heridas: su alma renacida ha ido descubriendo los misterios y maravillas, de la poderosa Doctrina Cristiana. Sin que él mismo se percate, a la par que está conociendo a Jesucristo, ha empezado a amarlo y está poniendo en orden sus afectos. Se ha dado cuenta de que por el hecho de amar a Dios sobre todas las cosas, eso no disminuye su amor por Alexandra. Al contrario, conforme el verdadero Amor está penetrando en su corazón y transformando su alma; ama a Alexandra todavía más de lo que ya la amaba, pues ya empieza a amar con el Amor Perfecto.

Ni él mismo está consciente de la transformación que va madurando en su espíritu. Ve el mundo a través de los ojos de Dios. Y ve la Creación con la curiosidad y el asombro de los niños que empiezan a despertar a la vida.

Y también su vida ha cambiado por completo. Se ha dado cuenta de que ahora anhela las visitas de Pedro, aún más de lo que un día anhelara a Alexandra. Ansía escuchar de sus labios todos los relatos que a lo largo de tres años, el discípulo de Jesús vivió junto al Maestro: sus enseñanzas, sus ejemplos o parábolas, como las llama él.

Y ¡Los portentosos milagros de Jesús!… Como vio al Hombre-Dios dominar los elementos, transfigurarse, resucitar muertos, la pesca milagrosa, etc. Todo esto hace que el alma del joven patricio se estremezca de emoción y de alegría. Conocer y amar a Dios, es la experiencia más inefable y maravillosa.

Marco Aurelio bebe estos relatos, junto con las lecciones de Mauro y de Diana, que vienen tres veces por semana a su lecho de enfermo y esto ha hecho que estos días queden grabados en su memoria para siempre.

En su última visita, Mauro le dijo que ya casi está listo para empezar a moverse. Ya han transcurrido ocho semanas y si al levantarse hoy, el brazo y el costado no le duelen, es porque también las costillas han sanado y en dos semanas más, estará listo para desentablillar. En el fondo de su alma, Marco Aurelio desea que el tiempo se detenga. Se ha dado cuenta que ha aprendido a amar tanto a aquellas personas, como si fueran su propia familia.

Alexandra está tan feliz y agradecida con Dios, por el milagro realizado en aquella alma tan amada, de cuya transformación ha sido testigo día tras día… De aquel patricio violento que entró a raptarla de aquel hogar, ya no queda nada.

Ve la devoción con que la sigue con la mirada a dondequiera que ella va. Sus besos son tan dulces y llenos de ternura, que aunque son muy apasionados, también son muy diferentes de los que le diera en el banquete del Palatino. Su sabor es más delicioso aún… Y embriagador como el más exquisito de los licores.

El deseo se ha encendido más, pero con un fuego distinto que no queda solo en la piel. Cada día están más enamorados y su amor los llena de dicha con la promesa de un gozo más pleno, cuando su unión sea completa…

Marco Aurelio está sorprendido. Adora a su esposa; la respeta y la desea cada día más.  Pero es todo tan extraordinario… La felicidad y el deleite que saborea ahora, no tiene la más mínima comparación con lo que experimentara antes, con ninguna de las mujeres que antaño conociera. El placer que Alexandra le da, aún sin haberla hecho suya todavía… Saberse amado por ella y amarla con la fuerza que él mismo no sabía que tuviera; lo hacen sentirse el hombre más dichoso del mundo.

Su corazón está lleno de júbilo y siente deseos de gritarlo. Porque es precisamente Aquel Dios Desconocido que un día le pusiera tan celoso de Él, el que se la ha entregado. Y es el que le está dando la capacidad de amar, como jamás pensó que pudiera llegar a amarse. Alexandra es como es, por su amor a Cristo, que ahora ya no es el Dios Desconocido. Al contrario, entre más lo está conociendo, ha comenzado a adorarlo con todo su ser.

Ahora es cuando comprende por qué es el Dios del Amor…

Y se siente tan feliz, que desea compartir esa dicha con todos los seres que conoce. Solo Cristo puede transformar al mundo. Y amó más a Alexandra, porque por causa de ella, Cristo ha transformado su vida de una manera radical. Está aprendiendo a creer, a amar, a perdonar, a orar…

Cuando Alexandra le enseñó el ‘Pater Noster’ y meditó cada una de sus palabras, esa Oración Santa y sublime que Jesús enseñó, es un himno que su corazón canta con una alegría profunda y brota en palabras que salen de sus labios, estremeciendo su alma de júbilo y agradecimiento.

Todo el culto que rodea a esta Doctrina es un maravilloso descubrimiento…

Cuando llegó Mauro, con su ayuda se levantó del lecho, le llevó con suavidad poco a poco hasta el jardín y le preguntó:

–           ¿Ya no te duele?

Marco Aurelio le contestó:

–           Un poco… no sé… me siento muy raro. Pero creo que estoy bien.

Mauro declaró:

–          Perfecto. Entonces… -llamó a Alexandra y agregó- Te entrego en manos de tu esposa.

Marco Aurelio se apoyó en ella que lo mira llena de amor y alegría.

–          Ya puedes moverte del lecho y dar pequeños paseos. ¡Pero no te extralimites! ¡Eh! –añadió Mauro sonriendo- Todavía no te declaro sanado.

–           ¿Cuándo va a venir Pedro?

–          Posiblemente hoy o mañana. Isabel está preparando los pescados que trajo David. Bernabé está haciendo un guiso con verduras. Voy a ver en que los ayudo…

Y dejándolos solos se retiró al interior de la casa.

Alexandra llevó a Marco Aurelio hasta la banca que está  junto al muro.

–           Carísima. Sol de mi vida. Quisiera que esta dicha no terminase nunca. –dice él envolviéndola en una mirada llena de amor, de adoración y de ternura.

Ella le correspondió y le contestó enamorada:

–           No terminará, amor mío. Porque nuestro amor continuará más allá de la muerte, cuando estemos juntos en el Cielo, por toda la eternidad…

–          ¿Sabes? Un día pensé un poco fastidiado… Casi al principio de todo esto: ‘Solo piensan y hablan de Jesús’. Porque no los comprendía… Y ahora soy yo el que espero con ansia las visitas de Pedro. ¿De qué nos hablará ahora?

Alexandra sonríe y le dice con dulzura:

–          No lo sé. Lo sabremos cuando llegue. ¡Me siento tan feliz de que compartas conmigo este mismo anhelo!…  Tendremos muchas cosas que contar a nuestros hijos. ¿No crees?

–           ¡Nuestros hijos!…-exclama él y suspira- Quiero que el primero sea una niña tan hermosa como tú. ¡Ansío tenerla en mis brazos! ¡El fruto de nuestro amor!

Marco Aurelio está extasiado ante una imagen futura…

Y los dos conversan sobre el hogar y la familia que apenas empieza a formarse y que los llena de una ilusión sublime…

Mauro los mira desde la puerta y dice a Bernabé:

–           Quien viera ahora al orgulloso augustano que casi destrozas hermano.

Bernabé contesta casi compungido:

–          Del mal, Dios hace nacer el bien. Míralo ahora… Cuando veo como ama a mi señora, me siento dispuesto a servirlo también a él.

Felizmente Pedro llega en ese momento. La comida está casi lista. Y cuando todos están reunidos, oran y comparten los alimentos.

Dos semanas después…

Marco Aurelio pasea con Alexandra por el pequeño jardín. Le confiesa:

–         Intenté en vano olvidarte, porque mi amor creció y se adueñó de todo mí ser, desde el día en que te vi en la casa de Publio. Mientras las parcas devanaban el hilo de la existencia, el amor y la nostalgia estuvieron devanando el mío. Mis acciones fueron malas, pero estuvieron impulsadas por el amor. Pues me enamoré de ti de una manera fulminante y me di cuenta de que eras muy diferente a todas las mujeres de Roma. Solo te pareces en lo virtuosa a Fabiola, pero ahora ya sé por qué. Porque es la Presencia de Dios la que irradia esa maravillosa belleza interna que con el tiempo crece más y más y que en nuestro hogar será como un sagrado lumen…

Marco Aurelio se calló. Y la contempló como si en ella estuviera compendiada, toda la felicidad de su vida entera. Luego le preguntó cuáles eran sus impresiones respecto a él.

Alejandra se ruborizó y luego le miró a los ojos:

–          Te amé desde el día que nos encontramos por primera vez en la casa de Publio. Si tú me hubieras devuelto a ellos desde el Palatino. Yo les hubiera confesado mi amor y hubiera tratado de apaciguar la cólera que hacia ti debieran sentir.

Marco Aurelio dice:

–           Te juro, que ni siquiera había pasado por mi mente la idea de sacarte de la casa de los Quintiliano. Algún día te contará Petronio, como yo le confesé cuanto te amaba y que deseaba casarme contigo. Pero él ridiculizó mi propósito e insinuó al César la idea de pedirte como rehén que le pertenecía y de darte a mí. ¡Cuántas veces en medio de mi dolor, he maldecido el momento en que le hice caso! Más acaso el destino así lo dispuso. Pues de otra forma yo no habría conocido a los cristianos, ni llegado a comprenderte, preciosa mía…

Alexandra replicó:

–           Créeme amor mío, Cristo ha sido Quién con sus altos designios te atrajo a Sí. El Padre Celestial te llamó…

Marco Aurelio levantó la cara sorprendido:

–         ¡Cierto! Todo pareció combinarse de manera admirable, para que al buscarte, encontrase primero a los cristianos y luego a ti.

–          Sí… -contestó ella suspirando feliz.

Están delante de la glorieta cubierta de una espesa capa de hiedra y cerca del sitio donde Bernabé había matado a Atlante y donde después se enfrentó a Marco Aurelio. Éste dijo reflexivo:

–           Aquí habría perecido yo, si tú no hubieras intervenido.

–           Ya no hables más de eso. Y tampoco se lo recuerdes a Bernabé.

–          ¿Podría acaso haber tomado venganza en él, porque te defendió? Al contrario. Si él fuera esclavo le habría concedido la manumisión.

–           Si él fuera esclavo, Publio lo hubiera liberado hace mucho tiempo.

–          ¿Recuerdas que quise llevarte de nuevo a tu casa y tuviste miedo que llegara a saberlo César y tomara por ello venganza en Publio y en Fabiola? Pues bien; ahora podrás verlos cuando te plazca.

–           ¿Por qué dices eso Marco Aurelio?

–          Creo que ya no habrá para ti peligro alguno en verlos, porque cuando el César me pregunte qué hice del rehén que él me diera, le contestaré: ‘Me he unido a ella en matrimonio y ahora visita la casa de Publio con mi consentimiento.’ Te prometo que me ganaré de nuevo el favor de Publio y de Fabiola. ¡Oh, carísima! Sí, Alexandra mía. Te juro que jamás mujer alguna recibirá en el hogar de su esposo, homenajes comparables a los que yo te he de tributar.

Y siguieron paseando. Gozándose en la presencia el uno en el otro. Finalmente se detuvieron bajo el ciprés que está a un lado de la casa y donde principia el huerto.

Alexandra se apoyó en el pecho masculino y él la abrazó tiernamente con su brazo libre. Y le dijo con amorosa súplica:

–           Di a Bernabé que vaya a la casa de los Quintiliano a traer tu mobiliario y tus juguetes de niña.

Ella contestó ruborizada:

–           La costumbre ordena otra cosa.

–           Lo sé. De ordinario la prónuba (matrona romana que iniciaba a la novia en sus deberes de esposa) conduce esos objetos detrás de la novia. Pero tú querrás hacer esto por mí. Yo los llevaré a nuestra casa de campo en Anzio y serán otros tantos recuerdos que me hablen de ti. Sabes que se fueron de viaje y todavía falta mucho tiempo para que la familia regrese. –y tomándole la mano como un niño cuando solicita algo con insistencia- Concédeme esto diva. Concédemelo, Carísima.

–           Pero Fabiola hará como ella quiera. ¿Estás de acuerdo?

Se miraron a los ojos con una gran sonrisa y con el corazón acelerado. Se dieron un tierno y apasionado beso, enamorados totalmente el uno del otro. Embargados por una dicha que no puede ser más plena, pues su más hermoso sueño se está convirtiendo en realidad.

En ese momento la alta figura de Mauro, se recortó en el umbral del patio. Ha venido a desentablillar y a dar de alta al enfermo. Los tres entraron a la casa y los vendajes fueron retirados. Mauro con cuidado valoró a su paciente y satisfecho, comprobó cómo las fracturas han soldado, al igual que las costillas y ya no hay dolor.

Y dijo:

–           Bien hermano. Ya estás listo para regresar a tu vida normal. Solo te pido que esta semana ejercites el brazo con cuidado, antes de hacer esfuerzos de ninguna índole.

Marco Aurelio sonrió agradecido y contesta:

–           Gracias, hermano. ¿Va a venir Pedro?

Mientras guarda sus ungüentos, Mauro responde:

–           Sí. Un poco más tarde. Estaba en una misa de ordenación. Creo que hoy tendremos cien nuevos presbíteros. Dijo que al terminar vendría. Es temprano todavía. Después del mediodía estará aquí. En lo que llega, seguiremos con tu instrucción y les daré el tema de este día.

David se va a llamar a los catecúmenos que están siendo instruidos junto con Marco Aurelio. Y mientras llegan, éste pregunta a Alexandra:

–           ¿Cómo fue que Publio se convirtió en cristiano?

Alexandra lo mira radiante y contesta:

–           Fue en Jerusalén. Él era un tribuno muy joven y estaba en la Puerta de los Peces junto con dos soldados. Uno se llamaba Alejandro. Y ese día Jesús…

Y la voz de Alexandra es musical, mientras relata el primer encuentro de Publio Quintiliano con el Nazareno…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

29.- EL CAZADOR, CAZADO

Marco Aurelio, después de unas horas, se sintió más penosamente mal.

Y estuvo muy enfermo en realidad. La noche llegó y con ella una violenta fiebre. Cuando ésta cedió, no podía dormir y seguía con la mirada a Alexandra a dondequiera que iba. Por momentos caía en una especie de sopor, durante el cual oía lo que sucedía a su alrededor, pero luego se sumergía en febriles delirios.

Y así transcurrieron varios días…

Cuando recuperó la conciencia, despertó y miró alrededor de él. Una lámpara brilla dando su claridad. Todos están calentándose al fuego, pues hace frío y se ve como de sus bocas sale el aliento en forma de vapor. Pedro está sentado, con Alexandra en un escabel a sus pies. Luego Mauro, Lautaro, Isabel y David, un joven de rostro agraciado y cabellos negros y ensortijados… Todos están atentos, escuchando al apóstol que habla en voz baja…

Y también Marco Aurelio concentró su atención tratando de escuchar lo que dice. Entiende que está hablando de la Muerte y Resurrección de Cristo y de las enseñanzas que Jesús les dio  durante cuarenta días, antes de ascender al Cielo.

Marco Aurelio pensó:

–           Sólo viven invocando ese Nombre.

Y cerró los ojos invadido por la fiebre.

Cuando los volvió a abrir, vio la brillantez de la luz de la chimenea, pero ahora no hay nadie. Trozos de leña se consumen y las astillas de pino que acaban de poner, iluminan suavemente a Alexandra sentada cerca de su lecho.

Y al mirarla se conmovió, ella está velando su sueño. Es fácil adivinar su cansancio. Está inmóvil y tiene cerrados los ojos. Él se pregunta si está dormida o solamente absorta en sus pensamientos. Contempló su delicado perfil; sus largas pestañas caídas lánguidamente; sus manos sobre sus rodillas. Y vio que sobre su belleza exterior que es tan extraordinaria, hay otra belleza que irradia desde adentro de su ser y la hace sobrenaturalmente hermosísima

Y aunque le repugna llamarla cristiana, tiene que aceptarla con la religión que ella confiesa. Aún más, comprende que si todos se han retirado a descansar  y solo ella permanece en vela; ella, a quién él ha ofendido tanto, es sólo porque su religión así lo prescribe. Pero ese pensamiento que causa admiración al relacionarlo con la religión de Alexandra, le fue también muy desagradable…

Hubiera preferido que la joven obrara así, tan solo por amor a él.

Alexandra abrió los ojos y vio que él la miraba. Se acercó y le dijo con dulzura:

–           Estoy contigo.

Marco Aurelio murmuró débilmente:

–           Y yo he visto lo que en verdad eres en mis sueños. Gracias. –y volvió a dormirse.

A la mañana siguiente despertó. Débil, pero con la cabeza fresca y sin fiebre.

Bernabé hurgaba en la chimenea apartando la ceniza de los carbones encendidos. Marco Aurelio recordó como este hombre había destrozado a Atlante. Y examinó con atención su enorme  espalda y sus poderosos brazos. Sus piernas sólidas y fuertes como columnas. Y pensó: “¡Gracias a los dioses que no me ha roto el cuello! ¡Por Marte! ¡Si los demás partos son como éste, las legiones romanas no cruzarán sus fronteras!

 Luego dijo en voz alta:

– ¡Hola esclavo!

Bernabé sacó la cabeza de la chimenea y sonriendo con expresión amistosa, le dijo con cordialidad:

–           Que Dios te de buenos días y mejor salud. Pero yo soy un hombre libre y no un esclavo.

Esto le hizo una impresión favorable, pues su orgulloso temperamento le impedía el alternar con un esclavo. Éstos sólo son objetos sin índole humana. Esta respuesta le facilita interrogar a Bernabé acerca del lugar en donde Alexandra había nacido.

–           Entonces ¿Tú no perteneces a Publio?

Bernabé respondió con sencillez:

–           No. Sirvo a Alexandra como serví a su madre. Por mi propia voluntad.

Y se puso a agregar trozos de leña al fuego de la chimenea. Cuando terminó, se irguió y declaró:

–           Entre nosotros no hay esclavos.

–           ¿Dónde está Alexandra?

–           Salió. Y yo voy a hacerte de comer. Ella te estuvo velando toda la noche.

–           ¿Y por qué no la relevaste tú?

–           Porque ella quiso velar a tu lado y mi deber es obedecerla. – Pasó por sus ojos una expresión sombría.-  Si la hubiera desobedecido, tú no estarías vivo ahora.

–           ¿Entonces lamentas el no haberme dado muerte?

–           No. Cristo nos manda no matar.

–           Pero… ¿Y Secundino y Atlante?

–           No pude evitarlo. –murmuró Bernabé.

Y miró con tristeza sus manos. Luego puso una olla sobre la rejilla y se quedó contemplando el fuego, con mirada pensativa. Finalmente declaró:

–           La culpa fue tuya. ¿Por qué levantaste tu mano contra la hija de un rey?

Una oleada de orgullo irritado ruborizó las mejillas de Marco Aurelio, ante el reproche del parto…

Más como se sentía débil, se contuvo. Especialmente porque predomina el deseo de saber más detalles sobre Alexandra. Más aún con la confirmación de su linaje real, pues como la hija de un rey ella puede ocupar en la corte del César una posición igual a las de las mejores y más nobles patricias romanas.

Cuando se calmó, pidió al parto que le contase como era su país.

Bernabé contestó:

–           Vivimos en los bosques, pero poseemos tal extensión de territorio, que no se pueden saber los límites, pues más allá se extiende el desierto…-y siguió describiendo sus ciudades, la familia de Alexandra…

Sus gentes, sus costumbres y como se defendían de los que trataban de invadirlos.

Concluyó diciendo- Nosotros no les tememos a ellos, ni al mismo César romano.

Marco Aurelio respondió con tono severo:

–                      Los dioses han dado a Roma el dominio del mundo.

–           Los dioses son espíritus malignos. –replicó Bernabé con sencillez- Y donde no hay romanos, no hay supremacía de ningún género.

Y se volvió a avivar el fuego de la chimenea revolviendo con un cucharón, la olla donde se cocinaban los alimentos. Cuando estuvo listo, vació en un plato grande y esperó a que se enfriara un poco. Luego dijo:

–           Mauro te aconseja, que aún el brazo sano lo muevas lo menos posible. Alexandra, me ha ordenado que te dé de comer.

¡Alexandra ordenaba! No había ninguna objeción que hacer. Así pues, Marco Aurelio ni siquiera protestó.

Bernabé vació el líquido en un tazón, se sentó junto a la cama y lo llevó a los labios del joven patricio. Y hay tal solicitud y tan afable sonrisa en su semblante, que el tribuno no da crédito a sus ojos. Aquel titán tan terrible que había aniquilado a Atlante y que luego se había vuelto contra él como un tornado ¡Le habría hecho trizas si no hubiera intervenido Alexandra! Ahora es un delicado enfermero, tan solícito como gentil, al tomar el tazón entre sus dedos hercúleos y acercarlo a los labios de Marco Aurelio.

En ese momento apareció Alexandra, vestida con el camisón de dormir y con el cabello suelto.

Marco Aurelio sintió que su corazón se aceleró al verla y la amonestó suavemente por no estar descansando.

Ella dijo con acento afable:

–           Me preparaba para dormir y vine a ver cómo estás. Dame la taza Bernabé. Yo le daré de comer.

Y tomando entre sus manos el recipiente, se sentó a la orilla del lecho, dio de comer al enfermo, que se siente a la vez rendido y gozoso. Cuando ella se inclina hacia él, percibe el tibio calor de la joven y le rozan sus cabellos ondulados y negrísimos. Se siente desfallecer de felicidad. Está pálido por la emoción.

Al principio tan solo la había deseado y ahora siente que la adora con todo su ser. Antes solo prevalecía su egoísmo y ahora reconoce haber sido tan insensible y tan ciego, que empieza a pensar en ella y en lo que ella necesita y desea.

Como un niño obediente se tomó la mitad el contenido del tazón. Y aun cuando la compañía de Alexandra y el contemplarla lo extasían de dicha, le dijo:

–           Basta ya. Vete a descansar, diosa mía.

Ella replicó ruborizada:

–           No me llames de ese modo.  No está bien que me digas así.

Sin embargo lo mira sonriente y le reitera que ya no tiene sueño, ni fatiga. Y lo insta para que termine de comer. Y finalizó diciendo:

–           No me retiraré a descansar hasta que llegue Mauro.

El la escucha encantado y se siente invadido por una gran alegría y una gratitud sin límites. Emocionado le dice:

–           Alexandra… Yo no te había conocido antes. Hasta hoy me doy cuenta que quise alcanzarte con medios reprobables. Así pues ahora te digo: regresa a la casa de Publio y descansa en la seguridad de que en adelante, no habrá ninguna mano que se levante contra ti.

Una nube de tristeza cubrió el rostro de la joven y contestó:

–           Dichosa me sentiría si llegara a verlos aunque fuera de lejos, pero ya no puedo volver a su casa.

Marco Aurelio la miró asombrado y preguntó:

–           ¿Por qué?

Alexandra le contempló por unos segundos, antes de responder:

–           Los cristianos sabemos por Actea lo que sucede en el Palatino. ¿Acaso no sabes que el César, poco después de mi fuga y antes de partir para Nápoles, hizo comparecer a su presencia a Publio y a Fabiola? Y creyendo que me habían secundado los amenazó con su cólera. Por fortuna Publio pudo decirle: ‘Majestad, tú me conoces y sabes que no te mentiría. Nosotros no hemos favorecido su fuga e ignoramos igual que tú, que suerte ha corrido ella.’ Y el césar creyó y enseguida olvidó.  Por consejo de mis superiores, jamás les he escrito comunicándoles donde estoy, a fin de que siempre puedan decir la verdad y que ignoran dónde me encuentro. Acaso tú no comprendes esto, Marco Aurelio; pero has de saber que entre nosotros está prohibida la mentira, aunque para ello debamos arriesgar la vida. Esta es la Religión que da norma hasta a los afectos de nuestro corazón. Y por lo mismo no he visto, ni debo ver a mis padres. Desde que me despedí de ellos, solo de vez en cuando, ecos lejanos les hacen saber que estoy bien y que no me amenaza ningún peligro. – Al decir estas palabras la añoranza la invadió y las lágrimas humedecieron sus ojos. Pero se recuperó rápidamente y añadió- Sé que también ellos languidecen por nuestra separación. Pero nosotros disponemos de un consuelo que los demás no conocen.

Marco Aurelio está anonadado: ¡Actea cristiana!…

Y dice lleno de confusión:

–           Sí, lo sé. Cristo es vuestro consuelo. Más yo no comprendo eso.

–           ¡Mira! Para nosotros no hay separaciones, dolores, ni sufrimiento, que Dios no transforme luego en gozo. La muerte misma que ustedes consideran como el  término de la vida, para nosotros es solo el comienzo de la verdadera Vida. Considera cuán regia es una Religión que nos ordena amar aún hasta a nuestros enemigos.

–           He sido testigo de lo que dices. Pero contéstame: ¿Ahora eres feliz?

–           Lo soy. Amo a Dios sobre todas las cosas. Y todo el que confiesa a Cristo, no puede ser desgraciado.

Marco Aurelio admiró su convicción, pero no alcanza a comprenderla y le dijo:

–           ¿Entonces no quieres volver a la casa de los Quintiliano?

–           Lo anhelo con toda mi alma. Y he de volver algún día si esa es la Voluntad de Dios.

–           Pues entonces yo te digo: ‘Regresa’ Y te juro por mis lares que no alzaré mi mano contra ti.

–           No. Me es imposible exponer al peligro a los que se encuentran cerca de mí. El César no quiere a los Quintiliano. Si yo volviera…y ya ves que rápido se extiende por toda Roma una noticia, mi regreso al hogar haría ruido en la ciudad. Nerón lo sabría, castigaría a Publio y a Fabiola. Por lo menos me arrancaría una segunda vez de su lado.

–           Es verdad. Eso podría suceder. Y lo haría tan solo para demostrar que sus mandatos deben ser obedecidos. –Y cerrando los ojos exclamó- ¡No soportaría saberte otra vez en el Palatino!

Y él sintió como si se abriera ante sí, un abismo sin fondo. Él es un patricio. Un tribuno militar. Un potentado. Pero sobre todos los potentados del mundo al que pertenece, está un loco cuyos caprichos y cuya malignidad, son imposibles de prever…

Solamente los cristianos pueden prescindir absolutamente de Nerón o dejar de temerle, porque son gentes que parecen no pertenecer a este mundo, ya que la misma muerte les parece cosa de poca monta. Todos los demás tienen que temblar en presencia del tirano. Y las miserias de la época en que viven se presentan a los ojos de Marco Aurelio, en toda su monstruosa malignidad. Y pensó que en tales tiempos, solo los cristianos pueden ser felices.

Y sobre todo, aquilató por primera vez la dimensión del daño que le había hecho a ella. Y una honda pena se apoderó de él. Bajo la desalentadora influencia de ese pesar; lleno de impotencia, le dijo:

–           ¿Sabes que eres más feliz que yo? tú estás en medio de la pobreza, viviendo con gentes sencillas, pero tienes tu Religión. Tienes tu Cristo. Pero yo solo te tengo a ti. Y cuando huiste de mi lado, me convertí en una especie de mendigo en medio de mi riqueza.

Ella lo miró atónita y sin saber qué decir.

Marco Aurelio prosiguió:

–                      Tú eres más cara a mi corazón que todo lo que hay en el mundo. Yo te busqué porque no puedo vivir sin ti. Hasta ahora solo me ha sostenido la esperanza de volver a verte. No anhelaba ni placeres, ni fiestas. No podía dormir, ni descansar, ni comer. Y no encontraba alivio para mi dolor. Si no hubiera sido por la esperanza de encontrarte, me hubiera arrojado sobre mi espada.

Alexandra replicó conmovida:

–           No digas eso Marco Aurelio. Ningún ser humano debe idolatrar a otro hasta ese punto.

–           Pero pensé que si moría, ya no te volvería a ver. Te estoy diciendo la verdad pura, cuando te afirmo que no podré vivir sin ti. Hasta ahora solo me ha sostenido la ilusión de volver a verte como ahora lo hago y hundirme en la mirada de esos ojos tuyos bellísimos, que son mi anhelo.

La mira con un amor tan intenso que ella se ruboriza y no le contesta nada.

Él agrega apasionado:

–           ¿Recuerdas nuestras conversaciones en casa de Publio? Un día trazaste un pescado en la arena y entonces yo no sabía su significado. ¿Recuerdas que jugamos a la pelota? Yo te amaba ya más que a mi vida y trataba de decírtelo, cuando Publio nos interrumpió. Y Fabiola al despedirse de Petronio, le dijo que Dios era Uno, Justo y Todopoderoso. Yo no tenía ni la menor idea de que Cristo era su Dios y el tuyo. Yo no conozco a tu Dios. Tú estás sentada cerca de mí y sin embargo, solo piensas en Él…

Marco Aurelio calló, palideció y cerró los ojos, mientras ardientes lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas…

Es apasionado tanto en el amor como en el odio. Y dejó salir sus palabras con sinceridad, desde el fondo mismo de su alma. Puede percibirse al oírlo: la amargura, el dolor, el éxtasis, los anhelos, la adoración. Acumulados y confundidos por tanto tiempo, hasta que se desbordaron en un torrente de ardorosas frases.

Alexandra está sorprendida y su corazón empezó a palpitar con fuerza. Sintió compasión y pena por aquel hombre y sus sufrimientos. Se siente conmovida por la adoración que ha descubierto… ¡Él la ama!… ¡La adora!… Sentirse amada y deificada por aquel hombre que hasta ayer era tan peligroso e indomable y que ahora se le está entregando totalmente, en cuerpo y alma. Rindiéndose como si fuera un esclavo suyo. Esa conciencia de la sumisión de él y del poder que le ha dado a ella, la inundaron de felicidad y regresaron por un momento los sentimientos y los recuerdos de otros días.

Ahora ha vuelto a ser para ella, aquel espléndido Marco Aurelio; hermoso como un dios pagano. El mismo que en la casa de Publio le había hablado de amor y despertado como de un sueño, su corazón virgen al amor de un hombre. Pero es también el mismo de cuyos brazos Bernabé la había arrancado en el banquete del Palatino y rescatado del incendio en que su pasión la envolviera.

Y ahora que se ven pintados en su rostro imperioso, el éxtasis y el dolor. Que yace en aquel lecho, con el rostro pálido y los ojos suplicantes. Herido, quebrantado por el amor, rendido y entregado a ella; se le presentó a Alexandra como el hombre que ella había deseado y amado. Como el hombre grato a su alma, como nunca antes lo fuera. ¡Y de súbito comprendió que ella también lo ama! Y que ese amor la arrastra como un torbellino y la atrae hacia él, como el más poderoso imán.

Y en ese preciso  momento llegó Mauro que viene a ver a su paciente, para revisarlo y seguir atendiéndolo.

Marco Aurelio suspiró derrotado, porque la respuesta de la joven, no alcanzó a llegar.

Alexandra se retiró con el alma llena de ansiedad…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

25.- LA EUCARISTÍA

En la Puerta del Cielo, la voz del apóstol Pedro resuena triunfal:

“Jesús tuvo su trono terreno de Rey sobre la Cruz. Y sobre su cabeza gloriosa, fue escrita la causa de su muerte y su Insignia: “Jesucristo, Rey de los Judíos”

Los cristianos llevan el signo de Cristo humildemente esculpido también en la cima, como conviene a los hijos de estirpe real y súbdita del Reino Celestial. ¿En qué consiste el signo de la Cruz y donde está puesto? Está escrito con caracteres invisibles a los ojos humanos, en la frente y en la mano. Y son los hombres mismos con sus obras y durante la jornada terrenal, los que graban este signo que los hace dignos de ser salvados a la Vida. No es un signo material y no tiene nada que ver con el mundo material. Esplende con la luz gloriosa de Cristo en los espíritus vivos, en los que sirven a Dios y obedecen la Ley. El solo estar convencidos del deber de dar toda gloria y obediencia, lo graba en el alma haciéndola  irradiar una luz más brillante que el sol y una cruz esplendorosa. Tanto más esplendorosa, cuanto más unidos están a Cristo. Esto explica porque los que se entregan a Dios de una manera total, se ven envueltos en las venganzas de Satanás y sus vidas se trastornan con un huracán de sufrimientos. Son las lámparas que no se pueden ocultar.

Los que llegan a ver el mundo espiritual tal como es, contemplan con asombro como estas almas parecen luciérnagas en una noche muy oscura. Y para el cristiano, el más triste y desolador espectáculo es despertarse en medio de una gran ciudad y comprobar con consternación que la oscuridad es total y que no hay luciérnagas alrededor. Esta es la más aterradora de las soledades. Todas las almas-víctimas llega un momento en que tienen que enfrentarse a esta pavorosa experiencia, que nos enseña que solo la voluntad firme, puede impedir que esta luz se apague e impide que regresen al espantoso cementerio del que han salido. También Hace que con más resolución se fijen con todas sus potencias en Dios. Ellas con su confesión de Fe o su negación de Dios. Un ‘sí’ o un ‘no’, marcan la diferencia entre mantener esta luz o perderla para siempre. Esto es lo que llaman nuestra necedad, nuestra obstinación y nuestra locura, los muertos espirituales.

Cuando se conoce lo que es la Verdadera Vida, la vida terrenal adquiere su verdadero significado y la muerte del cuerpo no es nada. A lo que se tiene verdadero terror, es a la muerte espiritual.

NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.

SOLO EL AMOR PUEDE ALIMENTAR EL AMOR. El hombre necesita del Pan Vivo bajado del Cielo, para alimentar el hambre del corazón. Por eso Jesús se ha entregado en el Don Inestimable de la Eucaristía. Él se ha hecho presente en Ella para ser el alimento de nuestra vida espiritual y formar en el alma una verdadera capacidad de amor y ser Él en nosotros, con nosotros y por medio de nosotros.

Jesús Eucarístico es el Pan Vivo bajado del Cielo. El Alimento que hay que comer para no tener más hambre. El Agua que hay que beber para no tener más sed. Él libera de la esclavitud física, moral y espiritual. Y ayuda a regenerarnos en la verdadera dignidad de hijos de Dios, que resplandece en el que de Él se alimenta. Por eso la Eucaristía debe ser el centro de nuestra vida, de nuestra Oración, de nuestro culto y de nuestras reuniones. Porque conocemos y poseemos el Amor de Fusión y el de Coparticipación. Somos almas Eucarísticas.

(Milagro Eucarístico en la Misa celebrada por el Obispo Claudio Gatti en la Fiesta de Pentecostés del año 2000, en la Iglesia de Madre de la Eucaristía en Roma, Italia)

Eucaristía quiere decir tener a Dios en sí con su Divinidad y su Humanidad. Por eso cuanto más nos nutrimos de Él, más llegamos a ser hostias con Él. ¿Qué amor puede ser más grande que aquel que sabe amar sabiéndose odiado? Jesús nos ha amado así. Su Amor más que humano y plenamente Divino, se manifestó en la Ultima Cena. Antes de ser clavadas y traspasadas, sus manos lavaron los pies de los apóstoles, también el de aquel al que hubiera querido lavarle el corazón. Y han despedazado el Pan. Y se despedazó su Corazón con aquel Pan, en el cual al darlo, se dio Él Mismo. Porque sabía que estaba próximo su retorno al Cielo y no quería dejarnos solos. Porque sabía cómo el hombre es fácil para olvidar y quería vernos reunidos como hermanos alrededor de su Mesa, para decirnos uno al otro: ¡Seamos de Jesús!

“ESTE ES MI CUERPO…”

En las Bodas de Cana se realizó el primer milagro del Hombre-Dios y cambió el agua en vino. En este hecho se encuentra el germen del último milagro del Hombre-Dios:

La Eucaristía. 

La Humanidad de Cristo, destinada a morir y padecer, era en un todo semejante los hombres. Después que fue destruida la Víctima por el Sacrificio, se produjo el primer milagro de Jesús-Dios-Hombre, cuando emergió su Cuerpo Glorificado con la Resurrección.

Jesús está en el Cielo, igual que como quiso estar en la Tierra. Es Él, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, con su Divinidad, su alma, su Cuerpo y su Sangre. Infinito cual su Naturaleza Divina le corresponde. Contenido en un fragmento de Pan como su Amor y su Regia Voluntad lo quiso. Jesús trasmutó su cadáver en Viviente Eterno y dio a sus apóstoles el poder para transubstanciar las Especies del Pan y del Vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Pan que los ángeles desean y por el cual suspiran.

En la Eucaristía, el Cordero que ya se inmolaba, se dio en Alimento Perpetuo a los hombres a fin de que su Sangre circulase en ellos para hacerles santos. Y la Carne Inmaculada fortificase su debilidad, mientras Dios Único y Trino habitan en ellos. Jesús dio la Eucaristía para que el hombre bebiese su propia Fuerza y fuese tan fuerte como Él y así ayudar al hombre a ser feliz, con su felicidad que es Eterna.

El Pan Eucarístico hace los mártires. De los hombres que antes de ser cristianos eran miedosos, débiles y viciosos; este Pan los convierte en héroes.

En la Mesa Eucarística están: la Sangre de Cristo que nos purifica y el Cuerpo de Cristo que nos santifica. La Sangre, de los pecadores hace justos. El Cuerpo, de los justos hace santos.  Y el que se alimenta de Dios…

Jesús desciende a nosotros y se ha hecho nuestra comida, porque nosotros sin Él, morimos. Él es el Alimento para el espíritu y para el pensamiento. El espíritu se nutre de la Carne de Dios y el pensamiento se nutre de la Palabra, que es el Pensamiento de Dios. Amar a Jesús Eucarístico es hacer que se produzca en nosotros el milagro de la Encarnación Mística, para vivir en el Corazón de Dios y que Él viva en nosotros, en el éxtasis del Amor de Fusión. Por eso la Eucaristía es Vida.

El alma que se nutre de Dios, vive en Dios y su vida permanece más allá del tránsito que es la muerte del cuerpo. Es por esto que la principal preocupación de Satanás, es mantener al hombre apartado de la Eucaristía. El Amor que llevó a Jesús a la Cruz, es el mismo que lo mantiene prisionero en el Misterio Eucarístico. Su amor por los hombres es Infinito y supera la maldad e ingratitud humanas.

El Pan Eucarístico debe ser adorado como el Arca que contiene a Dios. Dios obedece al mandato de sus sacerdotes y desciende para hacerse Sangre para lavar el corazón y Carne para nutrir el espíritu. A este abismo de humildad se ha sometido Dios, por Amor, para vivir en medio de los hombres y no dejarnos solos, aunque esto represente el quedar a merced de su Enemigo.

“ESTA ES MI SANGRE…”

El amor por la Eucaristía es el que hace que dé frutos el Océano de Potencia que es la Sangre de Jesús para las infinitas necesidades de las almas. Infundida con amor infinito produce milagros de Redención en donde encuentra amor; pero se vuelve condena sobre aquel que responde con ira y con odio al Sacrificio de un Dios. Porque la Sangre de Jesús que fue reclamada con ira sobre sí mismos; por los enemigos y acusadores de Jesús cuando iban a crucificarlo, no ha perdido su doble cualidad de Perdón y de Condena.

Y la Sangre de Jesús es la mejor defensa en la terrible lucha entre lo divino y lo demoníaco. Cristo ha vencido al mundo, a la muerte y al Demonio; al precio infinito de sus Sangre y Él la da como el arma más potentísima contra Lucifer y hay que venerarla con adoración. Cuando la Sangre de Jesús es amada, venerada, invocada y creída, mucho del mal que emana del Infierno es conjurado. Porque la Sangre de Jesús es Salvación.

Esta Sangre ha bañado al mundo redimiéndolo de las garras de Satanás y por eso no hay disculpa para los hombres que quieren seguir siendo malos, simplemente porque quieren serlo. La Gracia ha dado los medios para que el hombre ya no sea esclavo. Salvación o Condena… la respuesta la da cada alma en particular con la aplicación de la voluntad…

María fue el alma eucarística perfecta: sabía retener a Dios con un amor ardiente, una pureza súper angélica y una adoración continua. Ella vivía en Dios, con Dios y para Dios. Pedirle su ayuda para ser como Ella, es la única manera de obtener de la Eucaristía, todos los beneficios que ésta aporta. Porque el Cuerpo y la Sangre de Jesús fueron formados con el cuerpo y la sangre de su Madre Santísima. Y Ella, la Purísima, ayuda a que las almas puedan desprenderse de la humanidad, para que el espíritu sea el vencedor.

El sacerdote eleva el cáliz, ofreciéndolo por las necesidades del mundo. Y lo eleva colmado de la Sangre de Jesús y de las oraciones de los santos de la tierra, de sus padecimientos de amor para honrar a Dios. Porque toda santidad se alcanza a fuerza de sufrimientos y lucha contra las pasiones y tentaciones, contra los escarnios, las persecuciones, las enfermedades. He aquí el calvario de los santos. María es la única que ayuda a defendernos de las asechanzas y las venganzas de Satanás. Y Ella también, a través de la Eucaristía, por la unión que mantiene con Dios, nos llena de sus gracias para mantenernos fieles a Dios.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

15.- DELICIOSA EMBRIAGUEZ…

Los invitados siguen afluyendo desde el Vicus Apollinis. Hay muchos personajes de otros países y sus ricas y coloridas vestiduras permiten adivinar su origen. Se ven rostros oscuros y atezados; como la cara negra de un numídico con su yelmo adornado con plumas multicolores y grandes aros de oro en las orejas. El rumor de las conversaciones crece, mezclado con el murmullo de las fuentes, al caer el agua sobre el mármol.

Actea suspende su narración y Alexandra contempla a la multitud con ojos expectantes y llenos de anhelo, como si buscase algo.

Avanza un grupo de cónsules y de senadores, en alegre algarabía…

De pronto su rostro se cubre de rubor al ver destacarse entre las columnas, las elegantes figuras de Marco Aurelio y de Petronio, que se dirigen al Gran Triclinium. Gallardos y tranquilos como dioses; envueltos en sus blancas togas.

Al ver Alexandra aquellos dos rostros conocidos y especialmente al ver a Marco Aurelio, le pareció como si un gran peso se desprendiera de su corazón…

Y dejó de sentirse sola. La añoranza por regresar a la casa de Publio, dejó de ser dolorosa. Lo único que prevaleció, fue el deseo de estar junto a Marco Aurelio y hablar con él. La sola idea de que pronto iba a escuchar de nuevo su maravillosa voz que le había hablado de amor y de una felicidad digna de los dioses; en palabras que aún resonaban en sus oídos como una dulce melodía inundó su corazón de júbilo, pero también de miedo…

Le pareció como una especie de traición el querer estar con Marco Aurelio, por sobre todo lo demás. Por un momento sintió deseos de llorar.

Pero Actea, en ese mismo instante la tomó de la mano y la llevó a través de los departamentos interiores del palacio, hasta el Gran Triclinium, en donde todo estaba listo para la fiesta.

Entonces una intensa emoción la invadió toda. Su corazón se aceleró como un caballo desbocado y casi le cortaba el aliento. Una sensación extraña pero deliciosa, le aleteaba en el estómago y casi le dio vértigo. Una dulce embriaguez la hace sentir como si flotase en un sueño o en una película de cámara lenta. Todo a su alrededor adquiere un tinte irreal…

Vio un enorme y majestuoso salón. Miles de lámparas brillan sobre las mesas y penden de las paredes. Parece venir de muy lejos la voz de Actea que la hace sentarse ante una mesa y ocupa un lugar a su lado.

Luego se oyen las aclamaciones con que los invitados acogen al emperador. Ella no puede creer el verlo tan cerca y tan magníficamente ataviado; sonriendo complacido por el recibimiento.

Las aclamaciones la ensordecen. Y el lujo deslumbrante la tiene pasmada. La embriagan los perfumes y ya casi ha perdido la conciencia de sí misma, totalmente asombrada por lo que hay a su alrededor.

No se da cuenta, hasta que una voz que reconoce enseguida y casi le paraliza el corazón, se oye detrás de ella:

–      ¡Salve a la más hermosa de las vírgenes de la tierra! ¡Salve a ti, divina Alexandra!

Ella, sorprendida, volteó…

Marco Aurelio está a su lado, mirándola totalmente fascinado.

Se ha quitado la toga. Su cuerpo atlético está cubierto por una túnica escarlata sin mangas; con delicados dibujos bordados con hilos de plata. Sus brazos suaves y musculosos, brazos de soldado acostumbrado a la espada y al escudo, están adornados con dos brazaletes de oro, sujetos alrededor y más arriba de los codos. Lleva en la cabeza una guirnalda de rosas.

Ella lo mira a su vez y ve su hermoso rostro sonriente, sus grandes ojos castaños y su tez  morena clara. Con su espléndida y varonil belleza, Marco Aurelio es la personificación de la juventud y la fuerza. Y su personalidad es tan avasalladora, que apenas puede contestar:

–           Salve, Marco.

–          ¡Estoy tan feliz de volver a verte! … De oírte… de tenerte tan cerca… ¡Eres más hermosa que Venus Afrodita!… ¡Oh, diosa mía!

Y contempla a Alexandra totalmente embelesado. Como si quisiera beberse su aliento y hundirse en sus ojos de mar…

Y su fascinación aumenta gradualmente, conforme desliza lentamente la mirada de su rostro a su cuello, a sus brazos desnudos. Acariciándola sin tocarla, en los exquisitos contornos del escultural cuerpo de la doncella que le ha robado el corazón.

La admira envolviéndola con el ardiente deseo de poseerla. La imagina sin esas vestiduras y totalmente lista para recibirlo. Sueña con un anhelo casi doloroso, con escuchar de sus labios que lo ama y lo desea tanto como él a ella…  Con un anhelo irradiante de felicidad, de amor y un arrebatamiento casi imposible de reprimir; como el que lo envuelve en estos momentos…

Con un entusiasmo arrollador, Marco Aurelio exclama:

–           Yo sabía que te encontraría en la casa del César. En cuanto te vi me llené de júbilo. Y aquí estoy. ¡Oh, diosa mía! Para adorarte para siempre. ¡Oh, Alexandra, te amo tanto!

Ella lo mira totalmente sorprendida, por esta ardiente confesión que la llena de felicidad, porque aunque ella siente lo mismo que él; también la perturba.  Se contiene y le pregunta acerca de las cosas que no comprende y que la llenan de pavor.

Alexandra inquiere angustiosamente:

–           ¡Oh! ¿Por quién supiste que me encontrarías aquí?

Marco Aurelio sonríe comprensivo y trata de tranquilizarla:

–           Publio me dijo como te sacaron de su casa.

–           ¿Por qué me trajeron a la casa del César?

–           El César a nadie le rinde cuentas de sus órdenes.

–           ¿Por qué el César me arrebató de la casa de Publio? Tengo mucho miedo…

–           Pero te aseguro que no debes temer. Yo personalmente, velaré por ti. Nunca te abandonaré. Tú eres mi razón de vivir.

–           Marco Aurelio, todo mi anhelo es regresar a la casa de Publio. Me moriría de dolor si pierdo la esperanza de que Petronio y tú, intercedan en mi favor ante el César.

–           Alexandra, tú ni siquiera imaginas cuanto te necesito: con todo mi cuerpo, mi corazón, mi vida y mi espíritu. Y por eso yo mismo velaré por tu cuidado y tu bienestar, porque tú eres la dueña y señora de todo mi ser y de mi persona.

–           Tengo mucho miedo…

Y aun cuando él habla evasivamente, en su voz palpita la verdad, porque son sinceros sus sentimientos:

–           Te adoro, vida mía. Y ya que la casa del César te causa tanto pavor, te prometo que solo permanecerás en ella el tiempo suficiente, mientras hago lo necesario para sacarte de aquí…

–           Gracias, Marco. Eres tan gentil…

Alexandra lo toma de la mano y oprimiéndola entre las suyas agrega:

–          ¡Cuánto te querrán los Quintiliano por tu bondad! Tanto cuanto yo misma te estaré eternamente agradecida y te amaré…

Marco Aurelio al escucharla, no puede dominar su emoción y le parece que jamás en toda la vida, le será posible resistir a una súplica de Alexandra. Se siente lleno de ternura. Su belleza esplendorosa le embriaga los sentidos y aviva sus febriles anhelos, haciéndole comprender cuanto ama y le es tan preciosa, esta bellísima doncella a quién en realidad adora como si fuera una deidad…

Y al oído de la joven, afluyen todas las intimidades de su corazón y el gran amor que siente por ella, en palabras resonantes como dulces armonías y como el zumo de una vid embriagadora.

A pesar del ruido de la fiesta, la verdad que palpita en las dulces palabras de Marco Aurelio, embriagan a Alexandra como el más delicioso de los licores.

En medio de todas aquellas gentes extrañas, él se ha ido acercando más y más. Amante, fiel y totalmente consagrado a ella con todo su ser.

Antes, en la casa de Publio le había hablado ambiguamente del amor y de la felicidad que puede traer consigo. Pero ahora él le declara abiertamente sus sentimientos y la pasión vibra en sus palabras al describirle cuanto le ama y cuán preciosa es para él, ella en su vida.

Alexandra escucha por primera vez de los labios de un hombre, tales declaraciones. Y éstas al llegar a sus oídos arpegian como una música fascinante que despierta dentro de su ser una felicidad tan inmensa; que la envuelve con un intenso júbilo y al mismo tiempo, una desconocida inquietud.

Sus mejillas ruborizadas arden. Su corazón palpita muy fuerte. Sus labios se entreabren al impulso de un extraño asombro… Está asustada por lo que siente al escucharlo.   Y sin embargo por nada del mundo querría perderse una sola de aquellas palabras maravillosas. Por momentos baja la mirada y enseguida levanta hacia él, su rostro lleno de timidez, que sin embargo tiene una mirada que parece decir: “¡Prosigue! ¡Por favor no calles! ¡Porque yo siento lo mismo por ti!”

Los acordes de la música, el aroma de las flores y de los perfumes que flotan en el ambiente, le causan un  delicioso desmayo y cree estar soñando. Es un sueño maravilloso del que no quiere despertar… Y sin embargo es una realidad tan palpable, como la cálida mano que aprieta la suya.

En Roma es costumbre el reclinarse en los banquetes.

En su casa, Alexandra ocupaba un sitio entre Fabiola y sus hermanos. Ahora es Marco Aurelio el que está reclinado junto a ella y se ve tan hermoso, tan lleno de energía, de amor, de pasión… que ella, al influjo de aquel calor que de él emana, se siente llena de alegría y  completamente ruborizada por un deleite hasta ahora desconocido que casi la desvanecen.

Pero la proximidad de la joven hace también su efecto sobre Marco Aurelio.

La contempla totalmente fascinado y el encanto de ella hizo que su corazón latiera con tanta violencia, que él creyó que sus palpitaciones se notan a través de la túnica escarlata. Con su respiración entrecortada y las palabras temblorosas en sus labios, le es imposible reprimir sus emociones. Y es porque nunca la había tenido tan cerca de él. Admirando su piel de seda, su belleza deslumbrante. Aspirando su perfume encantador  y sintiendo el calor de su cuerpo de alabastro.

¡Oh! Y su boca desquiciante… aquellos labios que parecen la invitación irresistible de un beso embriagador…Todo esto junto, encendieron una llama y despertaron una sed que corre por toda su sangre y que es vano intentar de apaciguar con vino.

Sus ideas empezaron a perturbarse y lo único que impera es apagar aquella sed de amarla, de acariciarla, de poseerla, de besarla hasta hacerla desfallecer entre sus brazos. Sin poder contenerse más, la tomó del brazo, tal como lo hiciera un día en la casa de Publio y le dijo al oído besándola suavemente en la oreja:

–           ¡Te adoro, Alexandra! ¡Mi mujer divina!

Ella se estremeció y un suspiro escapó de su garganta.

Marco siguió acariciando y aspirando con ansia su aroma de flor primaveral. Alexandra tembló en sus brazos, totalmente indefensa ante el mundo de sensaciones nuevas que Marco Aurelio está creando dentro de ella y que ni siquiera sospechaba que pudieran existir.

El amor recorre toda su piel, con escalofríos deliciosos y avasalladores. Asustada por lo que siente, ella trató de resistir:

–           Por favor déjame, Marco Aurelio.

Pero él mirándola a los ojos con una infinita ternura, continuó:

–           ¡Ámame! ¡Ámame, diosa mía!

En ese mismo instante los dos oyeron la voz de Actea, que estaba reclinada al otro lado  de Alexandra y decía:

–           El César os está mirando.

Marco Aurelio sintió una súbita cólera contra el César y contra Actea: por la interrupción y el rompimiento del encanto. No soporta la idea de que aquel momento maravilloso se quedó suspendido en el tiempo. Levantó la cabeza por sobre el hombro de Alexandra y después de aspirar profundamente, dijo con ironía a la todavía joven liberta:

–           Han pasado ya los días Actea, en que eras tú la que te veías reclinada en los banquetes, al lado del César. Dicen que la ceguera te amenaza ¿Cómo puedes entonces verle ahora?

Actea contesta con suavidad:

–           Y sin embargo le veo. Él también es corto de vista y te está mirando a través de su esmeralda pulimentada.

Todo lo que Nerón hace, llama la atención. Y Marco Aurelio se alarmó. Rápidamente tomó el control de sí mismo y se dominó por completo. Sin volver la cabeza y sin cambiar de posición, miró de reojo hacia donde está el César.

Y Alexandra, que al principio del banquete estaba tan deslumbrada, que como entre brumas entrevió a Nerón, al que había olvidado completamente; pues lo único que ocupaba su mente es la presencia y la conversación con Marco Aurelio y no había vuelto ni una sola vez a mirar al emperador. Ahora volvió sus ojos interrogantes hacia él, paralizada por el miedo.

Actea dice la verdad. El César está inclinado sobre la mesa, con un ojo medio cerrado y con el otro, mirando a través de una esmeralda redonda y pulimentada, con la cual los observa atentamente.

Alexandra se aterrorizó aún más.

Y se aferró a la mano de Marco Aurelio como una niña asustada. El tiempo parece detenerse y todos los asistentes al banquete parecieran haber quedados como paralizados, bajo el influjo de un extraño hechizo. O al menos a ella le parece así.

Y se quedó mirando al emperador como si hubiera quedado hipnotizada, mientras  pasaron por su cerebro una ráfaga de pensamientos: ¿Es éste el terrible, cruel y monstruoso Amo del Mundo?

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

6.- ARBITER ELEGANTIARUM

En una villa ancestral  que en su mayor parte está orientada hacia el sur. Hay un pabellón apartado que está rodeado por un patio al que dan sombra muchas palmeras; varios robles, sauces llorones, cedros, fresnos  y cuatro plátanos. En el centro, una fuente derrama su agua en una pila de mármol y salpica suavemente los plátanos que la rodean y las plantas que éstos cobijan. En este pabellón está ubicado un dormitorio que no permite entrar la luz del día, ni escuchar el ruido. A un lado está el triclinium (comedor)

Existe también una habitación sombreada por el verdor del plátano más cercano, decorada con  una espléndida pintura que representa a unos pájaros posados sobre las ramas de unos árboles. Aquí se encuentra una pequeña fuente con una pila rodeada por unos surtidores que emiten un susurro muy agradable.

Es el refugio de un escritor. Y sobre la mesa de trabajo se puede ver un fragmento de su última obra literaria, en la que está desarrollando su talento. Al acercarse se puede leer: “La Cena de Trimalción…”  El autor trabaja en ella por las mañanas, cuando se lo permiten las fiestas de Nerón…

Ahora, después del banquete de la víspera que se prolongó más de lo acostumbrado; Tito Petronio se levantó tarde sintiéndose sumamente  fastidiado…

En  su travesía por los baños recuperó su ingenio y complacido, se sintió rejuvenecer. Rebosante de vida, de energía y de fuerza; cuando estaba sumergido en el agua tibia, le avisaron que su sobrino Marco Aurelio acaba de llegar a visitarlo.

Petronio ordena que lo conduzcan al jardín adyacente para conversar plácidamente y sale del agua poniéndose una bata de lino suave.

Marco Aurelio es hijo su hermano Publio, el mayor y más querido. Y ha estado sirviendo bajo las órdenes de Corbulón en la guerra contra los partos. Es su sobrino predilecto. Un hombre íntegro; que ha heredado de su tío el gusto por el placer, el arte, la belleza y la estética; cualidades que Petronio valora sobre todo lo demás. No por nada le han apodado el “Árbitro de la Elegancia.”

Toma una manzana del platón que está en la mesa más cercana y está a punto de morderla, cuando entró un joven con pasos largos y flexibles exclamando:

–                 ¡Salve Petronio! Que te sean propicios todos los dioses.

Petronio sonríe y contesta:

–          ¡Salve Marco Aurelio! Te doy la bienvenida a Roma. Espero que disfrutes de un  merecido descanso después de las fatigas de la guerra. ¿Qué noticias traes de Armenia?

Mientras el joven se sienta en una banca a su lado, exclama con cierto fastidio:

–           De no ser por Corbulón, esta guerra sería un desastre.

–           ¡Es un verdadero Marte! ¿Sabes que Nerón le teme?

Marco Aurelio lo mira sorprendido y pregunta:

–           ¿Por qué?

–           Porque si quisiera, podría encabezar una revuelta.

–           Corbulón no es ambicioso hasta ese grado.

Petronio sentencia:

–          Si quitáramos la ambición y la vanidad ¿Dónde quedarían los héroes y los patriotas?

–           Lo conozco bien y sé que no debéis temer nada de él. Hablas como Séneca.

–          Se puede apreciar el carácter de un hombre en la forma como recibe la alabanza. Y tienes razón. Séneca es un maestro al que hay muchas cosas que aprenderle. Es uno de los pocos hombres que respeto y admiro.

Petronio cerró los ojos y Marco Aurelio se fijó en el semblante un tanto demacrado de su tío y cambiando el tema, le preguntó por su salud.

El augustano hizo un mohín, antes de replicar:

–           ¿Salud? No lo sé. Mi salud no está como yo quisiera. Trato de ser fuerte y            aparento estar perfectamente. Pero empiezo a sentir un cierto cansancio que… Considerando las circunstancias, creo que estoy bien. ¿Y tú cómo estás?

–           Las flechas de los partos respetaron mi cuerpo, pero… un dardo de amor acaba de  herirme y ha acabado con mi tranquilidad. Estoy aquí para pedirte un consejo.

Petronio lo miró sorprendido y dijo:

–         Te puedes casar o quedarte soltero. Pero te aseguro que te arrepentirás de las dos cosas.- luego lo invitó – Vamos a sumergirnos en el agua tibia y me sigues platicando. ¿Qué te parece?

Marco Aurelio aceptó encantado:

–           Vamos.

Los dos regresan al frigidarium.  Marco Aurelio se desnuda y Petronio contempla el cuerpo vigoroso de su sobrino. Le recuerda las estatuas de Hércules que adornan el camino al Palatino. Es un atleta pleno de vigor juvenil. Y en el armonioso rostro que completa la apolínea belleza masculina, hay un gesto de sufrimiento reprimido. El joven se lanza al agua, salpicando el mosaico que representa a Perseo liberando a Andrómeda.

Petronio admira todo esto con los ojos regocijados del artista embelesado con la auténtica belleza…

Y después de lanzarse al agua, dice:

–          En la actualidad hay demasiados poetas. Es una manía de los tiempos que vivimos. El césar escribe versos y por eso todos lo imitan. Lo único que no está permitido es escribir mejores versos que él… Hace poco hubo un certamen y Nerón leyó una poesía dedicada a las transformaciones de Niobe. Los aplausos de la multitud cubrieron la voz de Nerón; pero en aquellas muestras de forzado entusiasmo faltaba el acento de la espontaneidad que nace del corazón. Luego Lucano declamó otra, celebrando el descenso a los infiernos de Orfeo. Cuando se presentó, el respeto y el temor contenían a los oyentes… Más por uno de esos triunfos del arte que parecen milagrosos, el poeta logró suspender los ánimos; los arrebató y consiguió que se olvidaran de sí y del emperador. Y le decretaron unánimes el laurel de la gloria y el codiciado premio. ¿Te imaginas lo que sucedió después?… Imposible que Nerón consintiese un genio superior a su inspiración. Se salió despechado del certamen y prohibió a Lucano que volviese a leer en público sus versos. Por eso yo escribo en prosa.

–          ¿Para ti no ambicionas la gloria?

–           A nadie ha hecho rico el cultivo del ingenio.

–           ¿Qué estás escribiendo ahora?

–          Una novela de costumbres: las correrías de Encolpio y sus amigos Ascilto y Gitón.  Ya casi la termino. Estoy en el convite ridículo de un nuevo rico. Lo he titulado “La Cena de Trimalción”

–           ¿El libro?

–          No. El capítulo. El libro es una sorpresa. Espera un poco… – se queda pensativo un momento. Y luego añade- Enobarbo ama el canto. En particular el suyo propio. Dime ¿Tú no haces versos?

Marco Aurelio lo mira sorprendido… y luego responde firme:

–           No. Jamás he compuesto ni un hexámetro.

–           ¿Y no tocas el laúd, ni cantas? – insiste Petronio.

–           No. Me gusta oír a los que sí saben hacerlo.

–           ¿Sabes conducir una cuadriga?

–           Lo intenté una vez en Antioquia, pero fui un fracaso.

–          Entonces ya no debo preocuparme por ti. Y ¿A qué partido perteneces en el hipódromo?

–           A los azules; porque los únicos que me entusiasman son Porfirio y Scorpius.

–          Ahora sí ya estoy del todo tranquilo. Porque en la actualidad hacer cualquiera de estas cosas es muy peligroso. Tú eres un joven apuesto y tu único peligro es que Popea llegue a fijarse en ti. Pero no…  Esa mujer tiene demasiada experiencia y le interesan otras cosas. ¿Sabes que ese estúpido de Otón, su ex marido? ¿Todavía la ama con locura? Vaga por la España, borracho y descuidado en su persona.

–           Comprendo perfectamente su situación.- suspiró Marco Aurelio.

Petronio  movió la cabeza. Y siguieron conversando…

Cuando más tarde salieron del Thepidarium, dos bellas esclavas africanas, con sus perfectos cuerpos como si fueran de ébano, los esperan para ungirlos con sus esencias de Arabia…

Al terminar, otras dos doncellas griegas que parecen deidades, los vistieron.

Con movimientos expertos adaptaron los pliegues de sus togas. Marco Aurelio las contempló con admiración y exclamó:

–           ¡Por Júpiter! ¡Qué selecciones haces!

Petronio sentenció:

–           La belleza y la rareza fija el precio de las cosas. Prefiero la calidad óptima. Toda mi “Familia” (Un amo con sus parientes  y sus esclavos) en Roma, ha sido seleccionada con el mismo criterio.

–           Cuerpos y caras más perfectos no posee ni siquiera el mismo Barba de Bronce.- alaba Marco Aurelio mientras aspira los aromas con deleite.

–           Tú eres mi pariente.- aceptó Petronio con cariño. Y agregó- Y yo no soy tan                                 intolerante como Publio Quintiliano.

Marco Aurelio al escuchar este nombre se queda paralizado. Olvidó a las doncellas y preguntó:

–           ¿Por qué has recordado a Publio Quintiliano? ¿Sabías que al venir para acá una serpiente asustó a mi caballo y me derribó?  Pasé varios días en su villa fuera de la ciudad. Un esclavo suyo, el médico frigio Alejandro, me atendió. Precisamente de esto era de lo que quería hablarte.

–           ¿Por qué? ¿Acaso te has enamorado de Fabiola? En ese caso te compadezco. Ella es muy hermosa pero ya no es joven. ¡Y es virtuosa! Imposible imaginar peor combinación. ¡Brrr!.- Y Petronio hace un cómico gesto de horror.

¡De Fabiola, no! ¡Caramba!

–           ¿Entonces de quién?

–          Yo mismo no lo sé. Una vez al rayar el alba la vi bañándose en el estanque del jardín, con los primeros rayos del sol que parecían traspasar su cuerpo bellísimo. Te juro que es más hermosa que Venus Afrodita. Por un momento creí que iba a desvanecerse con la luz del amanecer… Y desde ese momento me enamoré de ella con locura.

–           Si era tan transparente, ¿No sería acaso un fantasma?

–          No me embromes Petronio. Te estoy abriendo mi corazón. Después volví a verla dos veces más. Y desde entonces ya no sé lo que es tranquilidad. Ya no me interesa nada de lo que Roma pueda ofrecerme. Ya no existen para mí otras mujeres… Ni vino, fiestas o diversiones. Me siento enfermo. Traté de indagar de mil maneras sutiles y creo que se llama Alexandra. No estoy muy seguro… Pero solo la quiero a ella. No se aparta de mi mente un solo instante. Te lo digo con sinceridad Petronio, siento por ella un anhelo tan vehemente, que he perdido el apetito. En el día me atormenta la nostalgia y por las noches no puedo dormir. Y cuando consigo hacerlo, solo sueño con ella. Y así transcurre mi vida, con este torturante deseo…

Petronio lo mira con conmiseración… Y luego dice con determinación:

–           Si es una esclava, ¡Cómprala!

Marco Aurelio replica con desaliento:

–           No es una esclava.

–           ¿Es acaso alguna liberta perteneciente a la casa de Quintiliano?

–           No habiendo sido jamás esclava, tampoco puede ser liberta.

–           ¿Quién es entonces?

–          ¡No lo sé!… No pude averiguar mucho. Por favor escúchame. Es la hija de un rey, creo. –Y añade desesperado-  O algo por el estilo…

Petronio lo mira interrogante. Y cuestiona lentamente:

–           Estás despertando mi curiosidad, Marco Aurelio.

Su sobrino lo mira con impotencia y explica:

–          Hace tiempo el rey de Armenia invadió a los partos, mató a su rey y tomó como rehenes a su familia, a algunos principales de su nuevo territorio y los entregó a Roma. El gobernador no sabía qué hacer y el César los recibió junto con el botín de guerra que enviaron como regalo. Luego los entregó a Publio Quintiliano, ya que no pueden considerarse como cautivos y se desconoce el motivo que lo impulsó a entregarlos a él. Pero el tribuno los recibió muy bien. Y en esa casa en la que todos son  virtuosos, la doncella es igual a Fabiola.

–           ¿Y cómo estás tan enterado de todo esto?

–           Publio Quintiliano me lo refirió. Esto pasó hace quince años. Y también te digo que a mi regreso de Asia, pasé por  el templo de Delos a fin de consultar a la sibila. Y Apolo se me apareció…  y me anunció que a influjos del amor, se operaría un cambio trascendental en mi existencia…

¿Y qué quieres hacer?

–          Quiero que Alexandra sea mía. Deseo sentirla entre mis brazos y estrecharla contra    mi corazón. Deseo tenerla en mi casa hasta que mi cabeza sea tan blanca, como las nieves de la montaña. Deseo aspirar su aliento puro y extasiarme mirando sus ojos bellísimos. Si fuera una esclava, pagaría por ella lo que fuera. Pero ¡Ay de mí! No lo es…

–           No es una esclava pero pertenece a la familia de Quintiliano. ¿Por qué no le pides que te la ceda?

–           ¡Cómo si no los conocieras!…Tú sabes que Publio es muy diferente a las demás personas y en ese matrimonio, ambos la tratan como si fuera su verdadera hija.

Petronio se queda reflexivo, se toca la frente y luego dice con impotencia:

–           No sé qué decirte, Marco Aurelio mío. Conozco a Publio Quintiliano, quién aun cuando censura mi sistema de vida; en cierto modo me estima y me respeta más, pues sabe que no soy como la canalla de los íntimos de Enobarbo; exceptuando dos o tres como Séneca y Trhaseas… –levanta las manos con desconcierto y agrega- Si crees que algo puedo hacer acerca de este asunto, estoy a tus órdenes.

–           Creo que sí puedes…  Tienes influencia sobre Publio y además tu ingenio te ofrece inagotables recursos. ¡Si quisieras hacerte cargo de la situación y hablar con él!

–           Tienes una idea exagerada de mi ingenio y de mis recursos. Pero si no deseas más que eso, hablaré con Publio lo más pronto posible. Yo te avisaré…

–           Te estaré esperando.

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA